En un libro de artista, Matilde Marín conjuga imágenes que recolectó con textos de José Emilio Burucúa y música de Marta Lambertini que invocan al humo, índice de celebración y tragedia.
Las obras, las ideas y los proyectos de arte suelen merodear por lugares diversos. Lo hacen en galerías, museos, centros culturales, páginas de Internet pero también cuando asumen el formato de un libro. Aunque por momentos problemática, la relación que entablan es interesante y llega a ser de una complementariedad enorme. A punto tal, que muchos artistas han hecho del género “libro de artista” un formato clave de capítulos importantes de su producción. Hay ejemplos de cambios radicales como el que va de la rotunda obra en el espacio de Richard Serra a sus dibujos, otros no tanto como las caligrafías de Cy Twombly y los proyectos conceptuales de Sophie Calle que asumen formatos libertarios.
Cerca nuestro, Matilde Marín es una de las artistas que ha puesto mayor interés en ese formato. Y probablemente hacia allí apunte la serie de fotografías que inaugura hoy en la galería Sicart de Barcelona y lleva por título El arte como palabra, una forma de entender el mundo que comenzó con un registro fotográfico que la artista tomó en el Centro Pompidou en 1998. “La verité changera l’Art” decía aquel letrero que llamó su atención y se convirtió en el punto de partida de este conjunto que presenta ahora en Barcelona hilvanando una sucesión de hallazgos de imágenes que hacen foco en los usos de la palabra “arte”.
Casi de manera simultánea, Marín focalizó su mirada en otro tipo de imágenes asociadas entre sí que, como en este caso, se fueron articulando en serie. Pero en lugar de convertirse en una muestra, fueron tomando la forma de un bello libro que lleva por título Cuando divisé el humo azul de Itaca . Para él contó con la participación de José Emilio Burucúa, quien aportó al proyecto un bello rastreo de humos en la literatura y la historia, y la de Marta Lambertini que compuso seis piezas para violín y piano que acompañaron la presentación del libro en el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 2012.
El protagonista en este caso es el humo, índice de situaciones felices y de tragedias. Fue a raíz de los acontecimientos que se sucedieron en nuestro país a partir de diciembre de 2001 que Marín empezó a interesarse por este particular signo que, según pudo comprobar de a poco, no era fruto de la convulsión particular que vivía el país sino recorría tiempos distintos y diversas geografías. La artista lo comprendió así cuando se puso a coleccionar imágenes en las que el humo, por una razón u otra, tenía especial relevancia. Rastreó humos según la fuerza de sus imágenes o los acontecimientos que aludían. Los diarios fueron la fuente privilegiada para el archivo que armó con esas imágenes “humeantes” que ilustraban las noticias del día a día. Así, la acumulación de todo ese material la llevó a armar una cronología de acontecimientos diversos. Ya podía ser la conmemoración del estreno de El acorazado Potemkin , que utilizaba un still de la película, un momento de La batalla de Argelia de Pontecorvo, el festejo del cumpleaños del Dalai Lama o la Fumata blanca que anunciaba la elección de Juan XXIII. “Todo esto me llevó a reflexionar sobre un devenir de la historia que puede ser leído a través del humo”, cuenta Marín. “Fue allí que sentí que el formato ideal para ese material que había juntado y fotocopiado debía ser una publicación. Hablé sobre este proyecto con Burucúa quien me sugirió que, dado que allí se filtraba la historia, incluyera textos en los que se hablara del humo”.
La selección que él hizo resultó un aporte fundamental al “libro de artista” concebido por Marín. En diálogo con sus imágenes ordenó un recorrido memorable, pródigo en citas que van desde el Génesis a Auschwitz a través de la mitología griega, La Ilíada y La Odisea , La Comedia del Dante, pasajes de Romeo y Julieta y Lady Macbeth . Pero también de extraños textos místicos del siglo XVII, y algunos referidos a los cambios que introdujo la Revolución Industrial en el paisaje londinense junto a los humos rojos de la Pampa que emergen en La cautiva de Esteban Echeverría.
Con ese material dialogan las imágenes de Marín y también las piezas para violín y piano que compuso Marta Lambertini y llevan sugestivos títulos como El humo de la despedida, El humo de la melancolía o El humo de los Dioses. Uno de los textos más interesantes que seleccionó Burucúa refiere a las reflexiones sobre la representación del humo según Leonardo da Vinci. Inspirada en ese texto, Lambertini compuso una de sus piezas. Luego el diseño de Manuela López Anaya respetó el deseo de Marín de subrayar la impronta gráfica que denuncia la procedencia de las imágenes. Otro deseo de la artista fue que el título remitiera al regreso de Ulises a su Itaca natal e incluir el azul de ese humo anhelado, que aunque no responde al texto original, los autores del libro consideraron “una invención dichosa” de algunos traductores que decidieron respetar.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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