La popularidad en tiempos de los próceres
Ilustración: Isabel Aquino
Por Daniel Balmaceda / Para LA NACIÓN
Para completar el cuadro de médicos que permitió salvar 10 de las 20 vidas que estaban en peligro, debemos mencionar a dos bonaerenses: el padre betlemita Bernardo de Copacabana (curaba en San Telmo) y Francisco Cosme Argerich, quien salió disparado con dos criados el día 5, cuando se recibió la noticia en Buenos Aires. Gracias a la investigación que realizó Francisco Cignoli -uno de los grandes historiadores de la labor médica en campos de batalla- podemos saber que el gobierno rentó un transporte para el doctor. Cuenta Cignoli que Argerich hizo el viaje "en un coche alquilado a doña María, viuda de Belmonte, a razón de ocho pesos diarios". Como partió el 5 de febrero y regresó el 6 de marzo, debería haber cobrado 240 pesos. Sin embargo, "la dueña del vehículo al gestionar después el pago de la cuenta respectiva, 'teniendo en cuenta que fue para un objeto tan digno', se conformó con que se le mandara abonar veinte pesos por semana", aclara Cignoli.
El malherido de mayor rango fue el capitán Justo Bermúdez. Tenía dos lesiones graves, una física y otra moral. Además del balazo en la rodilla que obligó a que Argerich le amputara la pierna, estaba dolido por su impericia al mando de la columna que debía complementar el ataque de San Martín. Recordemos que mientras el comandante avanzó derecho al enemigo, Bermúdez debía dar un rodeo para encerrarlos. Pero tardó demasiado y comprometió la victoria.
Tal vez, y esto es una suposición personal, entró en un estado de melancolía por la amputación. Lo concreto es que 11 días después del combate todos dormían en el improvisado hospital dispuesto en el comedor del convento y Bermúdez -casado con María Dominga Rosas y padre de una recién nacida- se aflojó el torniquete a propósito. Murió desangrado.
Fuente: lanacion.com
La asistencia a los
heridos del combate de San Lorenzo (al amanecer del 3 de febrero de
1813) estuvo a cargo del sacerdote Julián Navarro -párroco de Rosario-,
asistido por los voluntariosos franciscanos del convento de San Carlos.
Por la noche arribó el cirujano de San Nicolás, José Ribes, valenciano
de 65 años, confinado en la hacienda de Juana Benegas por considerárselo
sospechoso de mantener trato con los realistas. Luego sería indultado.
Por su parte, el gobernador de Santa Fe, Antonio Luis
Beruti (sí, el compañero de French), convocó al cirujano santafecino
Manuel Rodríguez y Sarmiento. La noche del 3 golpearon la puerta de su
casa y le comunicaron que debía viajar de urgencia a curar heridos. Se
buscó el medio más veloz que lo transportara. Sin dudas, nada había más
rápido que buenos caballos que galoparan con ritmo y firmeza. Sin
embargo, el médico era muy obeso. Demasiado, incluso, para la
resistencia equina, ya que pesaba como un Rodríguez más un Sarmiento.
Por lo tanto, marchó -o marcharon- en carretilla, que era un carro con
capacidad para dos personas (o una de grandes dimensiones) arrastrada
por un caballo, que cubriría el trayecto con buenos promedios, siempre y
cuando se realizaran varios cambios de cabalgadura.Para completar el cuadro de médicos que permitió salvar 10 de las 20 vidas que estaban en peligro, debemos mencionar a dos bonaerenses: el padre betlemita Bernardo de Copacabana (curaba en San Telmo) y Francisco Cosme Argerich, quien salió disparado con dos criados el día 5, cuando se recibió la noticia en Buenos Aires. Gracias a la investigación que realizó Francisco Cignoli -uno de los grandes historiadores de la labor médica en campos de batalla- podemos saber que el gobierno rentó un transporte para el doctor. Cuenta Cignoli que Argerich hizo el viaje "en un coche alquilado a doña María, viuda de Belmonte, a razón de ocho pesos diarios". Como partió el 5 de febrero y regresó el 6 de marzo, debería haber cobrado 240 pesos. Sin embargo, "la dueña del vehículo al gestionar después el pago de la cuenta respectiva, 'teniendo en cuenta que fue para un objeto tan digno', se conformó con que se le mandara abonar veinte pesos por semana", aclara Cignoli.
El malherido de mayor rango fue el capitán Justo Bermúdez. Tenía dos lesiones graves, una física y otra moral. Además del balazo en la rodilla que obligó a que Argerich le amputara la pierna, estaba dolido por su impericia al mando de la columna que debía complementar el ataque de San Martín. Recordemos que mientras el comandante avanzó derecho al enemigo, Bermúdez debía dar un rodeo para encerrarlos. Pero tardó demasiado y comprometió la victoria.
Tal vez, y esto es una suposición personal, entró en un estado de melancolía por la amputación. Lo concreto es que 11 días después del combate todos dormían en el improvisado hospital dispuesto en el comedor del convento y Bermúdez -casado con María Dominga Rosas y padre de una recién nacida- se aflojó el torniquete a propósito. Murió desangrado.
Fuente: lanacion.com
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