Las obras de Sebastián Gordín se inspiran en el cine clase B y en folletines de ciencia ficción de los años veinte.
Un extraño efecto en el cielo: lo ven los personajes del artista Sebastián Gordín cuando están sentados, solitarios, en medio de paisajes de árboles desnudos; cuando son transportados en andas por una morsa gigante (es un autorretrato); o cuando miran televisión en lo alto de una obra en construcción.
Un extraño efecto en el cielo: ese es el título de la muestra retrospectiva de uno de los artistas argentinos contemporáneos más originales. Y ésa será nuestra guía para recorrer su exposición, recién inaugurada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA): cierta sensación de extrañeza reinando en el ambiente. Porque si usted va a la muestra, se encontrará con escenas –construidas a través de maquetas medianas, pequeñas y grandes– que narran situaciones fantásticas, cómicas, absurdas, algunas sacadas de cuentos infantiles y otras hasta terroríficas. “Pero cuando planteo una situación límite o de espanto, siempre hay una salida, un suspiro leve”, se preocupa en aclarar Gordín. Las escenas –el imaginario de Gordín– están inspiradas en el cine clase B, en las revistas y folletines de ciencia ficción, de terror y de fantasía pulp de los años 20.
Pero en esta muestra hay varias series diferentes de las obras del artista. Se trata de una retrospectiva, abarca toda su carrera. Están sus primeras pinturas, las de los años 80, cuando imaginaba escenas raras, ancladas en la realidad pero fantásticas. También hay trabajos –maquetas– que muestran íconos de la arquitectura del Siglo XX, como el Luna Park o el Gran Rex (pequeñas construcciones abstraídas, solitarias, realizadas a pura manualidad, milímetro y ahínco). Y resulta raro el cambio de escala, ver esos edificios inmensos en su versión pocket .
Hay un conjunto de cajas con agujeritos: asómese a mirar por allí, son los “Gordinoscopios”. Descubrirá paisajes inesperados. Y luego esa serie alucinante, hipnótica, de cajas con lluvia permanente. “Aguanieve”, las llama el artista. Son cajas de vidrio y dentro de cada se desarrolla una escena, generalmente con un solo personaje. Hubo tres cambios importantes, a partir de esta serie, en la carrera de Gordín: uno es que comenzó a utilizar el vidrio para “encerrar” sus escenas, y esto le permitió jugar con el reflejo, multiplicar algunas partes de las historias que contaba hasta el infinito. Otro es que dejó de utilizar materiales más irregulares y, a partir de aquí, fue exigiéndole al material ser cada vez más nítido, más exacto, más pulcro: ahora los árboles invernales son de metal, los pisos y paredes son de plástico. Y lo tercero es su gran interés: la luz. Este es el elemento que define, en todas las obras de Gordín de todas las épocas, el clima, que es su gran potencia. La luz indica qué tipo de tema está tratando; y es la que crea, en definitiva, esa “sensación de extrañeza”.
“Pienso que sigo siendo un pintor, a pesar de construir todo esto”, explica el artista, “porque trabajo con las mismas inquietudes de un pintor, con las mismas cuestiones plásticas. Me considero un artista plástico, aunque esta parezca ya una palabra vieja, en desuso”.
Todas las obras mencionadas hasta ahora, “La pileta de la calle Pontoise”, ”Vavonia”, “El niño”, “La muerte”, “El libro de Oro de Scoop” (del que emerge un robot), están en la planta baja del museo. Pero usted tiene que tomar ese ascensor que está en el pasillo y vivir la experiencia que lo aguarda en la segunda sala de la muestra, en el subsuelo: ahí sí que Gordín da todo lo que tiene para dar, de una forma perfecta, contundente, exquisita. Porque sí, su tema es la luz. Y en ese subsuelo, nada la interrumpe. Entonces los climas fantásticos de sus preciosas, pequeñas y delicadas escenas extrañas emergen en la oscuridad como agujeros en la noche; o intrigas. Y uno se acerca a ver qué es eso. Hay micro-salas de bibliotecas y museo solitarios, creados en deliciosa micro-marquetería. En una obra crece el pasto entre el encastre de la madera del piso: desolación. En otra, los libros se suceden lomo para arriba, uno tras otro: Gordín los construyó con madera de raíz. “Tiene otro movimiento”, dice. Todo, todo en esta exposición, teletransporta a un mundo muy lejano: aquél donde todo es posible. El que nace en la infancia.
Fuente: clarin.com
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