LA OTRA CARA DEL ARTISTA DE LA BOCA

Tras una espera de 57 años, el museo fundado por Benito Quinquela Martín ya tiene catálogo. Dispuso que en su museo no hubiera obras abstractas. Incluyó Premios Nacionales y también artistas del barrio.

Por M. S. Dansey

Con ese cuadro, en 1888, Eduardo Sivori, había conseguido entrar al Salón de París.
La mort d’un paysan (La muerte de un campesino), un óleo de gran tamaño que retrata a la escena póstuma de un campesino francés, era sin dudas una pieza fundamental, sino la más importante, para el museo de artistas argentinos que Benito Quinquela Martín inauguró en la Boca, en 1938, con una idea clara: un museo que viniera a rescatar la tradición figurativa nacional.
Lo que no estaba claro, en un país de inmigrantes cuyo modelo era Francia, era qué se entendía por tradición nacional. El problema, en realidad, era de los otros, Quinquela sabía muy bien hacia dónde apuntaba y cuando el cuadro entró a la colección no dudó en cambiarle el nombre y ponerle La muerte del marino, cosa que el drama de los labradores europeos pasara a ser el drama de una familia boquense. Más cercano y didáctico, que no quedaran dudas de que se trataba de un gesta nacional y popular.
La anécdota la cuentan Graciela Silvestri y Víctor Fernández en el catálogo del museo, un trabajo que se acaba de presentar y que sirve para desmitificar la figura del gran Benito; el huérfano adoptado por una pareja de carboneros, el niño flaco y desgarbado que pintaba de noche, a escondidas; el hombre de códigos que se hizo solo, en la calle, y llegó a ser una figura internacional; el que en lo más alto de su carrera dejó todo y donó todo –una pequeña fortuna– para construir en el centro del barrio un polo de desarrollo educativo, sanitario y cultural.
La anécdota sirve para hacer un poco más humano a este santo varón, que en el catálogo aparece en una faceta no tan conocida: la de coleccionista.
En ese sentido, si en su obra personal se mostró monotemático y unidimensional, en el armado de esta colección –unas 80 obras– dejó traslucir otros matices de su pensamiento, ante una escena convulsionada.
En 1938, ante la inminencia de la guerra, las vanguardias europeas comienzan a migrar rumbo a América. En Nueva York, el museo Guggenheim abre sus puertas para dar cabida al arte moderno, mientras en Buenos Aires se funda el Museo de Bellas Artes Eduardo Sívori, casi de forma simultánea con el Castagnino, de Rosario y el Municipal de Tandil.
Quinquela dispuso que el museo de la Boca se mantendría dentro de la línea figurativa y prohibió el ingreso de obras abstractas. Argumentó que “ya había muchas salas destinadas a estas tendencias en la capital”, aunque la verdad es que no había tantas y, como dijo tras su segundo viaje a Europa, las vanguardias lo “asqueaban”. Y opinó: “Como no se sienten capaces de seguir las huellas de los grandes maestros de la pintura, ni de crear la propia, se refugian en la extravagancia”.
Nada de ismos. “La realidad sólo como punto de partida, no de llegada” dijo él, que en 1914 había sido uno de los promotores del Salón de los Rechazados, pero que a la hora de armar el recorrido incluyó a Sívori, y Mendilaharzu, entre otros de la generación del 80 y el grupo de París, que habían sido Premios Nacionales. Su selección parece estar orientada hacia un terreno que podría definirse por la negación: Nada que sea demasiado algo.
Entre los viejos maestros incluyó a los artistas del barrio, algunos muy buenos: Su maestro Lázzari, Cafferata, Lacamera. A orillas del Riachuelo se respiraba una atmósfera cultural rica y diversa.
Eligió obras costumbristas y reunió retratos y paisajes de casi todas las regiones. El pescador marplatense, el indio tehuelche, la promesera jujeña, van llenando un álbum de figuritas que reúne , entre otras, las firmas de Fader y Castagnino.
Igual, privilegiaba la mirada amorosa, no por eso menos crítica. Las obras de Berni, Forner y Spilimbergo muestran la otra cara de la Argentina potencia, la que Benito conocía.
Ahora, tras 57 años, este museo algo olvidado, vuelve a tener un catálogo y una excusa para ser visitado. Como si tanta obstinación no hubiera alcanzado.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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