SPILIMBERGO: UN MAESTRO EN SAN JUAN



El Museo Franklin Rawson acierta mostrando con intimidad y espectacularidad obras del pintor en las que se ve su profundo vínculo con la provincia.

Un maestro en San Juan

Por Ana María Batistozzi

A fines de 1921 Lino Spilimbergo llegó a San Juan. Tenía 24 años, un asma crónica y la recomendación médica de buscar un clima adecuado para preservar su salud. Siete años antes había obtenido el título de profesor de diseño en la Academia Nacional de Bellas Artes, pero aún no había podido darse el lujo de vivir de él. Un puesto en la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos era lo que realmente le permitía vivir. También lo que le ayudó a trasladarse a San Juan y sostenerse hasta que pudo concretar la aspiración de todo joven artista latinoamericano: el viaje a Europa, cuna del “gran arte universal”.
Spilimbergo se instaló en la histórica localidad de Desamparados, al oeste de la ciudad de San Juan. En ese sitio retirado se concentró en los campesinos, en el paisaje que lo rodeaba y en la experimentación de nuevos procedimientos pictóricos, dibujos y monocopias. Pero nunca perdió contacto con sus compañeros artistas de Buenos Aires, muchos de los cuales habían partido ya a París. Con ellos mantuvo siempre una correspondencia acerca de las novedades que los sorprendían allá luego de la aparición del cubismo. Fue también en San Juan que Spilimbergo realizó la primera muestra individual que marcó el comienzo de su carrera en 1921, y allí mismo empezó a poner en práctica un método personal, rigurosamente pautado de la mañana a la noche, para producir diariamente.
Un capítulo fundamental de su obra tiene anclaje en la geografía sanjuanina, que habitó durante dos estadías; una previa y otra posterior al viaje a Europa, que realizó entre 1925 y 1928. De aquellos años son “Vieja puyutana”, “El ciego” y “Paisaje andino”, tres obras de un naturalismo social que presentó en el Salón Nacional de 1925 y que le permitieron ganar el Premio Unico al Mejor Conjunto. Reconocimiento que le llegó después de que “Seres humildes I”, la obra que presentó en el Salón Nacional de 1923, obtuviera el tercer premio.
 
Un maestro en San Juan
Así, el vínculo de Spilimbergo con San Juan es lo suficientemente trascendente para la provincia y el artista como para justificar la muestra que el recién estrenado Museo Franklin Rawson le dedica en la apertura de la primera temporada en su deslumbrante nuevo edificio. Nada más oportuno para posicionar la institución, definir un perfil y una línea de trabajo que la decisión de la directora del Museo Virginia Agote, curadora también de la exhibición, de apelar a uno de los mayores maestros argentinos en cuya obra están presentes rasgos ligados a la comunidad local.
Paisajes sanjuaninos, escenas reconocibles y personajes del lugar habitan la obra exhibida que interpela al espectador desde un profundo sentido local. Todo esto distingue a la exhibición, que ocupa una de las principales salas de planta baja y el primer piso del soberbio museo –inaugurado en octubre pasado– con pinturas, dibujos y monocopias. Un conjunto integrado por obras pertenecientes a la colección del propio Museo Rawson, a colecciones privadas, instituciones como el Fondo Nacional de las Artes y museos como el Castagnino de Rosario y el Sívori de Buenos a lo que se suma el fundamental aporte de la colección de la familia, a través de la Fundación Spilimbergo.
La muestra combina una dosis de espectacularidad e intimidad al mismo tiempo. Una gigantografía del conocido retrato del artista que le realizó Grete Stern en 1937, cubre una de las pocas paredes del hall vidriado a la entrada. Al ingresar a la sala que reúne las grandes pinturas, un pequeño autorretrato del artista joven de 1930 parece construirse a sí mismo, proyectándose en la tela con la melancolía de la época. Preludio intimista para la sucesión de telas de gran formato que pintó en San Juan y en el Noroeste del país, que ya en aquellos primeros años de la década del 20, ponen en escena la particular vocación del artista por la escala mayor que más tarde conducirá su interés hacia la pintura mural.

Un maestro en San Juan
En esa sala se exhiben juntas, “Seres humildes I” y “Seres humildes II”, dos grandes telas que despuntan este rumbo. Mientras la primera composición, que le valió el tercer premio del Salón Nacional de 1923, deriva de una observación directa de las figuras y el paisaje que anuncia una toma de distancia del naturalismo académico de los primeros años, la segunda pone en evidencia la marca radical de la experiencia europea. Pintada en 1929 a su regreso de París, “Seres humildes II”, más que una observación del natural, es la repetición de un tema usado como excusa para reflexionar sobre el color y la forma, crecientemente afectados por las búsquedas pre y postcubistas que conoció en Europa.
A esta última tónica responden “Paisaje de San Juan con burrito” y “Paisaje de San Juan”, ambas de 1929. No cabe duda de que la estadía en Europa transformó producción en un sentido fundamental. El recorrido que inició en Vigo y continuó por el norte de Italia, Florencia, Padua, Arezzo, Roma y concluyó en París, donde asistió al taller de André Lhote, como Bigatti, Raquel Forner y Héctor Basaldúa, se advierte en las diversas fuentes que fueron alterando su imagen. La influencia italiana del cuatrocento se cruza con el tratamiento cezaniano de la forma que procede seguramente de lo aprendido en el taller de Lhote. Luego está también la influencia de la pintura metafísica, valori plastici y el aporte de la figuración de novecento con sus enigmáticos climas. Sobre todo en la carga melancólica que invade sus figuras en los años 30. En la planta superior un espacio acotado reúne dibujos, acuarelas, monocopias, fotos y documentos que permiten el reconocimiento de lugares, presencias e influencias.
Otro núcleo de la exhibición, que apunta a jerarquizar las piezas de la colección del museo, hace eje en la figura humana. Tema central en la producción del artista, aquí pone de relieve a “Figuras”, una pieza de gran porte de 1939 que da cuenta de la importancia por muchos desconocida del patrimonio institucional. En esa misma dirección y en consonancia con el rescate del período sanjuanino de Spilimbergo, se exhibe “Belleza y estilos”, una selección de pinturas de paisajes, naturalezas muertas y retratos que fueron rescatados de los depósitos del museo por los investigadores sanjuaninos Silvina Martínez y Eduardo Peñafort.
La muestra se propone dar visibilidad a la obra de artistas sanjuaninos muy poco recordados y de escasa proyección nacional. La iniciativa, coherente con la filosofía de la exhibición, también importa como dato de los interesantes objetivos que se está planteando la institución.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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