Expertos internacionales recomiendan armar circuitos personales según las temáticas preferidas por el visitante; consideran atractivo y eficaz el uso de las selfies con piezas de fama mundial para alcanzar una apreciación original de la obra.
Mona Lisa, una de las obras más acosadas por los visitantes del Louvre. Foto: NYT |
NUEVA YORK.- Ah, el Louvre. Es sublime, es histórico, es... abrumador.
Al ingresar en cualquier vasto museo de arte, el viajero típico toma el mapa y se pasa las siguientes dos horas corriendo de una obra maestra a otra, batallando con las multitudes, el cansancio y el hambre (pero nunca deja de tomar selfies con nombres destacados como la Mona Lisa).
¿Qué pasaría si nos quedáramos un tiempo con la pintura que nos llama en vez de la pintura que creemos que se supone que tenemos que ver?
"Cuando uno va a una biblioteca -sostuvo James O. Pawelski, director de Educación para el Positive Psychology Center (Centro de Psicología Positiva) de la Universidad de Pennsylvania-, uno no va recorriendo los estantes mirando el lomo de los libros, tuiteando a sus amigos a la salida: «¡Hoy leí 100 libros!»"
Pero es en esencia como mucha gente vive la experiencia de un museo.
Los psicólogos como James O. Pawelski dicen que si uno se desacelera -encontrando una pieza de arte que le dice algo y la observa durante minutos en vez de segundos- tiene más posibilidades de relacionarse con el arte, con la persona con la que recorre las galerías, quizá consigo mismo.
Para demostrar esto, James O. Pawelski lleva a sus estudiantes a la Fundación Barnes en Filadelfia, que alberga a algunos de los más importantes cuadros posimpresionistas y del modernismo temprano, y les pide que pasen al menos 20 minutos delante de una sola pintura que les diga algo.
"Lo que sucede, por supuesto, es que uno realmente comienza a ver lo que mira", afirmó.
La doctora Julie Haizlip no está tan segura. Haizlip es profesora de clínica de la Escuela de Enfermería y la División de Cuidados Críticos Pediátricos de la Universidad de Virginia. Mientras estudiaba en la Universidad de Pensilvania, estuvo entre los estudiantes que Pawelski llevó a la Fundación Barnes una tarde de marzo.
Inicialmente nada de la Fundación Barnes la atrapó. Entonces vio una mujer hermosa y melancólica con cabello colorado como el suyo. Era la pintura de Toulouse-Lautrec de una prostituta, A Montrouge -Rosa La Rouge-.
"Estaba tratando de entender por qué tenía una mirada tan severa", comentó Haizlip. Al pasar los minutos, Haizlip se encontró escribiendo mentalmente la historia de la mujer, imaginando que se sentía atrapada e infeliz, pero decidida. Sobre su hombro Toulouse-Lautrec había pintado una ventana.
"Hay una salida", pensó Haizlip. "Simplemente tiene que darse vuelta y verla", añadió.
"En realidad estaba proyectando mucho de mí y lo que sucedía en mi vida en aquel momento en esa pintura", continuó. "Terminó siendo un momento de autodescubrimiento", concluyó.
Formada como especialista en cuidados intensivos pediátricos, Haizlip estaba buscando un cambio, pero no sabía qué sería. Tres meses después de su encuentro con la pintura, cambió su trabajo y aceptó un cargo de docente en la Escuela de Enfermería de Virginia, donde usa la psicología positiva en equipos de salud.
"Realmente había una ventana a mis espaldas que no sé si hubiera visto -recordó- si no hubiese mirado las cosas de modo diferente."
Pawelski expresó que sigue siendo un misterio por qué mirar arte de modo deliberadamente contemplativo puede aumentar el bienestar. Pero teorizó que hay una relación entre la investigación sobre la meditación y sus efectos biológicos benéficos.
Pero "en el museo uno no se concentra sólo en su aliento; uno se concentra en la obra de arte", manifestó.
Investigaciones anteriores, incluyendo un estudio conducido por Stephen Kaplan, en la Universidad de Michigan, ya han sugerido que los museos pueden servir como ambientes de restauración.
Y Daniel Fujiwara, de la London School of Economics and Political Science (Escuela de Londres de Economía y Ciencias Políticas), ha llegado a la conclusión de que visitar museos puede tener un efecto positivo en términos de felicidad y de salud referido por las propias personas.
Una cantidad de museos ofrecen tours de arte "lentos" o días en los que se alienta a los visitantes a tomarse su tiempo. En vez de tildar obras maestras en una lista como en una caza del tesoro, sostuvo Sandra Jackson-Dumont, que supervisa los programas educativos del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, se puede hacer que un museo extenso se vuelva digerible y personal buscando solamente las obras que coinciden con sus intereses, como pueden ser la música o los caballos.
Para encontrar obras o galerías relevantes, investigue la colección del museo online. O vaya a la mesa de informes al llegar, dígale a alguien del personal qué tema le fascina, por ejemplo, la música, y pida orientación. Si la persona no sabe, pregunte si hay alguien más con quien pueda hablar, aconsejó, porque en los grandes museos hay muchos especialistas.
Jackson-Dumont, que también trabajó en el Museo de Arte de Seattle, el Studio Museum en Harlem y el Museo Whitney de Arte Americano, dijo que los viajeros deben sentir que pueden ser los "curadores" de su propia experiencia. Digamos, por ejemplo, que no le gusta que se hable cuando mira arte. Jackson-Dumont sugiere que haga su propia banda de sonido en casa y lleve auriculares al museo.
"Creo que la gente siente que tiene que actuar de cierto modo en un museo", indicó. "Uno puede en realidad actuar tal como es", agregó.
En ese sentido, muchos museos están alentando a los visitantes a tomar selfies con obras de arte y subirlos a las redes sociales. A algunos visitantes eso les parece grosero, que distrae o que es antitético con la contemplación. Pero, sorprendentemente, Jackson-Dumont ha observado que cuando los visitantes a los museos asumen una pose inspirada en el arte, no sólo crean camaradería entre quienes miran, sino que da a quienes toman las selfies una nueva apreciación del arte.
De hecho, asumir la pose de una escultura, por ejemplo, es algo que el Museo Metropolitano alienta con visitantes que son ciegos o con limitaciones en la visión porque "sentir la pose" les puede permitir entender mejor la obra.
Siempre habrá pinturas o monumentos que los viajeros considerarán que tienen que ver. Para reducir la lista, Jackson-Dumont sugiere preguntarse: "¿Cuáles son las cosas que si no las veo me van a dejar con la sensación de que no tuve una experiencia de Nueva York (o de cualquier otra ciudad)? Los tours de los museos también pueden ayudarlo a ser eficiente".
La próxima vez que entre a un centro con vastos tesoros de arte e historia permita que lo dominen sus intereses y su instinto. Nunca se sabe a dónde lo conducirán. Antes de salir de la Fundación Barnes esa tarde de marzo, Haizlip tuvo otro momento inesperado: compró una reproducción de la mujer de Toulouse-Lautrec.
"Sentí que tenía más cosas para decirme", argumentó.
Texto Stephanie Rosenbloom, The New York Times
Traducción de Gabriel Zadunaisky.
Fuente. lanacion.com
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