Vive en París. Cuando viene, recorre la Ciudad y se reencuentra
 con lugares y circuitos que se hicieron entrañables en su juventud. 

Allá no hay. Sándwiches de miga y medialunas de grasa. “Son gustos ligados a la infancia”, dice. / GENTILEZA SMW
Por Einat Rozenwasser
Una ciudad con secretos escondidos. Además de los recuerdos de 
la juventud, mucho de la relación de Marilú Marini con Buenos Aires 
tiene que ver con el juego, el alimento para la imaginación que, dice, 
le generaban esos lugares por descubrir. Temporalmente de este lado del 
mapa (vive en París, aquí encabeza con Lito Cruz el elenco de 33 Variaciones
 en el Metropolitan Citi), lo cuenta con la maestría de su talla y es 
como visitar con ella cada uno de estos rincones que tienen recuerdos, 
olores, sabores.
“Durante un tiempo trabajé en el Teatro 
Argentino. Estaba cerca del pasaje La Piedad, en la calle Bartolomé 
Mitre. Siempre me fascinó, era como aislarse del ruido y el ritmo de la 
Ciudad. Un lugar recóndito y secreto”, invita. 
De ahí a Costanera
 Sur, cuando todavía quedaban lugares en los que se podía comer y había 
shows. “En una época íbamos con la gente del Di Tella. Donde está la 
pérgola y el monumento a Luis Viale, ese hombre que en un naufragio 
salvó a una señora y a una niña dándole su salvavidas, recuerdo un acto 
muy fuerte en el que estos artistas tiraron obras al río. Como una 
manera de decir que si el arte no era mirado no tenía objeto”, avanza. 
Había
 llegado al Di Tella como bailarina y Roberto Villanueva le ofreció su 
primer rol como actriz. “Tenía una gran concurrencia. Pienso que muchos 
venían a ver qué hacían los ‘locos’ del Di Tella, lo extravagante. Pero 
lo veían, no salían indemnes”, reflexiona. 
Después a la avenida Corrientes, con los musicales Hair  y Aplausos
 . “Estar ahí me hacía transitar por lugares como las librerías, que son
 como la cueva de Alí Babá, algo encantado. Las de Corrientes y las de 
Sarmiento, por atrás, porque hay cosas muy interesantes del otro lado. 
Me encanta la de Alberto Casares, en Suipacha, entre Lavalle y Tucumán. 
Porque tiene tesoros y porque él es una persona maravillosa, un 
conocedor muy delicado y espiritual de la literatura. Cada vez que 
podemos con mi marido (Rodolfo De Souza, también integra el elenco de 33 Variaciones ) vamos y nos instalamos”, cuenta.
-¿Qué buscan? ¿O que los encuentre a ustedes?
-Hay
 de todo, encuentros y búsquedas. Antologías, ahí compré el libro de 
Prilidiano Pueyrredón editado por el Fondo Nacional de las Artes. O todo
 lo que se empezó a reeditar de Slivina Ocampo.
Hay más con ese 
lugar. “Conocí Lavalle de adolescente, la calle de los grandes cines. 
Siempre era muy animada, pero ahora mucho más. Una calle que era de 
paseo se convirtió en una calle de mercado con muchísimas propuestas. 
Pasan cosas todo el tiempo, el Centro está mucho más agitado y en la 
librería de Casares hay silencio, hay espacio y hay tiempo. El tiempo, 
hoy en día, es una de las cosas más raras de encontrar”, reflexiona.
La
 recorrida sigue por el café Los Galgos, la tienda de Pablo Ramírez, el 
Café Rivas, el restaurante El Globo y el Plaza, donde va a comer puchero
 los domingos. “Me gusta caminar y perderme. Y observar la arquitectura,
 todo lo que es art decó es fantástico, aunque desgraciadamente hay que 
mirar para arriba porque la parte de abajo ha sido diezmada. El otro día
 grabé en una escuela para niños sordomudos en Devoto, sobre la avenida 
Lincoln al cuatro mil y pico, un petit hotel de un refinamiento y una 
calidad de materiales... O los edificios del arquitecto Alejandro 
Virasoro que están sobre Laprida, entre Santa Fe y Las Heras”, repasa.
A
 pesar de las patisseries y los croissants, en París extraña los 
sándwiches de miga y las medialunas de grasa (especialmente los de La 
Pasta Frola). “Son gustos ligados a la infancia, a la adolescencia, como
 la madeleine de Proust”, compara. Como La Giralda, detenida en el 
tiempo. O El Gato de Oro, un lugar querido por Villanueva. “Por eso 
mismo me encantaba ir a caminar por La Boca con Jorge Luz, éramos muy 
amigos. El había trabajado mucho en el teatro que había creado Cecilio 
Madanes en Caminito y lo querían todos. Era como visitar un gran patio 
donde los vecinos lo saludaban, por ahí nos invitaban a alguna de las 
casas. Es otro barrio que tiene lo que todos conocemos pero, también, 
cosas que son secretas”.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com

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