Por Eduardo Parise
Es como esos cantantes líricos desconocidos que en algún
momento estuvieron en medio de un coro acompañando a Luciano Pavarotti. O
como esos bailarines que integraban la compañía donde se destacaba
Mijail Baryshnikov y de los que nadie conoce el nombre. Porque la
estructura metálica, que muy pocos advierten y que desde hace más de un
siglo está casi en el centro del Jardín Botánico de la Ciudad, alguna
vez compartió escenario con la mundialmente conocida Torre Eiffel de
París.
Se trata del invernadero principal de ese monumental jardín
que ocupa más de siete hectáreas en el corazón de Palermo. El
invernadero fue instalado allí en 1900, tras recibir un premio en la
Exposición Universal con que los franceses y el mundo celebraron el
Centenario del comienzo de aquella Revolución que promovía libertad,
igualdad y fraternidad.
Construida en hierro y vidrio, la
estructura tiene 35 metros de largo por ocho de ancho con una cúpula
central que llega a los cinco metros de altura. Se la considera un
símbolo del Art Nouveau, el estilo de esa corriente de renovación
artística desarrollada entre fines del siglo XIX y principios del XX,
donde se proponía que tanto las grandes construcciones como los más
simples objetos cotidianos tuvieran una estética tan bella como las
curvas de una bella mujer.
Por suerte, a pesar de ser casi un
desconocido, en abril de 1996 el invernadero fue declarado Monumento
Histórico Nacional. Es que, además de su belleza arquitectónica, bajo
esa cúpula vidriada se resguardan especies importantes, muchas de las
cuales provienen de regiones con climas más cálidos, como los helechos
(hay unos mil ejemplares), distintas orquídeas o palmeras tan exóticas
como la areca vestiaria llegada desde Nueva Guinea.
El
Jardín Botánico fue inaugurado el 7 de septiembre de 1898 (acaba de
cumplir 113 años) por iniciativa de Carlos Thays, aquel arquitecto y
paisajista francés que diseñó muchos de los parques y plazas que hoy
disfruta Buenos Aires. La mitología urbana dice que, a finales de la
época colonial, en aquellos terrenos habría estado lo que se conocía
como “el almacén de la pólvora” o “polvorín de Cueli”, por el nombre una
familia que habitaba la zona.
Lo concreto es que el invernadero
sigue siendo una estructura estelar en ese ámbito “con mil distintos
tonos de verde” (como suele definir la letra de una vieja zamba sobre
otros paisajes) que, a lo largo de los años, pudo superar las corrosivas
acciones del óxido y hasta las inclemencias meteorológicas como aquella
granizada que, el 26 de julio de 2006, no sólo hirió a mucha gente,
destrozó techos y abolló autos, sino que tampoco tuvo piedad con esos
vidrios cargados de historia.
Por fortuna esta estructura, que
supo lucirse en París, sigue en pie para regocijo de propios y extraños.
Obviamente tuvo mejor suerte que el espectacular Pabellón Argentino,
ganador de un primer premio en la misma exposición de 1889 y que los
argentinos no supimos preservar. Lo había diseñado el arquitecto francés
Albert Ballú y su moderna estructura de hierro y vidrio, totalmente
desmontable, ocupaba unos 1.600 metros cuadrados. Algunas de sus partes
aún se destacan en la Ciudad, aunque de aquella magnífica obra que
durante unos años engalanó los alrededores de la plaza San Martín, en
Retiro, poco es lo que queda. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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