PLAZA DE MAYO DESDE ARRIBA

Estrellas del pasado
La popularidad en tiempos de los próceres
Plaza de Mayo en una antigua postal.

Por Daniel Balmaceda  | Para LA NACIÓN
Para 1880, Buenos Aires padecía el problema de los chicos que querían ser equilibristas. El culpable de esa moda fue Jean François Gravelet, alias Charles Blondin, un francés que arribó en 1877 e instaló su circo, primero en Rivadavia y Agüero, y luego en Corrientes y Medrano.
Venía precedido de hazañas por el mundo. El 30 de junio de 1859 había cruzado, sobre una cuerda, las cataratas del Niágara (335 metros de distancia, 60 metros de altura) en la frontera de Estados Unidos y Canadá. Tardó 17 minutos. En la orilla canadiense recolectó donaciones del público, tomó un trago de whisky y regresó a Estados Unidos por la cuerda, pero más rápido: en seis minutos. Medía un 1,68 metros, pesaba 63,5 kilos.
Repitió la experiencia los días siguientes, pero aumentando las dificultades: con los ojos vendados, empujando una carretilla, caminando hacia atrás, sin el balancín. El 17 de agosto de 1859 cargó a su representante, Harry Colcord. El cruce demandó 42 insoportables minutos. Pocas demostraciones han tenido el grado de espectacularidad y angustia que provocó el equilibrista esa tarde.
En Europa, la reserva de Edgbaston en Birmingham y el Crystal Palace de Londres (un pabellón de vidrio que fue emblema de la ciudad entre 1851 y 1936) también lo tuvieron como protagonista de cruces a varios metros de altura. Incluso había hecho esa pirueta en una soga atada a los mástiles de dos barcos, en un día de tormenta. Disfrutaron de sus acrobacias y sufrieron con sus locuras en Asia, Europa, América y Oceanía.
Precedido de su fama, Blondin conquistó al público porteño con destrezas mucho más simples que realizaba dentro de la carpa del circo en el barrio de Almagro. Fascinó a sus espectadores del circo, pero el francés quería demostrar su mejor destreza.
Para sumarse a la celebración del 25 de Mayo de 1878, se ofreció a cruzar la Plaza de Mayo a 20 metros de altura, haciendo equilibrio sobre una cuerda suspendida, desde la punta de la Recova (en el lugar que hoy ocupa la Pirámide de Mayo) hasta la torre del Cabildo (era más alta que la actual). Blondin tenía 54 años y sus reflejos podrían traicionarlo. De todas maneras se autorizó la demostración.
En la mañana del 25 de Mayo de 1878, Buenos Aires se concentró en la Plaza de Mayo. El Gran Blondin se asomó al techo de la Recova con un balancín corto. Se peinó el bigote y se lanzó. Cruzó hasta la otra punta. Fue como si estuviera atravesando un río desde un ancho puente. Recibió una ovación. Apenas una más de todas las que cosechó en su carrera.
Luego de la exitosa actuación en la Plaza de Mayo, la policía se vio obligada a comunicar a sus agentes que prestaran atención, ya que infinidad de chicos se lanzaron a experimentar la práctica del equilibrismo y era necesario prevenir a los jóvenes acróbatas de que Blondin había (y habrá) uno solo.
Por otra parte, en el ambiente político comenzó a utilizarse la palabra blondin para apodar a los tránsfugas, aquellos que se pasan de un partido a otro sin ninguna dificultad.

Fuente texto: lanacion.com

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