Vista aérea. La iglesia y los claustros de la abadía, en la manzana de Luis María Campos y Gorostiaga.
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Una vez más Casa FOA redescubre un lugar mágico de la Ciudad. En una manzana particular del barrio de Palermo, que se derrama boscosa y enmarañada sobre la avenida Luis María Campos y de la cual emerge a lo alto, la iglesia abacial San Benito. Al lado, como transportado por el Túnel del Tiempo, un claustro bien ecléctico, con una mezcla de austeridad románica, refinamiento gótico y huellas de hormigón armado.
En este lugar, en la fría mañana del jueves pasado, se congregó el colectivo de decoradores, interioristas y paisajistas argentinos para hacer la recorrida por lo que será la 31° edición de Casa FOA, que ya recorre su 30 aniversario y que abrirá las puertas el próximo 10 de octubre. Sacaron fotos, hicieron dibujos y relevaron los 5.000 metros cuadrados que tiene el edificio para luego elegir cuál de los 45 espacios propuestos por los organizadores intervenir.
Por suerte también estaba Gustavo Brandaris, un arquitecto especialista en patrimonio, que tiene entre sus antecedentes haber sido asesor en las obras del Teatro Colón y que aquí, junto con el estudio Polizzini-Soldini, serán los custodios de velar por la salud de este bien patrimonial.
Según me contó Brandaris, la Orden de San Benito tiene casi 1.500 años de historia, pero menos de un siglo en la Argentina. Llegaron en 1915 enviados por la Abadía Santo Domingo de Silos, en Burgos (España), con la misión de encontrar una residencia para monjes que habían sido expulsados de México por motivos político-religiosos. Primero se establecieron en una estancia en Carlos Casares pero ya para 1920 ocuparon el actual terreno, ubicado en un lugar poco accesible y con buena visibilidad, ideal para un monasterio. Allí, el 5 de octubre de ese año el Abad de Silo llega a esta zona de Las Cañitas para colocar la piedra fundamental de la Capilla del Santo Cristo.
Para la construcción de la Abadía convocan a varios arquitectos de renombre, entre ellos a Alejandro Bustillo, autor del Banco Nación de Plaza de Mayo o el Hotel Llao Llao. Pero finalmente eligen al Padre Eleuterio González, arquitecto también y uno de los primeros seis monjes de la congregación que llegaron a Buenos Aires a principios del siglo pasado.
El sitio elegido respondía al tipo de localizaciones que preferían los benedictinos para sus abadías, como emergiendo en lo alto de la topografía. El conjunto se componía de la iglesia abacial, puesta con su ábside de punta a la barranca y al lado un edificio con dos claustros, uno mayor y otro menor. Las obras de la abadía comenzaron en 1924 y se prolongaron más de seis décadas. En 1941 comienzan la construcción de la iglesia abacial y el claustro con arcadas y capiteles románicos a imitación del claustro de Silos, pero se suspenden las obras en reiteradas ocasiones por la guerra y por falta de recursos.
Con el crecimiento de la Ciudad, el sitio dejó de ser propicio para los hábitos y costumbres benedictinos. Y en consecuencia se mudaron extramuros , a la localidad de Jáuregui. El edificio sobre la calle Villanueva fue concedido al Euskal Echea y la construcción de adelante, entre Gorostiaga y Luis María Campo, fue usada como residencia para estudiantes.
Los decoradores convocados por Casa FOA deberán intervenir las celdas que antes funcionaban como habitaciones, las galerías, el patio central, algunos pocos espacios de mayores dimensiones, pero además los baños, la biblioteca y el auditorio que quedarán como mejoras para este edificio inconcluso. La incógnita es qué pasará con este lugar una vez pasada la exhibición.
Hace años, hubo un proyecto, el más polémico, que proponía ampliar sobre este terreno el Shopping Solar de la Abadía que está enfrente. En 2005, se presentó otra idea: hacer sobre Luis María Campos, y reconstruyendo la virtual barranca, un centro de diagnóstico de alta complejidad motorizado por el Hospital Británico. Tampoco funcionó. Los últimos planos que publicamos en ARQ para este sitio proponen un complejo con oficinas, un museo de sitio y un área cultural revitalizando los claustros. También se sabe que está hecho todo el relevamiento, el diagnóstico y la documentación de obra para concluir el revestimiento de ladrillos que la iglesia abacial aún tiene pendiente.
Lo cierto es que, como dice Brandaris, si sobre el patrimonio avanza la política de “no tocar nada”, lo más probable es que no lo toquen los hombres, sino las ratas. El desafío es, entonces, encontrar un nuevo uso a este fantástico complejo para integrarlo a la Ciudad y darle un nuevo ciclo de vida.
Editor General ARQ
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