De Nueva York a Estocolmo, museos de todo el mundo reexaminan el legado del arquitecto.
La influencia de sus utópicas teorías cobra actualidad.
La influencia de sus utópicas teorías cobra actualidad.
La pintura 'The poem of the Right Angle plates' (1955), de Le Corbusier. |
Álex Vicente -
Estocolmo
Los suecos todavía no se han olvidado de Le Corbusier. En 1933, el
arquitecto tuvo la ocurrencia de tirar abajo el centro de Estocolmo para
crear una urbe moderna, con torres y rascacielos que permitieran
responder al boom demográfico gracias a la verticalidad, así
como grandes avenidas cerradas a la circulación para favorecer la
calidad de vida. Pero ganó la piedra decimonónica y el proyecto no fue
seleccionado. “Sabía que nunca le darían el encargo. Fue una provocación
teórica, pero también una estrategia para venderse a sí mismo”, explica
Jean-Louis Cohen, profesor de la New York University, uno de los
mayores expertos en el arquitecto y comisario de Moment. El laboratorio secreto de Le Corbusier,la
nueva exposición inaugurada en el Moderna Museet de Estocolmo, con el
objetivo de inspeccionar el proceso creativo del arquitecto francosuizo.
Es la primera de las numerosas muestras que, a lo largo de este año,
reexaminarán el legado de Le Corbusier, avanzándose a la próxima
efeméride de envergadura, la conmemoración dentro de dos años del 50º
aniversario de su muerte. El MoMA de Nueva York se anticipará al
calendario con su primera muestra sobre el arquitecto, prevista para
mayo y destinada a convertirse en su blockbuster estival, que
se apoyará en numerosos documentos de su archivo personal, de las
acuarelas pintadas durante sus viajes de juventud a los esbozos del
paisaje indio que inspiraron la construcción de su ciudad utópica en
Chandigarh, la capital del Punjab.
A finales de abril, se inaugurará en Bruselas una muestra sobre Le Corbusier y la fotografía,
que abordará cómo se sirvió de la disciplina para documentar sus
proyectos, pero también para publicitar su trabajo e incluso su persona,
reclutando a artistas tan reputados como René Burri y Lucien Hervé. En
Marsella, ciudad impregnada de su legado urbanístico, una exposición
sobre Le Corbusier y la herencia del brutalismo abrirá sus puertas en
octubre. Todo ello, mientras sigue abierta la muestra sobre sus
proyectos italianos en el MAXXI de Roma, y al tiempo que ocupa un papel
protagonista en otra exposición sobre la evolución del oficio de
arquitecto que todavía puede visitarse en la Pinacoteca Moderna de
Múnich.
Todas ellas insisten en sus múltiples facetas de arquitecto,
urbanista, paisajista, diseñador de interiores, escritor y artista,
dignas de un hombre renacentista. A través de sus 400 proyectos
urbanísticos —una aplastante mayoría de los cuales nunca serían
realizados— y de los 75 edificios que logró erigir en una docena de
países, Le Corbusier ideó una nueva poética de la arquitectura, a medio
camino entre la armonía clásica y la funcionalidad que requerían los
tiempos modernos. Sus hallazgos formales procedieron, a menudo, de su
experimentación en la pintura y la escultura. Cuentan que Le Corbusier,
artista plástico de formación, visitaba su atelier cada mañana
para trabajar en sus lienzos, antes de dirigirse a su estudio cada tarde
para estudiar cómo aplicar las mismas composiciones en el plano
arquitectónico.
Ese vivero de experimentación —al que llamaba su “laboratorio
secreto”, como dejó dicho en 1948— protagoniza la muestra de Estocolmo,
que hasta el 18 de abril se introduce en la mente de Le Corbusier a
través de 200 pinturas, esculturas, esbozos arquitectónicos, naturalezas
muertas, fotografías de época y hasta su colección personal de
crustáceos marinos, cuyas cavidades misteriosas inspiraron las formas de
sus edificios tardíos. Por ejemplo, con un poco de imaginación se logra
entender cómo el caparazón de un cangrejo pudo inspirar la capilla de
Ronchamp, construida en los cincuenta.
La semejanza entre sus obras pictóricas y sus creaciones
arquitectónicas del mismo periodo resulta todavía más flagrante. Las
formas geométricas de sus residencias de la cercanía parisiense, con la
Villa Savoye al frente, se parecen sospechosamente a las que figuran en
uno de sus primeros cuadros, La chimenea (1918), cuando todavía
utilizaba su auténtico apellido, Jeanneret, para firmar sus obras con
caligrafía perfecta. Más tarde, salpicaría el blanco nuclear con algunas
manchas de colores primarios, como resultado de su descubrimiento de la
corriente holandesa De Stijl. A finales de los años veinte, las formas
irregulares y las gamas cromáticas de sus bodegones poscubistas
empezaron a aparecer en sus edificios. Las correspondencias entre arte y
arquitectura se alargarán hasta el final de sus días. “Sus edificios de
los años cuarenta, como la Cité Radieuse de Marsella, integran
diferentes disciplinas y reproducen su interés por la síntesis de las
artes”, explica Le Cohen junto a las numerosas maquetas de la
exposición, preparadas para la ocasión por la Universitat Politècnica de
Catalunya.
“Nos seguimos interesando por Le Corbusier al margen de los
aniversarios porque es una figura seductora en la historia de la
arquitectura, por su capacidad de invención y su reivindicación de
libertad”, afirma el comisario. “Pero también porque el corbusianismo ha
sido un lenguaje mal imitado, con el que seguimos conviviendo”. Así es
en todo el mundo. También en Estocolmo. Su proyecto fue rechazado por
escandaloso, pero acabaría dando lugar a otro mucho peor en los
cincuenta. De entre todas sus ideas, solo se privilegió la del
desarrollo vertical, lo que exigió demoler gran parte del centro
histórico de Klara, recordado hoy con nostalgia por los autóctonos. En
cambio, la circulación congestionada sigue ahí.
Fuente: elpais.es
Fuente: elpais.es
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