La casona de Beccar guarda obras, cartas y documentos que confirman la vehemente personalidad de su dueña
Otros tiempos. Victoria Ocampo formó parte de una generación que tuvo teléfonos a disco y cartas manuscritas, pero con ideas disruptivas Foto: LA NACIÓN / Aníbal Greco
Por María Elena Polack
Bibliómana. Impulsiva. Apasionada por la verdad y la justicia. Así fue siempre, Victoria Ocampo.
Y buena parte de los libros y las cartas que se atesoran en su casona
de Beccar confirman su fuerte carácter y su inquietud por el mundo de
las ideas, más que por el universo de la ficción.
Su lápiz rojo de
carpintero, de trazo más que grueso, desnuda en los márgenes de muchos
libros sus debates intelectuales. Esa marginalia se desborda con
frecuencia y copa el centro del texto con frases en el idioma de la
obra, para dejar sentada su postura frente al autor.
Horriblement Faux!!! (Horriblemente Falso!!! Escribe en la página 90 de Sex and Character
de Weininger Otto, porque no coincide con su visión sobre la sexualidad
de hombres y mujeres en su juventud). "Espantosa traducción del texto
inglés que hicieron sin avisarme ni mandarme pruebas. Yo lo hubiera
podido escribir en francés mejor que en inglés", asienta su rabia,
aunque en lápiz de dibujo, en su artículo para Malraux, Être et dire.
El silencio es tan profundo en su escritorio de Villa Ocampo
que uno puede imaginarse a la creadora de la revista Sur, y primera
mujer en acceder a la Academia Nacional de Letras, en un estallido
volcánico ante un autor al que sentencia con grafía contundente.
Sus
comentarios, sus trazos, sus colores, permiten reconstruir los
distintos estados de ánimo frente a las distintas ideas y la relación
con sus autores. "Orejas" (hojas dobladas) en más de una publicación,
dejan en claro que Victoria Ocampo no fue una coleccionista sino una
consumidora de libros, que compraba con avidez, como una necesidad
física.
Integrante de una gran generación de intelectuales, fue
contemporánea de André Malraux, André Gide, Jacques Lacan, Albert Camus,
Roger Caillois, Rafael Alberti, Pierre Drieu la Rochelle, Jorge Luis
Borges, entre muchos otros nombres con quienes tuvo relación directa. De
esos vínculos han quedado testimonios en dedicatorias, cartas
manuscritas, dibujos y primeras ediciones en sus idiomas originales. No
deja de sorprender el cambio de la letra de Borges en la medida en que
va perdiendo su visión, aunque mantiene intacta su ironía: la define
como "nuestra Primera Dama".
Sus tesoros, unos 12.000 volúmenes, alcanzan a más de un centenar de obras desde el siglo XVI, como Medicorum Omnium facile principis, de Hipócrates, de 1596, y a autores como Sarmiento, que le decidó a una tía abuela suya la primera edición de La vida de Dominguito. Esas piezas más delicadas son las únicas que se salvaron de su marginalia.
Modernidad. La máquina Underwood está aún en servicio Foto: Aníbal Greco |
Identidad. Los lentes de marco blanco, su sello personal Foto: Aníbal Greco |
Manuscritos.
Una carta de mayo de 1976 a Roger Caillois confirma su vehemencia,
comienza en francés y termina en español; Rafael Alberti le dibuja una
dedicatoria en Sobre los Ángeles; Borges le desea “Happy Xmas y 1966
para nuestra Primera Dama” Foto: Aníbal Greco
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Manuscritos. Una carta de mayo de 1976 a Roger Caillois confirma su vehemencia, comienza en francés y termina en español; Rafael Alberti le dibuja una dedicatoria en Sobre los Ángeles; Borges le desea “Happy Xmas y 1966 para nuestra Primera Dama” Foto: Aníbal Greco |
Manuscritos. Una carta de mayo de 1976 a Roger Caillois confirma su vehemencia, comienza en francés y termina en español; Rafael Alberti le dibuja una dedicatoria en Sobre los Ángeles; Borges le desea “Happy Xmas y 1966 para nuestra Primera Dama” Foto: Aníbal Greco |
Reliquia. Secante de tinta de cerámica y puño de plata Foto: Aníbal Greco |
El escritorio. Amplio y luminoso, conserva su cómodo sillón y una pared repleta de libros marcados con sus apreciaciones Foto: Aníbal Greco |
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