EL PATRONO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES,
UN GUERRERO FRANCÉS

San Martín de Tours combatió para el imperio romano. La capa y el mendigo, su paso por la Iglesia y
el sorteo que lo liga Buenos Aires.

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   El Monumento a San Martín de Tours, obra del escultor ítalo-argentino Ermando Bucci.

Eduardo Parise


Muchos consideran que Buenos Aires es una ciudad tan extraña y mítica que hasta tuvo que ser fundada dos veces. Claro que algunos creen que la primera fundación no fue tal porque, dicen, sólo se trató de un asentamiento y no llegó a esa categoría. De todas maneras, la Ciudad tiene otras cosas tanto o más curiosas que esa doble fundación. Un buen ejemplo de esas curiosidades es su patrono, San Martín de Tours. Lo identifican como francés, aunque nació en Hungría; fue un verdadero cuadro militar de los ejércitos del imperio romano y un obstinado sorteo lo ungió como Santo Patrono de esta concentración urbana, bien española en su origen, pero que 432 años más tarde tiene casi tanta mezcla como si se tratara de las Naciones Unidas.
Lo eligieron patrono en octubre de 1580, cuatro meses después de la fundación. Se cumplía así con una vieja tradición. Según la leyenda, lo extraño fue que cuando su nombre surgió del primer sorteo, muchos se opusieron por tratarse de un “santo francés”. Cuentan que hubo un segundo sorteo y volvió a salir su nombre. Cuando al tercer intento apareció otra vez él, dicen que se resignaron y lo validaron sin más trámite. ¿Quién era ese “santo francés”, empecinado en convertirse en protector de aquella lejana colonia? Había nacido en Panonia, actual Hungría, en 316. Era hijo de un tribuno romano, veterano de los ejércitos del imperio. Por eso es que cuando sus padres se radicaron en Italia, a los 15 años fue incorporado a la fuerza militar. Para entonces ya se había educado en Pavía.
Pero su mayor fama no tiene que ver con ningún sangriento combate, sino con un hecho que lo marcaría para siempre. Fue un día en que las fuerzas de la guardia imperial que integraba llegaron a Amiens, en la zona de las Galias. Era el invierno de 337. Martín, montado en su caballo, llevaba sobre sus hombros una buena capa de piel que lo protegía del frío. En ese momento, se le acercó un mendigo con poca ropa y tiritando a pedirle ayuda. El gesto de Martín fue contundente: sacó su espada, cortó la capa a la mitad y le entregó una parte a aquel hombre. La historia dice que esa noche, en sueños, se le apareció Jesús llevando puesta esa parte del abrigo. La moraleja fue simple: siempre en la vida es más difícil compartir que regalar.
Aquel gesto está reflejado en el monumento dedicado a San Martín de Tours que se encuentra en una plazoleta en la subida de la calle Junín, entre Posadas y avenida Alvear, en Recoleta. Fue realizado en bronce por el escultor ítalo-argentino Ermando Bucci y se inauguró en 1981. Y la iglesia donde se lo venera en Buenos Aires está justamente en el 2949 de la calle que lleva el nombre del santo, en Palermo. Fue habilitada en 1931.
Después de esa acción, Martín dejó el ejército, se sumó al catolicismo y llegó a ser obispo de la ciudad de Tours, predicando y fundando conventos en Francia. Murió en Candes en 397 y se lo evoca cada 11 de noviembre, fecha en la que en España se solía faenar algún cerdo en cada chacra. Eso originó la frase de que “a cada chancho le llega su San Martín”.
También cuentan que la mitad de la capa que le quedó al santo fue guardada en una urna en un pequeño santuario construido especialmente. A esa capa trunca se la llama “capilla” y al encargado de cuidarla se lo conoce como “el capellán”.
De ahí el origen de la palabra que designa a un pequeño oratorio, un tema que merece tal vez una investigación más profunda. Pero esa es otra historia.


Fuente: clarin.com


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