Del pop de Edgardo Giménez a los collages de gran formato del dúo Mondongo, cinco artistas muestran sus ateliers
Punta Indio. "Vayan, vayan, que es el taller más lindo del país", recomendaba Schussheim la casa de su colega Giménez: la explosión de colores llega hasta la camisa, que le regaló Marta Minujín Foto: Victoria Gesualdi / AFV |
No
hay caos ni olores fuertes. Más bien por el contrario: el escenario
sorprende por su orden casi perfecto; lógico, digamos. En algunos casos,
se oye hasta el más cerrado silencio. Y en otros, la luz es solamente
natural. ¿Será que al imaginario colectivo de los ateliers les sobra
bohemia? ¿Por dónde pasa la mística del taller de un artista
profesional? Con la idea de develar parte del secreto ritual de la
creación, o mejor mostrar el lugar donde nace y crece una idea que se
hace obra, LA NACIÓN visitó a cinco artistas de diferentes estéticas y
generaciones.
La casa de fin de semana de Edgardo Giménez, en
Punta Indio -a 150 kilómetros de Buenos Aires, antes de que empiece a
pegar la vuelta la Bahía de Samborombón- es, a la vez, espacio de
trabajo del gran artista pop. La única banda de sonido para su
producción es la que tocan las aves y las ranas. Allí, lleva 38 años
"haciendo" cuando tiene ganas y el ánimo lo acompaña: desde el edificio
hasta el diseño del jardín tienen su rúbrica.
Trapitos. Gaspar Libedinsky hace instalaciones e interviene espacios públicos Foto: LA NACIÓN / Silvana Colombo |
En un subsuelo pegado a la comisaría del Botánico donde la música se oye bien fuerte, Juliana Laffitte y Manuel Mendanha -conocidos en todo el mundo como Mondongo desde que retrataron a los reyes de España con espejitos de colores- modelan, clavan, pegan y remachan collages de gran formato. De un primer vistazo, el lugar podría ser una ferretería, con materiales clasificados. Han hecho retratos con plastilina, carne, hostias, pero ahora, por ejemplo, trabajan en un billete de un dólar que se teje con hilo plateado entre 60.000 clavos.
El altillo en Barrio Norte
donde Renata Schussheim concibe su obra plástica, además de los
vestuarios que realiza para teatro y ballet, da a un balcón a la calle.
Únicamente sus loros rompen el silencio que la cabeza creativa y
pelirroja necesita como primer punto de su rito, que se da siempre de
día.
Carreteles en fuga. En lo de Mondongo, todo viene por decenas; también las ideas Foto: LA NACIÓN / Emiliano Lasalvia |
Por el contrario, un debate sobre temas que son siempre parte
de la obra -y nunca de la acalorada coyuntura que se dé puertas hacia
afuera del taller- se oye en el estudio del joven arquitecto, artista
plástico, curador y profesor de Harvard y la Architectural Association
de Londres Gaspar Libedinsky. En un edificio de Once copado por
artistas, este joven talento Sub 40 que con su muestra de trapos (de
piso, franelas, rejillas) llegó lejos, planea intervenciones en el
espacio público, convencido de que hay que llenar la ciudad de fantasía.
Su paternidad -como a Mondongo- le ha pautado una rutina con horarios
menos flexibles.
Clásico en sus materiales, en sus elementos, e
inagotable en su producción, Adolfo Nigro asocia formas, pinta y
reconvierte objetos en pequeñas esculturas. Bob Dylan lo acompaña en su
espacio preferencial: la cocina de su departamento en Constitución tiene
la mejor luz, también en las noches de tormenta..
Pintar, a lo clásico. Adolfo Nigro trabaja en su casa taller, sobre todo de noche Foto: LA NACIÓN / Fabián Marelli |
Figurines. Luz natural, silencio y muchas ideas en el altillo de Renata Schussheim Foto: LA NACIÓN / Emiliano Lasalvia |
Fuente. lanacion.com
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