Los argentinos y el catalán que crearon el premiado BKF querían reconstruir la Ciudad.
Homenaje. Del diseñador Alfred Fellinger al BKF y sus 75 años. /FABIO BÓRQUEZ |
Por Miguel Jurado
Tengo un sillón BKF en casa y nunca sé cómo sentarme. Mi amigo,
el diseñador Alfred Fellinger, un experto en muebles modernos, me
explica cómo se usa: “La mano derecha en una de las puntas bajas, la
izquierda en una de las puntas altas, la cabeza apoyada en la otra, y
una pierna a cada lado de la segunda punta baja”. No es una posición muy
natural, pero un BKF nunca es del todo cómodo, es lindo. “Tiene la
virtud de que queda bien en cualquier lugar, como una escultura, y es el
diseño argentino más famoso del mundo”, me dice. Y tiene razón. Aquí en
Buenos Aires, en 1943, ganó el primer premio del Salón de Decoradores, y
un año después, ganó el premio adquisición del Museo de Arte Moderno de
Nueva York (MOMA).
Si no me fallan las cuentas, el BKF debe estar
cumpliendo 75 años. En 1938 lo construyeron por primera vez el catalán
Antonio Bonet y los argentinos Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy. Una
estructura de hierro doblada y un cuero colgado encima. Una idea
sencilla y efectiva, tan argentina como el dulce de leche, el colectivo y
la birome.
Nadie sabe cómo se les ocurrió la idea a esos tres
jóvenes arquitectos, pero la verdad es que la pegaron, aunque no ganaron
mucha plata porque el invento era tan sencillo que cualquiera podía
copiarlo. Un año antes de ponerse a doblar hierros, los tres habían
trabajado en el estudio de Le Corbusier en París. Allí las ideas
brotaban como flores en primavera, tal vez ahí empezó todo.
En
esa época, Le Corbusier era el Maradona de la arquitectura, creativo,
sorprendente, un superdotado que se peleaba con todo el mundo convencido
de que sus ideas eran mejores que las de cualquiera. En 1929 había
estado en Buenos Aires y la bautizó “La ciudad sin esperanzas”. Pero
vivo, el suizo empezó a trabajar en un plan para hacer la ciudad de
nuevo. Proponía una docena de torres vidriadas en lo que hoy es
Microcentro, autopistas y una aeroisla ¡Sí, como la que quería hacer
Menem! Nadie le dio pelota.
Ocho años después, cuando vio a los
jóvenes Kurchan y Ferrari entrar a su estudio, no lo pensó dos veces,
los puso a trabajar con Bonet en su Plan Director para Buenos Aires, una
idea que eliminaría las molestas manzanas españolas y crearía miles de
monoblocks rodeados de parque, algo como lo que fue después Brasilia.
La obra. De los argentinos Kurchan y Ferrari Hardoy, y el catalán Bonet. |
Un año después, los tres pibes vinieron a Buenos Aires con el Plan bajo el brazo. Mientras sacaban pecho porque eran los pichones del gran Corbu, hacían algunos BKF y trataban de convencer a las autoridades para tirar toda la ciudad abajo y empezar de nuevo. No era un trabajo fácil, te imaginás.
Pero el suizo era un perro de presa para hacer lobby y
vender sus ideas. A los pibes les taladraba el cerebro con que hay que
cambiar la ciudad obsoleta por una moderna. En 1947, tuvieron un golpe
de suerte: un amigo de Ferrari fue nombrado secretario de Obras Públicas
de la Municipalidad y los alumnos de Le Corbusier fueron contratados
para hacer un plan para Buenos Aires. En París, el maestro se refregaba
las manos, pero cuando sus discípulos pidieron que Le Corbusier sea
reconocido como autor del trabajo, los funcionarios peronistas no
quisieron saber nada. Minga que le iban a dar el crédito a un extranjero
¡Para qué! el suizo se puso como “laaaco” con sus pupilos.
Según cuentan Jorge Liernur y Pablo Pscepiurca, en su libro La Red
Austral, Le Corbu les dijo de todo menos lindos. “Deshonestos,
incapaces, traidores”, tiró y terminó con un: “Son unos pobres diablos”
¡Jah!
No hace falta que te diga que el plan Le Corbusier no aplicó
nunca (por lo menos, no todo), de otra manera estaríamos viviendo en
monoblocks como los de Brasilia y sentarme en el BKF que tengo en casa
sería el menor de mis problemas.
*Editor adjunto ARQ
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