Por Ana Maria Battistozzi
Todo comenzó en Ouro Preto, ese sitio misteriosamente ligado por
una carta y una estampilla a la región borgeana de Tlön. En 1987
Adriana Varejão tenía 22 años y por esas extrañas coincidencias leía a
Borges cuando llegó por primera vez a allí. “Quedé en éxtasis con las
iglesias barrocas y las laderas de paralelepípedos”, confesó al curador
de su retrospectiva Adriano Pedrosa. “No conocía la iconografía
católica. Cuando entré en una iglesia vi aquel carnerito, los santos y
como no podía leer esos símbolos todo partió hacia el lado de la
materia”. Este breve relato podría ser un buen punto de partida para
aproximarse al conjunto de la obra de esta artista que se exhibe en el
Malba.
Años más tarde, la encontré en San Pablo, dando los últimos
toques a La extirpación del mal , la serie que presentó en la Bienal de
1994 de la que se exhiben aquí dos piezas: “Extirpación del mal por
incisura” y “Extirpación del mal por revulsión”. Esa serie –me explicó
entonces– se había inspirado en imágenes de diablos de la iglesia del
Convento de San Francisco, en Bahía, que mostraban inquietantes
incisiones y roturas, como si hubieran sido parcialmente arrancadas. La
artista profundizó en esas pinturas la idea de “superficie herida” que
ya había aparecido en su “Cuadro herido” de 1992. Y asimiló las imágenes
de los azulejos a una piel tatuada con una marca imposible de borrar.
La
serie generaba así una narrativa dramática que era inscripta en el
cuerpo mismo de la pintura. Suprimirla implicaba una herida y, como
consecuencia, un ataque a ese cuerpo que respondía con una expansión en
el espacio. La dimensión carnal de su pintura irrumpía como un crimen
imposible de ocultar. La pintura de Varejão salía así del plano y asumía
un volumen. Este fue uno de los primeros datos de originalidad en la
obra de la joven artista que causó mayor impacto y, de algún modo se
encontraba en sintonía con la dinámica objetual propia de los años 90.
Asociar la superficie del cuadro a una piel y el cuadro mismo a un
cuerpo, como hemos dicho, no era nuevo en la producción de la artista.
Pero resolvía una cuestión de índole conceptual: la bidimensionalidad
del plano como problema en el marco de una crítica más general de la
cultura.
Por ese rumbo, su obra se fue complejizando en sucesivas
series que alumbraron cruces entre el imaginario barroco de Brasil,
Portugal y China, el cuerpo y el género oportunamente combinado y
desmontado críticamente desde la naturaleza leve o escultórica de su
pintura. Varejão, que a menudo se representa a sí misma en los
personajes de sus obras, es una artista que evidentemente puede hacer
gala de un registro amplio de posibilidades. Desentendida del principio
moderno de originalidad, sus pinturas pueden reproducir tanto un detalle
de azulejo barroco, como una porcelana, un panel o un manuscrito chino o
un dibujo de viajero del siglo XVI.
FIGURA DE CONVITE III, 2005. Oleo sobre tela 200 x 200 cm. |
Los azulejos operan también
como una contra-versión de la grilla moderna. Ese esquema compositivo
estructurado en base a un cruce de ortogonales, desde el constructivismo
y el neoplasticismo, remite el orden de la utopía moderna. Considerada
como una expresión del principio de racionalidad, la grilla es
subvertida por Varejão desde la exuberancia de sus imágenes sobre la
superficie y desde lo inquietante de algo en su interior que se asume
por fuera de la razón europea.
Curada por el teórico Adriano
Pedrosa, la muestra del Malba se organiza como retrospectiva,
desplegando de manera cronológica las series más representativas de la
producción de la artista desde comienzos de los 90. Entre ellas Terra
incógnita, Proposta para uma catequese, Acadêmicos , Irezumis, Línguas e
Incisões, Ruínas de charque, Mares y Azulejos, Saunas y la más reciente
Pratos, con que cierra la muestra y, a juicio de quien escribe, es la
menos interesante de todas.
El conjunto, unas cuarenta piezas, en
su mayor parte propiedad de coleccionistas privados, tiene la virtud de
reunir obras que no se habían visto públicamente desde que aparecieron
por primera vez. Tal el caso de la recordada instalación pictórica
“Reflexo do sonhos no sonho de outro espelho”, que Varejão presentó en
la 24 Bienal de San Pablo en 1998.
En aquella edición, que tuvo
como tema central el concepto de Antropofagia, fundante de la cultura
brasileña, Varejão presentó una instalación pictórica que era una suerte
de deconstrucción de una de las pinturas académicas más conocidas del
Brasil. La referencia era el “Tiradentes descuartizado” de Pedro Américo
que, como las pinturas de Antonio Parreiras y Aurelio Figueiredos que
tratan el mismo tema, representa al mártir con el cuerpo entero.
Varejão, en cambio, eligió abordar la instancia del cuerpo despedazado y
diseminarlo en cada pintura de su instalación. La tensión entre el
efecto exquisito de la factura académica y la terrible escena
sintonizaba con una estética y una problemática del cuerpo, propia de
esos años que en nuestro país tuvo un exponente afín en Daniel García.
Pero
la producción de Varejão recorre un registro más amplio. Tiene momentos
de un extremo refinamiento, como en las delicadas “chinoiserie” de
Terra incógnita y momentos de desbordes pictóricos excesivos que han
llevado a que la artista reclute tantos seguidores como detractores. La
obra de Varejão emerge a fines de los 80 y comienzos de los 90, en un
momento en que la escena artística latinoamericana y mundial se empeñó
en una revisión crítica de la razón moderna. Desde esa perspectiva
apunta el sentido de Historias en los márgenes, el título de la
exhibición, que busca ubicar a Varejão fuera del centro y el canon
moderno. En ese sentido podría decirse que su poética es deliberadamente
excéntrica.
FICHA
Adriana Varejão. Historias en los márgenes.
Lugar: Malba, Av. F. Alcorta 3415.
Fecha: hasta el 10 de junio.
Horario: jueves a lunes y feriados, 12 a 20. Miercoles, 12 a 21.
Entrada: $ 32; est., doc. y jub., $ 16. mierc., gral., $ 16.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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