Sin curadores visibles y con la intención de poner al
público en el centro de la escena, Tecnópolis busca una nueva manera de
exhibir arte, con obras colosales distribuidas en una gigantesca “feria
de masas” a cielo abierto.
La 2ª edición de Tecnópolis , la feria que pone el eje en la
ciencia y que está organizada por el Gobierno nacional, a través de la
Unidad del Bicentenario dirigida por Javier Grossman, tiene este año un
espacio notable dedicado a las artes visuales. El predio, ubicado en la
frontera de la Ciudad de Buenos Aires con la provincia, en Villa
Martelli, está dividido en parques temáticos y este año hace centro
sobre el concepto de “energía”. No se refiere sólo al concepto de la
física: energía es –según los organizadores de la feria– la capacidad
que hemos tenido los argentinos para producir cambios en todas las áreas
de nuestra vida.
Entre los parques temáticos, se encuentra uno
dedicado a las intervenciones artísticas. No se trata de un espacio
unificado donde pueden apreciarse las obras elegidas para hacer honor al
tema de “la feria de masas”, como la llaman sus organizadores. La idea,
muy estudiada, fue esparcir las obras y que se entremezclaran con el
resto de los parques, siendo cada una de ellas una intervención en algún
lugar aleatorio del inmenso predio de más de 50 hectáreas. No hay
curadores mencionados; hay, sí, mucho cuidado en no dar nombres propios a
la hora de decir por qué se eligió a los artistas que forman parte de
este parque. No es una omertá , es más bien un intento de desempolvar el
arte de su vestigio elitista y permitir que este evento gratuito y
verdaderamente multitudinario pueda ofrecer expresiones artísticas sin
el énfasis del privilegio o de la exclusividad, sacando al curador del
lugar central y poniendo más al espectador que al artista en el centro
de la escena. Con todo, la elección de los artistas se ve cuidada,
atenta a las nuevas tendencias y con apuestas que no siempre marcan los
nombres que se supondría que deberían engalanar un evento como éste. El
proceso de selección se realizó a través de una convocatoria cerrada
–nos confirman del equipo de producción– donde se informó a los artistas
del espacio que disponían y de las intenciones que debían expresar con
su obra –ciencia, cultura, nación, energía como elemento transformador–.
A todos se les pidió planos de los proyectos y se les asignó una suma
de dinero que manejó Tecnópolis , que se encargó de hacer realidad la
obra creada por cada artista, encargándose completamente de su
producción y desarrollo. Los artistas cobraron honorarios que no pasaron
de los 20 mil pesos aunque alguno, como Pablo Siquier, por iniciativa
propia, decidió donar su obra.
La visita fue hecha, hay que
decirlo, con cierto privilegio. No hubo que caminar a lo largo de los
caminos de tierra y asfalto y desarbolados. Un carrito de golf conducido
por un integrante del equipo de producción, nos llevaba de obra en
obra. De modo que pudimos hacer paradas con tiempo, mirar las obras con
dedicación, tomar un descanso y sin esfuerzo seguir hasta la siguiente.
Ninguna obra está cerca de la otra, no hay diálogo entre ellas, están
aisladas entre sí y el único diálogo que se produce es con la totalidad
de la feria.
La primera parada en la que se detuvo el carrito fue
frente a la creación, inmensa como todas las que se ven en la feria, de
Nushi Muntaabski. Desde abajo no se entiende mucho de qué se trata. Se
ven colores intensos, materiales sólidos de una obra que está hecha
sobre el piso. Se intuye una explanada inmensa –nos dicen que de 40
metros–, que hace homenaje a la industria nacional; de allí su nombre
“Industria argentina”. La obra debe ser vista desde las alturas para ser
comprendida en su sentido más concreto y para eso hay una torre a la
que se puede subir tanto por una escalera como por un ascensor. Desde
allí se entiende la intención. Con materiales que nos cuentan que
pertenecen a la industria que se produce en el país se intentó
reproducir de forma figurativa un trabajador de los años 40, cuando el
sector florecía.
La próxima parada fue frente a una gigantesca
torre de energía intervenida por el grupo Doma, con sede en La Boca y
con artistas que van y vienen de Argentina a otras partes del mundo,
donde eligen vivir parte del año. “Coloso de energía”, tal su nombre, es
una torre que podría pasar por un espantapájaros gigante, está adornada
con luces que se encienden al atardecer, la mejor hora para apreciar la
intervención de Doma –integrado por Mariano Barbieri, Julián Pablo
Manzelli, Matías Vigliano y Orilo Biandini– y su astucia de aplicar a un
elemento existente las lucecitas intermitentes que hacen la diferencia.
También
tiene luces el proyecto de Dolores Cáceres. En magenta aplica sobre la
fachada del “Galpón joven” luces que simulan constelaciones, fórmulas de
física, mundos imaginarios, galaxias por descubrir. “Proyecto Atlas” se
planta sobre el muro como las cuerdas de una guitarra, con fineza, con
esas luces que compiten con el cielo esperando ser afinadas por nuestros
ojos.
Pablo Siquier pintó un mural de inconfundible factura sobre
una de las paredes laterales del Auditorio del Espacio Cultura Nación.
Esta obra, que sigue la huella repetida de sus murales, “Mural
Auditorio”, puede apreciarse a un metro o a 500 y este punto de vista de
inmensa distancia, al menos en Argentina, es realmente novedoso y lo
que hace la diferencia.
La obra estelar quizá sea la del francés
Christian Boltanski, considerado uno de los más importantes artistas
contemporáneos. Trae a Tecnópolis un proyecto con el que recorre el
mundo: “Los archivos del corazón”. En distintas partes del mundo
Boltanski registró los latidos de los corazones de quienes se prestaban a
hacerlo. Aquí repite la experiencia. En una sala cerrada, una
estudiante del IUNA con un estetoscopio con micrófono graba los latidos
del corazón del interesado. Los registra en un CD y luego lo coloca en
un sobre primoroso donde está impreso el nombre del artista y a mano el
nombre de quien se prestó a la experiencia junto al número de corazón
registrado.
A través de 12 abanicos superpuestos y gigantes, “Mi
bandera”, de Manuel Ameztoy, da la ilusión de crear una bandera
argentina con el movimiento del viento. Eso cuentan: el mismo viento no
nos permitió apreciarla. En el momento de la visita estaba en
reparaciones.
Las bestias de la playa del holandés Theo Jansen
conforman unas esculturas realizadas con elementos marinos que barren
las playas del norte de Europa. Aquí parecen unos monstruos gigantes
barriendo el piso, bastante limpio por cierto. Leandro Erlich vuelve a
sorprender con la simulación de una escalera caracol que no es más que
una ilusión óptica y Emiliano Miliyo destaca con una original escultura,
Espacio desplegado, que es la continuidad en tres dimensiones de las
líneas del asfalto de uno de los caminos de la feria.
Por fuera de
este parque, destacan las obras plantadas en el espacio del Espacio
Cultura Nación con las obras de Alejandra Fenocchio, Delfina Estrada,
Manuel de Francesco, las tres obras de lo más inquietante que en arte
presenta la feria.
FICHA.
Tecnópolis
Lugar: Av. General Paz entre Balbín y Constituyentes.
Fecha: Hasta el 31 de octubre.
Entrada: Gratis
Fuente: Revista Ñ Clarín
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