LOS ESTUDIANTES-SOLDADOS DE PARANÁ


Los estudiantes-soldados de Paraná

Por Laura Ramos

La familia Stearns se embarcó en Buenos Aires rumbo a la ciudad de Paraná a mediados de agosto de 1871. Un pequeño barco, piloteado por marinos genoveses, tardó dos días en surcar el río orlado de selvas ribereñas. Viajaban George Stearns, graduado en Artes en la Universidad de Harvard, Adelaide Hope de Stearns, que había dejado la casa de sus padres tres años antes, a los diecisiete, para casarse con su maestro, y el hijito de ambos. Sarmiento había conseguido que el Congreso aprobara un sueldo de 2.400 dólares para Stearns como director de escuela, y mediante un artilugio inscribió a Addy como maestra con un sueldo de 1.000, en carácter de sinecura. “¡Pensar que me pagan todo ese dinero” –escribió ella a su hermano– “cuando en mis veinte años de vida no he ganado un solo dólar!”. Addy, de religión protestante, vestía la falda corta que apenas rozaba el tobillo impuesta en Inglaterra por la madre estadounidense de Winston Churchill. Pero la “falda para andar” no había llegado al Norte de la Argentina según el hermano de George, William Stearns, que describió con maligna ironía a las damas de Tucumán en una carta: “Todas las mujeres usan vestidos de larga cola, que suceda lo que suceda, no deben levantar del suelo. Aquí la señora elegante va a misa temprano, seguida por una sirvienta, que le lleva la alfombrita para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles, arrastrando –¿quién puede decir qué?– del vaciadero que es el centro de la calzada. No apura el paso, no se vuelve; ningún movimiento indica que ha reparado en la suciedad de la calle”.
Las clases comenzaron de inmediato con dos profesores y ocho discípulos, aunque los gauchos de López Jordán aún luchaban en el litoral y el asesinato de Urquiza había ocurrido sólo un año antes. El edificio elegido para la primera escuela normal era enorme e inhóspito, carecía de muebles, de libros y sobre todo de estudiantes, ya que muchos padres retenían a sus hijos en sus casas, temerosos de las revueltas armadas. Al terminar el año veintidós alumnos-maestros habían venido de otras provincias para estudiar en la escuela de aplicación docente y hacer prácticas como ayudantes: tenían quince o dieciséis años y muchos no sabían urdir una resta o una división.
En 1872 la escuela se cerró durante dos meses, cuando un batallón de soldados federales ocupó el colegio. Durante las semanas anteriores Stearns había impartido instrucción militar a sus discípulos y escudriñaba los movimientos de las tropas con un telescopio colocado en la cúpula del edificio. Mientras los sectores católicos recelaban de su protestantismo, desde el gobierno le llegaron críticas porque el número de estudiantes-soldados no superaba los setenta y su nivel de erudición era muy bajo. Stearns respondió acremente, según revela Alice Houston Luiggi en Sesenta y cinco valientes , argumentando que la escuela había pasado por tres revoluciones y que para un alumno que acababa de dejar un fusil era difícil tomar un libro. “Estas gentes son realmente hostiles conmigo… Mi posición aquí está lejos de ser agradable. Irrita a los nativos ver a un extranjero a la cabeza de la escuela” escribió a su suegro.
A comienzos del mismo año, sólo dos meses después de haber dado a luz a un bebé, Addy contrajo fiebre tifoidea. Falleció pocos días después, en febrero, a los veintidós años. El recién nacido había cumplido tres meses y el hijo mayor, que padecía un retraso intelectual, dos años. Al llevar a su esposa al sepulcro el señor Stearns se encontró con que el único cementerio de la ciudad, reservado a la feligresía católica, no le permitía ingresar. Las autoridades se negaban a enterrar a una disidente. Las jerarquías civiles debatieron con los altos mandos eclesiásticos las alternativas del conflicto durante tres días. Finalmente accedieron a enterrarla junto a los muros del camposanto, pero del lado de afuera. Durante las tres jornadas el joven viudo protegió el cadáver de la voracidad de los felinos de la selva sentado sobre el ataúd, en las afueras del cementerio, con un revólver en cada mano.

Fuente: clarin.com


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