LA CORDILLERA EN LOS OJOS

Carlos Gómez Centurión fue, vio y pintó. El bello resultado se exhibe ahora en una muestra que incluye documentos de esa expedición.

Esa escisión, profundizada de manera dramática es la que retorna en la producción de muchos artistas contemporáneos. Quienes hoy recuperan y replantean la cuestión del paisaje, tras el largo período en que el paisaje desertó de gran parte de producción artística del siglo XX, vuelven para destacar sobre todo la experiencia de dimensiones. Que excede al hombre y lo sitúa ante su propia pequeñez temporal y espacial en un momento en que la ilusión moderna de dominar la naturaleza se revela un boomerang de altísima peligrosidad. El caso de Carlos Gómez Centurión y su proyecto de largo aliento que se despliega en la exhibición del Palais de Glace, tiene además que ver con una historia personal. Con la voluntad de desplazar el propio hecho artístico hacia la montaña misma que habita y frecuenta desde su niñez.
Plantarse en medio de la cordillera y desde allí mismo elaborar una visión que capta y reinterpreta su dureza, la dificultad de llegar a ella y sobre todo se pregunta por su verdadera esencia, más allá de los detalles, son motivaciones suficientes como para encarar el proyecto plasmado en esta muestra.
Digo la Cordillera, el viaje como obra, que así se llamó, abarcó expediciones a tres lugares: el cerro Mercedario, en San Juan; el Espinazo del diablo, en la Puna  jujeña, y el Fitz Roy, en la Patagonia. La exhibición –que incluye pinturas, instalaciones, dibujos y videos de carácter artístico y documental– fue posible gracias a equipos de trabajo que coincidieron en que una real aproximación a la experiencia de la naturaleza andina desde perspectivas y escenarios diversos exige esfuerzos y abordajes complejos tanto en lo físico como en lo conceptual. De ella participaron baqueanos conocedores de cada zona, transportes a tracción mecánica y a sangre, pero también teóricos, el curador Fernando Farina y el semiólogo Cristian Varela. También para ellos la experiencia fue de interés no sólo para pensar el arte desde nuevos modos de producción, sino también para comparar el modo en que la aproximación a la naturaleza ha tomado forma o ha sido codificada por distintos sistemas de signos y lenguajes.

FITZ ROY I, 2012. Técnica mixta sobre tela, 160 x 260 cm.
FITZ ROY I, 2012. Técnica mixta sobre tela, 160 x 260 c
Los videos fueron fundamentales también para registrar el trabajo de campo del equipo en su totalidad, y para dar testimonio de la naturaleza en toda su inmensidad, generar aproximaciones de media distancia y correspondencias con los dibujos y pinturas.
“Tomé el Mercedario, el Espinazo del diablo y el Fitz Roy porque cada uno tiene su personalidad. Aunque el paisaje sea en realidad un pretexto”, confiesa el artista, que vive en la precordillera sanjuanina y se despierta cada día con una mole de piedra que la luz y el clima modifican ante sus ojos de la mañana a la tarde. “Empiezo con una mancha a partir de distintos materiales y la voy trabajando hasta que la domestico” explica, y asegura que ninguna de esas grandes abstracciones pictóricas que ocupan ahora el amplio espacio del Palais se hubieran manifestado jamás como forma, color o textura de no haberse parado directamente ante el cerro. “Antes iba arriba –dice– hacía registros a mano alzada y sacaba fotos, que me ayudaban a evocar, pero esta  vez la evocación no fue necesaria. Sólo me basé en lo que había visto. Me dejé llevar por la persistencia del paisaje en la memoria y esto es porque, al fin, uno va a llegando a aprehender la esencia”.
Esto se advierte muy bien en la serie El espinazo del Diablo: grandes dibujos realizados en el lugar sobre un soporte precario, un bloc sobre una roca. Otros, más pequeños, fueron hechos en el taller en una sola tarde. Treinta dibujos en un rato, casi una escritura automática. La imagen que describe la línea, aun cuando elemental, tiene la virtud de describir sintéticamente las impresiones que perduran en la mente del artista.
Son estos apuntes los que vinculan su obra a la tradición de los artistas viajeros del siglo XIX, con quienes se lo ha conectado. Y sobre todo con Rugendas; el alemán, que evocó César Aira, acompañó una de las expediciones de Humboldt, pasó por Chile y cruzó la Cordillera registrando el paisaje mucho antes que Gómez Centurión. Los dos tienen en común haberse enfrentado a esa desmedida geografía. Los separa nada más ni nada menos que la mirada propia de un tiempo y un territorio cultural de pertenencia.

FICHA
Carlos Gómez Centurión.
Digo la Cordillera / El viaje como obra

Lugar: P. de Glace, Posadas 1725.
Fecha: hasta el 12 de agosto.
Horario: Mar a vier, 12 a 20. Sab y dom, 10 a 20.
Entrada: gratis.

Fuente: Revista Ñ Clarín

No hay comentarios:

Publicar un comentario