MATICES DE LA CONSTANCIA
Nota Revista D&D -
Diseño y Decoración en la Argentina
















Con el marco imponente de la sierra, en un rincón del jardín aparece la escultura Las tres gracias, sobre la que el dueño de casa de la generación anterior, casado tres veces, solía bromear. La capilla de piedra ofrendada a San José data de 1935. Quien la mandó erigir también encargó a renombrados artesanos del Vaticano imágenes en mármol blanco de sus santos predilectos y grandes murales en mayólicas.



La calidez del amarillo en los muros del living no hace más que reforzar el hospitalario efecto general. Una decoración desacartonada que da cabida a fundas en los sillones y a una armoniosa mezcla de muebles de campo y europeos. En un ángulo, mesa de juego Thonet; estilo que repite el par de sillitas junto a la chimenea, en diálogo con las clásicas materitas, del siglo pasado, restauradas por sus mismos dueños, aficionados a estas artes. Una arcada y el cambio de la madera al cerámico calcáreo dividen el living de otra zona de estar.
Las suites fueron equipadas con muebles de campo antiguos que —sumados a los pisos y a los géneros floreados— componen una atmósfera sumamente agradable, sencilla y distinguida. En los baños también hay piezas añosas - como este fino lavatorio de herencia con azulejos esmaltados -, pero además está el confort que dicta la hotelería actual aún en el ámbito rural.


El comedor es una doble estancia donde las mesas se unen o separan según las ganas de los huéspedes. Cuenta la dueña de casa que pintarlo de color sangre fue un gran acierto, puesto que logró que este espacio enorme y de techos altísimos se tornara acogedor. Los mosaicos, el esquinero, en espejo antiguo, las flores secas, todo contribuye al mismo clima de amable rusticidad.



Pintado de ocre, el caserío, de un estilo criollo aggiornado, se mimetiza completamente con el paisaje. Muy cerca hay un estanque de piedra, el material insignia del lugar. Cuesta imaginarse una postal más linda que la de este mágico otoño tardío, pero dicen los que saben que el paisaje de la sierra es bellísimo en todas las estaciones.



Matices de la CONSTANCIA

TEXTO: SOL DELLEPIANE A.        FOTOS: ARQ. DANIELA MAC ADDEN

PRODUCCIÓN: MARINA BRAUN

EL OTOÑO multiplica hasta lo inimaginable las tonalidades de ocres, marrones y anaranjados.
Los tilos, álamos, castaños, nogales y avellanos que crecen en las laderas de los cerros, alternan con los montes de helechos de la sierra y con los bosques de tabaquillo en variaciones rojizas, como sólo las profundidades de la Quebrada del Tigre, en pleno paraje de Traslasierra, Córdoba, saben desplegar. Allí fluye el cauce del arroyo San Javier, de varios kilómetros de extensión desde su vertiente en el Cerro Champaquí, y también un sereno torrente de actividad nacido en la tradicional La Constancia, que originalmente formaba parte de un establecimiento cuyo título primitivo data de 1789. Es tal el primor del lugar y la pureza del aire que ahí se respira, que no sorprende que en el relato de la fundación de esta estancia esté presente el tópico de la salud. Cuenta la historia que a partir del año 1895, cuando José Arias Moreno, oriundo de San Javier, enferma de tuberculosis, María de La Plaza inicia sus viajes desde Santiago del Estero a esa zona en busca del único remedio posible para la enfermedad de su marido: el clima serrano. Para sus estadías, la Señora de La Plaza mandó erigir una habitación de barro y paja, que con el tiempo fue dando lugar a una construcción más compleja, con espesas paredes de adobe que perduraron en el tiempo. Un palomar, patios de juegos para niños, una imponente capilla consagrada a San José y hasta una gran pileta de natación hecha con piedras en un alto del arroyo, llegaron a conformar la infraestructura de La Constancia original. Haciendo gala de la virtud que designa a esta propiedad perteneciente desde hace varias generaciones a la familia de su mujer, su anfitrión actual logró resucitar las construcciones, que habían permanecido abandonadas durante más de cuarenta años, sus muros enmohecidos y su mobiliario saqueado. Si en un primer momento Luis Dorado y Alicia Christensen se propusieron recomponer el lugar para el descanso en familia, la restauración coincidió con un clásico de nuestra era ajetreada: el llamado hacia un cambio de vida. Entonces Luis y Alicia hablaron con sus seis hijos —ya crecidos— dejaron sus respectivas actividades en Buenos Aires y partieron al campo cordobés con la idea de abrirlo al turismo. Hoy el caserío cuenta con alegres suites para 18 personas, varios livings y lugares de estar, una biblioteca, un comedor enorme y una sala de juegos con mesa de pool. Amplias galerías en varios niveles funcionan como nexo entre los diversos espacios. Alicia vistió los interiores desplegando una fina versión del look de campo. En palabras de Pedro Baliña, primo de los anfitriones y erudito en cuestiones de artes decorativas, impera en la casa “un simpático cocktail de estilos, con ingredientes de varios de ellos, en dosis encantadoras”. Lejos de las impostaciones, se trata de una casa de campo ambientada como tal, con muebles confortables donde descansar como si uno estuviera en su casa. Casi no sobrevivieron piezas de la estancia primitiva, así que los muebles y objetos proceden de herencias familiares, de sus sucesivas moradas en Buenos Aires y finalmente de compras en diferentes remates y tiendas. Tales han sido la gracia y calidez de la dueña de casa para combinar elementos, que varios de los huéspedes han querido comprar distintas cosas. “De la búsqueda permanente de objetos antiguos y artesanías originales, surgió la idea de darle forma a un local de artesanías diferentes a las tradicionales. Alicia comenzó a lustrar los muebles antiguos que conseguíamos, y también a diseñar objetos de decoración y muebles en cuero, madera y hierro”, explica Luis. Así nació La Constancia Casa & Campo, una simpatiquísima tienda en el pueblito de Yacanto, distante pocos kilómetros. Con sus auténticos mostradores rurales y sus estantes abarrotados de textiles, sillitas, tés de yuyos y todo tipo de labores de delicado artesanado local, el local alimenta el sueño de un negocio en Buenos Aires que ofrezca este tipo de productos al mercado urbano, algo saturado de estilos rústicos sin raíces. En cuanto a Dorado, sus habilidades trascienden las tareas de administración. El es quien supervisa los fuegos de la cocina, de la que salen manjares criollos y de los otros también. Junto con su mujer, conforman una ideal pareja de anfitriones enamorados de la tierra, pero discretos y que libran a las ganas de los huéspedes la planificación de la agenda del día. Los exteriores llaman a la acción: desde trekkings a la cima del Champaquí hasta caminatas más breves que permiten avistar liebres y cóndores, tal vez pumas o algún zorrito; y placenteras cabalgatas hasta parajes de una belleza inaudita. Sin embargo, es difícil vencer la fuerza de gravedad ejercida por los asientos dispuestos en el parque, que invitan a largas sesiones de contemplación de los cerros circundantes; de los crataegus con sus frutitos naranjas perdiéndose entre otros arbustos; o de la pareja de patos cortejándose en el estanque circular. El silencio parece total, pero de pronto se suma el arrullo del agua que corre a pocos metros de la casa. Un paisaje, un sonido y sensaciones que dan ganas de retener para siempre. 

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