REABRE EL PICADERO,
UN TEATRO MÍTICO QUE CASI FUE DEMOLIDO


 

Fundado en 1980, fue sede de Teatro Abierto. Será una sala para 300 espectadores, a metros de la avenida Corrientes. Hace cuatro años, iban a tirarlo para hacer una torre pero vecinos y actores lo impidieron. Reabrirá el martes, con un musical.

Todo listo. La sala, en el pasaje Santos Discépolo, tiene 260 butacas y un pullman con 32.
Por Nora Sánchez

Hace 31 años lo incendiaron y hace cuatro, casi lo tiran abajo. Ya le habían puesto cartel de obra y estaban abriendo un boquete. Pero esa herida en el edificio del pasaje Santos Discépolo 1857 movilizó a los vecinos que, recurso de amparo mediante, frenaron la piqueta. Porque la construcción que querían demoler para hacer una torre era nada menos que el teatro Del Picadero, cuna del ciclo de resistencia cultural Teatro Abierto. Una sala que, reconstruida y equipada a nuevo, reabrirá el martes de la mano del productor teatral Sebastián Blutrach. Su primer estreno será el musical Forever Young .
El nuevo Picadero fue reformulado por el arquitecto Gustavo Keller y el consultor técnico fue Marcelo Cuervo. Tiene 260 butacas y un pullman con 32 más. Ahora están terminando el hall principal, donde habrá una barra y un bar.
“Hace tiempo que buscaba un espacio que sirviera para obras más alternativas –cuenta Blutrach, que produjo éxitos teatrales como Toc Toc y es director del Metropolitan–. Quería un galpón, pero me avisaron que vendían el Picadero y vine a verlo. Sólo había una grada de cemento y la losa del techo”.
Era una oportunidad . En 2007, la constructora D Buenos Aires había empezado a demoler el teatro. Su proyecto era sumar el terreno donde se emplazaba a otros que había comprado en la unión de avenida Corrientes con Riobamba y el pasaje Santos Discépolo, para levantar una torre.
Alguien de Basta de Demoler vio el cartel de obra por casualidad. La organización vecinal fue a la Justicia, porque una ley ordena que cuando se demuele un teatro hay que construir otro similar . Y logró una medida cautelar impidiendo la demolición.
En una reunión de conciliación se llegó a un acuerdo: Ernesto Lerner, el inversor del proyecto edilicio, se comprometió a reconstruir y reabrir el teatro. Y empezó a hacerlo con el asesoramiento del escenógrafo Héctor Calmet, al mismo tiempo que avanzaba la obra de la torre lindera. Pero finalmente, decidió vender el Picadero.
Fue entonces que Blutrach decidió reinvertir el dinero que ganó gracias al teatro en esta sala emblemática. “Lo hice porque éste es mi trabajo: tengo 43 años y produzco teatro desde los 19 –explica él–. Conocía la historia del Picadero, pero a medida en que me involucré en este proyecto descubrí todo lo que significaba”.
El Picadero es un símbolo de la resistencia cultural durante la dictadura. Fue inaugurado en 1980, por Guadalupe Noble y el actor y director Antonio Mónaco. Pero su destino de ícono quedó sellado cuando en julio de 1981 fue sede de Teatro Abierto, un ciclo de obras de autores de la talla de Aída Bortnik, Griselda Gambaro, Eduardo Pavlovsky y Roberto “Tito” Cossa.
“Teatro Abierto fue un movimiento que nació de los autores prohibidos en los teatros oficiales, en la televisión y en las cátedras donde se formaban actores, porque nuestras obras no se enseñaban –recuerda Cossa–. Y fue Osvaldo Dragún quien propuso hacer un ciclo con obras breves de 21 autores, para demostrar que ahí estábamos”.
Las obras empezaban a las 18 y la entrada valía la mitad que una de cine. La respuesta de la dictadura fue contundente. Una semana después, en la madrugada del 6 de agosto de 1981, arrojaron tres bombas de magnesio contra el teatro, que se incendió por completo . Sólo quedó la fachada.
“El teatro independiente o de arte funcionaba durante la dictadura –cuenta Cossa–. Se hacían obras, algunas para nada inocentes. Pero lo que el poder vio antes que nosotros en Teatro Abierto fue que era un hecho político más que teatral. No toleraban que nos uniéramos en defensa de la libertad para la cultura. Y con el atentado les salió el tiro por la culata: convirtieron a un hecho contestatario en una epopeya”. El ciclo, de hecho, siguió en el Tabaris y fue un éxito.
En 1986, el empresario Lázaro Droznes alquiló el Picadero y puso un estudio de televisión. Más adelante, en 1991, lo adquirió y diez años después lo reabrió con la dirección artística de Hugo Midón. Pero cerró poco después.
Ahora el Picadero regresa. “El Gobierno porteño estará presente en este gran acontecimiento y por largo tiempo –afirma el ministro de Cultura, Hernán Lombardi–. Ayudando a la restauración, en acciones de comunicación conjunta y llevando espectáculos nuestros a la sala”.
“La reapertura del Picadero es una reparación y una respuesta a los años de horror –dice Cossa–. Blutrach va a dedicar un espacio a la memoria de Teatro Abierto. Eso sí: le vamos a pedir que le de más lugar a autores nacionales”.
Por ahora, el 29 de mayo el primer estreno será Forever Young , una comedia musical de origen noruego y dirigida por Daniel Casablanca. Sin embargo, Blutrach promete: “Voy a mantener un balance entre obras comerciales y otras más alternativas. Y además, me gustaría que el teatro Picadero sea un lugar de encuentro”.


El edificio nació como fábrica de bujías, sobre un pasaje histórico.

Noche trágica. La del incendio, en agosto de 1981, en plena dictadura
El edificio del Picadero no nació como teatro: antiguamente era una fábrica de bujías , lo que explica el aspecto industrial de su fachada. Construido en 1926, fue diseñado por el arquitecto milanés Benjamín Pedrotti, autor también de la sucursal de la antigua tienda Gath & Chaves de Florida y Sarmiento. Su constructor fue A. Carte.
En aquella fábrica se producían las bujías “American Bosch”. Originalmente, la marca Bosch era alemana. Pero durante la Primera Guerra Mundial, el gobierno estadounidense la expropió y, por eso, le antepuso “American” a su nombre. En los años 20, su representante en la Argentina era Don Armido Bonelli.
Todo ese pasado puede leerse en la fachada del teatro, de estilo florentino, ahora restaurada. En ella aparece el logo de la fábrica , con las letras AB y la cara de Fritz. Este personaje era parte del logo de la marca alemana original y representaba a un aviador germano.
El nuevo dueño del teatro, Sebastián Blutrach, también colocó el letrero original del Picadero en el frente del edificio para reforzar su identidad.
El pasaje mismo donde está ubicado el teatro también tiene una historia para contar. Su forma de “s” es una huella del primer trazado de vías férreas que se hizo en nuestro país, el del “Ferrocarril del Oeste”, de 1857.

En escena. Cipe Lincovsky y Juan Manuel Tenuta, en el Picadero
Este tren, para el que prestó servicios la legendaria locomotora “La Porteña”, partía de la Estación del Parque, que estaba donde hoy se encuentra el Teatro Colón. Después atravesaba los barrios por ese entonces más alejados de Almagro, Caballito y Flores hasta llegar a Floresta.
En 1883, este ferrocarril empezó a salir desde la estación Once y el recorrido desde plaza Lavalle quedó en desuso. En 1893, levantaron los rieles y el tramo que corre entre Corrientes y Callao tomó forma de pasaje. Lo llamaron Rauch en honor al coronel Federico Guillermo Rauch, un alemán que entre 1826 y 1827 organizó tres campañas contra los aborígenes pampeanos.
La forma del pasaje favoreció que se instalarán “casas de tolerancia”, donde se ejercía la prostitución. Y en los años 30, en esta callecita funcionó una feria franca. Como testimonio de esa feria, queda una foto publicada en la Guía Peuser de 1951.
La última gran transformación del pasaje se produjo en 2005, cuando lo convirtieron en peatonal y lo rebautizaron como Enrique Santos Discépolo, en honor al dramaturgo y compositor de tangos.

Fuente: clarin.com


encuentro”.
ver más

No hay comentarios:

Publicar un comentario