NUEVA YORK SE MIRA EN LOS MURALES
QUE DIEGO RIVERA LE PINTÓ EN 1931



En plena crisis, el mexicano imprimió en las obras su visión critica de la ciudad, que ahora se pueden ver en una muestra en el Museo de Arte Moderno de la Gran Manzana.




Por Mercedes Pérez Bergliaffa . Nueva York Especial

Acá, en pleno Manhattan –el corazón caliente de Nueva York–, las salas del primer piso del Museo de Arte Moderno (MOMA) están llenas. Y se escucha hablar, por todos lados, en inglés y español. El público bilingüe es muchedumbre, y va, viene, se instala frente a cada cuadro, golpeándose codo a codo, desesperado por ver estas superficies coloridas, raras, de contenido fuerte. No es casual, que haya latinos y anglófonos fascinados en esta muestra. Nadie quiere perderse la exposición del mexicano Diego Rivera: por primera vez en 80 años el MOMA muestra el conjunto de murales que el artista pintó en Nueva York, por comisión de este mismo museo en la década del ‘30.
Y los murales son excepcionales por varias razones: primero, porque son portátiles . Segundo, porque en esa época la ciudad se encontraba en plena construcción: todas esas torres por la que es hoy tan conocida –esa arquitectura decó que la hace tan especial–, estaba en aquél momento a medio hacer, naciendo; y estas obras dan testimonio de ello. Tercero: el auge de la construcción que ocurría entonces se debía a la inmensa, profundísima crisis que el país norteamericano estaba pasando: la Gran Depresión. Debido a ella, había una enorme cantidad de mano de obra desocupada dando vueltas por ahí, ávida de trabajo. Y ella fue empleada en la construcción de la nueva ciudad.
Por eso, cuando Rivera llegó a Nueva York y percibió todo este panorama, se dio una panzada de mirada crítica y de sorpresa visual-industrial. La ciudad y sus procesos lo deslumbraron. Él mismo describió, más tarde, sobre esto: “A diferencia de México –dijo Rivera– Estados Unidos era, en esa época, un país verdaderamente industrial, tal como yo había imaginado, el sitio ideal para el mural moderno.” Por lo que para Rivera esa Nueva York significó la posibilidad de pintar algo que había estado esperando hacía tiempo: los procesos modernos de industrialización y del capitalismo acelerándose; y los desfasajes sociales que eso acarreaba.
Pero vayamos por partes: ¿cómo llegó Rivera a ser invitado a hacer estos murales, ni más ni menos que para el MOMA, uno de los museos más importantes del mundo? ¿Y cómo hizo para pagarse su estadía en Nueva York? La cosa fue así: Rivera viajó en 1927 a Moscú, como miembro de la delegación oficial del Partido Comunista de México –donde, como es sabido, él militaba–, con motivo del décimo aniversario de la Revolución Rusa. En ese entonces, el pintor tenía tanto renombre, que presenció los festejos desde una plataforma especial en el mausoleo de Lenin, a muy poca distancia del propio Josef Stalin. Fue en ese momento, también, cuando conoció a Alfred Barr, quien dos años más tarde sería el director del museo que se inauguraría en 1929 en Nueva York (el MOMA).
Barr, sabiendo de la importancia de Rivera, lo invita a viajar a la ciudad norteamericana para producir una serie de obras para el flamante museo. ¡Imagínense ustedes la importancia de Rivera, que tan sólo un artista más había sido invitado hasta ese entonces a exponer de manera individual en el MOMA, y era Henri Matisse…! Mientras, la presencia del mexicano en Moscú produjo una marca grande en el mundo del arte soviético, y generó un renacimiento de la pintura mural. En paralelo, Rivera realizó, durante su estadía en Rusia, toda una serie de bocetos muy rápidos, de paleta reducida –algo atípico en su obra–, en una libretita de apuntes (que también se encuentra exhibida actualmente en la muestra del MOMA, que termina mañana).
Fue esta “libretita” ( sketchbook ), la que más tarde el millonario norteamericano Abby Rockefeller le compró al artista para ayudarlo a financiar su viaje como muralista a Nueva York. En ese entonces –fines de los años ‘20– Rockefeller pagó por ella unos 2500 dólares, que significaba, para los standares de la época, una suma impresionante.
Rivera llegó a Nueva York en 1931 y pinto ocho murales. Cinco de ellos se exponen ahora en el MOMA. El más original y simbólico de todos –y también el más controvertido y ambicioso– es “Fondos congelados” ( Frozen assets ). En él pueden verse tres realidades simultáneas, organizadas en tres “capas” en orden vertical (reforzando las fuerzas verticales que tiene la edificación de la ciudad). En la capa superior, se ubica el paisaje de Nueva York, casi como lo conocemos hoy en día. Allí se pueden reconocer tres edificios emblemáticos: el “Daily News”, el “Mc Graw Hill” y el “Rockefeller Center”. Por sobre la parte intermedia, se ve un puente, y masas de personas caminando por él, yendo a trabajar. En un plano anterior al puente, se observa una bodega: es el interior del muelle municipal de la calle 25 de Manhattan, y quienes están durmiendo allí son los trabajadores desposeídos que estaban haciendo posible el crecimiento vertiginoso de la ciudad (si se observa bien esa parte del mural, se notará: parecen muertos).
En la última “capa” del mural, Rivera pintó la sala de espera de un banco y su bóveda. Aparecen allí varias figuras: un guarda, un empleado, y un par de clientes “ansiosos” por inspeccionar sus bienes.
El texto ubicado al lado de esta obra, sobre la pared del MOMA, dice: “las masas avanzan con dificultad. Los desposeídos son embodegados. Los ricos atesoran su dinero”. De más está decir que, de todos los murales pintados por Rivera en Nueva York, éste especialmente, tocó una fibra muy sensible de la sociedad local. Los defensores del fresco decían que lo que Rivera hacía era una declaración social certera. Los detractores, en cambio, decían que era un extranjero insolente.
Toda esta historia que rodea a los murales realizados por Rivera para su exhibición en el MOMA en 1931, pone de relieve sobre todo una cosa: el papel fundamental que el pintor mexicano tuvo, a nivel mundial, en las discusiones sobre el papel social y político del arte.
Tenía que ser un latinoamericano el que diera el puntapié crítico inicial en el mundo del arte moderno de América.

Fuente: Revista Ñ Clarín

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