LA CUNA DE LA ESCULTURA EN ITALIA
FESTEJA AL COLOMBIANO FERNANDO BOTERO


Una escultura del artista colombiano Fernando Botero, instalada en una plaza de la localidad italiana de Pietrasanta este viernes 6 de julio, antes de la inauguración de su exposición.


Por Kelly Velasquez

La cuna de la escultura en Italia, la ciudad de Pietrasanta, en Toscana, festeja con una inédita exposición de monumentales gatos, gordas y caballos los 80 años del artista colombiano Fernando Botero. "Aquí me siento como en mi tierra, tiene algo de Antioquia, la montaña, las flores", confiesa sonriente a la AFP Botero mientras recorre la sugestiva medieval iglesia de San Agustín, donde se exponen diez de sus esculturas medianas y 40 dibujos y acuarelas realizadas en los años setenta.
Junto con seis esculturas gigantes, instaladas en la sugestiva plaza del Duomo, a pocos metros de distancia, en total 80 obras narran pasado y presente del pintor y resumen su notable capacidad de mezclar lo gráfico con lo plástico, lo colombiano con lo europeo.
"La pintura es un trabajo solitario, la escultura es en cambio colectivo, se trabaja en equipo. Uno realiza el molde, otro cincela, otro patina. Hasta el transporte es clave", cuenta el artista, quien cumplió en abril, como escribe el diario local, "sus primeros 80 años" de vida.
"No tengo que demostrar nada a nadie" sostiene el artista, entre los más cotizados al mundo, -una obra suya acaba de ser vendida por 2,3 millones de dólares-, quien pasa desde hace 38 años dos meses al año en Pietrasanta, en su bella casa de la colina vecina, no muy lejos de las legendarias canteras de mármol de Carrara, que inspiraron al genio del Renacimiento Miguel Ángel.
Para el evento, que se inaugura el sábado y permanece abierto hasta el 2 de septiembre, se han movilizado no sólo las autoridades locales, sino toda la ciudad, célebre por la elaboración del mármol y el bronce, de unos 30.000 habitantes, que conocen vida y milagro del "maestro", quien suele recorrer placitas y callejuelas y cenar en sus 'trattorias' típicas.
"Toda la familia está aquí. Hijos, nietos, sus novios, amigos", cuenta con la satisfacción y sabiduría del que ha realizado en la vida lo que ha querido.
"Pintar es para mí un placer. Trabajo todos los días 8 a 10 horas. Eso sí, sin música, me molesta", asegura.
La presencia de canales de televisión de todo el mundo, de periodistas y expertos en programas de arte en la encantadora Pietrasanta, a 400 kilómetros de Roma, lo sorprende y halaga.
"Para mí, esta exposición es tan importante como las que he realizado en Roma y Milán", confiesa, por lo que escogió para ella varias pinturas y dibujos de su colección personal sobre sus temas preferidos: gordos, toros, caballos, vírgenes, curas y campesinos "con carriel", la bolsa de viaje de su país, iconografías que lo tienen atado a sus raíces.
"Mi pintura no tiene nada de realismo mágico, nadie vuela, ni lo persiguen mariposas amarillas. Es improbable, pero no imposible", explica con seductora afabilidad y amabilidad.
Más compleja resulta la explicación del curador de la muestra, Alessandro Romanini. "Esta exposición es una síntesis de la cultura europea con la suramericana, un 'connubio' entre la iconografía, la técnica y el lenguaje que Botero ha analizado y elaborado en sesenta años de carrera", sostiene.
Para el dueño de la fundición Mariani, Adolfo Angolini, con el que trabaja desde los años 70, cuando Botero vino por primera vez a visitar el taller del renombrado escultor lituano Jacques Lipchitz, es más bien un homenaje al hombre, al ser humano, a aquel a quien fama y dinero no han devastado. "Es alguien muy atento a sus afectos, no deja de llamar para los cumpleaños y Año Nuevo", comenta.

Fuente: AFP

MEMORIA DE LA ESCLAVITUD PORTEÑA


Una escultura de Cafferata refleja en Palermo las huellas de una práctica despreciable.
Junto al lago. La escultura del esclavo negro, en actitud doliente, está en Plaza Sicilia, sobre la avenida Berro, cerca del Jardín Japonés./ juan manuel foglia
Por Eduardo Parise

No tiene las dimensiones de los grandes monumentos de Buenos Aires. Tampoco está muy a la vista de quienes recorren una de las zonas más lindas de la Ciudad. Y hasta es probable que su ubicación también tenga algo que ver con el repudiable contenido de la historia que contiene la imagen. Porque, aunque se trate de una bella obra de arte, lo que refleja este monumento, realizado en 1881, es un tema doloroso de nuestro pasado.
Se titula “La esclavitud”, aunque algunos lo conocen como “El esclavo”. Para encontrarlo hay que llegar hasta Palermo y buscarlo cerca del cruce de las avenidas Sarmiento y Figueroa Alcorta. Está instalado en la plaza Sicilia, a unos metros de la avenida Intendente Berro (la que pasa frente al Jardín Japonés), detrás de un viejo chalet que alguna vez fue orgullosa edificación y que ahora muestra un estado de abandono lamentable.
La escultura, del tamaño real de una figura humana, fue realizada por Francisco Cafferata, un artista nacido el 28 de febrero de 1861 en La Boca, un barrio por entonces con mayoría de inmigrantes italianos, como sus padres. Cafferata estudió dibujo con Julio Laguens y luego, en su adolescencia, vivió ocho años en Florencia, donde se formó con los escultores Urbano Lucchesi y Augusto Pasaglia. Su vida tuvo un trágico final: se suicidó el 28 de noviembre de 1890.
Pero entre sus muchas obras dejó “La esclavitud”, que realizó cuando tenía 20 años. Se hizo, como está grabado en su base, en la “Fundición de A. Jonis — Calle Malavia (sic) 434 — Bs. As.”. Y en 1882 fue exhibida y premiada con la medalla de oro en la Exposición Continental desarrollada en la Capital. El municipio porteño la compró en 1905.
La figura (un hombre de raza negra, desnudo) muestra sus muñecas encadenadas y aparece caída, en una actitud de total resignación. El equilibrio del trabajo, realizado en bronce, está rematado por la cabeza, de una gran belleza, y que merece apreciarse desde todos los ángulos. El artista consideró que aquella doliente imagen del esclavo no debía estar de pie sino abatida y llena de impotencia, reflejando su situación de persona vencida.
Los primeros esclavos negros fueron traídos a Buenos Aires en 1587, apenas siete años después de la segunda fundación. Y se estima que hacia fines del siglo XVIII el 35% de su población era de esa raza. Sometidos a los peores trabajos, en la piel de muchos estaban las huellas del carimbado. Es decir: el herrado a fuego con la marca del “importador” y luego la del “propietario”.
Los principales “mercados de venta de esclavos” en la Ciudad estuvieron en la zona de Retiro y del Parque Lezama. Aunque en 1813 hubo avances con la declaración de la libertad de vientres (determinaba que los hijos de esclavos ya nacían libres), la abolición total en la Argentina recién se logró con la Constitución Nacional de 1853. De todas maneras, 131 años después de su realización, la obra de Francisco Cafferata sigue allí en un sector del Parque Tres de Febrero, reflejando aquella situación que vivieron y sufrieron miles de personas.
Diferente es el símbolo que, cruzando la avenida Berro, se encuentra en la plaza Irán. Es la réplica de una gran columna como las que sostenían el techo de la Apadana de Persépolis, que era la sala de audiencias de los emperadores de la antigua Persia. Aquel edificio se comenzó a construir, por pedido de Darío I El Grande, cerca del 512 a. C. El capitel de la de Buenos Aires, a 20 metros de altura, está rematado por dos grandes cabezas de buey. Esta columna, realizada en piedra, fue donada por Irán a la Municipalidad de Buenos Aires el 12 de mayo de 1965, aunque recién se inauguró una década después. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com


    TRES CUADRAS DE COLA PARA VER A RAFAEL Y A TIZIANO A PESAR DEL FRÍO


    Furor por la inauguración de la muestra que reúne cuarenta y seis obras de 600 años de pintura italiana.
    Por Bárbara Álvarez Plá

    Ni siquiera el frío de la tarde pudo disuadir a todos los que esperaban ansiosos para ver la muestra. Una fila de casi tres cuadras parecía no menguar nunca, El sábado, el día de la inauguración, acudieron 1200 personas. Ayer más de 2000 pasaron por el Museo Nacional de Arte Decorativo (Av. Libertador 1902) para ver Meraviglie dalle Marche , la muestra que hasta el 30 de septiembre reúne 46 obras que relatan 600 años de arte italiano.
    “Ya desde afuera se disfruta” decía Elba, una maestra jardinera que esperaba, como todos, para entrar. “Yo nunca vine acá antes y sólo con ver el edificio estoy feliz”, agregó mientras señala el Palacio Errázuriz Alvear.
    Paredes de tonos violetas, arañas, música de cámara, y silencio. Ese silencio que se genera cuando uno no puede cerrar la boca de asombro. Esa era la atmósfera en el segundo día de la muestra. “Quería saber qué se siente al tener delante uno de estos cuadros. Esto es algo invaluable para los que no tenemos oportunidad de ir a Europa. “No tiene precio”, comentó Gladys, profesora de inglés.
    Jóvenes, adultos, ancianos y familias enteras querían ver de cerca las obras de Tiziano, Rafael y Rubens. “Lo que hay acá son pinturas de gente que sabía pintar, no como el arte moderno”, sentenció Ivanky, que acudió con su hija Florencia, profesora de dibujo.
    Una fila larga pero dinámica. Al público no le importó el frío. Había familias enteras. Juan Manuel Foglia.


    En realidad, la muestra sí tiene precio. La entrada cuesta 30 pesos (10, para jubilados y estudiantes), pero el placer de contemplación es infinito. Hoy, el museo permanecerá cerrado como cada lunes, pero mañana y todos los martes, la entrada es gratuita.
    También se escucharon quejas. “Es un espacio muy pequeño y hay mucha gente y poca luz, llevamos media hora esperando para poder ver un cuadro”, decía a coro un matrimonio de periodistas cordobeses que aprovecharon el fin de semana largo para venir a Buenos Aires a disfrutar de la muestra.
    Pero como explicó Olga Muro de Jacovella, Presidenta de la Asociación de Amigos del Museo, “la luz está baja porque así es como está en Europa, para la conservación de las obras, y porque se trata de recrear la atmósfera de la época”.
    La estrella indiscutible es Santa Caterina diAlessandria , de Rafael, tras una vitrina. “Es increíble estar ante de un cuadro que se pintó hace 600 años”, decía un visitante, pegando la nariz al vidrio para acercarse más a la Historia.


    Fuente: clarin.com

    CAE UNA BANDA DE FALSIFICADORES
    DE PICASSO, SOROLLA Y GOYA EN ESPAÑA


    JOAQUÍN SOROLLA Y BASTIDA
    Agentes de la Policía Nacional de España desbarataron una banda que falsificaba obras de grandes pintores para venderlas en el mercado negro., según informó la agencia Europa–Press.
    Durante la operación nueve personas quedaron detenidas –4 en Madrid, 4 en Córdoba y una en Albacete– y se incautaron sesenta obras falsificadas y “atribuidas” a Goya, Picasso, Sorolla, Menchu Gal, B. Palencia o Viola, entre otros pintores.
    Fuentes policiales consignaron el modus operandi de la banda. Un anticuario de Madrid encargaba a un pintor con residencia de la provincia española de Córdoba la confección de las pinturas sin firmar, principalmente de los siglos XVI al XIX.
    Las obras eran envejecidas y el coleccionista las vendía como auténticas después de dotarlas de certificados falsos firmados por expertos a cambio de una suma económica. Los cuadros se ofrecían en subastas, anticuarios, y a clientes particulares.
    La investigación se originó tras una denuncia realizada por los titulares de los derechos de propiedad intelectual de varias obras.
    En los allanamientos, además de las 60 reproducciones se incautaron numerosos certificados de autentificación falsos, 4 colmillos de elefante, 30 piezas de marfil, 35 lingotes de oro y una pistola 9 milímetros Parabéllum.

    Fuente: clarín.com

    EXPERTOS EN ARTE, TEMEROSOS DE LOS JUICIOS

    Cuando el mercado del arte mueve sumas espectaculares y un veredicto puede hacer o destruir una fortuna, el miedo a los juicios disuade a los expertos de autenticar obras de arte.

    Por Patricia Cohen - The New York Times

    La celebrada libertad de expresión del arte tal vez deje de extenderse a las opiniones de los expertos en materia de autenticidad. En momentos en que el mercado del arte mueve sumas espectaculares y el veredicto de un experto puede hacer o destruir una fortuna, varios casos legales destacados han llevado a los eruditos a autocensurarse por temor a verse envueltos en juicios.
    La Fundación andy Warhol para las artes Visuales, la Fundación roy Lichtenstein y el Museo Noguchi, todos en Nueva York, han dejado de autentificar obras para evitar litigios. en enero, el instituto de arte Courauld en Londres mencionó "la posibilidad de acciones legales" cuando canceló un foro sobre una controvertida serie integrada por alrededor de 600 dibujos atribuidos a Francis bacon. Y los principales expertos en Degas evitaron decir si 74 yesos atribuidos al artista constituyen un nuevo hallazgo estupendo o un engaño.
    La ansiedad ha llegado incluso al catálogo razonado, el compendio académico definitivo de la obra de un artista.
    Las casas de subastas a veces se niegan a manejar obras no catalogadas.
    A raíz de esto, autores de catálogos razonados han sido objeto de juicios, sin hablar de sobornos y hasta amenazas de muerte. No obstante, en tanto la suba sorprendente en los precios del arte transformó el análisis del costobeneficio de los juicios, el fraude se volvió más rentable, dijo Nancy Mowll Mathews, presidenta de la Catalogue raisonné scholars association.
    Hay quienes advierten que la renuencia cada vez mayor a declarar públicamente la autenticidad podría mantener falsificaciones y obras mal atribuidas en circulación no reconociendo a la vez obras recientemente descubiertas.
    Se generó un debate ético puntual: en caso de detectar una obra sospechosa ¿es mejor hablar o callar como recomiendan los abogados? en 2005, después de ver que otras organizaciones afrontaban juicios, la fundación Lichtenstein compró un seguro sobre responsabilidad de terceros por us$ 5 millones y volvió más riguroso y transparente su proceso de autenticación, dijo su director ejecutivo Jack Cowart. Posteriormente, en 2011, la fundación Warhol reveló que había gastado us$ 7 millones defendiéndose en un juicio que involucraba una serigrafía que había rechazado para el catálogo razonado. Cuando Cowart llamó a su aseguradora para averiguar si la fundación Lichtenstein estaba protegida en caso de enfrentar un juicio similar, el agente le dijo que era imposible predecirlo. "Fue un momento muy esclarecedor", dijo Cowart.
    Los miembros del directorio establecieron que los beneficios de autenticar no compensaban el riesgo de ser demandados. "¿Por qué ponerse frente a un auto que acelera?" dijo Cowart. "No es función de la Fundación Roy Lichtenstein" autenticar obras de arte.
    Esa visión perturba a Jack Flam, presidente de la Fundación Dedalus, con sede en Nueva York, que está editando el catálogo razonado de Robert Motherwell y el año pasado fue demandada por cambiar de opinión respecto de la autenticidad de una pintura. "Si los expertos dejan de hablar, vamos a ver surgir más falsificaciones", dijo.
    Cowart dijo que, de todos modos, los dictámenes del comité de autenticación no estaban retirando las falsificaciones del mercado.
    Sharon Flescher, directora ejecutiva de la International Foundation for Art Research, duda que el número de juicios haya aumentado, pero admitió que esa percepción está teniendo un "efecto de enfriamiento". Son pocos los demandantes que ganan, pero aun así los expertos se sienten amedrentados por el tiempo y el gasto legal que implica. Por eso la College Art Association comenzó a ofrecer recientemente un seguro sobre responsabilidad de terceros accesible a sus miembros para autenticar obras de arte, señaló.
    Peter R. Stern, un abogado de Nueva York especializado en arte, les dice a sus clientes que nunca arriesguen una opinión a menos que se la pidan formalmente los propietarios, y aun en ese caso deben asegurarse de que los propietarios firmen un descargo prometiendo no hacer ninguna demanda.
    "La erudición artística está librando una batalla contra el comercio que lleva las de perder", dijo.
    Los temores de ser demandado pueden traer aparejados cambios en la naturaleza de los catálogos razonados, dijo Flescher. Mencionó las decisiones recientes de las fundaciones Calder y Lichtenstein y el Museo Noguchi de suprimir sus iniciativas de catálogos online y calificarlas de "trabajos en curso".
    Shaina D. Larrivee, a cargo de la gestión del catálogo razonado de Isamu Noguchi, dijo "lo que estamos presentando es una combinación de investigación concluida e investigación pendiente". Y agregó "Tenemos muy en claro que la `investigación pendiente’ no garantiza la inclusión en el catálogo razonado definitivo, y que podemos retirar obras de arte si sale a la luz información nueva".
    Alexander Rower, nieto de Alexander Calder y presidente de la Fundación Calder, decidió descartar la idea de un catálogo razonado prefiriendo una guía online, que pronto será subida. "Se determina si la obra es falsa o no con los datos que presentamos", dijo.
    La fundación con sede en Nueva York no autentica, dijo, pero registrará y examinará un presunto Calder a pedido de su propietario.
    Y la fundación sigue con mirada atenta el mercado. Rower viajó a la feria de arte de Basilea en Suiza en junio para fotografiar todos los Calder con el fin de realizar investigaciones futuras, dijo.
    "No es cuestión de salir al mundo y decir `Es falso’", dijo Rower. "Lo correcto para mí es decirle a un marchand, `¿Presentó esta obra a la Fundación Calder?’ Y si dice que no, yo digo `Debería hacerlo’".

    Fuente: Revista Ñ Clarín

    CHIACHIO Y GIANNONE:
    ARTE MAYOR CON EL BORDADO DE LA ABUELA


    Exuberantes y vitales, los artistas retoman el hilo, la aguja y la porcelana para crear una obra en que lo culto y lo popular son uno. En la galería Ruth Benzacar, hasta el 10 de agosto.


    AUTORRETRATO. "Familia coyita", los dos artistas junto a su perro Piolín.
    Por M. S. Dansey 

    Chiacchio & Giannone son dos artistas exuberantes como una madraza italiana. Cualquiera de estas telas -¿cuadros bordados?- delatan horas, días, meses de trabajo persistente y callado. Se escucha la televisión de fondo, el cotorreo infinito de las conversaciones, las carcajadas –trabajan con ayudantes y reciben amigos todo el tiempo, sin por eso largar la aguja y el aro– pero más allá de estas estridencias, que obviamente se traducen en la obra, la muestra en la galería Ruth Benzacar trasmite tranquilidad hogareña. La pareja tiene un hijo-perro, Piolín, un salchicha negro de ojitos brillosos. Se lo ve contento, abrigadito y bien alimentado. Los tres aparecen retratados en distintas secuencias de una vida fantaseada: en la cama con gorros de lana y mitones, en la selva con flores, pájaros y monos, en un altar mexicano, en medio de una ciudad en llamas rodeados por un ejército de bomberos con los torsos desnudos. Hay en todas las escenas un exceso vital que hasta el infierno más temido resulta optimista.
    Leo Chiacchio (Buenos Aires, 1969) y Daniel Giannone (Córdoba, 1964) se conocieron hace diez años en el balcón de la casa de un amigo, durante una fiesta. Cada uno por su lado, los dos bordaban. Fue el punto de encuentro. Obviamente, esa misma noche se besaron. Desde entonces viven y trabajan juntos. Su primera obra de a dos fue –en Estudio Abierto en Harrods, 2003– un viejo colchón matelaseado, con la imagen de los dos durmiendo juntos, abrazados, rodeados de sapitos y vaquitas de San Antonio de plástico. No habría mejor portada para este cuento de hadas queer y tercermundista.
    La tela más grande en la sala es un gobelino de casi tres metros por cinco de largo. Técnicamente no es un tapiz porque no fue tejido. Podría decirse que es una tela reprocesada. Sobre las bases textiles, que pueden ser paños antiguos o estampados sintéticos, se ejecutan distintas técnicas de bordado, algunas experimentales, incluso superpuestas en capas, que terminan por configurar un nuevo tipo género. Muchas de estas técnicas las aprendieron de Alicia, la presidenta de la Asociación de Bordadoras Argentinas, una gran amiga que murió el año pasado y con quien se pasaban tardes enteras bordando y charlando. Ella solía decirles que habían llevado este arte menor a la categoría de gran arte. Ellos le enseñaron que un error puede hacer especial a un trabajo.
    Ahí no queda la cosa. Porque si al rescatar este artesanado típicamente femenino se pretendía poner en cuestión las jerarquías estéticas y sociales, era necesario probar la tesis en otros ámbitos. La muestra se completa con un conjunto de piezas de porcelana que realizaron durante una temporada de trabajo en la fábrica Verbano, en la localidad santafesina de Capitán Bermúdez. Durante dos meses, como cualquier obrero, los artistas concurrieron a la planta de lunes a sábado de siete de la mañana a seis de la tarde para experimentar con los procesos industriales. La serie de los ekekos, con sus ropitas de macramé, sus brazos altos en gesto dadivoso a lo Juan Domingo Perón y sus cuerpos florecidos de hazas y picos de tetera, son el sumun de la providencia; una suerte de matrimonio igualitario entre el rito pagano sudamericano y la ceremonia arribista de abuela europea.
    Las estructuras y los conceptos, incluso en su altísimo grado de intensidad, vienen a decir que nada está fijo, que no hay fronteras. Hibridación total para el erotismo total, podría ser el primer mandamiento. Pasan ante los ojos los cuadros modernos, los diseños precolombinos, las películas de consumo global, los libros de antropología, los viajes por el mundo y el folclore criollo. El mundo de Chiachio & Giannone está en constante expansión como un manto vegetal que amenaza con fagocitarse hasta el último producto de la cultura humana. Abajo quedará sepultada la contraposición natural-artificial. La esencia, acá, es el encuentro. Uno en dos. Dos en uno. En ese orden alternativo, estos retratos de familia se leen como símbolo de una epopeya. Ya no importa si se proyectan como guerreros aztecas, santos cristianos, samuráis, marines, actores porno o próceres de mayo, de una u otra forma Chiachio & Giannone y Piolín serán los embajadores de una épica contemporánea.


    Fuente: Revista Ñ Clarín

    LEÓN FERRARI: OBRAS PARA VER Y ACARICIAR


    “El sexo es un homenaje a Dios”, dice el artista, de 92 años, en esta charla sobre su arte, la religión y la muestra que presentó en el Malba.

    Por Marina Oybin

    Esa lengua suave acaricia hasta el orgasmo mientras las letras en braille rezan las máximas bíblicas (Sant. 3, 6-10) para dejarnos claro que ese órgano muscular carmín, que esa “lengua es un mundo de maldad, que está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (…)”. Más allá, el sexo apasionado junto a otra máxima: “De cierto, de cierto os digo: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 53, 54). Paradójicamente son textos ilegibles para nosotros, espectadores videntes: por eso cada obra lleva un rótulo a su lado.
    En Brailles la tensión entre las imágenes (muchas son estampas eróticas orientales) y los textos bíblicos sobreimpresos resulta hipnótica. Uno se sorprende, varios días después, recordando citas e imágenes de esos cruces fascinantes. “La serie –cuenta León Ferrari– surgió a partir de las fotografías de mujeres desnudas que hacía mi padre, les puse encima una poesía o diferentes textos en braille: uno acariciaba a la mujer mientras leía”. Algunas obras pueden tocarse, tal como lo pensó el artista, en un acto que viene a satisfacer ese deseo que muchas veces despiertan pinturas y esculturas: un impulso casi físico, inevitable y vedado.
    Al ingresar en la sala, junto a la imagen de una pera vaginal, elemento de tortura atroz (extraída de Inquisición: guía bilingüe de instrumentos de tortura desde la Edad Media a la época industrial , de Robert Held), el texto en braille señala: “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella (…)” (Mt.7, 13-14). A unos pasos, sobre la reproducción de la dulcificada “Virgen de San Jorge”, de Correggio, el texto en braille apunta: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo” (Jesús, Mt. 25,41).
    Además, en la serie Relecturas de la Biblia , las imágenes de la iconografía cristiana y de la historia del arte yuxtapuestas a otras de la erótica oriental o de la historia contemporánea, simbólicamente potentes, provocan una extraña disrupción temporal.
    En el Malba, Brailles y Relecturas de la Biblia , con curaduría de Florencia Battiti, reúne 70 obras de las más de 300 que integran estas dos series hasta en las que Ferrari trabajó tres décadas. Hay acidez, juego, irreverencia, ningún prejuicio. El sello Ferrari. Poderoso, heterodoxo, heterogéneo, Ferrari vuelve a interpelar sobre religión, política, arte, sexo y goce. En escenas de masturbación como “Amate” o “La lengua” el texto bíblico tensa la imagen, provocando desde inquietud hasta sonrisas. Siguiendo esa operación estética y conceptual, Ferrari nos lleva a ver obras de Gustave Doré, Miguel Angel, Correggio y otros, desde nuevas aristas que, justamente, la belleza de la imagen ocultaba y que ahora el texto viene a cuestionar. Como en “Amad”, donde sobre ese amasijo de bellos cuerpos en escorzo y al tiempo flagelados de “Los condenados”, de Lucas Signorelli, la escritura en braille dispara: “Amad a quienes os aborrecen” (Jesús, Lc. 6, 27). O la sobreimpresión del texto sobre la reproducción del impactante “Cristo en el sepulcro” de Hans Holbein: “Yo tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Mt. 16, 18).
    Con agudeza e ironía, las obras van poniendo en relación el discurso bíblico con escenas de la historia del arte occidental y con imágenes de estampas orientales donde el sexo es vivido como puro goce. Es más: “El sexo es un homenaje a Dios”, explica Ferrari cuando lo visito en su casa después de ver la muestra en el Malba. En un piso alto con vista al edificio gótico de la Facultad de Ingeniería en Avenida Las Heras. El living está lleno de sus esculturas móviles y volátiles, caligrafías deformadas, estructuras soldadas obsesivamente de las que hizo en los años 60, pinturas de su amigo Yuyo Noé y otras de Augusto Ferrari, su padre, pintor, fotógrafo, arquitecto. En las bibliotecas, junto a las novelas hay ensayos de temas religiosos. Aquí, en su casa, este hombre que no ha perdido la ironía ni el sentido del humor, recorre luces y sombras de su vida. Dueño de una risa suave que remata los comentarios más ácidos, demostrará que, a sus 92 años, conserva intacta esa mirada que va contra el sentido común.
    Lo primero que le pregunto es cuándo empezó a cuestionar el dogma. Cuenta que fue cuando estudiaba en el colegio católico Guadalupe: “Era la época en que nació el nazismo, y en ese colegio eran antisemitas”. Ahí comenzó a aprender qué era ese infierno que después puso en el centro de la escena de algunas de sus obras con santos de yeso. “Son los mismos santos que promocionan el infierno: los expuse en 2000 y en 2004. En esa época se armó un gran revuelo cuando vino Rebecca Gomperts, la médica holandesa que hace abortos en un barco acondicionado como clínica en aguas internacionales. Los católicos hicieron un gran escándalo. No sé por qué hacen escándalos.
    ¿No cree que para muchos la religión es un alivio, una forma de dar sentido a la vida?
    Posiblemente, sí. Lo extraño es que hay religiones crueles, como la religión católica con el infierno. El catecismo oficial católico está lleno de contradicciones: hay capítulos que dicen que están en contra de la tortura y hay uno en que están a favor. En la carta que le mandé al Papa le señalé eso para que lo corrigiera.
    No hubo respuesta, obviamente.
    No.
    Usted habló del aborto, creo que ése es el infierno al que condena hoy la Iglesia y el Estado a una gran parte de las mujeres de sectores populares.
    Claro, pero creo que acá va a salir el aborto.
    ¿Le parece?
    Sí. Hay algunos que están en contra. Pero con ese criterio sería un crimen usar preservativos. Una vez hice una obra con esculturas de preservativos llenos de chicos tratando de salir. Había también una escultura colgante, inflada, una especie de bandera en defensa del ministro de Salud Pública, que había dispuesto repartir preservativos a los muchachos y chicas. Y la Iglesia estaba furibunda.
    ¿En qué está trabajando ahora?
    Lo último que estuve haciendo es esto (señala una de sus deslumbrantes esculturas móviles con alambres y piedras) y tendría que hacer algunos dibujos. Ahora no estoy trabajando. Parece que a medida que pasan los días, ya no se puede decir años, sólo días como decía Proust, uno va caminando hacia la muerte.
    ¿Piensa en la muerte?
    No, no me preocupa. He visto gente muriéndose: parecían contentos de dejar este mundo. Mi padre murió casi a los 99, y tengo un sobrino que me dijo, para satisfacerme, que antes el promedio de vida era de 75 años y ahora es de 106 (risas). Así que 106, yo tengo 92: todavía me quedan como 14 años. Tengo que pensar qué voy a hacer...
    ¿Qué lo ilusiona? Hizo arte por teléfono, arte por correo, grabado, collage, performances con esculturas sonoras, con poliuretano, videotexto, produjo películas, actuó, ¿hay algo que le haya quedado pendiente, que diga tengo ganas de seguir por acá?
    Ya hace tiempo publiqué algunas poesías: me gustaría seguir escribiendo. Y tendría que seguir también con una de estas (señala una imagen de la virgen de las que usa para los collages que está en el bastidor).
    ¿Qué lo entristece?
    Todos mis amigos se murieron. No sé por qué Dios elige a un ateo para que se quede.
    ¿Qué momentos de su vida recuerda con mayor intensidad?
    Cuando salvé a mi hija Marialí. Cuando ella tuvo meningitis, la llevé a Florencia, a la “Casa di cura per bambini”, una especie de clínica. Siempre me acuerdo de esa calle: Via Manzini 43. Fue hace más de cincuenta años. Y me acuerdo de cuando a mi hijo Ariel, montonero, lo mataron. En fin, la vida tiene todo…Nosotros nos fuimos a Brasil en noviembre de 1976. Le dije que se viniera con nosotros. No hubo caso (silencio). No supimos nada hasta que una amiga de Ariel nos contó cómo había muerto: lo mató Astiz, lo dijo él mismo. Es desaparecido porque no se encuentra el cadáver. Lo que sé es que entró muerto en la ESMA el 27 de febrero de 1977, es lo único… Nos detenemos unos momentos a mirar el catálogo de su muestra y a conversar sobre algunas obras, luego seguimos.
    Por esa función propagandística religiosa que cumplió el arte, hay en sus obras cierta recriminación a Caravaggio, Correggio, Signorelli, ¿piensa que podrían haber hecho algo diferente en ese contexto?
    Sí, sí, lo pensé mucho. La Iglesia se levantó con los pintores porque son los que le dieron capital intelectual, estético. Además ilustraron los crímenes de modo tal que ya no parecían crímenes: “El Juicio Final” de Miguel Angel y “El Diluvio” de Doré son propagandas, pero al mismo tiempo están tan bien pintados, son tan maravillosos, que uno pasa por encima.
    Ferrari se detiene en la escritura en braille sobre la reproducción de la “Virgen de la leche”, de Robert Campin. Lee la frase: “Mataré a sus hijos con muerte”. “Es de Jesús”, comenta.
    Después de treinta años, ¿hay algunas obras que ya tenía olvidadas y redescubrió?
    Sí (señala la imagen). Estos son lo incircuncisos. Los están mandando al infierno.
    Ya sobre el cierre de la entrevista, veo en una mesa, junto a una miniatura de la emblemática “La civilización occidental y cristiana”, un astronauta recubierto de finísimo material púrpura como terciopelo. Es una obra que una de sus nietas compró en una galería y le regaló. León le quita el casco y me muestra el rostro: es Jesús. Mientras caminamos hacia la puerta para despedirnos dice: “El que no está conmigo está contra mí, dijo Jesús. Eso después lo tomó Mussolini: Chi non è con noi è contro di no i”.

    Fuente: Revista Ñ Clarín