Es la tercera edición de la Bienal Kosice, con 100 proyectos de 10 países Hay que caminar sobre pantallas planas, “llueve” más o menos, según el visitante pasa. La interacción es central.
Fuente: clarin.com
Hidrórgano. La obra que ganó el certamen tiene cinco teclas que disparan chorros de agua. / MARÍA EUGENIA CERUTTI |
Julieta Roffo
“Una utopía lo es hasta que deja de serlo”, escribió una vez el artista plástico y visual Gyula Kosice, que desde los años cuarenta trabaja con agua y electricidad para crear sus obras. Esa idea de utopía, a la que Tomás Moro nombró en el siglo XVI, es la que atraviesa la tercera edición de la Bienal Kosice, que expone casi veinte obras en el Centro Cultural Borges y que por primera vez cuenta con artistas latinoamericanos entre sus participantes.
Hay que subirse a ese panel de pantallas planas que prepararon artistas de la Universidad Maimónides y que está apoyado en el piso: las gotas que parecen caer de los tubos de LED colgados del techo y que hacen “globito” en las pantallas, se aceleran cuando el visitante camina, y el ruido de la lluvia se vuelve más copioso. Hay que subirse a la instalación con hamacas que diseñó el colectivo Metaphoraq: al acercarse a la estructura, empiezan a desfilar por el piso imágenes del mapa de la isla Utopía que imaginó Moro y si alguien ocupa la hamaca de al lado, se activan las luces que iluminan los dos asientos. “La obra se completa con la participación, creemos que el encuentro con el otro, en la otra hamaca, abre la posibilidad de realización de la utopía”, cuentan las autoras.
Del concurso para exponer en la Bienal, de la que son jurado los artistas Graciela Taquini, Rodrigo Alonso y el propio Kosice, entre otros, participaron unos 100 proyectos de 10 países, entre los que se cuentan México, Uruguay, Brasil, Panamá y Chile. Desde Perú llegó la obra que registró los ruidos de la selva de ese país y los combinó con sensores de movimiento que se activan y suenan cuando el visitante se acerca a la huerta hidropónica (todo crece en agua, no hay tierra) montada en el Borges. La obra de Marina Zerbarini, una artista argentina, muestra varios mapamundis que tienen una lamparita LED conectada al sitio web de distintos aeropuertos del mundo: el de Nueva York, el de Córdoba y el de Nueva Delhi.
Si llueve, se prende una luz verde, si hay tormenta, roja, y si cae nieve, azul. La de Zerbarini es una de las cuatro obras que fueron premiadas en Bienales anteriores y que participan de esta edición como “invitadas”: otra es Homoludens intergaláctico, de Margarita Bali, que grabó a su grupo de danza y lo reproduce sobre una superficie con esferas que parecen planetas. Como telón de fondo, Bali decidió proyectar fotos tomadas por el telescopio espacial Hubble.
La obra que ganó los 40.000 pesos del primer premio es de Federico Joselevich Puiggrós: siguiendo las proporciones de la serie Fibonacci (una sucesión de números naturales, 1, 1, 2,3,5,8,13...), el artista diseñó un “hidrórgano”. Tiene cinco teclas que disparan chorros de agua que, por la distancia que tienen hasta el disco metálico en el que impactan, producen distintas notas musicales: atentos Les Luthiers.
“ Es la primera muestra de arte y nuevos medios que se hace en el Borges, y en cada nueva Bienal aparecen mayores experimentaciones. Esta vez hay robótica, cada vez más obras de bio-arte, un vínculo más estrecho entre lo científico y lo artístico”, resume Tomás Oulton, de Objeto a, la productora de la muestra. Para Mariela Staude, que por parte del Centro Cultural formó parte del jurado, “lo interactivo está manejado de formas muy diversas: no sólo tocando sino con la voz, con los movimientos y obligando al visitante a que piense cosas”.
“Creo que me están superando”, dice Kosice, precursor del arte cinético en el mundo, y agrega: “Se están acercando a la vanguardia del siglo XXI de una manera veloz, no sólo por la cantidad de obras que se producen, sino por su calidad”. Tímido, un visitante del Borges se asoma a las pantallas planas sobre las que cae una lluvia ficticia y pregunta: “¿Puedo pisar?”. Sube y sonríe.
“Una utopía lo es hasta que deja de serlo”, escribió una vez el artista plástico y visual Gyula Kosice, que desde los años cuarenta trabaja con agua y electricidad para crear sus obras. Esa idea de utopía, a la que Tomás Moro nombró en el siglo XVI, es la que atraviesa la tercera edición de la Bienal Kosice, que expone casi veinte obras en el Centro Cultural Borges y que por primera vez cuenta con artistas latinoamericanos entre sus participantes.
Hay que subirse a ese panel de pantallas planas que prepararon artistas de la Universidad Maimónides y que está apoyado en el piso: las gotas que parecen caer de los tubos de LED colgados del techo y que hacen “globito” en las pantallas, se aceleran cuando el visitante camina, y el ruido de la lluvia se vuelve más copioso. Hay que subirse a la instalación con hamacas que diseñó el colectivo Metaphoraq: al acercarse a la estructura, empiezan a desfilar por el piso imágenes del mapa de la isla Utopía que imaginó Moro y si alguien ocupa la hamaca de al lado, se activan las luces que iluminan los dos asientos. “La obra se completa con la participación, creemos que el encuentro con el otro, en la otra hamaca, abre la posibilidad de realización de la utopía”, cuentan las autoras.
Del concurso para exponer en la Bienal, de la que son jurado los artistas Graciela Taquini, Rodrigo Alonso y el propio Kosice, entre otros, participaron unos 100 proyectos de 10 países, entre los que se cuentan México, Uruguay, Brasil, Panamá y Chile. Desde Perú llegó la obra que registró los ruidos de la selva de ese país y los combinó con sensores de movimiento que se activan y suenan cuando el visitante se acerca a la huerta hidropónica (todo crece en agua, no hay tierra) montada en el Borges. La obra de Marina Zerbarini, una artista argentina, muestra varios mapamundis que tienen una lamparita LED conectada al sitio web de distintos aeropuertos del mundo: el de Nueva York, el de Córdoba y el de Nueva Delhi.
Si llueve, se prende una luz verde, si hay tormenta, roja, y si cae nieve, azul. La de Zerbarini es una de las cuatro obras que fueron premiadas en Bienales anteriores y que participan de esta edición como “invitadas”: otra es Homoludens intergaláctico, de Margarita Bali, que grabó a su grupo de danza y lo reproduce sobre una superficie con esferas que parecen planetas. Como telón de fondo, Bali decidió proyectar fotos tomadas por el telescopio espacial Hubble.
La obra que ganó los 40.000 pesos del primer premio es de Federico Joselevich Puiggrós: siguiendo las proporciones de la serie Fibonacci (una sucesión de números naturales, 1, 1, 2,3,5,8,13...), el artista diseñó un “hidrórgano”. Tiene cinco teclas que disparan chorros de agua que, por la distancia que tienen hasta el disco metálico en el que impactan, producen distintas notas musicales: atentos Les Luthiers.
“ Es la primera muestra de arte y nuevos medios que se hace en el Borges, y en cada nueva Bienal aparecen mayores experimentaciones. Esta vez hay robótica, cada vez más obras de bio-arte, un vínculo más estrecho entre lo científico y lo artístico”, resume Tomás Oulton, de Objeto a, la productora de la muestra. Para Mariela Staude, que por parte del Centro Cultural formó parte del jurado, “lo interactivo está manejado de formas muy diversas: no sólo tocando sino con la voz, con los movimientos y obligando al visitante a que piense cosas”.
“Creo que me están superando”, dice Kosice, precursor del arte cinético en el mundo, y agrega: “Se están acercando a la vanguardia del siglo XXI de una manera veloz, no sólo por la cantidad de obras que se producen, sino por su calidad”. Tímido, un visitante del Borges se asoma a las pantallas planas sobre las que cae una lluvia ficticia y pregunta: “¿Puedo pisar?”. Sube y sonríe.
De a dos. Una instalación con hamacas apuesta a la compañía. / M E CERUTTI |
Fuente: clarin.com
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