UN CAPRICHO MONUMENTAL



Ricardo Roa

El capricho de Cristina Kirchner está a punto de ser concretado. La estatua de Colón sigue en el piso. La de Juana Azurduy está casi lista.
Tal vez Juana esté en su pedestal el 12 de octubre y Colón, para esa fecha, siga por el suelo.
Ese innecesario trueque de estatuas será testimonio de una testarudez banal y marca registrada de un tiempo que el Gobierno se empeña en imaginar refundacional. Y como hay que ir por más, la Presidenta ha imaginado otro símbolo, visible desde lejos: una torre como una pista de skate gigante en la Isla Demarchi.
Azurduy luchó por la independencia de la corona de España. La guerra le llevó hijos y marido. Combatió en el Norte hasta que murió el último realista que había puesto precio a su cabeza. Entonces volvió a su terruño, hoy Bolivia, con el grado de teniente coronel.
Más de tres siglos la separan de Colón, que aproximó dos mundos y fue la avanzada de una conquista primero sangrienta y envuelta en el infierno de la codicia y enriquecedora después. Un infantil oportunismo político de ahora quiere unir sus destinos.
“¿Qué hace ahí ese genocida?”, más que preguntar casi ordenaba con su tono castrense Hugo Chávez. Fue al entrar al despacho de Cristina. Y Colón dejó de mirar el río desde atrás de la Rosada.
La piedra fundamental del derrumbado monumento al almirante genovés fue puesta el 24 de mayo de 1910. Un tributo de la comunidad italiana para agradecer a la Nación que le dio cobijo. Ignorante de ese simbolismo argentino, el venezolano mandó: “Ahí hay que poner un indio”. Fue en 2011.
Si todo esto era una intromisión y una desmesura que no era necesario obedecer, Cristina agregó las propias. Se entrometió en una plaza de la Ciudad y volteó la estatua, como si la plaza y la estatua fueran de ella.
El macrismo protestó pero después canjeó el capricho de ella por necesidades propias y el conflicto se congeló con una ley votada por los dos, que le dio el gusto a la Presidenta.
Pobres Colón y Azurduy. Colón probablemente volverá a pararse en la Costanera (ver pág. 67).
Seguirá siendo Colón, no el Colón que quiere Cristina. Azurduy tendrá su homenaje merecido pero con un inmerecido desalojo. El enroque será un monumento a la politiquería que ningún homenaje hace a los dos.
¿Tenía sentido agraviar de este modo a Colón o ya es gratuito agraviar a cualquiera?
¿Tenía sentido desagraviar de este modo a Azurduy?
Un gobierno que habla todo el tiempo de inclusión opera todo el tiempo por exclusión.
Colón y Azurduy no pueden convivir, como si ambos no hubiesen sido parte de la misma historia. No se entiende América sin España y sin Europa. En lugar de parecer tan preocupado por parecer revolucionario, el Gobierno debería hacer algo para parecer más racional.


Fuente: clarin.com

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