"LA BUENOS AIRES POP NO EXISTE, PERO ESTÁ LA GENTE"

Ciudades
Marcó el arte en los 60 desde el Instituto Di Tella. Dice que esa huella la ve en el público de los museos y exige mejor programación.
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Rodeado. Junto a las figuras de Borges y Bioy, en La Biela. “La vocación la tuve clara de chico”, cuenta. / LUCÍA MERLE


Por Einat Rozenwasser

 

Edgardo Giménez dice que fue importante venir de una familia que no tenía planes para él. “No querían que fuera médico o abogado y eso me acortó los tiempos porque tenía una vocación clara desde chiquito”, explica. A los cinco años, cuando copiaba al gnomo Pimentón de la revista Patoruzito, pidió ayuda a su mamá. “Dibujaba mejor que ella. Y ahí me di cuenta de que los grandes no saben todo”, simplifica. Del dibujo al diseño gráfico, y de ahí a la publicidad, el arte, las instalaciones, las escenografías, la arquitectura y todo lo que haría después.
Era chiquito cuando su familia se mudó de Santa Fe a la Ciudad, y pronto empezó a trabajar en la ferretería de Puán y Directorio. “Necesitaban un chico para los mandados y me dejaban hacer las vidrieras. A los nueve años hice mi primera exposición en la vidriera de Caballito, muy festejada por las doñas que iban a comprar a la feria. Era sobre insecticidas, entonces expuse todos los envases, hice un rosal con rosas y hojas de papel crepé y hormigas de cartón con patitas de alambre: las que subían no llevaban nada y las que bajaban tenían pedazos de las rosas. Fue un gran suceso”, recuerda.
A los 13 pasó a trabajar como cadete en una agencia de publicidad y descubrió que existía el sector “arte”. “Como cadete fui un fracaso total, pero me sirvió porque cuando iba a los medios de comunicación para entregar las piezas recorría el centro de la Ciudad y visitaba todas las galerías”, sigue. A los seis meses formaba parte del equipo de arte. Otra vez, el recorrido es larguísimo e incluye hitos como la vaca de los caramelos Mu Mu o afiches de artistas de todos los rubros que tuvieron repercusión en Alemania y Suiza.
-Para ese momento ya formabas parte del Instituto Di Tella...

-Un lugar con un empresario joven como Guido Di Tella, que se animaba a ser criticado de manera fatal. Esos “disparates”, como llamaban a lo que pasaba ahí, después de 50 años siguen siendo considerados hitos culturales del país. Nada de lo que existe ahora se parece: y no es una cuestión de plata, es una cuestión de cabeza.
Para hablar de Jorge Romero Brest (director del Instituto, con quien siguió trabajando en Fuera de caja) cita el diálogo que tuvo con la madre de Di Tella en el debut de La Menesunda (la instalación de Marta Minujín). “Ella salió espantada y le dijo: ‘Pero Romero, es un parque de diversiones’. Y él respondió: ‘¿Quién dijo que un parque de diversiones está mal?’”, se ríe.
-¿Y qué pasaba alrededor?

-El pop se adueñó de todo. La gente de las oficinas del centro iba al Di Tella antes de volver a su casa para “ver qué estaba pasando”. Eso no se vio nunca más. Que existiera ese lugar en un momento donde todo estaba prohibido y todo era pecado era una cosa milagrosa. A nosotros nos llamaban como modelos para revistas de moda.
-Con Dalila Puzzovio y Charlie Squirru hicieron aquel afiche de “¿Por qué son tan geniales?”...

-Yo trabajaba en publicidad y conocía los medios. Un día les dije que sería interesante, dado que a las galerías de arte iba siempre el mismo público, promocionarlas de una manera publicitaria. Pensé que era un cartel que se iba a ver por dos meses y punto, pero se transformó en una especie de ícono de los 60. Y lo sigue siendo.
-¿Existe una Buenos Aires pop?

-Creo que no existe, pero hay cantidad de cosas donde sí se nota que eso ha pasado por el país. Lo descubrí por el público, por la gente que va a los museos.
Se refiere al fenómeno que causó el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, donde expone una estatua de diez metros de Moria Casán: Monumental Moria.
-Ese tipo de eventos mueve mucha gente pero eso no siempre se refleja en la convocatoria de los museos, ¿por qué?

-La gente no se acerca porque no es interesante. En la época de Glusberg (dirigió el Museo Nacional de Bellas Artes de 1994 a 2003) había un millón y medio de visitas anuales. Te seduce la programación.
-¿Cuál es la vanguardia actual?

-Dejar de romper cosas. La vanguardia es crear un nuevo orden, una nueva manera, y estamos esperando que llegue.


Fuente: clarin.com

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