Curador y responsable de la exitosísima muestra de Yayoi Kusama en el Malba, admite no tener formación en artes plásticas
De
ayer a hoy durmió tres, cuatro horas. Su insomnio es cíclico y, cada
vez que lo asalta, se queda viendo películas hasta que el sol asome o el
sueño lo sorprenda. Lo hace tanto en su departamento de Buenos Aires,
donde vive tres meses al año, como en el de Nueva York, donde pasa el
resto del tiempo. Aun así, Philip Larratt-Smith (34), franco-canadiense,
flamante vicecurador en jefe del Malba, está fresco como una lechuga.
El fenómeno Kusama estalló bajo su curaduría (el último fin de semana,
más de 5000 personas fueron a la apertura de "Obsesión infinita", la
primera gran retrospectiva de la artista japonesa en América latina) y
él es una de las figuras del momento. Ya venía haciendo ruido desde
2009, cuando aterrizó como curador invitado del Museo en la muestra "Bye
Bye American Pie" y más tarde en la de Tracey Emin, "How It Feels".
Pero lo cierto es que con el buzo gris, los rulos despeinados y cierta
seriedad provocadora ("no me gusta sonreír", dice en español cuando el
fotógrafo intenta aflojarlo), Larratt-Smith tiene un aire de enfant terrible
que rompe el molde del arte ortodoxo. "No me importa que digan que soy
demasiado joven. Para mí la edad no importa, no es necesario tener 50
años y haber hecho training en muchos sitios, porque soy joven, pero tengo algo sólido para decir", dispara.
Estudió filosofía, latín y griego en Harvard, pero al
egresar viajó a Nueva York, cansado de ese ambiente que define como "una
mezcla de reality y campamento de niños ricos". Fue así, sin
trabajo ni planes, vagando por Manhattan, como llegó por casualidad al
mundo del arte. Una salida con amigos, un encuentro casual en un
restaurante con la asistente de la artista Louise Bourgeois y un
ofrecimiento que, a los veintipico, apareció como solución a sus
problemas: "Buscaban un pasante, alguien que tirara la basura en los
tachos, y yo era el candidato ideal", cuenta Philip.
-¿Y cómo se llega de pasante a curador?
-Bueno, además de tirar la basura, empecé a trabajar
como el archivista de Bourgeois. Ordené sus papeles, que eran un
desastre: ella tenía 90 años y ningún sistema de clasificación de sus
cosas. De a poco fui conociéndolas a ella y a su asistente, empecé a
viajar con ellas y todo creció de manera orgánica. Luego comencé a tener
ideas: me dieron ganas de escribir y de comentar las cosas que Louise
hacía. A los 26, curé una muestra suya, en La Habana, y así empecé. Pero
yo no tengo formación en artes plásticas.
-¿No?
-Estudié filosofía, latín y griego en Harvard. Me gustó
hacerlo, me formó, me inculcó las ideas que tengo sobre la cultura y el
ciclo de la historia. En una exposición como "Bye Bye American Pie",
por ejemplo, el tema del imperio y la decadencia de los Estados Unidos
no hace más que retomar a los clásicos, lo que pasó con el Imperio
Romano.
-¿Cuántas veces por día escuchás la frase "qué joven sos"?
-¡Muchas, un montón! En Buenos Aires es mucho más
fuerte que en Nueva York: ahí no es tan insólito ver a alguien de mi
edad en un puesto similar al mío. Aquí pasa otra cosa porque la cultura
de los museos es bastante joven, no hay tantos trabajadores culturales y
menos extranjeros, como yo.
-¿Agota vivir en dos lugares?
-No, al contrario. Desde 2011 vivo tres meses en Buenos
Aires y el resto en Nueva York, y me encanta. Pero también creo que
Buenos Aires es fascinante y frustrante a la vez.
-¿Qué te frustra?
-Es una ciudad muy caótica. Hay mucho drama; en Nueva York es todo business, business, business
. Buenos Aires es onírica, irreal. Nueva York es lo concreto: si no
tenés plata, chau; si no tenés talento, chau. Acá todo es más flexible.
Hay una organización, pero en el caos. Cuando vengo, tengo que ajustar
mi cabeza. No todo sucede now .
-¿Y tu familia?
-Mi madre sigue viviendo en Toronto; mi padre, en el
estado de Utah. Soy el más grande de 6 hijos. Mi hermanito de 25 vive en
Nueva York y trabaja en publicidad. Lo veo cada tanto.
-Sos bastante desapegado...
-En un sentido sí. Me interesa la idea de estar
desconectado, salir de la alienación. Cuando era chico nos mudábamos una
vez al año, así que me acostumbré a no echar raíces, a recoger mis
cosas en un abrir y cerrar de ojos.
-¿Salís mucho? ¿Qué cosas te divierten?
-En Buenos Aires salgo a toda hora, como FlechaBus, según dijo el poeta. Voy al cine, al mercado de pulgas, compro fotos online compulsivamente, en eBay. También me gusta la música electrónica, Kompakt, Small People, Monkeytown, Thrill Jockey, Sub Rosa.
-¿Tus amigos pertenecen al "mundillo" del arte?
-Y, en general, me relaciono con artistas, sean artistas visuales, escritores, cineastas o músicos.
-¿En Nueva York qué hacés?
-Ahí mi vida está consumida por el trabajo, y está bien, porque a Nueva York la gente va a trabajar.
-Alguna vez dijiste que ser curador es como ser DJ.
-Sí, porque trabajo con obras de otros, con fragmentos de otros. Combino para hacer algo nuevo.
-Tanto en la muestra de Kusama como en las de los artistas anteriores, recurrís al psicoanálisis para explicar sus obras...
-Sí, porque el trasfondo teórico de las exposiciones
que hago es siempre el psicoanálisis. Lo que más me interesa en la obra
de un artista es el lado psicológico, y para entender la relación entre
el artista y su arte, el instrumento más fino, para mí, sigue siendo el
psicoanálisis. Sé que hay mucha gente que no está de acuerdo con esta
forma de entender el arte, que muchos prefieren algo más distanciado o
teórico. Pero para mí el arte trata sobre el mundo de la emoción, y no
sobre el de las ideas. Los artistas sobre los que trabajé, además, son
artistas en los que la línea entre la vida y la obra no es tan clara.
-¿Hacés terapia?
-Sí, me analizo, pero sólo en Nueva York; aquí, en la
Argentina, no, por una cuestión de lenguaje, básicamente, ya que no
manejo tan bien el idioma. Pero me gustaría hacerlo en el corto plazo.
-¿Qué te imaginás a futuro?
-No pienso, no planeo. Todo es por casualidad, aunque
no creo en las casualidades como destino, ni en la astrología. Soy muy
determinista. Pero lo cierto es que hace tres o cuatro años no me
imaginaba que estaría trabajando en un museo en Buenos Aires. El señor
Costantini me contactó a partir de la muestra de Warhol, y yo,
simplemente, le dije sí. Así soy con todo.
Con impronta argentina
Para acompañar la charla, Philip eligió un vino tinto,
pero no cualquiera, sino el Amalaya, de la provincia de Salta, lugar que
aún no conoce pero que pronto, asegura, tiene pensado visitar. Lo que
más le gusta es el equilibrio en su composición: 75 por ciento de
malbec, 10 de cabernet sauvignon, otro 10 de syrah y 5 de tannat. Y un
sabor suave pero persistente, como una sutil obra de arte.
Fuente: lanacion-com
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