El MAMBA sigue así consolidándose como un novedoso centro de arte. Y es gratis.
“Aquí en el sur los gigantes eran hermafroditas. Se escondían en
la cordillera. Debes seguir su sangre: ella es condensación de luz”.
Las palabras –misteriosas, dichas por una voz en off, casi un murmullo–
marcan el ritmo de “Los Andes”, una de las animaciones que desde el
miércoles se pueden ver en La bella y la bestia, la exposición
que los artistas chilenos Cristóbal León y Joaquín Cociña inauguraron en
el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA).
Todo en esta
muestra adquiere la forma de un cuento. Pero éstos no son ni cuentos de
hadas infantiles, ni tienen un final feliz. Son cuentos que rozan la
Historia, los sueños y las pesadillas, y la forma y los contenidos que
poseen ciertas leyendas. A veces hasta tienen un costado epopéyico. Por
eso también aparecen en ellos personajes monstruosos, escenas imposibles
y, de repente, objetos o muñecos con cierto aire heroico (pero de héroe
triste, denso, gris, casi marginal).
En los cuentos, narrados
mediante animaciones realizadas en stop-motion, es decir, hechas en una
de las técnicas posibles para hacer animaciones, mediante la cual los
objetos estáticos van adquiriendo vida a través de la sucesión rápida de
innumerables fotografías en las que ellos mismos van cambiando de
posición o movimiento (algo parecido a lo que ocurrió, allá lejos y hace
tiempo, con los viejos fotogramas utilizados en los comienzos del cine,
o con algunos pioneros de la animación como James Stuart Blackton, el
gran Segundo de Chomón y hasta el propio George Méliès y ya después de
los años 50, con las animaciones de bajo costo de los países socialistas
liderados por la Unión Soviética (URSS), en los que el Estado fomentó
fuertemente –en tiempos previos a la caída del Muro– la animación). Las
formas se deshacen, los colores cambian, los objetos se desintegran:
estas animaciones tienen mucho de dibujo y de pintura, mucho del
lenguaje plástico en su veta más artesanal y menos digital.
Pasa
que los cuentos de León & Cociña no fueron contados a través de
filmaciones de la realidad lisa, pura y llana, sino que, al contrario,
en ellos toda realidad fue inventada a golpe de manualidad, oficio y
edición. Usted mismo lo podrá ver claramente si va a la exposición,
porque los artistas decidieron instalar en medio de ella el set de
filmación de “La casa lobo”, la animación que están realizando en la
actualidad.
“La casa lobo” (en proceso). Una de las impactantes imágenes de esta muestra. / LEON & COCIÑA. |
En la obra, cuentan la historia de una joven alemana que cada vez que quiere irse de su casa, ésta toma vida propia y la atrapa. Los artistas decidieron instalar el set en el MAMBA para poder ir mostrando en vivo y en directo todos los pasos del proceso de realización de sus animaciones, y posibilitar, así, que el público pueda hacer preguntas.
“Hicimos una experiencia parecida en el Museo
Nacional de Bellas Artes de Chile”, comenta Cociña, mientras camina por
la muestra junto a su curador, Javier Villa. “Ahora vamos a estar
trabajando también dentro de un museo, continuando la realización de
nuestro primer largometraje (“La casa lobo”), del cual sólo hay hechos
20 minutos. Cada tres días mostraremos los adelantos de la filmación en
un monitor.” En la exposición también se muestran tres cortometrajes
previos de los artistas. Se trata de “Lucía” y “Luis” –que junto con “La
casa lobo” forman una trilogía–, y “Los Andes”, una obra de tres
minutos de duración, de oscuro encanto. “Esta animación trata sobre
ciertas líneas esotéricas que sostuvo el nazismo en la Patagonia
chilena”, explica Cociña, “sobre el mito del origen de América explicado
desde la óptica del escritor nazi chileno Miguel Serrano. El sostenía
que en el origen del continente existían unos gigantes albinos, y que
los mapuches se relacionan con eso.” Puede verse, en la filmación, cómo
unos muñecos –con algo de marioneta hecha de papel, alambre y cinta
scotch, a tamaño casi natural– van moviéndose por la escena, cambiando
de forma, fundiéndose de repente con las paredes, con un reloj, con las
ventanas y con el propio suelo.
Estas animaciones no son
graciosas, estos cuentos no son románticos. Aquí no hay princesas,
dragones, ni zapallos convertidos en carrozas. Sí aparece un mundo que
se podría definir como pesadillesco o mágico, donde lo grave y lo
grotesco ocurre. Y siempre está esa voz en off, que nos va contando un
relato, que nos seduce suavemente. Ella –marcando el ritmo, el tiempo–,
nos acuna igual que cuando eramos chicos, mientras los personajes van
saltando por las pantallas, por las proyecciones, transformándose. El
efecto es embriagador. Dicen que quien escucha un cuento cae encantado.
En la exposición de León y Cociña, parece que es así.
Fuente: clarin.com
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