El Observatorio Central del Servicio Meteorológico es mucho más que los datos del tiempo.
En las últimas semanas, un tema fue central para muchos
habitantes del país y, sobre todo, para la gente de Buenos Aires: el
calor. Es cierto que esto de la alta temperatura es una vieja costumbre
que tiene el verano. Pero la seguidilla de días agobiantes fue tan
fuerte que se convirtió en pesadilla. Ante esto muchos buscaron una
referencia, una especie de oráculo, que anunciara cuándo llegaría el
alivio. Entonces surgió el nombre de un lugar al que recurrir en estos
casos: el “observatorio de Villa Ortúzar”.
Instalado desde julio
de 1906 en lo que entonces eran terrenos fiscales y parte del Instituto
Superior de Agronomía y Veterinaria (que en 1909 se convirtió en la
actual Facultad que depende de la UBA), lo más curioso del Observatorio
Central de Buenos Aires (ese es su nombre real) es que no está en Villa
Ortúzar, sino en Agronomía. La denominación popular se origina en que,
en aquellos años de principio del siglo XX, la zona era parte del
primero de los barrios. Recién en 1972, los límites iban a cambiar y la
Avenida de los Constituyentes iba a quedar afuera de Ortúzar.
La
entrada al observatorio (una dependencia del Servicio Meteorológico
Nacional – SMN) está en Constituyentes 3454, a unos metros de la Avenida
Francisco Beiró. El edificio, rodeado de un amplio parque, es lugar de
trabajo para nueve observadores que están en la Estación Meteorológica,
más cuatro especialistas del Departamento de Teledetección y
Aplicaciones Ambientales, doce especialistas del Departamento de
Vigilancia de la Atmósfera y Geofísica y diez docentes del Departamento
de Capacitación, las cuatro áreas que conviven en el lugar. Trabajan en
turnos rotativos de 24 horas, los 365 adías del año. Y lo hacen de
acuerdo con los estándares internacionales de la Organización
Meteorológica Mundial (OMM).
Además de las antenas especiales que
sobresalen en el edificio central, el lugar tiene equipamientos extraños
para quien no está en el tema. Por ejemplo, hay unas casetas con
persianas que se llaman “abrigo meteorológico”. Están a un metro y medio
del piso (la altura promedio de una persona) y sirven para las
mediciones de temperatura. También hay un termohidrógrafo, un aparato
que, con un sistema de relojería y una pluma, deja sobre un rodillo
especial la tendencia de la temperatura y la humedad. Y para medir la
cantidad de lluvia y el ozono están el pluviómetro y el espectofotómetro
Dobson, un equipo que desarrolló el físico y meteorólogo británico
Gordon Miller Bourne Dobson (1889/1976) en la Universidad de Oxford.
Justamente, la unidad para medir el ozono lleva su apellido.
El
Departamento de Capacitación tiene un alto valor: la OMM lo reconoce
como Centro Regional de Instrucción para América del Sur. Es porque allí
se hacen cursos técnicos para observadores meteorológicos y para todo
el personal del SMN.
Como se ve, el “observatorio de Villa
Ortúzar” es mucho más que los datos del tiempo que, cada día y a toda
hora, se conocen a través de los medios de difusión. Y aunque esté
afuera de las 130 manzanas que tiene el pequeño y casi desconocido
barrio con el que lo identifican, es una dependencia importante para la
vida cotidiana. Y quizá su nombre sirva algún día para contar la vida de
don Santiago Francisco de Ortúzar, nacido en España en 1822. El hombre
murió soltero y le dejó a un sobrino esas tierras donde ya, en 1827, se
había radicado un grupo de agricultores alemanes que, a instancias de
Bernardino Rivadavia, dieron origen al pueblo de Chorroarín, en homenaje
a un reconocido sacerdote. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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