Lejos de los clásicos de los años 60 y 70, una muestra hilvana en la Colección Fortabat 200 piezas de cien diseñadores argentinos de hoy.
FEDERICO CHURBA. Silla Horqueta. |
FEDERICO VARONE. Polución natural. |
INDALECIO SABBIONI-SENTIDOS DESIGN. Bici para compartir. |
FEDERICO VARONE. Sientateteta. |
FEDERICO VARONE. Rulo lamp. |
FERNANDO POGGIO. Chaise longue. |
PATRICIA LASCANO. Talega. |
RICARDO BLANCO. Banco cabeza de vaca. |
Por Yamila Garab
Si algo no le falta a la muestra Diseño Argentino Contemporáneo (DAC), que se exhibe en la Colección Amalia Lacroze de Fortabat, es originalidad. A diferencia de las muestras permanentes de diseño industrial que existen en algunos museos, como el de Arte Moderno de Buenos Aires o el MoMA de Nueva York, que suelen priorizar la historia y los íconos más notables de la disciplina, lo que se expone en esta exhibición temporaria es el diseño argentino actual como una pura expresión del presente. Es decir, un panorama amplio del diseño argentino de hoy, hecho por diseñadores en actividad y jóvenes emergentes.
La selección original de productos data de 2010, cuando su curador, Ricardo Blanco, estuvo a cargo de la muestra que se exhibió en la Feria del Libro de Frankfurt, Alemania, con motivo del Bicentenario, y que buscaba reflejar el estado actual del diseño argentino. Pero en los tres años transcurridos, además de viajar por distintas ciudades del interior, la colección se actualizó con nuevos productos aunque manteniendo la misma propuesta. En definitiva, lo que se puede ver en el último piso del notable edificio proyectado por el uruguayo Rafael Viñoly, con su gran cubierta curvada de vidrio y su vista al Dique 4, es un muestrario de 200 productos realizados por 100 diseñadores, organizados en distintos rubros y ejes temáticos, como mobiliario, objetos, rodados y luminarias.
Pero, sobre todo, lo que expresa este muestrario de objetos cotidianos, según expresa Blanco (fundador y ex director de la carrera de Diseño Industrial de la UBA, actual presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes), es la concepción más actual del diseño de objetos, que, en rigor, se encuentra bastante alejada de la que predominaba en los 60 y 70, esa época dorada en la que vieron la luz los grandes “clásicos” del diseño industrial de producción masiva, como el Magiclick y tantos otros.
En un país que pasó de sus sueños industriales a gran escala al dominio actual de la autoproducción y el microemprendimiento, Blanco sostiene que el campo del diseño actual se apoya sobre una infraestructura compuesta por “muchas pequeñas empresas que tienen una óptima artesanía industrial”. En este contexto, tal como lo refleja DAC, sus mayores virtudes son la síntesis y el ingenio.
Un tópico bastante común en la producción de los diseñadores nacionales es la noción de sustentabilidad y el cuidado por el medio ambiente; de ahí que muchos de los objetos incorporan en sí mismos un mensaje sobre esta problemática, a veces explícito y otras veces cifrado pero fácil de decodificar. Como el caso del “Pingüino empetrolado”, original vuelta de tuerca sobre un clásico de la mesa argentina, del joven diseñador Federico Varone, que se puede usar para servir vino, jarrón o florero. “Nació como una crítica a nuestras conductas, a los desastres naturales, y al daño que el hombre le hace poco a poco al lugar donde vivimos”, cuenta el autor sobre esta jarra manchada con “petróleo” y desprovista de ornamentos o manijas que interfieran en la forma y el mensaje.
También, del mismo autor, el florero de cerámica “Polución natural”, que es casi una versión volumétrica del típico ícono de la “fábrica” que suele ilustrar las infografías, con las flores surgiendo de su chimenea en lugar del humo que contamina el aire. “La idea es crear un producto que no sólo resulte funcional sino que además ofrezca una reflexión crítica”. Ambos objetos son de cerámica y porcelana bien tradicionales.
Entre los varios productos cuya concepción se basa en criterios estrictamente sustentables, un buen ejemplo es la maceta Buna, del estudio UAU Disegno, realizada con fibras de caucho recicladas, acción que aprovecha neumáticos usados y ofrece un material alternativo para objetos de uso cotidiano.
Si hay una conclusión que puede sacarse de esta muestra es que el diseño no sólo se ocupa de resolver necesidades. De hecho, muchos de los productos exhibidos se destacan por su humor, su carácter lúdico o la experiencia adicional que proporcionan más allá de su utilidad concreta, como si fueran signos en un sistema de guiños, alusiones y dobles sentidos. Se puede citar el caso del perchero Marlon, del propio Blanco y Eduardo Naso, con un eje de madera lustrada del que se desprenden para colgar la ropa unas láminas curvas de terciado que aluden a la acción de pelar una banana. O el asiento Cabeza de Vaca, de Blanco (histórico especialista en sillas), que remeda a este animal a través del simple recurso de montar un asiento de bicicleta sobre un caballete de caños metálicos, todo pintado de negro.
El humor y las alusiones a modelos tomados de la naturaleza o la vida cotidiana, en tanto, está presente en una gran cantidad de productos. Desde un palillero en el que los escarbadientes se insertan como espinas en un cactos (Jorge Ceballos); el vaso para whisky Mareado, de Marco Sanguinetti y Daniel Wolf, con su base convexa que lo hace rotar en equilibrio inestable, o la lámpara colgante Buhh, de Raquel Ariza y Tomás Benasso, símil fantasma con sábana y todo. Como señala Blanco: un mundo cotidiano “como un paisaje poblado por pequeños personajes”.
Los dos extremos de la muestra (y del edificio) están dedicados, podría decirse, al pasado y al futuro. Sobre la fachada Sur se exhibe una pequeña reseña histórica de la disciplina, con piezas como el televisor Televa, de Julio Colmenero, y el sistema de cartelería publicitaria y revestimiento de fachadas Fototrama, de Eduardo Joselevich y Fanny Fingerman, con un código binario de colores (blanco y negro) que se anticipó en varias décadas al píxel. Al otro extremo (Norte) de la muestra, en la terraza balcón sobre la avenida Córdoba, se exhiben piezas del mobiliario urbano de hormigón -material robusto y resistente a la intemperie- que está ganando cada vez más visibilidad en los espacios públicos de Buenos Aires y otras ciudades del interior.
Por caso, el sillón BKF2000 de Juan Blas Doberti y Carlos María Rimoldi, que ya es una presencia reconocible en innumerables paseos y bulevares porteños, y en rigor es una nueva versión en hormigón del clásico sillón BKF, creado en 1936 por Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari-Hardoy. “Es un producto pensado con sentido público, como sillón urbano de alto valor simbólico en una reivindicación explícita del diseño original”, explican sus autores. O los más recientes asientos del Grupo Bondi, también en hormigón, que reproducen la imagen de los viejos asientos mullidos de capitoné, y que se están empezando a ver en las muchas veredas, invitando a los transeúntes a sentarse para hacer un alto en su rutina, con el plus de una experiencia entre estética y lúdica.
Eso que, al fin de cuentas, parece ser el fin último del diseño.
Fuente: Revista Ñ Clarín
No hay comentarios:
Publicar un comentario