La casa de Xul Solar, premiada por su estilo vanguardista, guarda la historia del genial Artista.
Por Eduardo Parise
Muchos de los turistas que llegan a Buenos Aires suelen traer un papel con una dirección anotada: Laprida 1214. Por lo general son alemanes, ingleses, italianos y hasta estadounidenses. Para ellos, interesados en el arte y la arquitectura moderna, el lugar es una referencia ineludible a la hora de visitar la Ciudad. Lo curioso del caso es que para muchos de los habitantes locales, el sitio resulta casi desconocido. Una verdadera paradoja: allí no sólo está la obra de uno de los artistas argentinos más reconocidos en el mundo, sino también un edificio que, por su diseño vanguardista, hasta recibió premios internacionales. Es la sede del Museo Xul Solar.
Muchos de los turistas que llegan a Buenos Aires suelen traer un papel con una dirección anotada: Laprida 1214. Por lo general son alemanes, ingleses, italianos y hasta estadounidenses. Para ellos, interesados en el arte y la arquitectura moderna, el lugar es una referencia ineludible a la hora de visitar la Ciudad. Lo curioso del caso es que para muchos de los habitantes locales, el sitio resulta casi desconocido. Una verdadera paradoja: allí no sólo está la obra de uno de los artistas argentinos más reconocidos en el mundo, sino también un edificio que, por su diseño vanguardista, hasta recibió premios internacionales. Es la sede del Museo Xul Solar.
Tal vez el nombre
suene extraño y hasta se lo asocie con la luz del sol. Algo de eso hay.
Pero ese nombre está relacionado con una persona, hijo de inmigrantes
(padre de Letonia; madre de Italia), que nació en San Fernando el 14 de
diciembre de 1887, hace casi 126 años. Se llamó Oscar Agustín Alejandro
Schulz Solari, un chico que con el tiempo y bajo la sintética
denominación de Xul Solar, se iba a convertir en un curioso explorador
de la pintura, la música, las religiones, la astrología, la filosofía y
hasta en el creador de intrincados lenguajes.
No es el propósito
repasar la biografía de Xul Solar. Pero alcanzan algunas referencias.
Por ejemplo que empezó a estudiar arquitectura y dejó a los dos años;
que fue un fanático de Wagner y de Bach; que era amigo de Juan de Dios
Filiberto, a quien un día llevó al Teatro Colón para que escuchara la
Novena Sinfonía de Beethoven; que en Italia conoció a su gran amigo
Emilio Pettorutti; que en París, donde solía vestirse con un poncho de
rayas blancas y celestes, se codeó con sus contemporáneos Amedeo
Modigliani y Pablo Picasso o que entabló una amistad indisoluble con
Jorge Luis Borges. Justamente, en el mismo lugar donde está el Museo
(allí vivía Xul Solar) los dos se encontraban para pasar horas leyendo o
compartiendo sus conocimientos.
Pero volvamos al museo y a su
edificio. De aquellos cuatro departamentos (dos en planta baja y dos en
la planta alta) que la familia compró en 1928, hoy sólo queda la antigua
fachada de estilo italiano, con grandes puertas y ventanas de cedro y
los balcones de hierro forjado. Adentro, salvo el departamento que ocupó
el artista y su esposa Micaela “Lita” Cadenas (lugar que se conserva
intacto, pero que no es de acceso público) todo lo demás fue demolido y
hecho a nuevo. Se podría pensar ¡qué herejía! Sin embargo el resultado
es tan impactante que hace olvidar lo que había para centrarse en lo que
hay.
Todo es obra del arquitecto Pablo Beitía, quien vivió allí
como inquilino. Para desarrollarla tuvo el apoyo clave de “Lita” (murió
en 1988) y de Natalio Povarché, el marchand de Xul. El edificio, una
mezcla que combina cemento, madera, escaleras y mucha luz natural, fue
inaugurado el 13 de abril de 1993. Y resulta el marco ideal para
mostrar, en forma cronológica, la colección permanente de 86 obras que
no se venden. Las pinturas (mayoría de acuarelas, el elemento preferido
de Xul para su obra) se entrecruzan con documentos, libros, escritos y
otras creaciones surgidas de su extraño talento. El museo es la sede de
la Fundación Pan Klub, dedicada a preservar y difundir sus trabajos.
Xul
Solar murió el 9 de abril de 1963. Cuentan que en sus manos sostenía un
rosario de 71 piezas de madera tallada, que él había coloreado, y que
tenía la cruz de Caravaca. Fue en una casa que está junto al río Luján,
en el Tigre, y que había comprado en 1954. Aquella casa tenía el nombre
de “Li-Tao”, en homenaje a su mujer. Ahora, la Fundación está trabajando
para que ese lugar también pueda recuperarse y ser otra referencia más
de este argentino genial. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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