Paz. “Descubrí ollas que estaban abolladas y que nunca había visto”, dice Roux. Cuando dibujaba, podía dormir. |
Por Julia Villaro
Lloran cucharas sobre un fondo gris plateado. Unos tenedores parecen
reptar en la mesada y un insecto metálico yace al borde de una copa.
Durante meses Guillermo Roux tuvo una cita involuntaria con la noche y
lo que comenzó siendo parte del dolor y del insomnio poco a poco se
convirtió en una revelación: una serie de dibujos metálicos y melancólicos,
hermosos y simples, en los que el artista confirió vida a una larga
lista de objetos inertes sólo para recuperar la propia. El resultado se
llama Nocturnos y puede verse en el Museo de Arte Decorativo de Buenos Aires.
–Un insomnio que fue también ensoñación…
–Cuando uno no duerme hay una zona que no es ni estar despierto ni estar dormido; pero además hay una especie de silencio donde queda un espacio para que se mezcle la realidad con los recuerdos y para que las cosas más impensables puedan pasar por la cabeza. Cosas que no tienen mucho que ver con lo que uno está mirando: puede pasar la infancia, conversaciones, olores y una cantidad de ideas (o de fantasmas) que si uno mira fijo un objeto, se ponen ahí. El secreto está en no darles un destino. Muchísimo menos uno que tenga que ver con el mundo del arte y la cultura. Porque sólo así uno puede valorar el objeto que ya es un lugar de meditación. Uno desearía vivir siempre así, en ese espacio de ausencia de lo cotidiano que es muy placentero, lo difícil es despertar.
–Cuando uno no duerme hay una zona que no es ni estar despierto ni estar dormido; pero además hay una especie de silencio donde queda un espacio para que se mezcle la realidad con los recuerdos y para que las cosas más impensables puedan pasar por la cabeza. Cosas que no tienen mucho que ver con lo que uno está mirando: puede pasar la infancia, conversaciones, olores y una cantidad de ideas (o de fantasmas) que si uno mira fijo un objeto, se ponen ahí. El secreto está en no darles un destino. Muchísimo menos uno que tenga que ver con el mundo del arte y la cultura. Porque sólo así uno puede valorar el objeto que ya es un lugar de meditación. Uno desearía vivir siempre así, en ese espacio de ausencia de lo cotidiano que es muy placentero, lo difícil es despertar.
–Un momento placentero rodeado de las molestias físicas que le impedían conciliar el sueño…
–Tengo que agradecer el dolor. Muchas veces nos hace ver un aspecto de la vida que no conocíamos y que nunca conoceríamos si no entráramos por esa puerta. Cuando uno acepta que el dolor es parte de la vida (que para los que hemos sido muy sanos es algo desconocido) se abren puertas maravillosas. Cuando no hay posibilidad, quedan dos caminos: uno es renunciar a la vida, la lástima de uno mismo y la depresión. El otro es buscar el sentido, encontrar cómo es la vida a través de esta puerta que yo no había transitado, una habitación que no conocía.
–Tengo que agradecer el dolor. Muchas veces nos hace ver un aspecto de la vida que no conocíamos y que nunca conoceríamos si no entráramos por esa puerta. Cuando uno acepta que el dolor es parte de la vida (que para los que hemos sido muy sanos es algo desconocido) se abren puertas maravillosas. Cuando no hay posibilidad, quedan dos caminos: uno es renunciar a la vida, la lástima de uno mismo y la depresión. El otro es buscar el sentido, encontrar cómo es la vida a través de esta puerta que yo no había transitado, una habitación que no conocía.
–¿Cómo ayudaron estos dibujos a transitar el insomnio?
–Empecé
a refugiarme en las pequeñas cosas. Vi que lo que podía tener era lo
que estaba al alcance de mi mano. Yo ya no tenía un mundo grande de
acuarelas, viajes, museos y demás. Y entonces –recuerdo ese día– empecé a
mirar un vaso que estaba arriba de la mesa. Y a desear que ese vaso
hiciera algo por mí. Dibujé el vaso como si nunca hubiera dibujado, ni
supiera que era un vaso. Y después hubo otro vaso. Y abrí el cajón de
cubiertos, descubrí ollas que estaban abolladas y que yo nunca había
visto, máquinas de café que nunca me habían importado, escurridores de
platos quietos… todo eso se transformó en un mundo que me daba
respuestas, o me calmaba. Cuando podía hacer un dibujo el dolor se
suavizaba y podía dormir. El empezar a ser un observador lo más ingenuo
posible me daba cierta certeza. Empecé a dibujar en un bloc porque podía
dar vuelta las páginas. Feché cada día. Dar vuelta las páginas era dar
vuelta el día. Veía cómo pasaban los días y cada día iba descubriendo
una nueva forma de vivir. Iba avanzando y viviendo lo que antes me parecía que no iba a poder vivir.
Porque cuando me sentí tan mal pensaba que no iba a vivir más. Pero iba
viviendo, los objetos iban tomando un carácter y me iba sintiendo
mejor. Mi única intención era salvarme.
Fuente: clarin.com
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