Diez mil personas visitaron el fin de semana 60 construcciones emblemáticas que no suelen abrir al público. Entre los más buscados estuvieron los edificios Barolo, Bencich y los del barrio Los Andes.
Por Romina Smith
La idea era armar un gran festival. Un festival de arquitectura, que permitiera entrar, mirar, espiar, chusmear y aprender los secretos de grandes o pequeños tesoros de la arquitectura porteña.
La idea era armar un gran festival. Un festival de arquitectura, que permitiera entrar, mirar, espiar, chusmear y aprender los secretos de grandes o pequeños tesoros de la arquitectura porteña.
Hubo sesenta íconos que habitualmente están cerrados al público y que participaron, por primera vez, a puertas abiertas.
Así, literalmente. La experiencia estuvo inspirada en otras que ya se
hicieron en 20 ciudades como Londres, Nueva York, Dublín, Barcelona,
Roma y Lisboa, entre otras. Y acá fue un éxito: durante todo el fin de
semana una multitud, ordenada en grupos, pudo explorar, guiada por
expertos, lugares reconocidos como el Palacio Barolo, y otros no tanto,
como el pasaje Togneri, o un exclusivo departamento de Los Molinos
Building, en Puerto Madero.
La movida fue organizada por
Cohabitar Urbano, una asociación civil que fue creada para “fomentar el
vínculo creativo entre la ciudad, la arquitectura y su gente”. Con apoyo
del Ministerio de Cultura de la Ciudad, todo su equipo, integrado por
especialistas de distintas disciplinas y también por voluntarios, guió
durante dos días lo que llamaron “48H Open House Buenos Aires”. El
resultado fue un mapa con sesenta puntos de encuentro que estuvieron
abiertos para curiosos. Fue gratuito y abarcó todo tipo de estilos y detalles.
Y hasta tuvo a propietarios anónimos que se animaron a abrir sus casas
para mostrar qué detalles las hacen únicas para el patrimonio de Bueno s
Aires.
El único requisito para sumarse era respetar un registro
previo y los horarios que fueron establecidos para dar un orden y
comodidad. Así, por ejemplo, hubo grupos dispersos descubriendo con
asombro cómo el ex Mercado del Pescado, que funcionó entre 1934 y 1983
en Barracas, se fue transformando en lo que es hoy: un moderno edificio
que funciona como sede del Centro Metropolitano de Diseño. O cómo se
construyó, este año, un edificio que respetó la lógica del Tetris,
acomodando viviendas sobre una esquina del Abasto.
Ese fue uno de
los favoritos. Pero también los clásicos volvieron a ser convocantes: la
galería Güemes y su mirador, el Edificio Bencich o el Comega, el Teatro
Colón y su par, el Gran Rex, y hasta la Casa Mínima en San Telmo o el
Colegio Nacional Buenos Aires formaron parte de los elegidos. No fueron
los únicos: entre los sesenta, también se pudieron visitar desde el
pasaje General Paz, en Colegiales; el Arribeños, o el barrio Parque Los
Andes, ese lugar mágico y perdido en Chacarita; una casa de Coghlan con
un jardín con cinco álamos, y el Casal de Catalunya, en Monserrat,
construido a fines del siglo XIX y con dos fachadas que contrastan el
estilo neogótico en versión “barcelonesa” con el modernismo “catalán”,
variante estética del Art Nouveau. También se pudo, al menos por un
rato, ser huésped del Hilton en Puerto Madero.
La idea era armar un gran festival. Un festival abierto, público, curioso, y amistoso. Con la idea de unir creatividad, arquitectura y la curiosidad de la gente.
Y así fue. Porque la idea era esa: entrar, mirar, disfrutar y, de paso,
chusmear cómo viven o trabajan los otros que habitan la Ciudad.
Recibían a las visitas como si fuera un día más
“Acá vivía Black Amaya, que tocaba con Spinetta y Pappo. Muchos
artistas viven acá. Es un lugar mágico, donde se filmaron películas y se
grabaron publicidades, aunque también es mucho más que eso: es nuestra
vida, es un paraíso. Y lo cuidamos entre todos”. El relato de Mabel
Clavijo se repetía ayer una y otra vez con cada grupo de visitantes y
cada tanto disparaba datos inéditos como el de Spinetta. Anfitriona de
las dos jornadas, Mabel supo convencer a sus vecinos para que abrieran
sus casas del barrio Parque Los Andes, y también supo guiar con gracia y
alegría el recorrido que tuvo a más de 500 curiosos entre los dos días.
Miembro de la Comisión de Cultura del complejo, ella y Chiche, que
habita en el lugar desde hace 43 años, armaron distintos relatos para
contar cómo un conjunto de departamentos que fue inaugurado en 1928 aún
hoy se mantiene cuidadísimo y custodiado por decenas de árboles añosos,
patios soleados y 153 departamentos en 17 cuerpos de tres pisos. O que
el barrio no solo es buscado por artistas, también es estudiado por
arquitectos que llegan para ver qué pasa ahí dentro. Frente al parque
que le da nombre, en el corazón de Chacarita, el complejo nació
municipal pero desde 1972 es administrado por sus vecinos. Muchos de
ellos participaron de la movida de ayer sin alterar su vida habitual:
hubo casas abiertas con camas a medio hacer, platos sin lavar, y muy
buena voluntad para dejar entrar a extraños hasta los baños y cuartos
más privados. “Desde que tengo memoria que sentía curiosidad por ver
cómo era y es hermoso”, celebró, justa, Lucía Quaretti, una de las
jóvenes que pasearon bajo el fucsia de las Santa Rita. Según los
organizadores, el Los Andes fue uno de los lugares más pedidos del
festival.
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