UNA EPIDEMIA, UN MONUMENTO


En donde en 1871 estaba el cementerio, se recuerda a las víctimas de la fiebre amarilla.


Parque Ameghino. Bajo el verde de Parque Patricios quedó sepultada una historia trágica que dejó unos 14.000 muertos. / JUAN JOSE TRAVERSO
Por Eduardo Parise

El monumento está en la gran plaza Ameghino, en Parque Patricios, a metros de la avenida Caseros y frente a la vieja cárcel. Y no es una casualidad. Porque en ese parque, hoy con mucho verde, quedó sepultada parte de una historia trágica: la brutal epidemia de fiebre amarilla que mató a más de 14.000 habitantes de ese Buenos Aires.
Ocurrió en 1871 y resultó devastadora. Napas contaminadas, poca provisión de agua potable, hacinamiento en algunas zonas, la contaminación que provocaban los saladeros y el calor agobiante fueron el caldo de cultivo propicio para que aquello pasara.
Los historiadores empiezan a registrar los primeros casos a fines de enero de 1871. En febrero habían muerto unas 300 personas. En marzo ya era incontrolable: morían cien personas cada 24 horas. Y como había sólo unos 50 coches fúnebres, muchos ataúdes quedaban en las esquinas esperando el traslado al cementerio del Sur, justamente donde está el actual Parque Ameghino. Aquel predio había sido comprado por la Municipalidad en diciembre de 1867.
Ante este desborde, el gobierno porteño decidió comprar siete hectáreas en la zona de la “chacrita de los colegiales”. Fue el primer cementerio del Oeste y ocupó lo que ahora es el Parque Los Andes, entre las calles Dorrego, Guzmán, Jorge Newbery y Corrientes. El actual cementerio de Chacarita, a unos metros de aquel, recién se habilitaría en 1886.
Pero volvamos al cementerio del Sur y al monumento que recuerda a aquellas víctimas. En esa obra hecha en mármol (se le adjudica al escultor Juan Ferrari) se sintetiza algo de lo que significó aquella tragedia. Por ejemplo, en uno de sus laterales, tallada sobre el mármol, hay una representación de la imagen que Juan Manuel Blanes pintó en un óleo y tituló “Episodio de la fiebre amarilla”. En aquella escena dramática se ve a unos médicos entrando a una habitación donde hay una mujer muerta y su bebé llorando junto al cadáver.
También hay listados con los nombres de sacerdotes, farmacéuticos, asistentes de la Comisión de Higiene y médicos que murieron contagiados mientras auxiliaban a las víctimas. Entre ellos está Francisco Javier Muñiz, el médico cuyo nombre lleva el Hospital de Infectología que hoy funciona sobre la calle Uspallata, frente al parque. Una frase grabada sobre el monumento rinde homenaje a aquellos héroes: “El sacrificio del hombre por la Humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen”.
La epidemia de 1871 generó pánico y mucha gente decidió escapar de la Ciudad, algo que sugirieron y practicaron algunas autoridades. Pero hubo otros que también hicieron todo lo posible por ayudar. Ese fue el caso del ingeniero Augusto Ringuelet, presidente de la empresa Ferrocarril del Oeste. Como los cadáveres se amontonaban y no había carros para llevarlos hasta aquel nuevo cementerio, decidió instalar vías a lo largo de la avenida Corrientes. La obra costó más de dos millones pesos y se hizo en tiempo récord: menos de 30 días.
Se lo conoció como “el tren de los muertos”. Salía desde el cruce de la actual Jean Jaures (entonces se llamaba Bermejo) y tenía dos paradas: en Medrano y en Scalabrini Ortiz (conocida entonces como la calle del ministro inglés, por George Canning). Aquel tren cargado de cadáveres era tirado por la vieja locomotora “La Porteña” que todavía prestaba servicio. Los cuerpos eran dejados en unos galpones vecinos a la zona de Corrientes y Dorrego y luego enterrados en el cementerio. Cuentan que el maquinista de aquel tren era el ingeniero John Allan y dicen que después de realizar varios viajes también se contagió y fue otra víctima de la fiebre amarilla. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

MÉXICO DONA 51 ESTAMPAS Y UNA ESCULTURA
DE LEONORA CARRINGTON AL BELLAS ARTES



Por Mercedes Ezquiaga

El Museo Nacional de Bellas Artes anunció la incorporación a su colección de un conjunto de piezas donadas a la Argentina por el gobierno de México, integrado por 51 estampas y una escultura de bronce de la surrealista Leonora Carrington.
Este conjunto de piezas fue realizado especialmente en 2010 en el marco del proyecto “Estampas, Independencia y Revolución”, con motivo del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, dos acontecimientos centrales en la historia del país azteca.
Una litografía de Francisco Castro Leñero, un fotograbado de Joy Laville, una aguatinta de Andrés Gloria Vázquez y un huecograbado de Boris Viskin son algunos de los papeles que se exhibieron hoy para la prensa, aunque por ahora no serán expuestos al público debido a las tareas de remodelación que lleva adelante el museo.
La donación quedó oficializada con un apretón de manos entre el director del museo, Guillermo Alonso y el embajador de México, Francisco del Río, quienes hablaron de “amistad fraternal” y “país amigo” en una acotada ceremonia para la prensa.
Alonso se refirió a esta donación como un “evento extraordinario en la vida del museo” y como “un momento destinado a trascender en su historia institucional” mientras que el embajador mexicano, por su parte, señaló el “orgullo de que el Bellas Artes sea depositario de este acto creativo” de su país.
Las obras ofrecidas por el Museo Nacional de la Estampa de México (MUNAE) -dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes- reflexionan sobre la revolución y el bicentenario mexicanos, pero también sobre el principio esencial que les dio origen: la lucha por la libertad.
Participan artistas de diversas generaciones desde Adolfo Mexiac y Arturo García Bustos -vanguardistas de la primera mitad del siglo XX- hasta Demián Flores y Alejandro Pérez Cruz, representantes de una corriente plástica “transcultural”, por mencionar algunos.
Otros artistas que conforman la donación son Francisco Castro Leñero, Cisco Jiménez, Boris Viskin, Rubén Maya, Andrés Vázquez Gloria, Luís López Loza, Eloy Tarcisio, Helen Escobedo, Moriyama Terumi, Roger von Gunten, Joy Lavilla, Manuel Felguerez, Alejandro Santiago, Luís Ricaurte y Per Anderson.
Esta iniciativa hace hincapié en la capacidad expresiva de la estampa para incidir en la sociedad, generar cambios, establecer vínculos y estimular la reflexión, sin contar que siempre fue una disciplina acompañada de un fuerte compromiso social.
Múltiples instituciones y talleres a lo largo de la geografía mexicana colaboraron con el proyecto, produjeron las placas y realizaron impresiones, trabajando directamente con los artistas.
Algunos de esos talleres de artes gráficas, son herederos de los históricos talleres en los que hace más de cien años, se producían grabados con dramáticas escenas de la Revolución, se criticaba al poder y se forjaba igualmente, una estética definitoria de lo que sería el arte moderno mexicano.
En total, se realizaron 100 carpetas de idénticas características, cada una integrada por 51 estampas en tres formatos de obra que los artistas eligieron (uno por cada artista seleccionado) numeradas y firmadas, además del vaciado de la obra “Sculture/Vulturel” de Carrington.
De las carpetas realizadas, aproximadamente la mitad se obsequiaron a colecciones públicas internacionales de diversas naciones con las que el Estado Mexicano mantiene relaciones diplomáticas, para promover y difundir el arte mexicano.
Como culminación de este proyecto se realizaron en 2010 exposiciones tanto en el Museo Nacional de la Estampa (MUNAE) como en las sedes donde se produjo la obra artística.
Asimismo, el MUNAE organizó mesas de trabajo, conferencias y talleres con la participación de los artistas convocados, investigadores y críticos, que reflexionaron sobre el papel de la estampa en la producción artística contemporánea.

Fuente: Télam

LA LUZ Y LA SOMBRA MÁS REALES


Ya se puede recorrer en el Museo de Bellas Artes una de las muestras más esperadas del año: siete pinturas de Caravaggio y quince de artistas que no pudieron escapar de su magia y su influencia.


Por ANA MARIA BATTISTOZZI


No son muchos los artistas anteriores al siglo XVIII que encarnan en vida y obra lo que Emanuel Kant definió como genio: aquél que no respeta las reglas sino que las hace. Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio es, sin duda uno de ellos. En él vida y obra conjugan audacia y ruptura con la norma. Quizás haya que rastrear allí el secreto de la fascinación que su figura ejerce en la actualidad, asociada en gran medida al ideal romántico que aún impregna el imaginario del presente. Su historia ha sido contada de infinitos modos y casi todos coinciden en subrayar el carácter radical que tuvo su irrupción en la filigrana de las relaciones políticas y religiosas de la Roma de la Contrarreforma.
Como bien señala Rosella Vodret, investigadora de la obra del artista y curadora de la muestra Caravaggio y sus seguidores , que puede verse hasta fin de año en el Museo Nacional de Bellas Artes, los años que transcurrieron desde la llegada de Caravaggio a Roma, durante el último decenio del siglo XVI hasta 1630, constituyen un momento irrepetible para la historia de la pintura italiana y europea, cuyos ecos se sienten en el desarrollo de las corrientes artísticas al menos hasta el siglo XVIII.
Su presencia, provocativa y a la vez seductora, cautivó como pocas a ese mundo refinado y ladino que el intercambio de favores entre las poderosas familias de la nobleza eclesiástica había puesto en crisis mucho antes que Michelangelo Merisi naciera en la modesta aldea lombarda de Caravaggio. En ese mundo que habían construido familias como los Medici, los Colonna, los Borghese y los Farnese, cuestionado por Lutero cuando hizo públicas sus tesis en 1517, el modesto Michelangelo Merisi representa las posibilidades de consideración social que se le abrían al artista que podía contribuir al brillo de la ciudad de los papas.
Su llegada a Roma se produce en un momento tan propicio como el del Jubileo del 1600, año en que la iglesia y las grandes familias romanas habían convocado a los grandes artistas de Italia para cumplir ese objetivo con toda pompa.
La oportunidad le llegó de la mano de su primer y más duradero protector, el cardenal Francesco María del Monte, amante del arte y político refinado que muy pronto advirtió el potencial de sus aptitudes para los objetivos de restauración que la iglesia se impuso a partir del Concilio de Trento. Así, su primera aparición pública en Roma tuvo lugar en 1599, con la “Vocación” y el “Martirio de San Mateo”, dos episodios de la vida de San Mateo que pintó para la Capilla Contarelli en la iglesia de San Luis de los Franceses. El desafío que le impuso este trabajo de dimensiones hasta entonces no frecuentadas por él, acabó por convertirlo en uno de los artistas privilegiados de la escena romana del 600. Su poderoso naturalismo, de impacto teatral, agrietó la aristocrática elegancia manierista de fin del siglo XVI.
Caravaggio se transformó así en uno de los pintores más celebrados del momento. Requerido por quienes encargaban las obras de arte como admirado por los jóvenes pintores. Su fama llegó a alcanzar los Países Bajos y los encargos se le acumularon al punto de que las principales familias de la nobleza laica y eclesiástica disputaran sus trabajos con las órdenes religiosas.
¿Cómo es que llegó a esto alguien que se aventuró de un modo casi grosero en la representación de los santos? ¿Cómo es que el mundo de la jerarquía eclesiástica se avino a que los hiciera descender ante las narices del espectador, con las uñas negras y los pies sucios de barro? Si nada de esto produjo un real conflicto es porque Caravaggio tuvo la inteligencia de interpretar, además de las exigencias iconográficas que pautaban sus comitentes, la sensibilidad social que estaban necesitando. Por otro lado, como bien señala Giorgio Agamben en El hombre sin contenido , ningún artista del siglo XVII llegó a considerar imprudente ni lesivo el hecho de que el comitente se inmiscuyera en su obra. Altos dignatarios eclesiásticos, como el Papa Julio II, mecenas de Miguel Angel, los cardenales del Monte y Giustiniani o el propio papa Scipione Borghese demostraron poseer en los hechos una excepcional comprensión de los procesos que los artistas estimaban.
Así, la producción de Caravaggio de esos años está integrada en su mayor parte por pinturas de grandes dimensiones y gran complejidad compositiva, realizada para palacios e iglesias. Y, a diferencia de la época de recién llegado a Roma en que, influenciado por el ambiente intelectual del cardenal del Monte, se interesó por jóvenes músicos y referencias mitológicas, las escenas que pinta en ese otro momento exaltan figuras clave para la Contrarreforma: la Virgen y los Santos penitentes que cumplían la función de mediadores de la gracia divina.
Estas son las principales referencias iconográficas que sobrevuelan tanto en las pinturas de Caravaggio como en las de sus seguidores, que se presentan ahora en el Museo de Bellas Artes.
La impactante “Medusa Murtola” constituye una excepción en este grupo y, como tal, asume una centralidad reforzada por el original diseño expositivo que permite al espectador contemplarla de frente y también de su reverso. Pintada entre 1597 y 1598, al óleo sobre tela, sobre un escudo convexo de madera, la obra pertenece al período considerado “juvenil” de Caravaggio y forma parte de una serie en la que afloran las situaciones de androginia y extrema tensión que tanto lo entusiasmaban. Una de ellas es la que se encuentra en Florencia en los Uffizzi. La obra fue encargo del cardenal Del Monte como regalo al gran duque Ferdinando de Toscana. En tanto la que se exhibe en Buenos Aires, pertenece a una colección privada y su nombre deriva del poeta Gaspare Murtola por el madrigal que le dedicó en 1604 y la documenta.
El resto de las obras que integran la exhibición del MNBA proceden de la Galería Borghese y el Museo de Arte Antiguo del Palacio Barberini de Roma; de los Uffizzi, de una colección privada de Malta y de Londres entre otras. Entre las obras de sus seguidores más estrechos puede verse la “Magdalena” de Orazio Gentileschi, padre de Artemisia, una de las grandes mujeres artistas del 600 que la historiografía crítica rescató recientemente. Magníficamente erótica es su “Magdalena desvanecida”. No es el único caso en que la hija compite en los mismos temas con el padre y se revela más intensa y audaz. En este caso, como en la representación de Judith y Holofernes de los Uffizzi, la pintura de Artemisia exhibe una mayor síntesis y dramatismo.
La disputa por las atribuciones que rodean a Caravaggio y su obra es otro tema que lo persigue. Como si la fatalidad de este artista, que encontró la muerte tratando de huir tras una pelea, no pudiera evitar ese sino que lo acosa sin tregua.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA LUZ DESDE LO OSCURO



Secretos del montaje de Caravaggio y sus
seguidores en el Bellas Artes. Un mundo que habitan curadores, museógrafos, herederos y restauradores, unidos por obras de valor universal.


Cómo se armó "Caravaggio y sus seguidores" en el Bellas Artes. ( Por Pepe Mateos / Música: Zefiro torna de Claudio Monteverdi, contemporaneo del artista)
Por Ana Laura Pérez

Ha llegado por la mañana. Ahora, sola en la gran mesa de paño en la que se revisan al detalle las obras, parece desolada. O más furiosa. O simplemente desilusionada con Perseo que la engañó con su reflejo y logró cortarle le cabeza antes de que lo convirtiera en piedra también a él. Separada del cuerpo, el escudo convexo, gema de la muestra, parece más que nunca decapitada, parte de un cuerpo en camino a otra lección de anatomía.
Los expertos del museo, los responsables italianos, el productor de la muestra en Brasil, el dueño de la pieza. Todos giran a distancia, como si la mirada conservara el poder de petrificar a quien alcanzare, aun desde ese almohadón en el que reposa como una mascota obediente y mansa. Los comentarios se hacen en voz baja y la luz de la lámpara separa la escena del resto del pabellón, en penumbras. Acaba de arribar el último Caravaggio. Y no sólo porque ha sido la caja 22 de las 22 cajas que había por abrirse. También porque ha sido el último cuadro en atribuirse al pintor, después de dos décadas y media de investigaciones y exámenes. El 25 de febrero se divulgó la noticia ante la prensa internacional y se presentó el libro con los documentos y análisis al que Ermanno Zoffili había dedicado buena parte de su vida adulta. Había muerto cuatro días antes.
La Medusa, cuya autoría terminaría por probar, había sido adquirida por el padre, quien le transmitió además el gusto por el arte y el coleccionismo.
 Sin embargo, nunca creyó que fuera obra de uno de los grandes maestros de la pintura italiana. "Simplemente le gustaba", dice su nieto, Alberto Zoffili, quien creció junto al escudo amenazante protegido de las agresiones ambientales con temperatura y humedad estable, en la sala familiar. "Jamás pudimos entrar con una pelota a casa." Alberto es un hombre atildado, elegante y amable que sigue cada paso de los técnicos sin amedrentarlos. Gerardo Nicola Parrinello, el correo de la Superintendencia de Roma, ángel de la guarda, dulce compañía, que no abandona ni de día ni de noche el tesoro que le ha sido encomendado, da pasos seguros. Se ve la tensión, la sacra devoción de curadores, restauradores y museólogos. El cable de la lámpara que corta el recorrido cobra dimensiones de amenaza. Subraya la posibilidad de que algo pase con ese objeto que se ha explorado al detalle. No se los escucha. Pero alguno señala con el meñique un punto invisible sobre la superficie irregular. Y otro u otras confirman. Y alguien más busca entre los documentos la referencia a esa rasgadura, ese velo o ese levantamiento de la pintura que demostraría que la Medusa no está muerta. O que la materia muerta sigue viva mientras cambia.
De modo que después de la revisión minuciosa, solemne, el ángel guardián levanta el almohadón con una gestualidad que no admite bromas o titubeos y que recuerda a la culminación de Corpus Christi o al príncipe con el zapato de cristal buscando a Cenicienta. Y va el cortejo hacia el final del pabellón al que está prohibido acercarse mientras duren las operaciones de montaje. Sólo unos pocos entran al recinto. Sus movimientos pueden verse a través del ojo de vidrio que los museógrafos argentinos idearon para la exhibición, inspirándose en una instalación circular del artista contemporáneo Anish Kapoor.
Los excluidos observamos a la distancia, limitada la curiosidad ante el cordón sanitario dispuesto por las autoridades para evitar que una distracción provoque algún mal movimiento o torpeza. Cualquier daño a la obra valuada en 2009 por el Estado italiano en 16 millones de euros y asegurada para viajar en marzo próximo a los Estados Unidos en 88 millones de euros ­a mayor recorrido mayor es la cotización­ sería una catástrofe.
Vista desde lejos, la cápsula parece una sala de cirugía. O una nursery en la que Gerardo ­único autorizado para manipular la obra­ aparecerá enguantado para mostrar a los argentinos la criatura portentosa. La madera verde se cubre de paños limpios de algodón. Y cuando la superficie está aislada se presenta la Medusa para empezar a medir los soportes con que se la sujetará. Son cinco o seis personas arrojadas alrededor, la elite de la tropa museográfica, con la concentración de quien tiene que desactivar una bomba. Definir el lugar donde se colocarán los soportes de acrílico lleva horas. Ivanei Da Silva, de la empresa brasileña Base7 Proyectos Culturales, se divierte. Las cosas van bien. En San Pablo, sólo el montaje de la Medusa llevó dos días completos de trabajo.
Definidos los tres puntos por los que se amurará la obra, el equipo se disuelve hasta que vuelva Pedro Osorio, el museólogo experto en acrílico que lleva días en el diseño del dispositivo de amure. La joya entonces descansa sola, olvidada por sus protectores. Gerardo, el comisario italiano, ha dejado en la parte superior del círculo blindado un pequeño ratón de paño rojo. Búsquelo cuando visite el museo. Es el talismán que protege el tesoro.
Cabellos venenosos­
Escribió G. Murtola, uno de los varios poetas que se fascinaron con la obra del joven Caravaggio: ¿Es esta la Medusa, la de cabellos venenosos / con miles de sierpes? / Así es; ¿no ves acaso cómo mueve los ojos, cómo / Los pone en blanco? / Huye, huye de su cólera, huye de su desdén, / Pues si te alcanza su mirada, / Te convertirá en piedra también.

"Tiempo atrás mi padre tenía unas piezas de arqueología de la Antigua Grecia, hermosas. También me gustaba la Medusa. Pero con el mito de que convertía en piedra a quién la mirara era una imagen que me atemorizaba. Y la mirada... ¡es una mirada de horror! Seguramente la última mirada de un ser al que le cortan la cabeza.

Cuando éramos chicos ese terror funcionaba
Con mis hijos no funcionaría...
¡Ni con los míos!
¿Da más trabajo viajar con la Medusa o con sus hijos?
No me pone nervioso viajar con la Medusa. Esto es como un legado que me acerca a mi padre, pero con el que, al mismo tiempo, siento distancia.

Alberto Zoffili, heredero, parece el hijo de un coleccionista, el padre de cuatro hijos y el gerente de una empresa de transportes de Milán que es. Cuando visita el espacio dedicado a la obra. Cuando espera horas las pruebas de montaje. Cuando sigue con la vista la revisión de los expertos.

Si está fastidiado, lo oculta. Pero no esconde que cumple la voluntad de otro. Está en la Argentina, estuvo en Brasil y estará el año próximo en Miami y en Washington porque ha hecho suyo el compromiso asumido por su padre antes de morir. Y, también, porque el reconocimiento público y la consideración de la crítica internacional aumentan el valor del cuadro que guardan en la bóveda de un banco mientras analizan la mejor oferta.

"Tengo un hermano mayor, pero no le gusta viajar en avión. Así que me tocó hacerlo a mí", y lo que dice no suena a reproche.
Ustedes han vivido más de 20 años en una familia que tenía una misión.

Sí. Yo siempre vi a mi padre ir a la cama con libros de arte en la mano y dormirse con ellos encima. Siempre investigó muchísimo. Y este amor por el arte nos fue transmitido. He crecido en una casa con muchísimos cuadros y esculturas. ¡Y con advertencias para que no las tocáramos! "Ahí no se puede estar", dice que escuchó muchas veces. Pero cuesta imaginarse a este Alberto Zoffili de niño corriendo con una pelota dentro de la casa.

No está claro cómo el abuelo obtuvo el cuadro. "Sólo le gustaba mucho, pero no comprendió cabalmente su valor. Sí lo comprendió mi padre, que era profesor de la Universidad de Bellas Artes de Milán. Amaba el arte y estudió en particular este período de la pintura italiana. Así que se dedicó a investigar. Como imaginará si alguien dice `Tengo un nuevo Leonardo Da Vinci’ desconfiamos." En el cuadro que decoraba su infancia están interesados museos árabes y europeos. De cualquier modo, asegura Zoffili, van a venderlo después del tour americano. Como por ley la obra sólo puede salir de Italia para exhibiciones temporarias, "no nos gustaría que quedara en una colección privada. Pensamos que es patrimonio de todos. Que el arte hace al amor, a la verdadera cultura y a la virtud. Lo ideal sería que fuera expuesto junto con la otra Medusa en la Galería Ufizzi, de Florencia".

¿Por qué? Porque en Florencia está la copia que Caravaggio hizo del original, que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes argentino. Con rayos se pudo comprobar que el artista ensayó tres diseños de su Medusa.

"Primero hizo la nariz, los ojos, la boca. La primera vez dibujó las serpientes. La segunda el pelo. La tercera vez, completa la cabellera de serpientes.

Cuando terminó la Medusa Murtola, que es más pequeña, la copió sobre un vidrio y luego la proyectó y realizó una más grande (que su mecenas el cardenal Del Monte envió como regalo al gran duque de Toscana Ferdinando).

¿Ve? Por eso, en la Medusa que se expone en el Ufizzi no hay ningún dibujo preparatorio bajo la pintura. Lo hizo con pequeñas variaciones, pero copiándola de este original."

­Detalles invisibles

­
Para el lego todo es sorpresa en el armado de la muestra ("La más importante en muchos años", según la directora artística María Inés Stefanolo. "De Caravaggio hay unas 50 obras: que Italia nos preste el diez por ciento de los cuadros que tiene implica una operación complejísima de realizar"). Y para todo hay explicación: el verde de las paredes ("No queríamos usar ni el rojo ni el azul, que ya se habían usado en exposiciones similares, pero seguir en la paleta de Caravaggio. ¿El dorado? Un experimento propio, inspirado en los marcos", dixit Valeria Keller, responsable del diseño museográfico, las diagonales que organizan el pabellón ("La imagen renacentista en general está planteada a partir de un triángulo, es estática.
En cambio, la imagen en el Barroco es dinámica gracias a la diagonal marcada por la luz o la disposición de las figuras, ¿ves?", señala Florencia Galesio, investigadora del MNBA), las discusiones en torno a la luz ("Iluminar la calavera es obvio ­discute Mariana Rodríguez, a cargo del diseño museográfico y, en particular del diseño de la luz­. Llevala para allá, para la aureola que es más sutil. ¡Mirá cómo aparecen transparencias detrás del San Francisco!"). Hay discusiones en torno a tonos, a técnicas y charlas sobre las ingratitudes que esperan al restaurador: una condena a reiterar lo que otro ha hecho, un límite a la propia iniciativa, un velar la mirada personal. En fin. "Es normal: cada restaurador se enamora de su obra. Continúa amándola, la cuida, la va a ver. No siempre, pero pasa eso de `esto no está del todo bien, pero el próximo año...’." Está Paola Sannucci de la Superintendencia Especial para el Patrimonio Histórico, Artístico y Etnoantropológico y para el Polo Museológico de la ciudad de Roma. Guapa, franca, alegre. Es la encargada de seguirle el paso a 16 de las 22 obras expuestas en el MNBA. "No todos los restauradores son iguales: a mí me gusta muchísimo el arte, otros aman mucho la materia, otros el trabajo manual. A mí me gusta usar las manos para llegar al arte. Me gusta la imagen, el color, la forma, ver cómo cada artista ha pensado su cuadro. Al fin de cuentas, los cuadros parecen todos iguales. Pero no es verdad porque están llenos de cosas muy personales."

­Deporte nacional­

Levanta el brazo en dirección a Lot y sus hijas, el cuadro de Battistello, que tenemos enfrente. Ella trajo una silla desde el otro extremo, cansada de estar de pie. Tiene edad de empezar a pensar en su jubilación: averiguó el costo de un departamento en Recoleta, ¿y si alquila su casa en Roma y vive con ese dinero en Buenos Aires? "El hombre es un personaje típico, pero mirá esta bolsa, esa cabeza volteada hacia un costado. Dicen que copia a Caravaggio, pero Caravaggio no hubiera hecho el cuadro así." Quiere ilustrar su idea antishow de la pintura. Esto es ver más allá de las grandes marcas del arte mundial: Leonardo, Miguel Angel, Caravaggio... "Battistello no es un artista de primera importancia. Pero es un artista que ha hecho lo suyo con lo que recibió de Caravaggio. Por ejemplo: Caravaggio no tiene escenas cerradas. Además, pasado el período juvenil reduce el cromatismo. Usa siempre el encarnado o cualquier cosa que va hacia el azul o hacia el rojo, oscuro. Tres o cuatro colores que impacten. Acá hay marrón, el naranja, el rojo, el blanco, el color existe." Marca el rincón izquierdo, un plato hacia adelante como saliendo del cuadro.
Insiste: "En Italia, el deporte nacional es encontrar el nuevo Caravaggio.Por eso también todos aspiran a restaurar los Caravaggio. Yo, en cambio, ando buscando los de Piero di Cosimo". Las restauradoras argentinas la escuchan como a una amiga que acaba de llegar de viaje llena de novedades. Y celebran la irreverencia con risas.
¿De esta exposición? "Mmmm..." El pequeño autorretrato de Orazio Borgianni, con esa mirada oblicua, amenazante. Era, por talento y carácter violento, un caravaggista cabal.
"Caravaggio no solamente atraía a pendencieros, sino también a rivales resentidos", escribe Helen Langdon historiadora de la Nacional Gallery y el British Museum, autora de la biografía publicada por Edhasa sobre Michelangelo Merisi, el nombre real de Caravaggio, quien terminó portando como propio el nombre de su ciudad.
"Se mofaba de los artistas más tradicionales con comentarios provocadores y fanfarrones, pero a la vez sentía envidia de sus seguidores, de modo que le molestaba cualquier artista que se acercara a su estilo, o que pudiera poner en peligro su supremacía como artista." Paola mira la enorme sala, casi sin gente a esa hora del atardecer, cuando acaban de pedirle que controle el último ajuste de seguridad a un cuadro pequeño. Finaliza su tarea. Vuelve a Italia sin la pesadísima responsabilidad de los cuadros que tuvo que cuidar desde el momento mismo en que los descolgaron y embalaron, los subieron a los camiones. Tuvo que seguirlos hasta la bodega del aeropuerto y de ahí al avión. Voló y bajó con ellos en el destino. Siguió los camiones hasta el museo. Esperó que abrieran una por una las cajas. Revisó los documentos y certificó el estado de las obras. Asistió al colgado, aprobó la iluminación y certificó que la temperatura y humedad fueran las exigidas por las autoridades. Veló para que ni el movimiento ni las vibraciones ni las alteraciones de temperatura afectaran la carga. Se para delante de la Virgen con el niño de Bartolomeo Cavarozzi, otro caravaggista. "El cuadro no es muy bueno", dice. Pero no la deslumbra la técnica. "Es apenas una adolescente y tiene un hijo ya grande, se la ve perdida, sin saber qué hacer con ese chico. Es una imagen que me llena de pena."

Fuente: clarin.com

¿EN QUE SE HAN CONVERTIDO LOS MUSEOS?

¿Qué es un museo hoy en día? ¿Lugar de espectáculo y entretenimiento o de conocimiento? La irrupción de las industrias culturales y el turismo puso a la institución en crisis. En la era en que las pantallas y la visualidad mandan, pueden enseñar a mirar y a criticar a través de la imagen o convertirse en apenas un paseo para las multitudes, no muy distinto de la tevé.


Todo comenzó por acumulación, esa vieja costumbre que tenemos los humanos. Cráneos, huesos, animales disecados, estampillas, libros, vasijas, bocetos, pinturas, momias, muebles, joyas, esqueletos, tacitas de té… A algunos difuntos, en el Neolítico –y aún en la actualidad– hasta se los enterraba con estos objetos queridos, acumulados a lo largo de toda la vida. Tal era el lazo de apego, tal la significancia. En la Antigüedad Clásica, en cambio, en tiempos en que las reliquias eran los ítems a coleccionar, empezó a esbozarse un concepto distinto, una especificidad: comenzó a valorarse la belleza, y como consecuencia, al coleccionismo de objetos artísticos. Por eso también comenzaron a formarse en Grecia colecciones civiles y privadas, cuyo fin era ostentar un poder económico y político. En realidad, algo bastante parecido a lo que pasa en la actualidad con las colecciones y los coleccionistas salvo que, como dirá más adelante el coleccionista Eduardo Costantini –también dueño del Malba–, hay una característica que tomó un relieve fundamental hoy en día: la de la pequeña sociedad, la comunidad que una colección crea alrededor. “Se va creando una comunidad entre coleccionistas, y entonces se hacen circuitos, se habla sobre las obras, se va a eventos juntos”, dirá Costantini.
Muchos siglos después de Grecia, hace tan sólo diez años, tiburones inmersos en piletas de formol –que no, no son las salas de Anatomía I de la Facultad de Medicina, sino las esculturas de Damien Hirst–, y más esculturas hechas sólo con luz, otras con sangre disecada, gritos guardados en formatos digitales, performances grabadas en DVD o documentadas en fotografías, pinturas hechas con comida, con gusanos, con materia orgánica, también fueron acumulables, coleccionables y susceptibles de ser expuestos, mostrados, en público y en privado… Era la hora del coleccionismo de arte contemporáneo (en realidad, del arte del siglo pasado).
Todos estos objetos acumulados, coleccionados a lo largo de distintas épocas y contextos, fueron formando recordatorios emocionales, conjuntos, pequeños y grandes depósitos a puertas abiertas o cerradas, creados –fundamentalmente– en Europa. Al menos, esta es la parte de la Historia que conocemos. Hasta ahora estamos hablando de coleccionismo, de esa antiquísima dinámica que Susan Sontag define como una conexión entre presa y cazador, entre objeto y amo. Nos referimos al coleccionismo como la antesala del tema que nos interesa: tan sólo porque es un pariente del museo, (“Museos –dirá en su libro sobre el tema Américo Casilla, ex director Nacional de Patrimonio y Museos, ex director del área cultural de la Fundación Antorchas y actual director de Typa)–, esos artefactos tecnológicos producidos por las culturas más diversas”.
Las colecciones son su antepasado y también sus primos. Están en varias partes de su árbol genealógico. Recién en la segunda mitad del s. XVIII, con el Barroco y de la mano de los postulados de la Ilustración, se originó un tipo de coleccionismo diferente a todos los anteriores. Con la Ilustración y su afán didáctico, enciclopédico y científico, y luego de siglos de colecciones creadas fijándose a veces más en la cantidad que en la calidad, sin criterios de jerarquización ni clasificación, salvo cuando aparecieron las Wunderkammer, Kunsterkammer, Wonder chamber , Cabinets de Curiosités o Cámaras de Maravillas, durante los s. XVI y XVII, esas habitaciones donde se almacenaban, guardaban o archivaban objetos exóticos o fascinantes. Ahí sí se esbozaron las categorías de “Artificialia”, “Naturalia”, “Exotica” y “Scientifica”. Fue ese coleccionismo el que dio nacimiento al museo, a esos museos que reconocemos emblemáticos, como el Louvre o el Británico. Es el modelo de museo que se asentó en el s. XIX.

Museo Dalí. Nuevo edificio, en St. Petersburg, Florida.
Museo Dalí. Nuevo edificio, en St. Petersburg, Florida.
En la Argentina, ejemplos claros y grandiosos de este tipo de institución son el Museo de Ciencias Naturales de La Plata y el Bernardino Rivadavia. Gigantes, repletos de mamuts reconstruidos a partir de un hueso, y con vitrinas antiguas, con museografías de otras épocas que conviven con otras contemporáneas, presentan, en un mismo espacio, temporalidades diferentes. “Fijate que las vitrinas del Museo de La Plata no están hechas para que el público pueda admirar lo que se expone, porque son altísimas, en ellas todo está muy arriba, sino que fueron hechas para guardar objetos, o para los investigadores. Y hoy en día siguen funcionando”, dirá el antropólogo y crítico cultural Néstor García Canclini cuando le pregunte sobre los museos a lo largo de los siglos.
Por su parte, Irina Podgorny –antropóloga e historiadora de los museos de ciencia–, comentará cómo éstos fueron creándose, en la Argentina, en el s. XIX, a la par que nuestro país, un poco por casualidad, un poco por favor político, otro por voluntad y algo por buena fe.
En América Latina, y en especial en nuestro país, hay varios tipos de museos: existen las casas-talleres de artistas, los de ciencias, los universitarios, los creados en lugares históricos –como el Museo Marítimo en el ex Presidio de Ushuaia–, las salitas armadas con colecciones amateurs, que sobreviven en algunas provincias; y también estos grandes museos más aggiornados, de importancia nacional, con mayor presupuesto, algunos de ellos privados.
Los que hoy tienen más relevancia y visitas son sin duda los de arte contemporáneo. ¿Porque ofrecen educación, como se pretendía en el s. XIX? ¿Porque ofrecen diversión, consecuencia del nacimiento de las industrias culturales de mediados del s. XX? ¿O porque ofrecen, simplemente, un paseo ritual, un “deber hacer”?
En otras palabras, ¿qué es un museo hoy en día? Contesta Néstor García Canclini, vía telefónica desde México: “Los museos hoy en día son muchas cosas, no hay un solo modelo de museo ni una política predominante en el mundo. Mi idea es que ese ciclo de los museos-espectáculo, con arquitectos de nombre, y con un atractivo puesto más en el continente que en el contenido, está cerrándose, esta agotándose.
Entonces, ¿qué modelo de museo piensa que se está formando en el s. XXI en el mundo y en Latinoamérica?
No veo un modelo predominante en el futuro. En América Latina creo que hay varios pertinentes. La Pinacoteca de Sao Paulo tiene un modelo a partir de la restauración de un edificio y de un programa de pocas adquisiciones pero convenios muy inteligentes con exposiciones internacionales itinerantes, como la de Cruz- Diez, que estuvo hace meses allí. Primero estuvo en el Malba y ahora la tenemos en el de Arte Contemporáneo de México.
Más que un modelo de museo, eso es un modelo de itinerancia de las muestras. Eso va creciendo. Otro punto importante es la internacionalización.
¿Por qué es importante la relación internacionalizada de los museos? ¿Qué les aporta?
Bueno, es difícil ya defender un museo ensimismado. La historia de los museos es la de la exhibición de su propia identidad o de las conquistas, si hablamos de los imperios, como en el caso del Museo Británico. Pero todo estuvo centrado en la historia nacional, y en lo que esas naciones habían hecho consigo mismas y con los otros. En la actualidad, la interdependencia es tal, que hasta han surgido nuevos museos, como el de las migraciones, el de las fronteras… y los propios museos nacionales –de historia o de arte– han tenido que reconocer esa interdependencia con lo que sucede en el mundo, con el mercado, con los nuevos medios de comunicación. O sea, los museos compiten con la televisión, con las redes sociales; y las pueden usar, también.

El Louvre,. París, donde son usuales las colas de turistas.
El Louvre,. París, donde son usuales las colas de turistas.
¿La tevé y las redes sociales compiten con los museos porque son un entretenimiento más?
En parte sí. Aunque no son sólo un entretenimiento: tienen que tener en cuenta que la visualidad hoy no se enseña sólo en la escuela o en el cine, si no en una serie de pantallas muy diversas y que ofrecen una variedad, no sólo de entretenimiento sino de información, digerida de otra manera. Esto no quiere decir que el museo deba atelevisarze o convertirse en una red social: tiene un espacio físico que debe considerarse en su especificidad, en su potencialidad. Pero por eso mismo es muy interesante la concepción de colección que están manejando algunos de los principales curadores de los más importantes museos del mundo, como Manuel Borja-Villel, del Reina Sofía, quien habla de centrar los misterios del acervo y de la circulación del arte no en la noción de colección sino de circulación de los acervos.
Por su parte, Jessica Morgan, curadora de la Tate Modern de Londres, en charla telefónica desde esa ciudad, sostiene que “los museos se han transformado en espacios mucho más sociales, comunes e interactivos que lo que eran antes, cuando solían ser espacios para la contemplación individual y reflexiva”. Si se le pregunta para qué sirve un museo hoy en día, responde que los museos hoy son, por lejos, espacios culturales muchísimo mejor situados que cualquier otra institución del mismo tipo (el teatro, el cine, la danza), para hacer frente, como potencia social, a una dirección que podría ser impuesta. “En un museo –agrega con razón–, nadie se ve obligado a sentarse en una silla y a ver algo que le imponen. Yo les doy la bienvenida a los cambios que incrementaron la popularidad de los museos. Creo que es un malentendido imaginar que el incremento de público o de popularidad significa necesariamente una baja de la cualidad.
¿Piensa que los museos se convirtieron en espectáculos o en atracciones turísticas?
No estoy en contra de la idea de espectáculo o de entretenimiento. Creo que el arte puede –y con frecuencia, debe– ser entretenido. Por otro lado, siempre han sido atracciones turísticas. Pienso en el “gran tour”, que se realizó en el s. XVIII como parte de un crucero por museos y sitios culturales europeos...
¿Qué tipo de conocimiento le brindan los museos de hoy en día al público?
Un conocimiento que se deriva del aprendizaje visual, el que en la edad de la sobrecarga de los medios de comunicación es extremadamente importante. Los museos pueden enseñar a mirar, a criticar, a comprender y crear a través de la imagen, en lugar del lenguaje. Son una herramienta muy poderosa de nuestra época.
Para Guillermo Alonso, director del Museo Nacional de Bellas Artes, “un museo tiene distintas funciones. El MNBA, que es un museo de colecciones, es principalmente un lugar de estudio, de preservación de sus propias colecciones. Eso es lo primero. Luego, es sumamente importante la relación que mantiene con la comunidad y con su entorno. En el fin del s. XX y en lo que va del XXI, veo que la conducta del público dentro de los museos se modificó. Las personas van, se quedan horas ahí, cada vez pasan más tiempo. Cuando yo estudiaba Derecho en el edificio frente al MNBA y ni me imaginaba que podía llegar a dirigirlo, venía a estudiar a las salas del museo porque estaban vacías y, entonces, eran silenciosas. Eso hoy es imposible. No habría cómo preparar Derecho Romano en este espacio”, dice con una sonrisa.

Museo de Ordos. Arquitectura futurista en China.
Museo de Ordos. Arquitectura futurista en China.
Marcelo Pachecho, curador jefe del Malba, no tiene dudas: “Sigo creyendo en el museo –dice– como en una de las instituciones creadas por la Modernidad, transmisora de valores. Sigo creyendo que un museo es el mediador de lazos comunitarios y de pertenencia. Más allá de la transformación que sufrió el museo al entrar en las industrias culturales en los últimos veinte años, con todo el tema de las industrias turísticas, y del ingreso al ámbito del negocio y del show, los museos siguen teniendo esa capacidad. Y me parece una función central. Porque creo que siguen siendo un lugar en el que se maneja fundamentalmente la distribución de valores y que tiene que ver con valores de intercambio, esa distribución particular de la identidad. Y con la inclusión de la ciudadanía, con la pertenencia... Sigue funcionando eso. Pero de una manera complicada, porque enfrenta una situación muy difícil de resolver, en términos de que se han transformado en centros vinculados con el espectáculo y con una concepción del museo donde la gente pasa por las salas sin tener ya relación con la obra.
Entonces, ¿para qué va el público al museo?
Porque el museo se transformó en una institución más de las industrias culturales.
Van de paseo. Los museos construidos en el mundo en los últimos veinte años tienen cada vez mayor cantidad de metros dedicada a las confiterías y tiendas, antes que a las salas de exposición. Muchas veces no es un buen negocio, pero siguen ampliándose porque la imagen sigue siendo poderosa. La imagen sigue siendo uno de los principales mecanismos de construcción de la ciudadanía. Y aun más con la globalización.
En este tipo de museos, donde las exposiciones son tan marketineadas y publicitadas como un espectáculo de Broadway, ¿dejó de importar la obra?
En parte sí, porque en realidad lo que se está vendiendo es una marca. Lo que vendés es el poder de convocatoria que tienen determinados artistas, y todo lo que se mueve alrededor de la historia del arte en relación a los grandes maestros, por ejemplo. Entonces es cierto que parte de las exposiciones se olvidan de las obras. Eso depende de las decisiones institucionales y curatoriales.
En 2001, Eduardo Costantini decidió hacer pública su colección de arte y crear su propio museo. ¿Por qué? Responde en estos términos: “Bueno, yo soy un coleccionista nato. De chico, coleccionaba estampillas. Pero tiempo después, con mi colección de obras, a medida que fue mejorando y los años fueron pasando, tomé conciencia del valor artístico de la colección. Tomé conciencia, también, de la dimensión social que tiene una obra de arte, sobre todo, un conjunto de obras de arte. Y llegó un punto en que me di cuenta de que tanto las obras como los coleccionistas tienen un rol social.” Comenta García Canclini sobre el tema: “Los coleccionistas jugaron un papel importante en la historia de los museos, pero también a veces han puesto muchas condiciones”, . “Es un papel complejo. Pero en la Argentina, el papel del coleccionista está condicionado por la despreocupación del Estado, que no compra casi nada de obra contemporánea. O sea, no compra obra en el momento en que se está produciendo. Esto pasa y pasó en la Argentina y en otros países de América Latina. ¿Qué consecuencias arrastra? Que en buena medida, la obra se está yendo de la región”.
Wunderkammer , cámara de maravillas: el gabinete del futuro puede llegar a quedar vacío.

Fuente. Revista Ñ Clarín

DEMOCRATIZAR LA CULTURA


ANTONIO SEGUÍ, Escuela Argentina,contemporáneo."LOS JURISCONSULTOS", óleo sobre tela, 70 x 50 cmRef.: Obra titulada y firmada al dorso por el artista. Con etiqueta de la Galería Ruth Benzacar con el Nº 3161 de sus registros. Esta obra de Seguí, será rematada por Subastas Roldán, de Buenos Aires, el proximo martes 13 de noviembre con una base US$ 9.000.

Por Aníbal Jozami  - Rector de la Untref y director del Muntref.

La vieja afirmación de que los museos serían las catedrales del s. XXI, en un sentido amplio, viene cumpliéndose. Es decir, incluyendo en esta afirmación no sólo a los museos en sí, sino también a las bienales, parques de esculturas, etc. Sin embargo, la religiosidad y espiritualidad que también caracterizaría a este siglo (Malraux) hizo que un elemento no fuera en detrimento del otro.
El museo como institución cumple roles diversos que superan el marco restringido del objeto que lo identifica (sea el arte, la historia, etc.) ya que se ha convertido en ámbito de recreación familiar, atractivo turístico, de espectáculo (Guy Debord), etc. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar el rol que han de jugar en el ámbito de la cultura ya que son también y fundamentalmente, lugares para la relectura de la historia y la revisión de la memoria. Desde esta perspectiva tienen también que ver, y mucho (pienso particularmente en los museos de arte), en la formación del gusto y los criterios estéticos y esta responsabilidad es creciente en la medida en que lo es también el número de visitantes y la diversidad sectorial de procedencias.
En el caso del Muntref (Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero) se acrecienta esa responsabilidad a la que hicimos referencia, por haberse constituido en un ámbito al que llegan millares de personas que no habían concurrido nunca antes a una institución de este tipo. Esto es así porque nos planteamos existir en un ámbito alejado de los circuitos culturales ya existentes y llegar con eventos de altísima calidad a una población hasta ahora ausente en las programaciones.
Desde Picasso y Torres Garcia, pasando por las retrospectivas de los grandes maestros del arte argentino, se han realizado muestras en los diez años de vida de nuestro museo, que fueron en algunos casos las más representativas de su trayectoria de exhibiciones.
Antonio Berni en Málaga y la Real Academia de San Fernando de Madrid, la muestra preparada para la Casa de la Memoria en Roma son, entre otras, junto a presentaciones en distintas provincias argentinas; ejemplo de producciones de Muntref en sus autoadjudicadas misiones de democratizar la cultura y al mismo tiempo, poner en valor las expresiones culturales argentinas en el exterior.
Lo que actualmente estamos realizando con Christian Boltanski (cuatro muestras paralelamente), con producciones pensadas especialmente para nuestro país, implica también poner al país en un nivel diferente en la escena internacional del arte contemporáneo ya que es la primera vez que un artista de ese protagonismo, realiza en nuestro medio una acción de ese tipo. Es, así mismo, la muestra más importante realizada por él en su trayectoria por lo que ningún libro sobre Boltanski podrá ignorarla.
El Muntref está también formando su colección que reúne ya más de cien obras y que se enriquecerá con doce esculturas que serán seleccionadas por un jurado internacional a fin de marzo de 2013, a base de las propuestas recibidas en el concurso al que han sido convocados artistas de los países que integran la Unasur. Creemos estar cumplimentando tareas pendientes y llenando lugares vacantes en la construcción de un entramado cultural para las mayorías.

Fuente texto nota: Revista Ñ Clarín

¿SE ACABAN LOS MUSEOS DE ARTE CONTEMPORÁNEO?


Esta interesante obra de Alberto Delmonte, Escuela Argentina, 1933-2005, "Naturaleza muerta geométrica", un óleo sobre hardboard de 40 x 50 cm, se remata en Hijos de Martín Saráchaga, Rodríguez Peña 1778, el próximo jueves 15 de octubre, a las 18,30 horas, con una base de $ 13.000 y con un precio estimado en $ 19.000.

Por Néstor García Canclini  - Antropólogo, Critico cultural


Guggenheim, MACBA, Reina Sofía, Tate Modern ¿Por qué estos museos se volvieron protagonistas de la cultura contemporánea, el turismo masivo y la renovación urbana? En parte, porque en ellos se condensan alteraciones de época. Los museos –aun los de arte– nacieron para guardar y exhibir trofeos de las conquistas y lo que las elites nacionales declaraban signos de identidad. Los museos de arte contemporáneo, en cambio, pueden tener colecciones o no tenerlas. Su tarea es construir escenas para que circulen artefactos de muchas culturas. Lo buscan con una arquitectura que asombra (Renzo Piano, Paul Gehry, Zaha Hadid), generando alrededor tiendas, cafés y restaurantes “de tendencia”, con la promesa de que las multitudes hallarán a Demian Hirst, Louise Bourgeois u otros nombres que ya vieron en las revistas, y las miradas no convencionales de curadores sobre las encrucijadas del mundo: Okwui Enwezor, Catherine David, Cuauhtémoc Medina.
Pero hay algo más. Si estos museos recientes lideran es también porque el pool de experimentaciones llamado arte contemporáneo instauró en el tráfico cultural y económico un juego de apelaciones y referencias que las artes visuales nunca habían tenido y que compite parejo con los otros productores de sentido: la tevé, la moda, las redes sociales.
Lo que importa decir es que la efervescencia creativa, de fluido cosmopolitismo, circula también en centros culturales polivalentes, movimientos parapolíticos de indignación que duran unos meses, medialabs donde se reúnen jóvenes para quienes la vida pública ya no está en los partidos, ni en instituciones de varios siglos o recién diseñadas. Sus innovaciones se extienden más lejos de lo que se llamaba arte en el s. XX, suben a las redes y se intercambian entre Londres, Estambul, Bs. As. y Tokio. El ciclo de los museos, las críticas a su somnolencia o elitismo y la pretensión de democratizarlos pasa a otra etapa ante nuevos modos de crear, reproducir, descargar y ver.
Signo trágico de que una época se agota: decenas de museos en Europa y EE.UU. con edificios de autor y colecciones improvisadas, que ahora, sin presupuesto, repiten diez meses la misma exposición. O cierran parte del año.
No deberíamos tomar como destino universal esta agonía del norte en países latinoamericanos con pocos y deficientes museos, donde ocurrió ya hace una o dos décadas la crisis económica de 2008-2012. Cuando apenas salíamos de esas turbulencias, Argentina logró que sus colecciones habitaran por primera vez sitios dignos como el Malba (2001), los museos MNBA de Neuquén y MACRO de Rosario (2004); la UNAM revitalizó con el magnífico Museo Universitario de Arte Contemporáneo la política museológica mexicana detenida en los 70. Algunos están comprando obra contemporánea y saben convertirse, a la vez, en centros de experimentación intercultural, con cine y publicaciones alternativas. El Museo del Barrio en Asunción y el Micromuseo en Lima aprovechan la falta de instituciones que se ocupan del patrimonio para fusionar lo culto y lo popular en una nueva visión de lo contemporáneo. Los museos, archivos y colecciones bien investigadas son, entre nosotros, labores incipientes.

Fuente texto nota: Revista Ñ Clarín