TRES CUADRAS DE COLA PARA VER A RAFAEL Y A TIZIANO A PESAR DEL FRÍO


Furor por la inauguración de la muestra que reúne cuarenta y seis obras de 600 años de pintura italiana.
Por Bárbara Álvarez Plá

Ni siquiera el frío de la tarde pudo disuadir a todos los que esperaban ansiosos para ver la muestra. Una fila de casi tres cuadras parecía no menguar nunca, El sábado, el día de la inauguración, acudieron 1200 personas. Ayer más de 2000 pasaron por el Museo Nacional de Arte Decorativo (Av. Libertador 1902) para ver Meraviglie dalle Marche , la muestra que hasta el 30 de septiembre reúne 46 obras que relatan 600 años de arte italiano.
“Ya desde afuera se disfruta” decía Elba, una maestra jardinera que esperaba, como todos, para entrar. “Yo nunca vine acá antes y sólo con ver el edificio estoy feliz”, agregó mientras señala el Palacio Errázuriz Alvear.
Paredes de tonos violetas, arañas, música de cámara, y silencio. Ese silencio que se genera cuando uno no puede cerrar la boca de asombro. Esa era la atmósfera en el segundo día de la muestra. “Quería saber qué se siente al tener delante uno de estos cuadros. Esto es algo invaluable para los que no tenemos oportunidad de ir a Europa. “No tiene precio”, comentó Gladys, profesora de inglés.
Jóvenes, adultos, ancianos y familias enteras querían ver de cerca las obras de Tiziano, Rafael y Rubens. “Lo que hay acá son pinturas de gente que sabía pintar, no como el arte moderno”, sentenció Ivanky, que acudió con su hija Florencia, profesora de dibujo.
Una fila larga pero dinámica. Al público no le importó el frío. Había familias enteras. Juan Manuel Foglia.


En realidad, la muestra sí tiene precio. La entrada cuesta 30 pesos (10, para jubilados y estudiantes), pero el placer de contemplación es infinito. Hoy, el museo permanecerá cerrado como cada lunes, pero mañana y todos los martes, la entrada es gratuita.
También se escucharon quejas. “Es un espacio muy pequeño y hay mucha gente y poca luz, llevamos media hora esperando para poder ver un cuadro”, decía a coro un matrimonio de periodistas cordobeses que aprovecharon el fin de semana largo para venir a Buenos Aires a disfrutar de la muestra.
Pero como explicó Olga Muro de Jacovella, Presidenta de la Asociación de Amigos del Museo, “la luz está baja porque así es como está en Europa, para la conservación de las obras, y porque se trata de recrear la atmósfera de la época”.
La estrella indiscutible es Santa Caterina diAlessandria , de Rafael, tras una vitrina. “Es increíble estar ante de un cuadro que se pintó hace 600 años”, decía un visitante, pegando la nariz al vidrio para acercarse más a la Historia.


Fuente: clarin.com

CAE UNA BANDA DE FALSIFICADORES
DE PICASSO, SOROLLA Y GOYA EN ESPAÑA


JOAQUÍN SOROLLA Y BASTIDA
Agentes de la Policía Nacional de España desbarataron una banda que falsificaba obras de grandes pintores para venderlas en el mercado negro., según informó la agencia Europa–Press.
Durante la operación nueve personas quedaron detenidas –4 en Madrid, 4 en Córdoba y una en Albacete– y se incautaron sesenta obras falsificadas y “atribuidas” a Goya, Picasso, Sorolla, Menchu Gal, B. Palencia o Viola, entre otros pintores.
Fuentes policiales consignaron el modus operandi de la banda. Un anticuario de Madrid encargaba a un pintor con residencia de la provincia española de Córdoba la confección de las pinturas sin firmar, principalmente de los siglos XVI al XIX.
Las obras eran envejecidas y el coleccionista las vendía como auténticas después de dotarlas de certificados falsos firmados por expertos a cambio de una suma económica. Los cuadros se ofrecían en subastas, anticuarios, y a clientes particulares.
La investigación se originó tras una denuncia realizada por los titulares de los derechos de propiedad intelectual de varias obras.
En los allanamientos, además de las 60 reproducciones se incautaron numerosos certificados de autentificación falsos, 4 colmillos de elefante, 30 piezas de marfil, 35 lingotes de oro y una pistola 9 milímetros Parabéllum.

Fuente: clarín.com

EXPERTOS EN ARTE, TEMEROSOS DE LOS JUICIOS

Cuando el mercado del arte mueve sumas espectaculares y un veredicto puede hacer o destruir una fortuna, el miedo a los juicios disuade a los expertos de autenticar obras de arte.

Por Patricia Cohen - The New York Times

La celebrada libertad de expresión del arte tal vez deje de extenderse a las opiniones de los expertos en materia de autenticidad. En momentos en que el mercado del arte mueve sumas espectaculares y el veredicto de un experto puede hacer o destruir una fortuna, varios casos legales destacados han llevado a los eruditos a autocensurarse por temor a verse envueltos en juicios.
La Fundación andy Warhol para las artes Visuales, la Fundación roy Lichtenstein y el Museo Noguchi, todos en Nueva York, han dejado de autentificar obras para evitar litigios. en enero, el instituto de arte Courauld en Londres mencionó "la posibilidad de acciones legales" cuando canceló un foro sobre una controvertida serie integrada por alrededor de 600 dibujos atribuidos a Francis bacon. Y los principales expertos en Degas evitaron decir si 74 yesos atribuidos al artista constituyen un nuevo hallazgo estupendo o un engaño.
La ansiedad ha llegado incluso al catálogo razonado, el compendio académico definitivo de la obra de un artista.
Las casas de subastas a veces se niegan a manejar obras no catalogadas.
A raíz de esto, autores de catálogos razonados han sido objeto de juicios, sin hablar de sobornos y hasta amenazas de muerte. No obstante, en tanto la suba sorprendente en los precios del arte transformó el análisis del costobeneficio de los juicios, el fraude se volvió más rentable, dijo Nancy Mowll Mathews, presidenta de la Catalogue raisonné scholars association.
Hay quienes advierten que la renuencia cada vez mayor a declarar públicamente la autenticidad podría mantener falsificaciones y obras mal atribuidas en circulación no reconociendo a la vez obras recientemente descubiertas.
Se generó un debate ético puntual: en caso de detectar una obra sospechosa ¿es mejor hablar o callar como recomiendan los abogados? en 2005, después de ver que otras organizaciones afrontaban juicios, la fundación Lichtenstein compró un seguro sobre responsabilidad de terceros por us$ 5 millones y volvió más riguroso y transparente su proceso de autenticación, dijo su director ejecutivo Jack Cowart. Posteriormente, en 2011, la fundación Warhol reveló que había gastado us$ 7 millones defendiéndose en un juicio que involucraba una serigrafía que había rechazado para el catálogo razonado. Cuando Cowart llamó a su aseguradora para averiguar si la fundación Lichtenstein estaba protegida en caso de enfrentar un juicio similar, el agente le dijo que era imposible predecirlo. "Fue un momento muy esclarecedor", dijo Cowart.
Los miembros del directorio establecieron que los beneficios de autenticar no compensaban el riesgo de ser demandados. "¿Por qué ponerse frente a un auto que acelera?" dijo Cowart. "No es función de la Fundación Roy Lichtenstein" autenticar obras de arte.
Esa visión perturba a Jack Flam, presidente de la Fundación Dedalus, con sede en Nueva York, que está editando el catálogo razonado de Robert Motherwell y el año pasado fue demandada por cambiar de opinión respecto de la autenticidad de una pintura. "Si los expertos dejan de hablar, vamos a ver surgir más falsificaciones", dijo.
Cowart dijo que, de todos modos, los dictámenes del comité de autenticación no estaban retirando las falsificaciones del mercado.
Sharon Flescher, directora ejecutiva de la International Foundation for Art Research, duda que el número de juicios haya aumentado, pero admitió que esa percepción está teniendo un "efecto de enfriamiento". Son pocos los demandantes que ganan, pero aun así los expertos se sienten amedrentados por el tiempo y el gasto legal que implica. Por eso la College Art Association comenzó a ofrecer recientemente un seguro sobre responsabilidad de terceros accesible a sus miembros para autenticar obras de arte, señaló.
Peter R. Stern, un abogado de Nueva York especializado en arte, les dice a sus clientes que nunca arriesguen una opinión a menos que se la pidan formalmente los propietarios, y aun en ese caso deben asegurarse de que los propietarios firmen un descargo prometiendo no hacer ninguna demanda.
"La erudición artística está librando una batalla contra el comercio que lleva las de perder", dijo.
Los temores de ser demandado pueden traer aparejados cambios en la naturaleza de los catálogos razonados, dijo Flescher. Mencionó las decisiones recientes de las fundaciones Calder y Lichtenstein y el Museo Noguchi de suprimir sus iniciativas de catálogos online y calificarlas de "trabajos en curso".
Shaina D. Larrivee, a cargo de la gestión del catálogo razonado de Isamu Noguchi, dijo "lo que estamos presentando es una combinación de investigación concluida e investigación pendiente". Y agregó "Tenemos muy en claro que la `investigación pendiente’ no garantiza la inclusión en el catálogo razonado definitivo, y que podemos retirar obras de arte si sale a la luz información nueva".
Alexander Rower, nieto de Alexander Calder y presidente de la Fundación Calder, decidió descartar la idea de un catálogo razonado prefiriendo una guía online, que pronto será subida. "Se determina si la obra es falsa o no con los datos que presentamos", dijo.
La fundación con sede en Nueva York no autentica, dijo, pero registrará y examinará un presunto Calder a pedido de su propietario.
Y la fundación sigue con mirada atenta el mercado. Rower viajó a la feria de arte de Basilea en Suiza en junio para fotografiar todos los Calder con el fin de realizar investigaciones futuras, dijo.
"No es cuestión de salir al mundo y decir `Es falso’", dijo Rower. "Lo correcto para mí es decirle a un marchand, `¿Presentó esta obra a la Fundación Calder?’ Y si dice que no, yo digo `Debería hacerlo’".

Fuente: Revista Ñ Clarín

CHIACHIO Y GIANNONE:
ARTE MAYOR CON EL BORDADO DE LA ABUELA


Exuberantes y vitales, los artistas retoman el hilo, la aguja y la porcelana para crear una obra en que lo culto y lo popular son uno. En la galería Ruth Benzacar, hasta el 10 de agosto.


AUTORRETRATO. "Familia coyita", los dos artistas junto a su perro Piolín.
Por M. S. Dansey 

Chiacchio & Giannone son dos artistas exuberantes como una madraza italiana. Cualquiera de estas telas -¿cuadros bordados?- delatan horas, días, meses de trabajo persistente y callado. Se escucha la televisión de fondo, el cotorreo infinito de las conversaciones, las carcajadas –trabajan con ayudantes y reciben amigos todo el tiempo, sin por eso largar la aguja y el aro– pero más allá de estas estridencias, que obviamente se traducen en la obra, la muestra en la galería Ruth Benzacar trasmite tranquilidad hogareña. La pareja tiene un hijo-perro, Piolín, un salchicha negro de ojitos brillosos. Se lo ve contento, abrigadito y bien alimentado. Los tres aparecen retratados en distintas secuencias de una vida fantaseada: en la cama con gorros de lana y mitones, en la selva con flores, pájaros y monos, en un altar mexicano, en medio de una ciudad en llamas rodeados por un ejército de bomberos con los torsos desnudos. Hay en todas las escenas un exceso vital que hasta el infierno más temido resulta optimista.
Leo Chiacchio (Buenos Aires, 1969) y Daniel Giannone (Córdoba, 1964) se conocieron hace diez años en el balcón de la casa de un amigo, durante una fiesta. Cada uno por su lado, los dos bordaban. Fue el punto de encuentro. Obviamente, esa misma noche se besaron. Desde entonces viven y trabajan juntos. Su primera obra de a dos fue –en Estudio Abierto en Harrods, 2003– un viejo colchón matelaseado, con la imagen de los dos durmiendo juntos, abrazados, rodeados de sapitos y vaquitas de San Antonio de plástico. No habría mejor portada para este cuento de hadas queer y tercermundista.
La tela más grande en la sala es un gobelino de casi tres metros por cinco de largo. Técnicamente no es un tapiz porque no fue tejido. Podría decirse que es una tela reprocesada. Sobre las bases textiles, que pueden ser paños antiguos o estampados sintéticos, se ejecutan distintas técnicas de bordado, algunas experimentales, incluso superpuestas en capas, que terminan por configurar un nuevo tipo género. Muchas de estas técnicas las aprendieron de Alicia, la presidenta de la Asociación de Bordadoras Argentinas, una gran amiga que murió el año pasado y con quien se pasaban tardes enteras bordando y charlando. Ella solía decirles que habían llevado este arte menor a la categoría de gran arte. Ellos le enseñaron que un error puede hacer especial a un trabajo.
Ahí no queda la cosa. Porque si al rescatar este artesanado típicamente femenino se pretendía poner en cuestión las jerarquías estéticas y sociales, era necesario probar la tesis en otros ámbitos. La muestra se completa con un conjunto de piezas de porcelana que realizaron durante una temporada de trabajo en la fábrica Verbano, en la localidad santafesina de Capitán Bermúdez. Durante dos meses, como cualquier obrero, los artistas concurrieron a la planta de lunes a sábado de siete de la mañana a seis de la tarde para experimentar con los procesos industriales. La serie de los ekekos, con sus ropitas de macramé, sus brazos altos en gesto dadivoso a lo Juan Domingo Perón y sus cuerpos florecidos de hazas y picos de tetera, son el sumun de la providencia; una suerte de matrimonio igualitario entre el rito pagano sudamericano y la ceremonia arribista de abuela europea.
Las estructuras y los conceptos, incluso en su altísimo grado de intensidad, vienen a decir que nada está fijo, que no hay fronteras. Hibridación total para el erotismo total, podría ser el primer mandamiento. Pasan ante los ojos los cuadros modernos, los diseños precolombinos, las películas de consumo global, los libros de antropología, los viajes por el mundo y el folclore criollo. El mundo de Chiachio & Giannone está en constante expansión como un manto vegetal que amenaza con fagocitarse hasta el último producto de la cultura humana. Abajo quedará sepultada la contraposición natural-artificial. La esencia, acá, es el encuentro. Uno en dos. Dos en uno. En ese orden alternativo, estos retratos de familia se leen como símbolo de una epopeya. Ya no importa si se proyectan como guerreros aztecas, santos cristianos, samuráis, marines, actores porno o próceres de mayo, de una u otra forma Chiachio & Giannone y Piolín serán los embajadores de una épica contemporánea.


Fuente: Revista Ñ Clarín

LEÓN FERRARI: OBRAS PARA VER Y ACARICIAR


“El sexo es un homenaje a Dios”, dice el artista, de 92 años, en esta charla sobre su arte, la religión y la muestra que presentó en el Malba.

Por Marina Oybin

Esa lengua suave acaricia hasta el orgasmo mientras las letras en braille rezan las máximas bíblicas (Sant. 3, 6-10) para dejarnos claro que ese órgano muscular carmín, que esa “lengua es un mundo de maldad, que está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno (…)”. Más allá, el sexo apasionado junto a otra máxima: “De cierto, de cierto os digo: el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 53, 54). Paradójicamente son textos ilegibles para nosotros, espectadores videntes: por eso cada obra lleva un rótulo a su lado.
En Brailles la tensión entre las imágenes (muchas son estampas eróticas orientales) y los textos bíblicos sobreimpresos resulta hipnótica. Uno se sorprende, varios días después, recordando citas e imágenes de esos cruces fascinantes. “La serie –cuenta León Ferrari– surgió a partir de las fotografías de mujeres desnudas que hacía mi padre, les puse encima una poesía o diferentes textos en braille: uno acariciaba a la mujer mientras leía”. Algunas obras pueden tocarse, tal como lo pensó el artista, en un acto que viene a satisfacer ese deseo que muchas veces despiertan pinturas y esculturas: un impulso casi físico, inevitable y vedado.
Al ingresar en la sala, junto a la imagen de una pera vaginal, elemento de tortura atroz (extraída de Inquisición: guía bilingüe de instrumentos de tortura desde la Edad Media a la época industrial , de Robert Held), el texto en braille señala: “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella (…)” (Mt.7, 13-14). A unos pasos, sobre la reproducción de la dulcificada “Virgen de San Jorge”, de Correggio, el texto en braille apunta: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo” (Jesús, Mt. 25,41).
Además, en la serie Relecturas de la Biblia , las imágenes de la iconografía cristiana y de la historia del arte yuxtapuestas a otras de la erótica oriental o de la historia contemporánea, simbólicamente potentes, provocan una extraña disrupción temporal.
En el Malba, Brailles y Relecturas de la Biblia , con curaduría de Florencia Battiti, reúne 70 obras de las más de 300 que integran estas dos series hasta en las que Ferrari trabajó tres décadas. Hay acidez, juego, irreverencia, ningún prejuicio. El sello Ferrari. Poderoso, heterodoxo, heterogéneo, Ferrari vuelve a interpelar sobre religión, política, arte, sexo y goce. En escenas de masturbación como “Amate” o “La lengua” el texto bíblico tensa la imagen, provocando desde inquietud hasta sonrisas. Siguiendo esa operación estética y conceptual, Ferrari nos lleva a ver obras de Gustave Doré, Miguel Angel, Correggio y otros, desde nuevas aristas que, justamente, la belleza de la imagen ocultaba y que ahora el texto viene a cuestionar. Como en “Amad”, donde sobre ese amasijo de bellos cuerpos en escorzo y al tiempo flagelados de “Los condenados”, de Lucas Signorelli, la escritura en braille dispara: “Amad a quienes os aborrecen” (Jesús, Lc. 6, 27). O la sobreimpresión del texto sobre la reproducción del impactante “Cristo en el sepulcro” de Hans Holbein: “Yo tengo las llaves del infierno y de la muerte” (Mt. 16, 18).
Con agudeza e ironía, las obras van poniendo en relación el discurso bíblico con escenas de la historia del arte occidental y con imágenes de estampas orientales donde el sexo es vivido como puro goce. Es más: “El sexo es un homenaje a Dios”, explica Ferrari cuando lo visito en su casa después de ver la muestra en el Malba. En un piso alto con vista al edificio gótico de la Facultad de Ingeniería en Avenida Las Heras. El living está lleno de sus esculturas móviles y volátiles, caligrafías deformadas, estructuras soldadas obsesivamente de las que hizo en los años 60, pinturas de su amigo Yuyo Noé y otras de Augusto Ferrari, su padre, pintor, fotógrafo, arquitecto. En las bibliotecas, junto a las novelas hay ensayos de temas religiosos. Aquí, en su casa, este hombre que no ha perdido la ironía ni el sentido del humor, recorre luces y sombras de su vida. Dueño de una risa suave que remata los comentarios más ácidos, demostrará que, a sus 92 años, conserva intacta esa mirada que va contra el sentido común.
Lo primero que le pregunto es cuándo empezó a cuestionar el dogma. Cuenta que fue cuando estudiaba en el colegio católico Guadalupe: “Era la época en que nació el nazismo, y en ese colegio eran antisemitas”. Ahí comenzó a aprender qué era ese infierno que después puso en el centro de la escena de algunas de sus obras con santos de yeso. “Son los mismos santos que promocionan el infierno: los expuse en 2000 y en 2004. En esa época se armó un gran revuelo cuando vino Rebecca Gomperts, la médica holandesa que hace abortos en un barco acondicionado como clínica en aguas internacionales. Los católicos hicieron un gran escándalo. No sé por qué hacen escándalos.
¿No cree que para muchos la religión es un alivio, una forma de dar sentido a la vida?
Posiblemente, sí. Lo extraño es que hay religiones crueles, como la religión católica con el infierno. El catecismo oficial católico está lleno de contradicciones: hay capítulos que dicen que están en contra de la tortura y hay uno en que están a favor. En la carta que le mandé al Papa le señalé eso para que lo corrigiera.
No hubo respuesta, obviamente.
No.
Usted habló del aborto, creo que ése es el infierno al que condena hoy la Iglesia y el Estado a una gran parte de las mujeres de sectores populares.
Claro, pero creo que acá va a salir el aborto.
¿Le parece?
Sí. Hay algunos que están en contra. Pero con ese criterio sería un crimen usar preservativos. Una vez hice una obra con esculturas de preservativos llenos de chicos tratando de salir. Había también una escultura colgante, inflada, una especie de bandera en defensa del ministro de Salud Pública, que había dispuesto repartir preservativos a los muchachos y chicas. Y la Iglesia estaba furibunda.
¿En qué está trabajando ahora?
Lo último que estuve haciendo es esto (señala una de sus deslumbrantes esculturas móviles con alambres y piedras) y tendría que hacer algunos dibujos. Ahora no estoy trabajando. Parece que a medida que pasan los días, ya no se puede decir años, sólo días como decía Proust, uno va caminando hacia la muerte.
¿Piensa en la muerte?
No, no me preocupa. He visto gente muriéndose: parecían contentos de dejar este mundo. Mi padre murió casi a los 99, y tengo un sobrino que me dijo, para satisfacerme, que antes el promedio de vida era de 75 años y ahora es de 106 (risas). Así que 106, yo tengo 92: todavía me quedan como 14 años. Tengo que pensar qué voy a hacer...
¿Qué lo ilusiona? Hizo arte por teléfono, arte por correo, grabado, collage, performances con esculturas sonoras, con poliuretano, videotexto, produjo películas, actuó, ¿hay algo que le haya quedado pendiente, que diga tengo ganas de seguir por acá?
Ya hace tiempo publiqué algunas poesías: me gustaría seguir escribiendo. Y tendría que seguir también con una de estas (señala una imagen de la virgen de las que usa para los collages que está en el bastidor).
¿Qué lo entristece?
Todos mis amigos se murieron. No sé por qué Dios elige a un ateo para que se quede.
¿Qué momentos de su vida recuerda con mayor intensidad?
Cuando salvé a mi hija Marialí. Cuando ella tuvo meningitis, la llevé a Florencia, a la “Casa di cura per bambini”, una especie de clínica. Siempre me acuerdo de esa calle: Via Manzini 43. Fue hace más de cincuenta años. Y me acuerdo de cuando a mi hijo Ariel, montonero, lo mataron. En fin, la vida tiene todo…Nosotros nos fuimos a Brasil en noviembre de 1976. Le dije que se viniera con nosotros. No hubo caso (silencio). No supimos nada hasta que una amiga de Ariel nos contó cómo había muerto: lo mató Astiz, lo dijo él mismo. Es desaparecido porque no se encuentra el cadáver. Lo que sé es que entró muerto en la ESMA el 27 de febrero de 1977, es lo único… Nos detenemos unos momentos a mirar el catálogo de su muestra y a conversar sobre algunas obras, luego seguimos.
Por esa función propagandística religiosa que cumplió el arte, hay en sus obras cierta recriminación a Caravaggio, Correggio, Signorelli, ¿piensa que podrían haber hecho algo diferente en ese contexto?
Sí, sí, lo pensé mucho. La Iglesia se levantó con los pintores porque son los que le dieron capital intelectual, estético. Además ilustraron los crímenes de modo tal que ya no parecían crímenes: “El Juicio Final” de Miguel Angel y “El Diluvio” de Doré son propagandas, pero al mismo tiempo están tan bien pintados, son tan maravillosos, que uno pasa por encima.
Ferrari se detiene en la escritura en braille sobre la reproducción de la “Virgen de la leche”, de Robert Campin. Lee la frase: “Mataré a sus hijos con muerte”. “Es de Jesús”, comenta.
Después de treinta años, ¿hay algunas obras que ya tenía olvidadas y redescubrió?
Sí (señala la imagen). Estos son lo incircuncisos. Los están mandando al infierno.
Ya sobre el cierre de la entrevista, veo en una mesa, junto a una miniatura de la emblemática “La civilización occidental y cristiana”, un astronauta recubierto de finísimo material púrpura como terciopelo. Es una obra que una de sus nietas compró en una galería y le regaló. León le quita el casco y me muestra el rostro: es Jesús. Mientras caminamos hacia la puerta para despedirnos dice: “El que no está conmigo está contra mí, dijo Jesús. Eso después lo tomó Mussolini: Chi non è con noi è contro di no i”.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LA EPIFANÍA DE LAJOS SZALAY

Arte / Muestras

Se exhibe en el Museo Sívori la obra del artista húngaro que dejó un trazo indeleble en la Argentina.
Guerrero, de la serie La tragedia húngara, tinta sobre papel, 1956
Guerrero, de la serie La tragedia húngara, tinta sobre papel, 1956.
Por Elba Pérez  | Para LA NACIÓN

Lajos Szalay está, una vez más, visible en Buenos Aires. ¿Se iteran las epifanías, esa súbita revelación de la verdad? Es infrecuente, con las excepciones bíblicas acreditadas. "Szalay fue genéticamente húngaro, argentino por adopción y amor, universal por su dimensión artística", resumió el agregado cultural de la embajada de Hungría, con el asentimiento de Claire, la hija del artista.
La muestra del Museo Eduardo Sívori rinde honores al maestro de la línea, el buceador de dolores profundos, propios y otros, nunca ajenos. Un hombre difícil, como las circunstancias que le tocaron vivir. Y a las que resolvió y elevó hasta cumbres casi inalcanzables de redención del drama en obras de suprema belleza plástica.
Se valió de la mera conjunción de líneas sobre el plano. Desnudas, indefensas, finalmente victoriosas por siempre jamás. Dejó una estela imborrable en el arte argentino, indeleble, desde su intervención en la Universidad Nacional de Tucumán, foco iluminado e irrepetible.
En la Argentina, Lajos Szalay realizó su obra más granada, intuyó los desastres de la guerra húngara que Guillermo Kraft editó y atesoramos varios, ignorantes de las ediciones hechas en su país y de los textos pedagógicos, editados por el Jardín de la República.
Szalay llegó al abismo del dolor propio y universal y, en sangre de tinta, emergió para dar su testimonio. Debió compartir con labores garbanceras, dicen los españoles, la tarea de ilustrador y las estampas epifánicas que Picasso y Jean-Paul Sartre, entre otros, reconocieron. No se repitió nunca. Su estro gráfico era fecundo, inagotable.
Él sabía y reconocía la línea estructurante y arquitectónica de Lino Enea Spilimbergo y Lorenzo Domínguez. La incisión implacable de Pompeyo Audivert, Víctor Rebuffo, Victor Delhez y la trémula y desnuda traza de Ramón Gómez Cornet. Todos ellos convergieron en letra viva, paralela y fraterna la docencia de la edad de oro universitaria tucumana.

La condena, de la serie Kafka, tinta sobre papel, 1980.

El dibujo nada debe a la mímesis visiva. Y lo es desde los petroglifos de Altamira o la Dordogne, los Desastres de Goya, la Suite Vollard de Picasso o a La tragedia húngara de Szalay.
Lajos Szalay dispone de las técnicas gráficas con la resolución de un pintor ante su paleta. Elige como un cantante registros, claves, melodías íntimas y siempre concertantes.
La línea se desovilla como una abeja que zumba concitando la forma en el espacio cómplice del blanco virtual del papel. Diálogo supremo cuyos avatares y circunstancias narra la estupenda retrospectiva del Sívori. Nada falta. Pero no se colma la apetencia. Szalay es único y no se repite. Halla trazos gruesos, generadores de volumen. Algunos entreveros de líneas o dessin á làcune , según Henri Michaux, donde el blanco del papel define y alega tanto como el trazo, esa caligrafía del alma. Esa vida seria de la que habla el poeta español.
El dibujo es la corriente fluente entre la visión que percibe, la respuesta intangible y el azogue que desde el interior culmina en trazo. Leo Torres Agüero desarrolló el tema según la preceptiva zen. Lo hizo en su libro La montaña y en una cena inolvidable a la que asistió quien esto escribe junto con Alberto Girri. La mención de Hokusai, Picasso y Szalay fue ineludible.
La línea magistral, infalible. El trazo no admite pentimentos, esas enmiendas que la pintura al óleo hace posible mediante raspados, veladuras, reempastes. Sin embargo, Szalay reformulaba las formas, incluía la gota de tinta, se tomó todas las licencias a sabiendas de que la epifanía, puntual, se haría presente. Es en estas "correcciones" donde su grandeza es soberana, sin par. Como esas miradas que aun de perfil o de escorzo nos interpelan.
Lajos Szalay fue, sin duda, un hombre poseído por el sentido trágico de la vida. Szalay nunca se fue, estamos entretejidos en él, aunque esté enterrado en su Hungría tan amada.
Ficha. Lajos Szalay. La línea maestra , en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (Av. Infanta Isabel 555), hasta el 15 de julio

"Papá resolvía en belleza el dolor"

"Papá era un antagonista nato y eso hacía de él una figura contradictoria, tal vez hosca", dice Claire Szalay Hering, la hija porteña que vive en San Diego, California. Su madre, Julia Hering, dejó la pintura para dedicarse a formar una familia y allanar cuanto distrajera a Lajos de su obsesión por la línea. "Sufrieron mucho pero papá resolvía en belleza el dolor. Era muy autoexigente, también en la enseñanza. En la Universidad Nacional de Tucumán hizo una labor pedagógica y teórica muy intensa que dejó una marca imborrable." A la hora de definir la educación de su única hija, Lajos eligió colegios de monjas, "para que estuviera en permanente cuidado y en exigencia de aprendizaje". Seis hijos varones, muertos a la media hora de nacer, explican ese celo. Al séptimo embarazo, esta vez mellizos, Julia dejó Tucumán para dar a luz en Buenos Aires. El varón corrió la suerte de sus antecesores, en el mismo plazo.


E. P.


Fuente: ADN Cultura LA NACIÓN

LA ESTÉTICA DE ESTA ÉPOCA


Pensamiento / Anticipo

En ¿Qué es el arte contemporáneo? (Siglo XXI), cuya aparición se anuncia para la semana próxima, el autor analiza los conceptos que definen la producción artística actual y su fuerte influencia cultural y económica.

Si nos preguntamos "¿qué es el arte contemporáneo?", entendiendo por ello el Arte Contemporáneo, la respuesta es obvia y es más o menos la misma desde 1980. El Arte Contemporáneo es la red institucionalizada a través de la cual el arte de hoy se presenta ante sí y ante los distintos públicos del mundo. Se trata de una subcultura internacional activa, expansionista y proliferante, con sus propios valores y discursos, sus propias redes de comunicación, sus héroes, heroínas y herejes, sus organizaciones profesionales, sus eventos clave, sus encuentros y monumentos, sus mercados y museos? en síntesis, sus propias estructuras de permanencia y cambio.
Los museos, las galerías, las bienales, las subastas, las ferias, las revistas, los programas de televisión y los sitios web dedicados al Arte Contemporáneo, junto con toda una variedad de productos convergentes, parecen crecer y ramificarse tanto en las economías tradicionales como en las nuevas. Han tallado para sí un nicho constantemente cambiante, pero tal vez permanente, en la evolución histórica de las artes visuales y en el marco más amplio de las industrias culturales de la mayor parte de los países del mundo. Tienen también una presencia importante en la economía internacional, en estrecho contacto con industrias de la alta cultura tales como la moda y el diseño, industrias de la cultura de masas como el turismo, e incluso, si bien en menor grado, con sectores específicos de cambio y reforma como los de la educación, los medios y la política. ¿Quién podría dudar de ello al asistir a la atestada vernissage de la Bienal de Venecia o a cualquiera de las casi cien bienales y exhibiciones similares que tienen lugar todos los años en distintas ciudades del mundo, al enterarse del nuevo precio estratosférico que una determinada obra de arte contemporáneo alcanzó en una subasta, al abrir las páginas de Artforum o cualquier otra de las tantas revistas dedicadas al arte contemporáneo, llenas de publicidad, al asistir a una conferencia o curso sobre arte contemporáneo (cuya oferta aumenta cada vez más, tanto en las escuelas de arte como en las universidades), al repasar la lista de instituciones culturales incluida en la guía turística de cualquier ciudad importante del mundo, o al advertir que cualquier cosa que tenga que ver con la construcción de nuevos museos tendrá garantizada una vasta cobertura por parte de medios locales y nacionales? De hecho, casi la totalidad de los cerca de noventa museos nuevos o reformas que comenzaron a hacerse en el mundo durante los años noventa fueron pensados en función del arte contemporáneo. Luego del 11 de septiembre, muchos de estos proyectos fueron demorados o definitivamente cancelados, pero en los últimos años la construcción ha retomado sus bríos, y las galerías contemporáneas -públicas y privadas- lideran la iniciativa.
El Arte Contemporáneo es una cultura importante; para sí misma, para las formaciones culturales locales en que se inserta, para los intercambios complejos entre culturas vecinas y como una fuerza capaz de generar tendencias en el marco de la alta cultura internacional. De carácter esencialmente globalizante, consigue, no obstante, movilizar nacionalismos y hasta localismos, adoptando formas específicas y complejas. Según pudimos observar, desde su inauguración en 1997, el Museo Guggenheim de Bilbao, construido por Frank Gehry, ha sido mundialmente reconocido como el paradigma de todo aquello que debe reunir cualquier hito, logo o destino contemporáneo. En tanto el edificio constituye una excelsa obra de arte contemporánea en sí mismo, se lo reconoce como la catedral del Arte Contemporáneo para el arte globalizado y, sin embargo, sirve también a los propósitos de la agenda cultural de la región vasca (en el nivel del mundo del arte oficial, pero también en términos de espacio local).
El Museo Guggenheim Bilbao, catedral del arte contemporáneo.
En circunstancias como éstas, el concepto de "arte contemporáneo" se impone en el uso cotidiano como un término general para referirse al arte de hoy en su totalidad, en oposición al arte moderno (el arte de un período histórico en la vida y los valores de muchas personas). Por su parte, el término "posmoderno", en los muy pocos casos en que todavía se lo emplea, recuerda la existencia de un momento de transición entre estas dos épocas y, como tal, constituye un anacronismo de los años setenta y ochenta. En términos generales, estos principios son ampliamente aceptados por el discurso del arte desde los años noventa.
Ésta es la respuesta que el mundo del arte contemporáneo -sus instituciones, sus creencias, el conjunto de prácticas culturales que lo convierten en un socius , una "escena"- ofrece a la pregunta planteada acerca del Arte Contemporáneo: es lo que nosotros decimos que es, es lo que hacemos, es el arte que mostramos, vendemos y compramos, el que promovemos e interpretamos. Se trata de una escena que se define a sí misma, a partir de la práctica y la promoción constante de su propia autorrepresentación. Tiende a sostenerse en complicidad consigo misma, a menudo por medio del reciclaje de conceptos centenarios, románticos y oscuros acerca de la práctica artística, tales como el expresionismo intuitivo, el genio, la belleza y el gusto. Para comprobarlo, basta con ver el atrio del Museo Guggenheim de Bilbao. O remitirse a ese único plano secuencia por todo el Hermitage, en amorosa observación de las distintas escenas de los últimos días del imperio ruso anterrevolucionario que es el film de Alexander Sokurov El arca rusa (2002). En un extremo opuesto del amplio espectro que conforma el arte contemporáneo, el tailandés Navin Rawanchaikul se permite ironizar sobre su propia situación y la de sus contemporáneos a través de su obra Super (M)art, una instalación emplazada en la entrada de la Bienal de París, celebrada en 2000 en el Palais de Tokio, que obligaba a los visitantes a ingresar a través de una puerta donde la imponente imagen de un artista/pregonero les daba la bienvenida gritando eslóganes visuales que los exhortaban a celebrar esta exhibición de obra de artistas jóvenes como si se tratase de una feria de arte comercial. Se trató de una inteligente respuesta frente al desembarco de los coleccionistas voraces, esas figuras que han llegado a dominar la escena del arte internacional en los últimos años merced a sus fondos aparentemente infinitos, su dedicación a las inversiones capaces de ofrecer buenos dividendos, su gusto sin formación y su gusto por lo informe.
Justamente por lo desconcertante, fascinante y dispersiva que puede resultar esta escena, la pregunta "¿qué es el arte contemporáneo?" exige una respuesta mejor, basada en perspectivas más amplias. Me permito proponer otro abordaje, uno que en muchos sentidos ofrece una concepción historicista del arte, pero que parte de la práctica artística, de la innegable realidad de que esa práctica contemporánea está saturada de un conocimiento profundo y detallado -pero no siempre (o no por lo general) sistemático- de la historia del arte. El arte crítico, en particular, es consciente de la historia del arte dentro de la historia general y toma en cuenta la influencia de las fuerzas históricas. [...]

Superando la posthistoria

Durante los años noventa y a principios de 2000, paradójicamente, cierta idea muy extendida sostenía que el arte contemporáneo se realizaba "más allá de la historia" o bien "después de la historia". Aunque su tema explícito es la fragilidad del imperio de los Romanov, y por extensión la del entonces desfalleciente imperio soviético, El arca rusa fue una de las tantas meditaciones líricas y melancólicas que se dedicaron a este estado aparentemente "posthistórico" (y una de las tantas que ofrecía el arte como respuesta, o al menos solaz, a tal inquietud). Esta situación fue considerada el eje de su época por algunos teóricos, en particular Francis Fukuyama (1992). Sin embargo, vista desde la perspectiva actual, se trata de una particular conjunción entre historicismo e ingenuidad de tábula rasa que resulta bastante típica y mistificadora. Antes que una duda profunda y provocadora acerca de la eficacia del propio pensamiento histórico, se transformó en una duda acerca de la eficacia del propio pensamiento histórico.
Si nos mantenemos dentro de los marcos más ortodoxos de la historia del arte, en cuyos relatos una sucesión de "grandes escuelas" constituye el flujo fragmentado pero incesante del arte, la preocupación es entendible. En lo concerniente a las artes visuales, resulta evidente que, desde los años setenta, ninguna tendencia logró una prominencia similar, capaz de posicionarla como firme candidato a ser el estilo dominante de la época. A pesar de todo el esfuerzo hecho a principios de los años ochenta por promocionar el "regreso de la pintura", en los últimos años, las instalaciones, la fotografía de gran escala, el video y la proyección digital se han multiplicado por todas partes. Sin embargo, en términos de estilo, no existe ningún sucesor del minimalismo o del conceptualismo. Lo más parecido es la espectacular obviedad del arte retrosensacionalista o tal vez el refinamiento erudito del remodernismo.
Un vínculo tenue e incoherente entre estos nuevos medios y estas tácticas de impacto constituye para muchos la seña distintiva del arte contemporáneo internacional, algo así como un "estilo de la casa" que se da por sentado, una impronta de exclusividad que se establece a partir de modos más antiguos o prosaicos. Pero esto también parece el fruto de una reflexión demasiado escasa como para servir de respuesta a la pregunta "¿qué es el arte contemporáneo?". En vez de una respuesta, ofrece la aceptación pasiva, sin dejar de ocultar una profunda preocupación. En algún momento a fines de los años ochenta, los formadores de opinión del mundo del arte comenzaron a advertir que era poco probable que apareciera un nuevo estilo general como cualquiera de los que dieron forma al arte del pasado. Algunos comenzaron a temer -y otros a festejar por adelantado- que el arte contemporáneo quedara estancado para siempre en las postrimerías de esta "crisis", que nuestra "historia" quedara suspendida en un movimiento de cambio incesante, capaz de impedir que cualquier otro paradigma ocupara el lugar dominante.
"Contemporáneo", entonces, bien podría significar "sin período", perpetuamente fuera del tiempo o, cuanto menos, no sujeto al despliegue de la historia. ¿Volverá a existir otro estilo artístico predominante, otro período cultural o época en la historia del pensamiento humano? Fredric Jameson demostró que uno de los impulsos fundamentales de la modernidad fue su ansiedad por definir los períodos históricos, su incesante afán de periodización. Por el contrario, la palabra "contemporáneo", en esta interpretación, no significa "con el tiempo" sino "fuera del tiempo", quedar suspendido en un estado posterior o más allá de la historia, permanecer para siempre y únicamente en un presente sin pasado ni futuro. ¿Resultaría esto terrorífico, debilitante o liberador?
Como fuera, creo que el abordaje "posthistórico" supone renunciar a todo lo que la historia del arte y una crítica fundada en el materialismo histórico tienen para ofrecer a la hora de entender el presente. Supone tomarse la institución del arte contemporáneo al pie de la letra. Una mirada curiosa, un oído atento a los sonidos que intenta asfixiar tanto barullo, nos permitirá discernir allí distintas continuidades, de cuño inconfundiblemente histórico. Los artistas comprometidos con la creación de arte en las condiciones de la contemporaneidad saben que traen de arrastre distintos asuntos pendientes de la historia del arte, en particular los cuestionamientos que sacudieron al arte hasta sus raíces durante los años cincuenta y sesenta. Muchas de las extrañas innovaciones de aquella época no fueron sino el fruto de extraordinarios esfuerzos por captar la contemporaneidad de las cosas, de los demás, de las imágenes y del propio yo. Y continúan vigentes. Al mismo tiempo, los artistas son cada vez más conscientes de que las poderosas corrientes que influyen sobre las culturas visuales influyen de manera definitiva sobre sus ámbitos de acción posibles, en particular en lo que respecta a los lenguajes visuales puestos a su disposición.
¿Cuáles son estos asuntos pendientes? En otras oportunidades, sugería que los artistas de hoy no pueden ignorar el hecho de que producen arte dentro de culturas predominantemente visuales, regidas por la imagen, el espectáculo, las atracciones y las celebridades, en una escala totalmente distinta de la que enfrentó cualquiera de sus antecesores. Por si fuera poco, están atravesados de una manera u otra por el hecho de que esta economía de imágenes va formándose y transformándose merced al enfrentamiento constante entre las urgencias viscerales de la inervación y una tendencia debilitante hacia la enervación . En sus esfuerzos por encontrar la figura dentro de la forma, por rescatarla de lo informe, los artistas no pueden evitar el empleo de prácticas de búsqueda y exploración que, junto con el auge cada vez mayor de lo fotogénico (fotográfico, cinematográfico y digital) y el impulso conceptualista a que el arte adopte un carácter provisional, constituyen los mayores legados técnicos y estéticos de los siglos XIX y XX.

Traducción: Hugo Salas

Fuente: ADN Cultura LA NACIÓN