Digo
que soy neomarginal. Trabajo solo, nunca pertenecí a un grupo, y no
porque esté contra el trabajo colectivo, sino porque me sale así, para
mí es natural.
Desde que llegó a París ha sido importante para los argentinos, trata con muchos de ellos…
Sí,
claro, traté a muchos... desde Saer, Cortázar, pero siempre estuve
metido acá, no he sido de participar mucho de aquellos encuentros. Aquí
siempre ha habido dos grupos de argentinos. Uno que trabaja acá, que
vive acá y que cuando llega un argentino nuevo dice uh, no, argentino
no. Y otros que estamos acá, pensando y trabajando en función de la
Argentina, y cuando llegan los argentinos los recibimos sin problema.
Hay varios argentinos exponiendo en París. ¿Los ve?
Sí, he visto a Leandro Elrich. No tiene nada que ver con lo que yo hago, pero tiene mucho talento.
El mundo de las instalaciones, al que es ajeno. Ahora que predomina el multimedia, ¿cómo lo ve?
Es un signo de estos tiempos. Algo que pide la sociedad, que tiene sus formas de escritura, para decirlo de algún modo.
¿Y ese es un buen mecanismo para el arte?
Hay
mucho más de ingenio que de sensibilidad, eso es evidente. Pero es tal
la cantidad de herramientas nuevas que sería ilógico que no las usen.
A ese fenómeno se asocian las carreras meteóricas ...
Es
el mandato de la sociedad, lo que necesita el mercado. Acá, cuando un
chico de 30 años no triunfó, no tiene su chateau, es un pelotudo.
¿Qué piensa de esa concepción?
Que es una boludez.
Ya ha dicho que se abrió pronto de la política, pero en su obra, con su estilo, hay acontecimientos políticos, económicos…
Sí,
son los imponderables de la cultura. A veces pasamos mensajes sin
saberlo. Pero mis trabajos tienen una dosis de humor, que es producto de
un origen, y ese humor me permite decir cosas mucho más serias que si
pretendiera decir cosas serias.
Y sigue produciendo muchísimo, con sus series ya famosas, cuándo terminan, cuándo empiezan...
Cuando
se agotan doy un salto, cambiando de materia o de coloración. Trato de
renovarme siempre, si no, se convertiría en un tic, los tics son malos.
Renovarse es lo divertido, por eso el día que una serie se acabó, se
acabó.
DE FRONDIZI AL "LOCO" CHÁVEZ.
Cuenta Seguí que su divorcio de la política le llegó temprano, y que
como nunca entendió al peronismo, se excluyó solito de buena parte del
debate nacional. Lejos quedaron los años de su militancia frondicista,
cuando publicaba en el diario Orientación, timoneado por el dirigente
radical Antonio Sobral. Tenía 21 años y ya pintaba. Pero vio que la
política no era su cocina y cuando Arturo Frondizi ganó las elecciones,
salió para México. Tres años. Ahora piensa que tal vez otra sería la
historia del país si el dictador Lonardi no decía esa sosera de ni
vencedores ni vencidos. Masculla severo que sólo Menem y Roca
completaron dos presidencias. Y que es el turno de Cristina. La ve
fuerte e inteligente, “brillante” dice. Mucho más que Néstor. Y avisa
que la clave de su éxito está en hacer cosas que funcionan. Reparte
plata adentro y afuera. Y ya sabemos, cuando la Argentina funciona,
nadie abre la boca. El problema para él sigue siendo la corrupción, que
enturbia salidas. Eso sí, desde la óptica de la crisis europea, América
latina no desentona. La ve bien, con buenos dirigentes, incluso Chávez,
una especie de “loco” total. Son el producto de las malas políticas de
los gobiernos que les precedieron dice Seguí. Y vuelve a Frondizi, el
que más le gustó, e insiste en que ese hombre podría habernos servido.
No es mitología, son cincuenta años de política argentina vividos desde
París.