Hay que poner en forma a ese violín, mudo, quieto y ciego
durante casi un siglo. Estuvo 83 años durmiendo en su estuche, dentro de
una cámara del Museo Isaac Fernández Blanco, guardado bajo siete
llaves, como corresponde a un Guarnerius de 1732. Pero es un
instrumento tan noble, que ni siquiera la bomba que en 1992 hizo volar
la embajada de Israel, a pocos metros, le ha mellado su exquisito
sonido.
Pablo Saraví sabe cómo tratarlo: además de concertino
de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, es “catador de violines”.
Es miembro de la Violin Society of America, y autor del libro Liutería italiana en la Argentina.
En ese país se construyeron los instrumentos de cuerda más afamados,
sobre todo en Cremona. Allí vivía la familia Guarneri, cuyo taller
estaba en la misma cuadra que el de Antonio Stradivari. Sin embargo, los
Stradivarius se hicieron más famosos que los Guarnerius.
Quienes
tocan un instrumento de cuerda no harían distingos entre unos y otros. A
punto tal, que sus precios son igualmente pasmosos: en 2008, un
Guarnerius del Gesù –los más valorados– se subastó en 4 millones de dólares, y otro está en venta en Chicago por 18 millones.
Violinista
aficionado, Isaac Fernández Blanco lo adquirió en un remate en París,
por 30.800 francos, una cifra más que respetable para 1900. Dos meses
antes, en febrero, había muerto su dueño, el compositor y violinista
Jules Armingaud, fundador del cuarteto que llevaba su apellido, que fue
célebre en su época.
El violín estuvo guardado por más de 80 años en una cámara del museo.
Atrás, el retrato de Fernández Blanco pintado por el francés Léon Bonnat.
Si bien hoy se llama Museo de Arte
Hispanoamericano, Fernández Blanco había iniciado su colección, hacia
1880, con instrumentos musicales. “En aquel momento, Argentina era una
potencia agrícola, y la élite viajaba a París, donde Fernández Blanco
también estuvo viviendo”, cuenta el director del museo, Jorge Cometti.
Amaba tanto su Guarnerius, que en 1900 se hizo retratar con él por el
famoso pintor francés Léon Bonnat.
Al regresar en 1901, se
estableció en su casa de Hipólito Yrigoyen 1420 (entonces calle
Victoria), que hizo ampliar y decorar por Alejandro Christophersen, uno
de los grandes arquitectos de ese tiempo. Continuó comprando
instrumentos y fue conformando las magníficas colecciones de platería,
imaginería, pintura, documentos históricos, indumentaria y numismática,
entre otras.
En 1922, Fernández Blanco donó todo ese patrimonio a
la Ciudad y fundó el museo en su casa. Fue el primer museo privado de
Buenos Aires, y él, su primer director.
Tras su muerte, en 1928, el
Guarnerius enmudeció. En 1943, el acervo fue trasladado al Palacio Noel,
donde se encuentra ahora (Suipacha 1422), y la casa de la calle
Hipólito Yrigoyen fue convertida en oficinas de la Secretaría de
Hacienda.
Entre 1948 y 1958, la colección de instrumentos fue trasladada al foyer del Teatro Colón: 49 piezas –sobre todo cuerdas– y 20 arcos. Sólo el Guarnerius permaneció oculto y en secreto.
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Acaba de ser restaurado por el lutier Horacio Piñero y lo cató Pablo Saraví (foto). |
Lo
que iba a ser un préstamo temporario, duró hasta 2006, cuando se
decidió “gestionar la colección desde un punto de vista museológico:
mejorar sus estándares de conservación, investigarla y exhibirla”,
explica Cometti. En 1999 se había recuperado la Casa Fernández Blanco,
que está siendo restaurada para ser la segunda sede del museo. Allí
volverán los instrumentos, además de colecciones que hoy no están
exhibidas.
El museo ya lleva varios años desarrollando una intensa
temporada de música de cámara, con más de cien conciertos al año. En
ese contexto fue convocado Pablo Saraví, para evaluar los violines. “Me
costó creer lo que veía”, confiesa el músico, quien utiliza un
Guarnerius Petrus que tiene en préstamo.
Coincidió con una
visita del prestigioso luthier y restaurador argentino Horacio Piñeiro,
radicado en Nueva York desde los ’70, quien hizo la puesta a punto sin
cobrar un centavo. Tampoco cobró por poner en condiciones otros dos
violines muy valiosos: un Santo Serafín (Venecia, c.1730) y un Gioffredo
Cappa (Saluzzo, c.1690). Son más angostos a la altura de las efes –la
“cintura” del instrumento–, y su timbre es más incisivo. El Guarnerius
Armingaud/Fernández Blanco tiene un sonido más voluminoso, y más
profundo en los graves.
Los tres podrán ser oídos en un CD que produjo Leila Makarius y que acompaña el libro de Saraví Un Guarnerius en Buenos Aires, gracias a la Asociación Amigos del Museo y a American Express, a
través de la Ley de Mecenazgo. “Si hay otros instrumentos que merecen
volver a la vida sonora, el museo va a hacer el esfuerzo –promete
Cometti–. No cualquier mano puede trabajar con instrumentos de semejante
valor”.
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El violín está valuado en 3,5 millones de dólares.
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GUARNERI Y STRADIVARI, LOS HOMBRES QUE CREARON LOS MEJORES VIOLINES DE LA HISTORIA
Discípulo del célebre luthier Nicolò Amati, Andrea Guarneri
(1626-1698) inició la tradición de los Guarnerius en Cremona, que
continuaron sus hijos Giuseppe –conocido como Filius Andreæ– y Pietro
de Mantua, ciudad donde se radicó.
Dos hijos de Giuseppe
heredaron el oficio: Pietro de Venecia –donde se instaló– y Bartolomeo
Giuseppe (1698-1744), conocido como Del Gesù por firmar sus
instrumentos en el interior de la caja de resonancia con las palabras
Nomina sacra, IHS (el monograma de Jesucristo) y una cruz romana.
Son
los Guarnerius del Gesù los más apreciados de la familia, y hoy se
cotizan tanto o más que los Stradivarius, por su rareza, ya que hay
sólo unos 170, mientras que Antonio Stradivari (1644-1737) construyó
unos 800. “Ya era famoso en vida, y muy rico –señala Pablo Saraví–.
Guarneri del Gesù no fue tan comprendido en su época; comenzó a
resurgir a principios del siglo XIX”.
Stradivarius y
Guarnerius están construidos en madera de arce (el fondo, las fajas, el
mango y la cabeza) y pino abeto (la tapa), y barnices similares. “Hay
algo misterioso en los grandes violines –apunta Saraví–: el paso de los
años les da un plus de vibración y de sensibilidad”.
Fuente: clarin.com