AMÉRICA LATINA Y SU ARTE
INVADEN NUEVA YORK


Presencia argentina.
Comenzará hoy la Feria Pinta 2011.

ANÍBAL CARREÑO, Escuela Argentina, 1930 -1997
"METAMORFOSIS EN DOS INSTANCIAS",
Óleo sobre tela, 130 x 130 cm

NUEVA YORK.- La feria Pinta de arte moderno y contemporáneo latinoamericano vuelve hoy a Nueva York para celebrar su quinta edición, en pleno "boom" económico y artístico de América latina.
Hasta el domingo expondrán 50 galerías de 15 países. Este año hay, como siempre, una mayoría de galerías estadounidenses (cerca de 20), pero también una presencia latinoamericana diversificada: la Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Cuba, México, Perú, República Dominicana y Venezuela. En esta edición el artista invitado es el brasileño Antonio Manuel. Como cada año, Pinta elige a un curador que selecciona una decena de proyectos, tarea que recayó en Jacopo Crivelli Visconti, crítico de artes italiano.
Pinta nació en 2007 y ha visto crecer su afluencia de público, que pasó de unas 3000 personas, en su primer año, a 12.000, en 2010. Sus organizadores confían en que esta edición consolide la inserción del arte latinoamericano en el escenario internacional. Para ello, se apoyan en el "boom" económico de la región, que hace que "los mercados internos de arte hoy en América lati na estén más fuertes que nunca", y en el mayor interés de parte de coleccionistas estadounidenses.
"Museos que no tenían arte (moderno y contemporáneo) latinoamericano, como el Boston Museum y el Harvard Museum, por ejemplo, ahora cuentan con obras de la región'', dijo Diego Costa Peuser, director de Pinta, de la que fue fundador, junto con Alejandro Zaia y Mauro Herlitzka.
La feria, que desde el año pasado se presenta también en Londres, incluye además galerías de España, Francia, Portugal e Italia. 
 
Fuente texto: lanación.com / Agencias AFP y AP.
 

UN VIOLÍN RESCATADO DEL OLVIDO
REGRESÓ CON TODO SU ESPLENDOR


Acontecimiento cultural / Noche única en el Museo Fernández Blanco.

El músico Pablo Saraví ejecutó ayer un Guarnerius que estuvo 83 años guardado.       
 

RECORD POR UNA OBRA DE LICHTENSTEIN



La más cara del autor.  Fue subastada en US$ 43,2 millones




NUEVA YORK (DPA).- El arte de Roy Lichtenstein fue la estrella de las subastas de arte en la casa Christie's de Nueva York, donde se pagó un precio récord: 43,2 millones de dólares por I Can See the Whole Room... and There's Nobody in It!
La cifra supera en más de 800.000 dólares el precio máximo pagado hasta la fecha por el artista pop-art (1923-1997). Hace casi un año se pagaron en las subastas de otoño de Christie's 42,6 millones por Ohhh... Alright..., que data de 1964.
La obra que cambió de manos esta semana fue creada en 1961 y el título responde a la burbuja que contiene el texto en sus cuadros, que claramente se inspiran y remiten al cómic. Muestra a un hombre que mira por la mirilla y dice precisamente la frase que da título a la obra: "Puedo ver toda la habitacion...¡y no hay nadie!"
Christie's había tasado la obra entre 35 y 45 millones de dólares, y finalmente su precio se situó en la franja más alta de la estimación, aunque no la superó como algunos esperaban.
Y ésa fue la tónica general de la mayoría de obras rematadas en la tradicional subasta de otoño de esta conocida casa. La segunda obra protagonista de la noche fue Silver Liz, de Andy Warhol (1928-1987). Christie's confiaba en recaudar entre 16 y 19 millones de dólares y se pagaron 16,3 millones por la obra de 1963. El cuadro, de un metro de alto, forma parte de la legendaria serie "Liz" que el artista pop hizo al retratar a una joven Elizabeth Taylor..
 
Fuente texto: lanacion.com

ANTONIO SEGUÍ:
"EL ARTE CONTEMPORÁNEO
TIENE MÁS DE INGENIO QUE DE SENSIBILIDAD".

 

A los 77, y luego de 50 en París, Seguí revisa las concepciones de moda en el arte y critica la falta de apoyo que padecen sus colegas en nuestro país.


ARTE PRECOLOMBINO. Antonio Seguí posa con su colección en el sótano de su casa. (Horacio Bilbao)
ARTE PRECOLOMBINO. Antonio Seguí posa con su colección en el 
sótano de su casa.

Por Horacio Bilbao - hbilbao@clarin.com

Venga ahora”, invita la voz grave en el teléfono. Suena como cualquier cordobés sin mudanzas la tonada incorrompible de Antonio Seguí (1934). Da dos indicaciones precisas y a la media hora abre la puerta de su pequeño castillo medieval. Recompensado por el veranito parisino que renació en octubre, en remera y pantalones cortos, dibuja en su atelier una serie sobre ciudades, que presentará en Chile a mediados de 2012. “Las exposiciones que hago en América latina las sigo, las de acá ya no”, aclara. Acá es París y cuando dice las sigo quiere decir que viaja. Dos veces al año también vuelve a Córdoba, de donde salió hace 60. Es que allí, curiosamente, viven sus dos hijos franceses (el más grande, que también es artista, se quedó en Francia). “A los 17 me dijo papá, yo me siento muy francés, pero me rajo para Córdoba. Y le va muy bien”. A Seguí padre también la va bien. Sus obras cotizan en alza en los principales mercados del mundo y en París es una figura notable, presente en el Metro, en el Pompidou o como ahora, en la única librería hispana de la ciudad, con una muestra sobre Mario Benedetti. Como dirá en esta entrevista, su relación con la Argentina es compleja. Por eso, o tal vez por azar, está donde quiere estar. En su taller, rodeado de trabajo, y en su caserón francés, con una colección de arte africano y precolombino envidia de cualquier museo. Allí, entre colaboradores, personal de mantenimiento y un teléfono que deja sonar más veces de las que lo atiende, conversa Seguí con Clarín. “Hasta no hace mucho quería volver, pero tuve que decidirme, no se puede estar en lugar pensando en otro”. Quizá sea cierto, pero cuando el artista habla, ese suburbio parisino, por un rato, podría ser Villa Allende.
Fue hace mucho, pero también probó en Buenos Aires y en México, y se fue quedando en París…
Entre vivir en Buenos Aires y acá, como extranjero en los dos lados acuñé rápidamente una frase muy demagógica. Prefiero ser un latinoamericano en París que un cordobés en Buenos Aires.
¿Tiene que ver con las dificultades para vivir del arte en la Argentina?
En la Argentina es difícil, no acompañan a sus artistas. No es Brasil, ni Colombia ni Venezuela, ni siquiera Perú. Veo las ventas de artistas latinoamericanos y no hay argentinos. Eso es clave.
Sin embargo, su generación ha dado varias figuras…
Sí, pero viven de lo que venden afuera, no en la Argentina. Yo tengo galerías acá, en Italia, en Bélgica y expongo en todos lados. Y en la Argentina lo hago cada cuatro años para estar presente, me encanta estar presente. (En diciembre Metrovías inaugurará un mural de Seguí en la Estación Independencia).
¿Qué ecuación hace para explicar que una obra suya en el mercado vale tantos miles de euros, qué vinculo establece entre su trabajo y lo que puede cobrar por él?
No es algo en lo que piense, el mercado es una cosa muy fluctuante. Hay gente que vende carísimo ahora y en cinco años no existe más. Pero yo tengo que decir que trabajo hace 60 años en esto, y he hecho una carrera entre comillas, porque nunca he hecho carrera. Nunca me interesó. Me interesa trabajar, pintar y chau.

CIUDADES. El maestro Antonio Seguí trabajando en la serie que presentará en Chile en 2012. (Horacio Bilbao)

EL SAN MARTÍN ABRE EL TELÓN




TRANSPARENTE. LA NUEVA VISTA DEL TEATRO COMUNICA CON EL EXTERIOR.

Por Berto González Montaner *

La noticia del fallecimiento del arquitecto Mario Roberto Álvarez, el sábado, me sorprendió justo cuando estaba escribiendo esta columna sobre la restauración del frente del Teatro General San Martín, una de sus obras emblemáticas.
Alvarez fue uno de los grandes maestros de la arquitectura moderna argentina. Entre sus obras se destacan desde los centros sanitarios en el norte del país, edificios deslumbrantes como Somisa, el hotel Hilton o la torre Madero Office en Puerto Madero, hasta sus polémicas opiniones urbanas: quería pasar la Autopista Ribereña por el borde de la Reserva Ecológica y sacar la Villa 31.
Por suerte alcanzó a ver en vida (murió pocos días antes de cumplir 98 años) cómo el Teatro San Martín, que proyectó junto a Macedonio Oscar Ruiz (1953-60), renació con todo su esplendor.
Hoy, con las carpinterías renovadas y los halles bien iluminados, se pueden apreciar el dibujo nervioso de sus escaleras, el volumen corpulento de la sala Martín Coronado y, al fondo, el inmenso y colorido mural de Juan Batlle Planas. Pero además, por primera vez, el San Martín, ahora sin sus cortinas originales, nos permite asistir a un espectáculo extra: el movimiento de la gente en los halles o subiendo y bajando las escaleras. Algo así como sucede, valga la comparación, con las escaleras mecánicas que dominan el frente del legendario Centro Pompidou.
Tal vez ya estemos acostumbrados, pero lo extraño es que Alvarez y Ruiz diseñaron un teatro cuyo frente es un edificio de oficinas. ¿La explicación? Crear con ese cuerpo un colchón acústico que aisle al teatro de los ruidos de la avenida Corrientes.
Funcionalismo puro y de la mejor cepa. Así pensaron estos maestros el Teatro San Martín y en consecuencia proyectaron su fachada con chapa de hierro y vidrio como lo hacían en el mundo los arquitectos más avanzados del llamado “International Style”. Pero la mala noticia llegó cuando el hierro alertó que no era para siempre. La carpintería empezó a deteriorase con un imparable proceso de corrosión. Cuando se avecinaron los cambios Alvarez sentenció: “Es bueno que una obra se modifique siempre y cuando los cambios que se le realicen no afecten la imagen original del edificio...”.
Primero intentaron reemplazar la carpintería con un frente de aluminio, pero la dimensión de los perfiles no permitía seguir el dibujo original de la fachada. Lo que sí consiguieron con carpintería de acero inoxidable pintado.
Gonzalo Etchegorry fue uno de los responsables de la obra. De repente me acordé que lo conocí años atrás cuando le publicamos un trabajo en la sección El taller de la facultad, del suplemento Arquitectura. Recuerdo que a raíz de su proyecto conversamos sobre cómo el movimiento de la gente podía convertirse en un enriquecedor material de la arquitectura. Supuse, no sin cierta vanidad, que algo de esa charla y también las nuevas tecnologías habían posibilitado evitar las cortinas que tapaban el interior. Sin embargo cuando intenté confirmar mi hipótesis, Etchegorry simplemente me contestó: “No las pusieron por falta de presupuesto”. Cuando las pongan, ojalá las dejen abiertas, aunque sea en las funciones de noche.

* editor jefe arquitectura Clarín

UN VIAJE AL MÉXICO PREHISPÁNICO
DE LA MANO DE SUS DIOSES



En la Fundación Proa. 
Una muestra de 100 tesoros arqueológicos de gran valor, que permite conocer rituales y oficios.


Por Julieta Molina / LA NACION


Hace apenas pocos meses ciertas piezas no habían sido aún encontradas. Durante siglos sepultados bajo tierra y piedras, estos tesoros arqueológicos de la era prehispánica han sido excavados del Golfo de México. Así, la posibilidad de conjugar tiempos tan remotos como el año 2011 y el 400 a.C. es la que brinda la espectacular nueva muestra de Fundación PROA, en avenida Pedro de Mendoza 1929.
Más de 150 piezas de las diferentes culturas que vivieron hace siglos se exhiben por primera vez en la Argentina. Tres salas albergan las distintas obras, ubicadas con el criterio del curador de la muestra, David Morales Gómez, quien deseó que se mixturara la presencia de las deidades con las piezas que remiten a los distintos oficios o rituales.
"Ellos convivían con sus dioses, los hombres se convertían en divinidades e interactuaban permanentemente", señala en diálogo con La Nacion Morales Gómez.
En una cuarta sala se exhiben las fotografías de los descubrimientos arqueológicos, último nexo entre lo que se observa en PROA y el contexto donde fueron halladas las piezas. Parte de las imágenes son el registro realizado en 1890 de la expedición a Cempoala -la primera ciudad que visitó Hernán Cortés- donde se observa con claridad la forma en que quedó la ciudad al ser abandonada por sus habitantes.
Gómez explica que su criterio curatorial fue el de representar a museos mexicanos comunitarios, que no logran mayor difusión. Son en total 13 los que han cedido sus piezas para esta exhibición, que podrá visitarse hasta enero próximo. Participan además dos casas de Cultura, una zona arqueológica y el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).
Una pequeña anécdota del curador evidencia el estrecho lazo que esas comunidades entablan con sus museos. Según relata, la comunidad del pueblo de Huiloapan lo recibió al grito de: "Llegó el arqueólogo". La banda del pueblo lo esperaba entonando alegres melodías y se leía en un cartel confeccionado para la ocasión: "El Xipe se va a Buenos Aires".
Con pedidos de cuidar la pieza especialmente fue que el pueblo cedió para esta muestra una cabeza de arcilla de Xipe Totec, datada entre el 600 y 900 d.C., que fue hallada en soledad y es la joya del museo local, el Museo Huiloapan de Cuauhtémoc. De esta forma el curador logra su cometido y tanto el museo como la pieza accedieron a su primera muestra internacional.
Tallas en piedras y esculturas de arcilla y barro son la evidencia empírica del nivel de excelencia que estas culturas alcanzaron como alfareros, lapidarios y también de quienes tuvieron como oficio la pintura mural y las conchas de moluscos.
UN OFICIO COMPLEJO
 
El contorno perfecto de un ojo o la talla impecable de una pequeña uña asombran a los visitantes. Estas sociedades, complejas en su organización, trabajaban en un solo oficio, que se heredaba por generaciones. Una gran cantidad de cinceles eran las herramientas para la talla compleja de piedras. Se las desgastaba rozándolas con otra piedra más dura y la talla se hacía golpeando los distintos cinceles con un hueso.
Esculturas de más de 1,70 metros de altura son otra prueba de la complejidad que lograron en sus tareas. Una espectacular obra de arcilla hallada en el centro sur de Veracruz de 250-900 d.C. del sacerdote Xipe Totec recibe a los espectadores en la primera sala. Su impactante presencia antecede a la igualmente fantástica historia, que explica que los sacerdotes se vestían con la piel de una mujer sacrificada, un ritual que se llevaba a cabo antes de la época de lluvias. Una ofrenda al dios de la fertilidad, para simbolizar el cambio de la vegetación.
Lo acompaña en la misma sala la escultura femenina de El Zapotal, datada entre 600-900 d. C. Esta deidad es representada como una anciana y refiere a las mujeres como dadoras de vida.
Toda la colección conforma una muestra sugestiva y evocadora de las vidas y creencias de la era prehispánica. Fundación PROA logra conjugar una exposición de arte excepcional con el atractivo cultural de visitar verdaderas joyas históricas.
 
Fuente texto: lanacion.com
 

UN VIOLÍN ÚNICO
QUE DURMIÓ 83 AÑOS EN SU ESTUCHE
Y VOLVIÓ A EMOCIONAR



Es un Guarnerius de 1732, que pertenecía a la colección de Fernández Blanco.

GUARNERIUS. El violín pertenece al Museo Isaac Fernández Blanco. (Néstor García)
Hay que poner en forma a ese violín, mudo, quieto y ciego durante casi un siglo. Estuvo 83 años durmiendo en su estuche, dentro de una cámara del Museo Isaac Fernández Blanco, guardado bajo siete llaves, como corresponde a un Guarnerius de 1732. Pero es un instrumento tan noble, que ni siquiera la bomba que en 1992 hizo volar la embajada de Israel, a pocos metros, le ha mellado su exquisito sonido.
Pablo Saraví sabe cómo tratarlo: además de concertino de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, es “catador de violines”. Es miembro de la Violin Society of America, y autor del libro Liutería italiana en la Argentina.
En ese país se construyeron los instrumentos de cuerda más afamados, sobre todo en Cremona. Allí vivía la familia Guarneri, cuyo taller estaba en la misma cuadra que el de Antonio Stradivari. Sin embargo, los Stradivarius se hicieron más famosos que los Guarnerius.
Quienes tocan un instrumento de cuerda no harían distingos entre unos y otros. A punto tal, que sus precios son igualmente pasmosos: en 2008, un Guarnerius del Gesù –los más valorados– se subastó en 4 millones de dólares, y otro está en venta en Chicago por 18 millones.
Violinista aficionado, Isaac Fernández Blanco lo adquirió en un remate en París, por 30.800 francos, una cifra más que respetable para 1900. Dos meses antes, en febrero, había muerto su dueño, el compositor y violinista Jules Armingaud, fundador del cuarteto que llevaba su apellido, que fue célebre en su época.

El violín estuvo guardado por más de 80 años en una cámara del museo. 
Atrás, el retrato de Fernández Blanco pintado por el francés Léon Bonnat.

Si bien hoy se llama Museo de Arte Hispanoamericano, Fernández Blanco había iniciado su colección, hacia 1880, con instrumentos musicales. “En aquel momento, Argentina era una potencia agrícola, y la élite viajaba a París, donde Fernández Blanco también estuvo viviendo”, cuenta el director del museo, Jorge Cometti. Amaba tanto su Guarnerius, que en 1900 se hizo retratar con él por el famoso pintor francés Léon Bonnat.
Al regresar en 1901, se estableció en su casa de Hipólito Yrigoyen 1420 (entonces calle Victoria), que hizo ampliar y decorar por Alejandro Christophersen, uno de los grandes arquitectos de ese tiempo. Continuó comprando instrumentos y fue conformando las magníficas colecciones de platería, imaginería, pintura, documentos históricos, indumentaria y numismática, entre otras.
En 1922, Fernández Blanco donó todo ese patrimonio a la Ciudad y fundó el museo en su casa. Fue el primer museo privado de Buenos Aires, y él, su primer director.
Tras su muerte, en 1928, el Guarnerius enmudeció. En 1943, el acervo fue trasladado al Palacio Noel, donde se encuentra ahora (Suipacha 1422), y la casa de la calle Hipólito Yrigoyen fue convertida en oficinas de la Secretaría de Hacienda.
Entre 1948 y 1958, la colección de instrumentos fue trasladada al foyer del Teatro Colón: 49 piezas –sobre todo cuerdas– y 20 arcos. Sólo el Guarnerius permaneció oculto y en secreto.

Acaba de ser restaurado por el lutier Horacio Piñero y lo cató Pablo Saraví (foto).
Lo que iba a ser un préstamo temporario, duró hasta 2006, cuando se decidió “gestionar la colección desde un punto de vista museológico: mejorar sus estándares de conservación, investigarla y exhibirla”, explica Cometti. En 1999 se había recuperado la Casa Fernández Blanco, que está siendo restaurada para ser la segunda sede del museo. Allí volverán los instrumentos, además de colecciones que hoy no están exhibidas.
El museo ya lleva varios años desarrollando una intensa temporada de música de cámara, con más de cien conciertos al año. En ese contexto fue convocado Pablo Saraví, para evaluar los violines. “Me costó creer lo que veía”, confiesa el músico, quien utiliza un Guarnerius Petrus que tiene en préstamo.
Coincidió con una visita del prestigioso luthier y restaurador argentino Horacio Piñeiro, radicado en Nueva York desde los ’70, quien hizo la puesta a punto sin cobrar un centavo. Tampoco cobró por poner en condiciones otros dos violines muy valiosos: un Santo Serafín (Venecia, c.1730) y un Gioffredo Cappa (Saluzzo, c.1690). Son más angostos a la altura de las efes –la “cintura” del instrumento–, y su timbre es más incisivo. El Guarnerius Armingaud/Fernández Blanco tiene un sonido más voluminoso, y más profundo en los graves.
Los tres podrán ser oídos en un CD que produjo Leila Makarius y que acompaña el libro de Saraví Un Guarnerius en Buenos Aires, gracias a la Asociación Amigos del Museo y a American Express, a través de la Ley de Mecenazgo. “Si hay otros instrumentos que merecen volver a la vida sonora, el museo va a hacer el esfuerzo –promete Cometti–. No cualquier mano puede trabajar con instrumentos de semejante valor”. 

El violín está valuado en 3,5 millones de dólares.

GUARNERI Y STRADIVARI, LOS HOMBRES QUE CREARON LOS MEJORES VIOLINES DE LA HISTORIA

Discípulo del célebre luthier Nicolò Amati, Andrea Guarneri (1626-1698) inició la tradición de los Guarnerius en Cremona, que continuaron sus hijos Giuseppe –conocido como Filius Andreæ– y Pietro de Mantua, ciudad donde se radicó.
Dos hijos de Giuseppe heredaron el oficio: Pietro de Venecia –donde se instaló– y Bartolomeo Giuseppe (1698-1744), conocido como Del Gesù por firmar sus instrumentos en el interior de la caja de resonancia con las palabras Nomina sacra, IHS (el monograma de Jesucristo) y una cruz romana.
Son los Guarnerius del Gesù los más apreciados de la familia, y hoy se cotizan tanto o más que los Stradivarius, por su rareza, ya que hay sólo unos 170, mientras que Antonio Stradivari (1644-1737) construyó unos 800. “Ya era famoso en vida, y muy rico –señala Pablo Saraví–. Guarneri del Gesù no fue tan comprendido en su época; comenzó a resurgir a principios del siglo XIX”.
Stradivarius y Guarnerius están construidos en madera de arce (el fondo, las fajas, el mango y la cabeza) y pino abeto (la tapa), y barnices similares. “Hay algo misterioso en los grandes violines –apunta Saraví–: el paso de los años les da un plus de vibración y de sensibilidad”.


Fuente: clarin.com