Sebastián Gordín. La primera retrospectiva dedicada al artista argentino, recupera su imaginario de miniaturas, literatura pulp y revelaciones póeticas.
Por Ana María Battistozzi
Para todo aquél, que por alguna razón llegó a la conclusión de que el arte contemporáneo alberga demasiados gestos caprichosos como para pasar de él, quizá sea ésta la oportunidad de una reconciliación. Al menos con una parte de sus expresiones más regocijantes: la sucesión de mundos de Sebastián Gordín que el Museo de Arte Moderno despliega ahora en sus salas de planta baja y subsuelo se lo ofrece. En un espacio donde las percepciones de escala se ven trastocadas por una dialéctica realidad-fantasía que introduce al espectador en territorios minúsculos de revelaciones poéticas.
Para todo aquél, que por alguna razón llegó a la conclusión de que el arte contemporáneo alberga demasiados gestos caprichosos como para pasar de él, quizá sea ésta la oportunidad de una reconciliación. Al menos con una parte de sus expresiones más regocijantes: la sucesión de mundos de Sebastián Gordín que el Museo de Arte Moderno despliega ahora en sus salas de planta baja y subsuelo se lo ofrece. En un espacio donde las percepciones de escala se ven trastocadas por una dialéctica realidad-fantasía que introduce al espectador en territorios minúsculos de revelaciones poéticas.
Quien albergue una pizca de curiosidad por lo que no es del todo revelado, no podrá sustraerse a esos universos pequeños que el artista construye con precisión milimétrica y tienen la virtud de allanarse a distintos niveles de experiencias y lecturas. Desde la fascinación que producen los engendros de la “imaginación miniaturizante”, como la llamó Bachelard, que atraviesan siglos en el ensueño de los soñadores de siempre, a la complejidad de los cruces entre alta y baja cultura, tan propios del presente. Gordín hace del espectador un cómplice, lo incita a ser partícipe de todos sus guiños. A acompañarlo en un itinerario de fascinaciones y temores contenidos en pequeñas valijas, diminutos interiores que le imponen espiar a través de mirillas o en libros cuyos personajes cobran vida e irrumpen en el mundo de los lectores rasgando sus páginas.
En un texto sobre la obra de Gordín, publicado en 2009, Graciela Speranza escribió: “Si ella se desplegara por entero alguna vez, El libro de oro de Scoop, traicionando apenas la cronología, debería abrir el recorrido”.
El momento de desplegar ese conjunto por entero –o casi por entero– ha llegado y aunque El libro de oro de Scoop , no tiene ese lugar sugerido en el recorrido de esta primera retrospectiva dedicada al artista, asume un protagonismo insoslayable. No podría ser de otro modo ya que constituye un punto de enlace entre los primeros años de su producción, cuando creaba historietas en colaboración con Roberto Jacoby y Diego Sasturain o articulaba disparatados órdenes narrativos –como aquella guerra entre sopapas en una maqueta– y el refinado universo gótico de fantasía y misterio que sobrevino después. Una rara mezcla de historietas, miniescenografías y homenajes a la literatura pulp americana.
A ese subgénero del policial, las novelas de aventuras, fantaciencia y los cuentos de terror que alimentó su imaginario desde Weird Tales , Avon Fantasy Reader o The Blue Book, Gordín rinde homenaje en diminutos libros-objetos concebidos para ser más admirados que leídos. La disposición del montaje a la manera contradictoria de una colección de incunables lo sugiere así.
GRAN REX, 1996. Construcción dentro de caja, vista a través de una mirilla. |
Pieza clave en el curso de esa trayectoria, El libro de oro de Scoop de 1993 es una suerte de desmesura pop up. Al evocarlo, Gordín lo distinguió así: “ Scoop me indicó por dónde seguir. Es como abrir un libro para niños durante una secuencia cinematográfica, un ejemplar polvoriento que la cámara enfoca en un lugar preciso”. No cabe duda de que el cine ha sido un gran complemento de sus incursiones de desván. “En mi mente, el recuerdo de las películas que vi, se imprime de la misma manera que los recuerdos de la vida real, y rebusco imágenes que utilizo en mis obras sin poder distinguir de dónde vienen”, dice.
Es ese flujo de imágenes sin conciencia exacta de su procedencia, que mezcla cuestiones locales, con fotografías y afiches de películas lo que alimenta su particular imaginario de época. Deliberadamente trastocado, por un dibujo expresivo, la escala o los materiales que utiliza definen su singularidad y de algún modo una marca de estilo.
En esa cronología relativamente ambigua, que ubica a El libro de oro de Scoop en un lugar central aunque no exactamente en el comienzo del recorrido, la muestra instala la producción de los años ochenta en el punto de partida. Por un tiempo breve el artista pintó y tributó a la estética pictórica de ese momento. También participó del humor ácido que esa generación dirigió hacia lo que se vivía como excesos ideológicos del “psicovolchismo”. De ese momento son Tres apariciones de Lenny (1988) y Con pan y con salame (1989 que remiten burlonamente a una historia del arte demasiado entreverada con la política. La mirada irónica que Gordín acuñó entonces no declinará con el paso del tiempo como lo muestra el derrotero que va de obras como General Electric, Un extraño efecto en el cielo y Ciudad Evita , todas de 1993, a Soldado desconocido ( Unknown Soldier, Ready to assemble) de 2001.
El clima propio de los noventa seguramente tuvo mucho que ver en la distancia que orienta la mirada del espectador hacia unos interiores pulcros y desolados en la serie de cajas de 1996: Edificio de Johnson e hijo , La piscina de la calle Pontoise, Gran Rex. A esa altura, la producción de Gordín ya se reveló dueña de sí en el sentido de los recursos que maneja a la hora de plasmar sus delirios. Sobre todo cuando se trata de cambiar ese encantador “mini cuadro de historieta tridimensional”, que lleva por título Música de cucharitas en Eldor , realizado en madera, cartón, piedritas, luces y papel de aluminio por un repertorio de contenidos y materiales que imponen soluciones más complejas. Es así como poco a poco se define más claramente constructor, incorpora los más variados materiales que lo llevan a incursionar en el milenario oficio de la marquetería. A partir de todo eso surgen en su horizonte creativo las enigmáticas Nocturnias (cajas transparentes tenuemente iluminadas por minúsculos leds) y las escenas de bibliotecas y museos en orden y desorden.
Así como un capítulo importante de la obra de Gordín rinde tributo al cine y al pulp fiction, otro no menos entrañable y de una gran melancolía recrea el mundo de los libros, las bibliotecas, las obras de arte y los museos en colapso. Alimentan ese inquietante clima obras como la compleja pieza en marquetería Los ángeles del fango de 2011, El niño y Aguas de Noviembre de 2012.
De principio a fin Gordín procede por encantamiento, una estrategia amorosa para con el espectador que encuentra antecedentes en el mundo del circo, los orígenes del cine, y las cámaras de maravillas pero que pareciera haberse extraviado en la cultura actual. El lo recupera, como tantas imágenes que fluyen al pasar y seguramente, más allá de hacerlo consciente.
FICHA
Un extraño efecto en el cielo
Sebastián GordínLugar: Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Av. San Juan 350.
Fecha: hasta el 20 de abril.
Entrada: $10; martes gratis.
Fuente: Revista Ñ Clarín