FRANCIA CONDECORÓ A QUINO


Joaquín Lavado, Quino, el creador de la célebre “Mafalda”, en la 34 ª Feria del Libro “Salon du Livre de París”, donde la Argentina fue la invitada de honor, recibió la Legión de Honor, la máxima condecoración francesa, de manos del embajador de Francia en Buenos Aires.


Foto: AFP

REMATAN UN STRADIVARIUS

La “viola más perfecta” de Stradivarius, “Macdonald”, creada en 1719 por el renombrado lutier Antonio Stradivari (1644-1737), que Sotheby’s sacará a subasta. EFE



La “viola más perfecta” de Stradivarius, “Macdonald”, creada en 1719 por el renombrado luthier Antonio Stradivari, 1644-1737, que Sotheby’s sacará a subasta.


Fuente: EFE

EL ESCULTOR CHINO LIU BOLIN EXPONE EN PARÍS

 Visitantes caminan junto a la escultura titulada “Iron Fist” del artista chino Liu Bolin, durante la inauguración de la Feria del Arte de París, Francia, el 26 de marzo del 2014. (EFE/Etienne Laurent)

Visitantes caminan junto a la escultura titulada “Iron Fist” del artista chino Liu Bolin, durante la inauguración de la Feria del Arte de París, Francia, el 26 de marzo del 2014.


Foto: EFE/Etienne Laurent

UN MENÚ MUY IMPORTANTE:
INVESTIGAN QUÉ SE COMIÓ DURANTE LA ÚLTIMA CENA

Los expertos partirán del análisis de las comidas palestinas de hoy para tratar de llegar a las del siglo I.
Versión renacentista. La Ultima Cena según la imaginó Leonardo Da Vinci entre 1494 y 1497, cuando la pintó.

Por Mauro Pianta

¿Cuáles fueron los platos de la Última Cena? ¿Qué cenaron Jesús y los Apóstoles durante el que fue uno de los momentos fundamentales del Cristianismo? Son las preguntas a las que pretenden dar respuesta dos arqueólogos turineses (Generoso Urcioli y Marta Bergogno), que viajarán en abril a Tel Aviv y después a Jerusalén con el objetivo de descubrir el antiguo menú. Viajará con ellos la periodista y fotógrafa Sarah Scaparone.
 El estudio forma parte del proyecto de divulgación científica “Arqueorecetas”, cuyo objetivo es justamente reconstruir las costumbres alimenticias de las civilizaciones de la antigüedad. “Nuestras fuentes –explicó a Vatican Insider Generoso Urcioli– son los datos arqueológicos, desde la iconografía hasta el análisis del contexto histórico y las técnicas cada vez más sofisticadas para analizar materiales, mediante las que es posible entender cómo se preparaba un determinado alimento en un contenedor de cerámica”. Para costear esta investigación, que no cuenta con financiamiento, los aventureros abrieron un sitio para recibir fondos (www.indiegogo.com/projects/ultima-cena).
Los especialistas parten de las comidas palestinas actuales e intentan remontarse a las de hace dos mil años. En el estudio de los arqueólogos de la comida ya hay algunas certezas: “Jesús y los suyos –recuerda Urcioli– eran judíos y seguían la tradición. Lo cual imponía, por ejemplo, que no pudieran comer carne de ungulados (animales como la cabra) con pezuñas, usar el farro (un cereal)o cocer la carne en leche”. “Otro aspecto seguro es que aquella Jerusalén, bajo dominio romano, era una ciudad internacional, por lo que existiría una cocina con influencias” latinas. La última certeza: “El Cristianismo es la única religión monoteísta que no tiene prohibiciones alimenticias”. Pero, ¿por qué es importante saber qué incluía el menú de la Última Cena? “Se trató de un evento importante para la historia de la humanidad –responde Urcioli–, al cual sería importante para la historia dar profundidad y concreción. Porque no hay nada más concreto y cotidiano que la comida”.

Fuente: clarin.com

EL CHAMÁN DE LA VANGUARDIA

Retrospectiva. Llega a la Argentina la obra de Joseph Beuys, el hombre que revolucionó profundamente el arte visual y escénico del siglo XX y puso el cuerpo y la propia vida en el centro de su producción artística. Los lectores de Ñ, invitados a Proa.

Chamán de la vanguardia

Por Mercedes Pérez Bergliaffa


La revolución somos nosotros”: el hombre camina, se hace sacar una foto y decide su título. “La revolución somos nosotros”, pensaba Joseph Beuys (Krefeld, 1921- Düsseldorf, 1986), autor de la mítica y fundamental obra: una simple y potente fotografía. Heredero de la transformación artística, mental y objetual inaugurada a principios del siglo XX por Marcel Duchamp y el dadaísmo, y en sintonía con el clima político de la Europa de los 60 y 70 –específicamente con el de la Alemania de la guerrilla urbana, la de la Fracción del Ejército Rojo y su lucha antiimperialista–, Beuys no duda en autocrearse y erigirse como un mito,un artista extremo basado profundamente en la intensidad y la acción. Beuys no distingue entre arte y vida: es desplazamiento, la energía que lo genera y contagia, la provocación, el quiebre; y no una obra.   Este artista, que cambió la historia del arte mundial desde la segunda mitad del siglo XX, llega hoy a la Argentina con la apertura de la retrospectiva Joseph Beuys , curada por Silke Thomas y Rafael Raddi en la Fundación Proa. Son 100 piezas –trabajos, y sobre todo registros fotográficos y objetos que documentan acciones y performances realizadas por Beuys entre 1955 y 1985, es decir, prácticamente hasta su muerte, en 1986. Si bien el núcleo más importante de obras de Beuys se encuentra en las colecciones de los museos Hamburger Bahnhof (Berlín) y en el Schloss Moyland (Cléveris, cerca de Düsseldorf), los trabajos reunidos aquí provienen de colecciones privadas europeas. Esta es, en realidad, la mayor retrospectiva que se haya realizado en Argentina con sus trabajos, luego de otra importante exposición que le dedicó en 1993 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA). Se trata de un momento nuclear en la revolución artística de la segunda vanguardia europea, que de todos modos, por sus propias características –por la transformación del concepto de obra de arte en sí– requiere ser descifrado. En los trabajos de Beuys no hay cuadros, esculturas ni instalaciones: hay vestigios, índices, rastros y documentos. Todo en ella se relaciona con la acción, la performance y con la vida misma y su fuerza creadora. Quien espere ver en la exposición de Proa pinturas o vitrinas se verá decepcionado. Beuys y sus trabajos son especialmente intrigantes, provocativos, simbólicos. En la muestra habrá cajas, fotos, un pico, videos de performances extremas o raras, y sobre todo, historias que giran alrededor de ello… ¿Qué es lo que convierte esos objetos en arte?, se preguntarán muchos. Lo que Beuys buscaba instigar es exactamente esa pregunta e incluso que el espectador se sintiera atacado en su pasividad. No le importaban los juicios. Era un provocador.
Beuys tenía un concepto de arte expandido, ampliado, obras que buscaban indignar o desconcertar al público de museos, que presuponía que “eso” no podía ser arte. Cincuenta años después, siguen produciendo esas reacciones. Beuys sostenía que un remolino de agua o el latido de un corazón podían ser una escultura. Prestaba especial atención al concepto de energía: consideraba que las esculturas eran reservorios de calor.
Por eso solía trabajar con grasa animal, un material que se modifica con la temperatura, las condiciones ambiente, el paso del tiempo; que se altera. 


Sin título
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Su famosa “Fat Chair” (Silla de grasa) de los años 60 lo muestra: no es una forma rígida sino un proceso energético: huele mal, se derrite, se pudre. Para Beuys, la grasa y el calor fueron partes nucleares de sus obras, tanto como son partes centrales de los seres humanos. Con ello el artista expresa que el hombre y la obra deben tener la capacidad de transformarse para poder adaptarse a situaciones nuevas. El arte debe seguir a la realidad y por lo tanto, ser fluido.
Grasa, calor, fieltro y miel: estos fueron los elementos que, a los 19 años, le salvaron la vida al joven Beuys cuando su avión –un Stuka de la fuerza aérea alemana de la Segunda Guerra– cayó en la Crimea soviética. Cuenta la historia –que muchos consideran una leyenda inventada por él mismo– que unos lugareños tártaros lo encontraron y lo untaron con grasa, lo envolvieron con fieltro y lo alimentaron con miel. Estos materiales y procesos que le salvaron la vida aparecerán una y otra vez en sus trabajos hasta el fin de sus días. Con ellos –y con ese incomprobable relato de iniciación–, Beuys refuerza que la obra es inseparable del mito del artista.
En 1974 Beuys realiza una de sus performances más sorprendentes,  I like America and America likes me  (Me gusta América y a América le gusto yo). El artista llega a Nueva York en avión; en el aeropuerto lo espera una ambulancia que lo traslada inmediatamente hasta la galería René Block, donde se encierra con un lobo durante tres días. Sale y vuelve a subirse a la ambulancia, que lo lleva al aeropuerto y de allí, directo de vuelta a Alemania, sin tocar nunca suelo estadounidense. ¿La acción de un mistificador? ¿El acting secreto de un domador de fieras? ¿Una estrategia de marketing? ¿Los Estados Unidos son un lobo para un alemán? Simboliza el acercamiento entre las culturas originaria y occidental y la toma de posición del artista como un chamán dominador de la naturaleza y las energías.
Beuys también integró el desafiante y rupturista grupo Fluxus, que huía de las categorizaciones, dedicado principalmente al cruce de medios artísticos, los happenings y las acciones. Entre los 60 y los 70, compartió el grupo con Yoko Ono, George Maciunas, Allan Kaprow y Wolf Vostell, entre otros. En Fluxus los artistas –provenientes de todas las disciplinas, hasta había un economista– pretendían “purgar al mundo de la enfermedad burguesa, la cultura intelectual, profesional y comercial; purgar al mundo del arte muerto, de la imitación, del arte artificial, abstracto, ilusionista, matemático, purgar al mundo del europeísmo. Promover una inundación y una marea revolucionaria en el arte”.
El grupo adhería a ciertos postulados radicales: creía en el anti-arte, postulaba un arte anti-comercial y decía: “Fluxus es una actitud. Los creadores de Fluxus gustan de trabajar con la intersección de diferentes medios artísticos. Los trabajos de Fluxus son simples: el arte es de tamaño chico, los textos son cortos. Fluxus es divertido. El humor siempre fue una parte importante de Fluxus”. Beuys fue más lejos: se concentró en el poder de la creación, en el proceso creativo y en la inmensa capacidad que todo ser humano posee con su creatividad. Está esa obra de Beuys que postula: “Toda persona es un artista”. 


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El creía que la creatividad y el arte son herramientas potentes, capaces hasta de hacer una revolución. Influenciado por los poetas románticos Novalis y Friederich Schiller, así como por la antroposofía de Steiner– creó lo que llamó “escultura social”: la sociedad en su conjunto debía ser, según Beuys, considerada una gran obra de arte, a la que cada persona puede contribuir de forma creativa. Postulaba así, también, una democratización del arte: no es una práctica aislada, algo que pueden hacer sólo unos pocos elegidos.
Estas ideas tomaron forma de partido político: a fines de 1967 Beuys creó el Partido Alemán de Estudiantes –con el fin de educar a las personas en la madurez intelectual en el concepto ampliado de arte–, que en 1971 se convirtió en la Organización para la Democracia por Referéndum, que postulaba una democracia plebiscitaria directa, más allá del consumismo y del capitalismo.
En sus comienzos, Beuys hizo trabajos más ortodoxos –acuarelas y dibujos sobre papel, por ejemplo– muchos de los cuales pueden verse ahora en Proa. Decía sobre ellos el artista: “El dibujo es una forma especial de pensamiento llevada a una superficie plana o redondeada.” Beuys pensaba a través del dibujo. La ruptura, el gran cambio en sus obras, comenzó cuando empezó a utilizar para hacer sus obras  objets trouvés  (objetos encontrados), noción que heredó del dadaísmo y de Duchamp. Estas primeras obras realizadas con objetos fueron dispuestas más tarde en vitrinas de vidrio. Y aquí vemos manifestarse otros de sus intereses tempranos, convertido, de adulto, en código artístico: la zoología y la botánica. El artista cuando niño jugaba cerca de su ciudad natal, en Cléveris, a tener un zoológico de hormigas y abejas. Las vitrinas que utilizó ya mayor eran farmacológicas o de museos de ciencias. En este momento, los animales tenían para él un sentido mítico, especialmente la abeja (por su sentido de organización colectiva).
Pero Cléveris era, también, una región de pastoreo. Artista y adulto, Beuys se pensó a sí mismo como a un pastor, quizás, como un líder religioso seguido por un rebaño imaginario. De ahí la imagen del cayado –“cayado de Eurasia”, lo llamaba él– que aparece una y otra vez en sus trabajos, y la importancia, en el artista, de la infancia y del mito  como una gran fuente de experiencias e imágenes.
En Proa se expone también uno de sus famosos trajes de fieltro. El fieltro se crea prensando pelo animal, de liebre o de conejo. Pero en Beuys el fieltro puede tener dos sentidos: uno positivo, que remite a la conservación de calor y a la protección; y otro negativo, vinculado con la sensación de incomunicación y el aislamiento existencial. Beuys creó el traje que se exhibe en Proa pensando especialmente en este segundo sentido. Siendo uno de los múltiples del original usado en  Action the dead mouse-Isolation Unit  (Acción del ratón muerto- Unidad de aislamiento), en 1970 en Düsseldorf, es una vestimenta que tiene un sentido ritual, así como el sombrero que siempre llevaba puesto y tantos otros objetos y obras de Beuys, a quien muchas veces llamaron “chamán” debido a su impronta mística. (Proa hará un desfile de moda con prendas de fieltro al final de la exposición).
Trineos, cayados, abejas, palos, picos, papeles firmados, trajes, performances: las obras del artista deben ser vistas como índices, indicadores de experiencias y energías. Hay que comprenderlas simbólicamente. No son de fácil entrada; pero una vez que se logra traspasar por la puerta, el profundo, misterioso y excepcional mundo de Beuys se impone en toda su potencia; y es imposible permanecer al margen. Estas obras provocan, inmediatamente, una toma de posición, a menudo enfurecida. Son los rastros de un artista raro, de mirada casi animal, extraña y gris. Su amigo, el escritor Böll, lo definió bien: “Parece una figura salida de un cuadro de El Bosco.”  El pequeño, algo oscuro, creativo y arriesgado hombre que cambió el curso de la historia del arte del S XX, propuso, con la enorme fuerza de sus obras, algo tan controvertido e intrigante como la creación de una nueva libertad. 


La naturaleza, una preocupación compartida con Nicolás García Uriburu





Por Ana María Battistozzi


“Para 1981 el Rhin había llegado a convertirse en el río más contaminado de Europa”. Nicolás García Uriburu subraya ese dato al evocar las razones que lo llevaron a intervenir las aguas del río mítico de la cultura germana, tal como había hecho en junio de 1968 con el Gran Canal de Venecia durante el desarrollo de la Bienal de ese año. El objetivo fue llamar la atención sobre el alto grado de contaminación de las aguas. Pero, tratándose del Rhin y Alemania, la figura indicada para compartir una acción semejante no podía ser otra que Joseph Beuys. Ambos artistas compartían una preocupación fundamental por la desaprensión con que la modernidad había dispuesto de los recursos naturales en nombre del desarrollo industrial, la “civilización y el progreso”. Y, al mismo tiempo, la convicción de que la actividad artística sólo tenía sentido si apuntaba a trabajar sobre la conciencia. Llamar la atención sobre los daños a la naturaleza era un eje de coincidencia entre ambos. De la acción del Rhin quedaron como registro una serie de botellas con agua contaminada, una de las cuales se exhibe en Proa. Este fue el punto de partida de un vínculo que continuó al año siguiente en la Documenta 7 en Kassel. Fue entonces que Nicolás García Uriburu participó de otra acción de Beuys que devino célebre y que consistió en la propuesta de plantar siete mil robles. Uno por cada uno de los bloques de basalto de la montaña que el alemán descargó frente al Museo Fredericianum, espacio central de la Documenta . El mayor impacto de aquella acción que tardó cinco años en completarse y se extendió hasta 1987, un año más allá de su muerte, lo provocó la devastadora visión de aquella pila de bloques de basalto y una flecha que apuntaba al único árbol que el artista llegó a plantar en esa ocasión. La acción de los robles, que luego se prolongó en el tiempo y se trasladó a distintos lugares del planeta, fue uno de los tantos modos en que Beuys puso en práctica su concepto de escultura social, involucrando la participación de distintos actores a través del tiempo.
Cabe destacar por otro lado el momento de Documenta en que esta acción tuvo lugar. Desde que nació en 1955, en el marco de la recuperación alemana tras la guerra, esta exposición tuvo entre sus principales objetivos reconciliar al público y la sociedad alemana con el arte moderno y luego con el arte contemporáneo. Es decir: rescatarlo de la condena que le había infligido el aparato cultural de Hitler, que empujó al exilio a los mayores creadores alemanes de las primeras décadas del siglo XX. Estados Unidos y el MoMA de Nueva York tuvieron mucho que ver con esa reconciliación. Para los años 60 y 80, esa plataforma expositiva ya tenía una gran capacidad consagratoria en el mundo del arte a partir de la expectativa que creaban las novedades de sus presentaciones cada cinco años. Con todo, la participación de artistas que actuaban fuera del eje Europa-Estados Unidos era casi nula. En este marco, la presencia de Nicolás García Uriburu fue un hecho excepcional. A la luz de ese dato adquiere particular relevancia que el artista argentino también sumara a su presencia uno de sus mapas en que el Sur es el Norte.
De todos modos, la edición 1982 de la Documenta Kassel será recordada por dos hechos fundamentales: la acción de la plantación de robles de Beuys, por un lado y por otro lado la irrupción de los Neuen Wilden o los “Nuevos Salvajes” que desde el retorno a la práctica pictórica de algún modo contradecían los postulados de Beuys. Algunos como Jorg Immenforf, incluso habían sido discípulos suyos en la Kunstakademie Düsseldorf. Sin embargo, ambos remitían por distintas vías a una audaz afirmación de ciertos aspectos de la cultura germana que habían sido negados en los años de posguerra por culposas implicancias nacionalistas. La acción de Beuys, más allá de la impronta de participación colectiva que la distingue, de algún modo tributa a la tradición romántica alemana y la importancia que asume la naturaleza en ella. Y por sobre todo el protagonismo del bosque en sus poetas emblemáticos.

Investigador y docente, autor de “Otros mundos”


Por Gonzalo Aguilar

 

Después de la exhibición de Ron Mueck, llega a Buenos Aires Joseph Beuys. La contigüidad de ambas muestras puede funcionar como un tester del gusto contemporáneo ya que pocos artistas son tan antitéticos como Mueck y Beuys. Porque mientras Mueck atrajo al público por su habilidad artesanal y su figura de artista casi clásico, Beuys es un artista de vanguardia, que ha puesto el cuerpo en sus obras para conectar todos los saberes y todas las prácticas (participó en performances de galerías y museos, en partidos políticos y en colectivos de artistas, en proyectos educativos y ecológicos…).
La pregunta qué es el arte, sin ninguna pertinencia para Mueck, es central en la vida-obra de Beuys. No es que no haya habilidad artesanal en Beuys (se sabe que era un gran dibujante) sino que su creatividad no está tanto en el acabado técnico sino en la interacción experimental con el espacio, los materiales, el medio. También ambos se diferencian por su trato con los materiales: Mueck los elige por su potencia mimética; Beuys, por su potencia energética: la grasa (u otros como la manteca o la miel, que son afectados por el frío y el calor), el cobre (que conduce energía) y el fieltro (que la interrumpe y la conserva).

Mueck es silencioso (no al modo de Marcel Duchamp, sino como el artista que está totalmente concentrado en su metier) y Beuys, muy hablador, un maestro-charlatán que no deja de comunicarse con quienes lo rodean (aunque esa comunicación esté llevada permanentemente hacia lo incomunicable). Si Mueck establece una distancia a partir de su maestría técnica, Beuys no deja de poner el cuerpo. Con sus performances, se aventura hacia lo desconocido e invita a los demás a hacer su propio camino, porque, como dice su divisa, “todo hombre es un artista”.

Caminante, vanguardista, pedagogo, Beuys es un ícono del siglo XX con su sombrero de fieltro, su cazadora de aviador y sus zapatos de marcha. Según Thierry de Duve, bien puede ser considerado la última y trágica encarnación de la tradición romántica alemana que se propuso educar mediante el arte y disolverlo en la vida con un ímpetu utópico. De hecho, la frase “todo hombre es un artista” ya se encuentra en el poeta romántico Novalis. Beuys se propone superar el silencio de Duchamp y crear una comunidad de interlocutores en la que se potencie la creatividad. Para Beuys, la vanguardia no puede estrecharse al ámbito del arte y debe actuar en la vida en su conjunto. Tiene que desarrollar la capacidad creativa de las personas que se encuentra obstaculizada y disminuida por el capitalismo y las políticas estatales. No hay que leer entonces su divisa como una descripción de la realidad, sino la indicación de una potencia humano-animal que las acciones artísticas y pedagógicas pueden poner en acto. Por eso Beuys dialogó con una liebre, interactuó con un coyote, se disolvió en siete mil robles: frente al arte humanista de la forma al estilo de Ron Mueck, Beuys propone acciones –políticas, artísticas, educativas– que trabajen con las energías de la naturaleza, allí donde lo humano se abre a lo otro.

Los visitantes de la retrospectiva de Beuys en Proa tendrán que ser aventureros, experimentadores, dobles de riesgo. Abiertos a todas sus derivas estéticas, políticas y humanas; perceptivos a la singularidad de los materiales y los soportes; capaces de experimentar con performances de las que sólo quedan registros o restos. ¿Irá tanta gente a la exhibición de Joseph Beuys como fue a la de Mueck? No lo sabemos. Pero aquellos que asistan a la muestra de Beuys se encontrarán con dos desafíos: enfrentarse a la dificultad de una obra compleja que sólo puede considerarse hermética o inaccesible desde una concepción convencional del arte. El segundo desafío consistirá en reflexionar sobre la recepción actual de sus obras y el impulso utópico que las hizo posibles y que ya no existe. Es un esfuerzo pero no puede ser un impedimento, porque lo difícil siempre es estimulante. Quienes se aventuren en este desafío se encontrarán con un gran artista pero, sobre todo, con un educador.

 

A veces el teatro no alcanza

 


Por Emilio Garcia Whebi


Siento que con el teatro, paradójicamente, casi nunca alcanza a producirse el hecho teatral. Entonces recurro a la performance. Y ahí Joseph Beuys es una guía. En 2007 hice El Matadero.4: Respondez!
que buscaba releer una de sus acciones más conocidas: Cómo explicarle el arte a una liebre muerta . En esa performance de 1965 Beuys se exhibía paseándose por una galería de Düsseldorf ataviado con una máscara hecha de miel y polvo de oro, sosteniendo en su regazo a una liebre muerta mientras le susurraba al oído una “explicación” del arte moderno. En mi reenactment (el término inglés es más preciso que el español) ingresaba en escena vestido con un viejo pantalón pijama y una máscara de luchador mexicano. Luego entraban una enfermera y una asistente con una bandeja en la que transportaba un conejo blanco muerto y algunas agujas y catéteres. 


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La enfermera tomaba mi brazo, me colocaba una banda elástica de presión y me hacía una venopunción para luego introducir una aguja flexible en mi vena y provocar un desangrado controlado, conectando la aguja a una manguera plástica con una llave que gobernaba el flujo de sangre, y extendiendo la manguera por el brazo hasta pegarlo en mi pecho, en el lugar del corazón. Yo sostenía en alto el conejo muerto con el brazo que tenía la punción, de modo que exhibía al animal y lograba que la sangre manara por efecto de la gravedad y, así, “desangrar mi corazón”. La sangre fluía hasta manchar el pijama y mis pies descalzos, mientras leía el poema “Respondez!”, una bella diatriba de Walt Whitman contra el orden establecido, transposición metafórica de lo que Beuys le susurra al animal muerto, cuyo final era: “Vuestra vida anodina, tan lejos de lo bello. Vuestra vida de perros. Jamás podréis llegar a ser como una liebre muerta. Porque no sois capaces de ver que la obra de arte es la liebre, mi susurro, mi cojera y vosotros mirando”. Al finalizar mi acción, y más allá de las reacciones diversas del público, sentí que esta vez con el teatro sí había alcanzado: al dialogar con la performance había recuperado algo que aquel dejó abandonado: la idea de presencia (el aquí y ahora), para transformarse en un mero hecho de representación.




Fuente: Revista Ñ Clarín



LA LOCURA CUERDA, UN LIBRO DE CUENTOS GIGANTE
Y EL CARNAVAL PORTEÑO

Hoja de ruta con la obra de DrMirocznyk, ganador del premio del Salón Manuel Belgrano y un especial de la revista El Corsito.
Arte
DrMirocznyk, la “locura cuerda”

De profesión veterinario, autodidacta en el arte, Gabriel Mirocznyk, primer premio del 58º Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano, en la categoría de Dibujo –la muestra de obras premiadas se inaugura hoy en el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori (Av. Infanta Isabel 555)–, afirma que empezó a dibujar por “desesperación y encierro”, mientras esperaba que llegaran sus pacientes a la veterinaria.
El espejo , la obra premiada, forma parte de una serie de dibujos esgrafiados sobre tela. “Esgrafiado –explica el artista– es una técnica que usábamos en el preescolar, donde se trabaja raspando la tinta china sobre una superficie blanca o coloreada. En un primer momento tiene una aproximación pictórica, debido a que trabajo con una pinceleta y realizo movimientos de distintos tipos sobre la tela, generando transparencias y grafismos, es decir seguiría el concepto de ‘mancha’ pictórico”. A partir de una serie de movimientos aleatorio, Mirocznyk define masas tonales, zonas de claridad y oscuridad a partir de las cuales busca formas que luego rectifica. “Allí llega el momento del cutter, que levanta la tinta china. Por una serie de raspados voy encontrando las formas, a la manera de un grabado o litografía. Es como un negativo de dibujar al lápiz. Cuando uno dibuja con lápiz lo que hace es dibujar negro sobre blanco, esta técnica es al revés”, dice.
Observar El espejo implica descomponerlo en fragmentos, porque no vale sólo darle una mirada, es preciso recorrer cada uno de sus elementos, ingresar en la lógica paradojal de ese espejo que descompone el mundo tal y como lo conocemos. “Me interesa trabajar constantemente con la contradicción estética, el disparate... donde cada elemento que se encuentra en el cuadro está en un lugar que no le corresponde desde el punto de vista de su concepto, de su tamaño, de su ubicación. Una especie de cambalache visual, una ensalada desmesurada, donde todo cambia de proporción”, cuenta el artista. Lo que busco –continúa–es lograr un clima en el cual no te puedas posicionar: ¿es lindo?, ¿es feo?, ¿es dramático?, ¿es absurdo?, ¿qué hace un pato frente a un espejo sobre un mantel de plástico?, ¿qué son esas bolitas? Es una explosión atómica, hay un orden caótico o como llamo a la serie una ‘locura cuerda’”.
En honor a su pasado de veterinario, que fue el que le abrió la puerta del arte, firma sus cuadros como DrMirocznyk y dice que sus obras tienen todo que ver con el estudio de la geometría de las moléculas. “La ciencia está pletórica de formas, de colores, los parásitos adoptan formas asombrosas... El estudio de la química es pura poesía”, dice y se define como un Bosco contemporáneo.

Fiesta popular
El carnaval porteño

Con la presentación del número 45 de la revista El Corsito, que celebra su XIX aniversario, el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038) abre el miércoles 26 a las 19 el carnaval “Memorias del resurgir de la murga en democracia”.
El Corsito, dirigida por Coco Romero, favorece el intercambio entre instituciones e investigadores que trabajan sobre temáticas en torno del carnaval. Habrá brindis, presentación y se proyectarán, además, el corto Mocosos y chiflados (1986), de Eduardo Mignogna sobre la murga porteña, y una serie de videos inéditos del elenco la agrupación humorística La tristeza. Luego, a las 20, el director teatral Paco Redondo y el murguero Luis Vásquez compartirán una mesa redonda sobre las representaciones claves del resurgir de la murga en democracia.
El coro La Matraca, dirigido por Romero, hará el cierre musical. El viernes, a partir de las 20.30, será la fiesta carnavalesca a cargo de trío de bombo con platillos Bombo al plato, integrado por Juan Brusse, Agustín Lumerman y Ariel Poggi. Lautaro Matute y Los fandangos, como invitados, improvisarán sobre ritmos folclóricos argentinos y latinoamericanos.

PROYECTO COLECTIVO. Instantánea de la primera edición del libro gigante.
PROYECTO COLECTIVO. Instantánea de la primera edición del libro gigante.
Creación
Un libro de cuentos gigante

Una historia, cientos de historias. Niños, jóvenes y adultos que comparten el placer de la puesta en común, que sueltan un escrito como una forma de comunión con el otro, de creación colectiva. Más o menos por allí va la propuesta de la fiesta comunitaria de creación de un libro de cuentos gigante, en un espacio público al aire libre, del que pueden participar todos aquellos que se sientan convocados alrededor de las letras y las ilustraciones. La invitación está hecha: hoy, sábado 22 de marzo, de 15 a 17, en el parque de la Biblioteca Pública La Reina Batata (Barrancas de Belgrano).
“El libro gigante de cuentos constituye una actividad de participación ciudadana para percatarnos de la función primordial del libro, la de servir de soporte a la comunicación entre las personas, soporte a la creación, la memoria y al recuerdo de la vivencias”, dice el video de presentación del encuentro creado por el narrador catalán Pep Durán en Mataró (España), que ha inspirado la versión porteña organizada por Casa de Letras con el apoyo de la Dirección General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura de Buenos Aires, que hoy celebra su segunda edición.
Durante dos horas, el juego que se propone a los participantes es crear un texto original, basado en vivencias, memorias o imaginario, que luego pasará a manos de un ilustrador profesional. Finalmente, todas las creaciones se unen en un libro gigante encuadernado, que es testigo del proceso y la vivencia de crear de manera colectiva.

Fuente: Revista Ñ Clarín

ETERNO EN EL INSTANTE

En su primera retrospectiva, en el Centro Cultural Recoleta, el fotógrafo expone sus retratos y paisajes tomados en más de 40 años. Además, el testimonio conocedor de Sara Facio.

Por Guido Carelli Lynch

 

Es de noche y un joven Marcos Zimmermann revela con ácido acético. Un olor nauseabundo a vinagre envuelve el estudio mientras mete los dedos en el ácido y, sin querer, se toca la nariz con las manos húmedas. Zimmermann insulta, se lamenta, cada vez que sucede. Y la escena se repite durante meses, el tiempo que lleva revelar una película. La mayoría de las veces es de madrugada, o así lo recuerda hoy Zimmermann, que entonces esperaba ansioso el milagro tecnológico que lo sacara de ese infierno. “Me he pasado la vida, noches y noches trabajando en cine deseando que llegara la fotografía digital”, dramatiza. Así que no le vengan con melancolía analógica. “No estoy para nada de acuerdo con fotógrafos como Adriana Lestido que dice ‘que la foto y que la magia se pierden’. La verdad es que la retocás y la copia queda fenómeno,” asegura antes de argumentar que acaba de vender una copia del Río de la Plata a un coleccionista francés gracias al milagro de la digitalización. “No tengo prejuicios, soy el primer fotógrafo argentino que hizo copias digitales. Lo que pasa es que hoy la fotografía está en manos de cualquiera y a partir de las cámaras digitales y de que el mercado de arte la incorporó, la fotografía se convirtió en algo que usan muchos artistas plásticos, pero una de las cosas intrínsecas de las fotografías es su ligazón con la realidad. Para eso se inventó. Podés hacer lo que quieras, pero no siempre es fotografía”, sentencia.



Por estos días, este hombre de 64 años, de tono amable, sale a fotografiar las calles de Buenos Aires, con una Canon G9, cámara chica y liviana, que pesa alrededor de 350 gramos, y que carga a toda hora, sin esfuerzo, para él un alegato irrefutable a favor de la tecnología. Es la tercera vez en su carrera de más de 40 años que intenta retratar la ciudad en la que nació y donde vive. Las primeras dos fracasó, pero ahora espera que ésta sea la vencida. Es el presente y su futuro inmediato, por eso no sorprende que una foto de esa serie sea la que ilustre la tapa del catálogo de su primera muestra retrospectiva Zimmermann 360° en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, donde ahora camina y se mezcla con el público que observa sus fotos sin reconocerlo. 


En la pared más próxima a la entrada y la salida están sus fotos más recientes, su último intento por fotografiar Buenos Aires. Dosis ínfimas de luz se cuelan entre los personajes de las fotos hasta ser una parte sustancial de las imágenes que construye. “Lo que aparece son los rayos de sol que permiten los edificios de la ciudad. Es una Buenos Aires un poco angustiante y muy cercana”, dice Zimmermann mientras camina hacia el extremo de la sala. No está seguro de que este intento sea muy distinto a los anteriores, aunque se vislumbra en sus gestos cierta suficiencia, propia de quien da en el clavo. Más certezas, que no disimula, tiene sobre sus fracasos anteriores. El problema es que este hombre es demasiado porteño, demasiado próximo al objeto que pretende retratar. “Me parece que cuando uno tiene demasiado cerca el tema es muy difícil. Aunque parezca que es contraproducente, a veces es mejor tener la distancia de no ser de un lugar y tener una mirada virgen”, explica. Sus fotos de París de los 80 son la prueba fehaciente de su teoría. Entre fines de los 60 y principios de los 70 intentó retratar su ciudad por primera vez. En los primeros 80, volvió a probar, pero el marco era distinto. Esa serie se llama Buenos Aires en dictadura . Algunas de esas imágenes están en la pequeña sala documental de la muestra. En ellas, el sol siempre está detrás del fotógrafo, para iluminar la escena. Capturó esas imágenes sin mirar por el visor. “Era difícil retratar en aquella época sin dar un montón de explicaciones. Una vez terminé preso dos días. Estaba haciendo estas fotos y enfrente vivía Videla”, recuerda. En esa sala hay también fotos de un trozo de historia argentina, que coincide con la juventud de Zimmermann, y que juntas anticipan una secuencia a la que le falta el capítulo más sangriento: se ven la asunción de Cámpora, las Madres de Plaza de Mayo, sobrevivientes de Malvinas. Esta pequeña sala enseña también la conversión de un buen fotógrafo en Marcos Zimmermann, que durante la dictadura vivía y estudiaba en Italia, donde realizó su primer ensayo fotográfico. “Hacía fotos brutales, sueltas y ahí entendí lo que era contar con fotos una historia, lo que era expresarse”, dice mientras señala algunas de las fotos que formaron parte de su primera exposición, en Roma. Ahí se le ocurrió hacer un libro sobre la Patagonia y a su regreso, realizó su primer acercamiento al interior de la Argentina. “Me fue atrapando y llevando a otros lugares. Hasta ese momento era más como Cartier-Bresson. Iba por la calle con mi leika , captando gente y situaciones, sin mucha conciencia”, dice.


Pero, metódico, para hacer su libro Patagonia , del que se exponen 17 imágenes, realizó pruebas que luego descartaría. “Tiene 10 años de fotos antes de tirar todo y empezar de nuevo. Convencí a un amigo para que me ayudara y en sociedad hicimos el libro. Las fotos son muy centrales y les agregué textos de varios científicos, porque fui descubriendo lo que tenía la Patagonia. Me ayudó a bajar los mitos que uno cree sobre el país”, recuerda ahora, de vuelta en el otro extremo de la sala. Estas fotos son el principio de su intento por retratar el país y su libro más famoso, por eso una foto de un árbol o del viento (o del tiempo, dirá el autor) que lo empuja en Santa Cruz es la contratapa del catálogo. En el momento de su publicación (1990) no existían libros de paisajes en blanco y negro ni de turismo. “Tuvo mucha repercusión. Río de la Plata, menos; y El Norte es mi hijo pobrecito. Con el primero gané la plata que me permitió hacer el siguiente, con el que salí empatado.Y con El Norte salí perdiendo”.



Cuando Zimmermann repasa su trabajo sobre el país, no puede evitar hacer antropología. “La Patagonia ocupa un espacio geográfico general de la Argentina y además es la tierra más arcaica; el Río de la Plata es un segundo espacio más central: la entrada de la Conquista con toda la locura del imaginario europeo en América. El Norte completa la geografía y muestra un tercer tiempo histórico: la mezcla de sangre”, precisa. Ese libro incluye algunos paisajes pero en la mayoría de sus páginas y en las fotos que se exhiben en Cronopios aparecen retratos de los miembros de las comunidades que habitan el Norte. Cada personaje y cada foto tiene una historia y Zimmermann la recuerda. Como ahora, cuando señala el retrato de Ismael Reinero Palomo, un arriero de Punta del Agua, en el oeste formoseño, y explica que el hombre lleva el sombrero recogido y ropa ancha para no pincharse en el monte cuando busca ganado a caballo o en bicicleta. “De alguna manera está registrado en la foto y empieza a tener una dimensión a través de ella. Toda foto tiene contenido y una dimensión plástica. ¿Si soy consciente de eso? No, pero sí tengo un itinerario previo muy estudiado”, dice.
En el lado opuesto –y después de pasar por las panorámicas del Uruguay– están parte de su Desnudos sudamericanos . Y mientras recuerda la tarea de su asistente –“una mina linda, pulposa y batalladora”– para convencer a un gaucho recio de que se dejara retratar sin ropa, explica qué tienen en común esos personajes –tan naturales que enseñan su identidad en la mirada y no en el vestuario ausente– con sus trabajos anteriores en los que sólo hay paisajes despojados. “Los vincula el intento por encontrar instantes que nos identifiquen. En las primeras páginas nada más ven los pitos, en la 15 ven las miradas y en la 25 empiezan a ver los fondos, que siempre son distintos”, relata. Como reza el catálogo, Zimmermann no busca registrar un instante para hacerlo eterno, sino fotografiar lo eterno y convertirlo en un instante. El movimiento ausente de las fotos está escondido en su potencia contenida. Todas las imágenes están en blanco y negro. “Es mi sustancia, así aprendí a revelar. Lo interesante del blanco y negro es que le quitás una dimensión a la realidad y te quedás con una cosa más sustanciosa”. Todo el color de esta muestra se halla en la sala experimental, donde confirma con sus excepciones –un delirio onírico y erótico de la conquista, un herbario, el Parakultural, fotos de la adolescencia intervenidas– su propia regla.
A la salida, una vitrina expone 3 de sus 4 novelas inéditas. Un amigo que las leyó le recomienda que no las publique para preservar “el pequeño nombre” que tiene como fotógrafo. Pero las imágenes a veces no le alcanzan y él prefiere no traicionarse: “Elegí hacer fotografía muy ligada a la realidad. Defiendo esa teoría, aunque ahora estoy escribiendo mucho. Hay una parte de la Argentina que quiero contar y a veces la fotografía te limita”.

FICHA
 
Marcos Zimmermann 360°

Lugar: Centro Cultural Recoleta, Junin 930.
Fecha: hasta el 30 de marzo.
Horario: martes a viernes de 13 a 20. Sábados, domingos y feriados, de 11 a 20.
               Lunes cerrado.
Entrada: gratis.



Autorretrato en tercera persona



Por Marcos Zimmermann

 

A la salida de Cronopios, alguien que se indentificó como presidenta del “Sindicato de Curadores de Artes Plásticas y Afines de la Argentina” me entregó una hoja que lleva por título “Verdadero curriculum vitae de Marcos Zimmermann”. En el membrete aparece una foto de una almeja fuera de foco con el epígrafe “La inmortalidad del bivalvo, copia -1 de -1, impresa en cuero de burro virgen muerto en luna llena, 23 x 30 mts”. Abajo hay un sello con dos pinceles cruzados sobre una cámara fotográfica con la frase: ¡Bluf o muerte!”. El CV dice así: Marcos Zimmermann –o sea yo– aprendió sus primeras letras en una escuela de esta ciudad, pero una epidemia de poliomielitis truncó su primer año de estudios, dejando un bache en su educación jamás subsanado hasta el presente. Luego de una educación secundaria de la cual no se conserva registro alguno, ingresó en la carrera de Ingeniería donde, en los primeros cuatro exámenes, obtuvo como calificaciones 3, 2, 1 y 0, respectivamente. Esto lo convirtió inmediatamente en fotógrafo, profesión con la que se refugió en Europa. Allí, una mañana de suerte, el legendario Robert Delpire lo invitó a participar en una muestra ideada por su secretaria para rellenar el verano, que incluía copias descartadas por Henri Cartier-Bresson, Josef Koudelka y otros grandes fotógrafos. Esto le abrió la puerta para realizar otra exposición en un desconocido espacio barrial romano. Sin embargo, gracias a su relación ocasional, Zimmermann logró que el Comune di Roma empapelara la ciudad con unos afiches que llamaron enseguida la atención ya que “Marcos”, estaba impreso con K (Markós Zimmermann), lo cual sonó a los oídos italianos como el nombre de un extraño fotógrafo griego-alemán. Merced a la fantasía mediterránea, se corrió de inmediato la voz de que estaba exponiendo en Roma un misterioso fotógrafo que había nacido en la miseria más profunda del Peloponeso y había hecho su carrera gracias a sospechosas amistades con encumbrados fotógrafos de Baviera que veraneaban en el Egeo. Estos comentarios lo transformaron, en pocos días, en el asistente de August Sander durante su viaje a Creta, en el amante oculto de Karl Blossfeldt en Mikonos, en el tercer integrante de la perversa relación que mantenían Bernd y Hilla Becher en Lesbos, y hasta en un hijo no deseado que Aristóteles Onassis y María Callas habían parido en una lejana estancia patagónica de la Argentina. Amplificados por la negativa absoluta del repentinamente famoso Markós Zimmermann de hablar de su pasado, estas habladurías lo impusieron rápidamente en la escena fotográfica romana. Con este éxito en su haber y antes de que el velo se descorriera, Markós Zimmermann escapó a Buenos Aires donde realizó “Patagonia”, libro que se convirtió en un éxito debido a la falta absoluta de volúmenes locales sobre el tema. Desde entonces produjo otros doce libros que tuvieron, uno tras otro, un éxito progresivamente menor. Acorralado, en el nuevo milenio comenzó a vender fotografías de autor que deslumbraron a coleccionistas argentinos y extranjeros, a quienes él mismo se ocupó de emborrachar previamente. Pero su raid fraudulento no termina aquí. La corroboración de los verdaderos mecanismos que conducen el éxito en las artes plásticas lo animó a incursionar en otra disciplina: la literatura. Escribió cuatro novelas y un libro de cuentos sobre fotógrafos, manuscritos que uno de sus mejores amigos, luego de leerlos, le aconsejó no publicar jamás para no arruinar el pequeño nombre que había conseguido tan azarosamente como fotógrafo. Así ha ido creciendo el nombre de Marcos Zimmermann hasta convertirse en una referencia ineludible para toda la fotografía argentina.


Una carta express al artista



Por Sara Facio

 

¿Por qué disimular? Sólo queremos hacer fotografías. Somos fotógrafos.
En eso nos parecemos. ¿Verdad, Marcos? Cada vez que hablamos de lo nuestro, aparece el amor a las fotos.
Sobre todo tomarlas. Más tarde, hacerlas, meter más manos en los reveladores, maravillarnos  ante la aparición de la imagen. Todo eso que ya no existe, que es recuerdo y  que nos llenó horas y horas de alegría y placer. Pero quedó la fotografía. Tomarla y contemplarla. Hacerla por gusto, por fijar un instante que nos atrajo. No para que nos elija un curador o a un coleccionista. No para que nos hagan un reportaje  o publicar “el libro”. Simplemente, para tomar ese instante que nos sedujo, que nos hizo clic  en el corazón. Luego, mirar. Mirar fotos. En exposiciones, en libros, aun en revistas o diarios aunque estén mal impresas o mal contadas por nuestros enemigos eternos, los diseñadores  o editores. ¡Y cómo nos divertimos comentando las pavadas que quieren poner de moda los mercaderes del templo! ¡El numerar las fotos! Para valorizarlas, dicen.Cuando el valor mayor de la fotografía es que de un buen negativo pueden hacerse millones de originales. ¿Cuál es la gracia de tener una copia de sólo cinco originales? ¡Qué razonamiento tan retorcido!
Pensar que la idea de Niépce fue la reproducción, de inmediato traicionada por Daguerre al crear el “daguerrotipo”, es decir, la copia única. Otra sanata: buscar vintages. Como si las primeras copias fueran mejores que las que hicimos más tarde, cuando aprendimos a imprimir, o cuando un gran profesional le sacó las mejores tonalidades al negativo. Jamás olvidaré el asombro de Cartier-Bresson cuando vio una foto suya en una ampliación perfecta. “¿Yo tomé esa maravilla? Jamás vi una copia semejante” ¡Fue en 1995, delante de una foto que había tomado en 1952! Y la que más nos divierte: el querer esconder “lo fotográfico” para que “ la obra” parezca arte moderno. No saben o se olvidaron que Alfred Stieglitz, antes de ser el fotógrafo que fue, hacía pictoralismo para aparentar ser un artista. ¡Qué modernos somos ahora! Recordemos a Boltanski –a quien no le bastaba ser un enorme artista y se llamaba “fotógrafo”–, cuando declaró: “ la fotografía es reportaje, todo lo demás es pintura”. Sí, Marcos, nos reímos de tanta ignorancia, pero también nos duele que se trate de engañar a tantos aprendices de fotógrafos honestos; a tanta gente a quien le gusta la fotografía, ese idioma paralelo de la humanidad.

Fuente: Revista Ñ Clarín