EL BIG BEN DE LONDRES
SERÁ REBAUTIZADO COMO LA TORRE ISABEL



El simbólico Big Ben de Londres, ubicado al lado del Parlamento británico, será rebautizado como Torre Isabel para conmemorar los 60 años en el trono de la reina, informó el martes un funcionario parlamentario. En la imagen, El Big Ben junto a unas banderas el 26 de junio de 2012. REUTERS/Paul Hackett.


LONDRES - El simbólico Big Ben de Londres, ubicado al lado del Parlamento británico, será rebautizado como Torre Isabel para conmemorar los 60 años en el trono de la reina, informó el martes un funcionario parlamentario.
El anuncio se produjo tras los cuatro días de festejos este mes para celebrar el Jubileo de Diamante de la reina, de 86 años, el segundo de un monarca británico."La comisión (parlamentaria) de la Cámara de los Comunes dio la bienvenida a la propuesta de cambiar el nombre a la torre del reloj en reconocimiento del Jubileo de Diamante de su majestad la reina, y se encargará de que esta decisión se implemente de manera adecuada", dijo un portavoz.
La torre de 96 metros de altura, de estilo neogótico, tiene un reloj en cada una de sus cuatro caras y fue terminada en 1859. El nombre Big Ben se debe a la gran campana de su interior, que emite las famosas campanadas que se escuchan por el distrito gubernamental de Whitehall, en Londres."Creo que es un tributo apropiado para la reina y el servicio que ha prestado a nuestro país en este año de jubileo", dijo un portavoz citando al primer ministro David Cameron.

Fuente: Reuters

UN FAMOSO AUTORRETRATO DE LEONARDO DA VINCI,
EN ESTADO CRÍTICO


Leonardo da Vinci está enfermo y nadie sabe si volverá a recibir visitas. En la imagen, el famoso autorretrato de Da Vinci en Roma el 26 de junio de 2012. REUTERS/Handout

ROMA - Leonardo da Vinci está enfermo y nadie sabe si volverá a recibir visitas.
Varios expertos en arte y restauración han finalizado recientemente semanas de pruebas sobre el famoso autorretrato de uno de los grandes genios de la historia, realizado a principios del siglo XVI, cuando tenía más de 60 años.
Y el diagnóstico es decididamente desalentador.
Los estudios no invasivos confirmaron los peores temores de los expertos: el dibujo está seriamente dañado y deteriorado y, siendo positivos, cualquier restauración sería delicada y de gran riesgo.
"Creo que tenemos que pensarlo mucho antes de hacer algo con este rostro tan familiar", dijo Jane Roberts, Bibliotecaria Real y Conservadora de la Sala de Imprenta del Castillo de Windsor.
"Pero creo que podemos decir bastante más sobre el si realizamos las preguntas adecuadas", dijo en una rueda de prensa en Roma.
El pequeño retrato del maestro de Renacimiento, que mide 33,5 por 21,6 centímetros, muestra a un Leonardo pensativo, con grandes ojos, cejas pobladas y una larga barba.
El autorretrato, hecho con tiza roja sobre papel, sufre rojeces y manchas que no deberían estar ahí.
El dibujo fue adquirido por el rey Carlos Alberto de Saboya en 1839 y estuvo bien conservado en la Biblioteca Real unos 100 años. Pero en 1929 fue colocado en la pared, exponiéndolo a la luz del sol.
El diseño, que se guarda en una cámara en Turín, se mostró de forma excepcional durante dos meses el año pasado por las celebraciones del 150 aniversario de la unificación de Italia.
Pero los expertos en arte dicen que cualquier otra exhibición debería limitarse a cortos períodos de tiempo y a un número limitado de visitantes, ya que, como cualquier otro anciano enfermo, Leonardo necesitará lo que los expertos denominan "largos períodos de descanso".

Fuente: Reuters

LA COLECCIÓN PERMANENTE,
UNO DE LOS ATRACTIVOS DEL MUSEO REINA SOFÍA


Vista exterior del Museo de Arte Reina Sofía, en Madrid. EFE/Archivo

Madrid, 27 - La Colección permanente ha sido uno de los principales atractivos del Museo Reina Sofía durante la temporada expositiva que ahora finaliza, en la que se han mantenido el número de visitantes respecto al pasado año.
Durante este periodo se integró al discurso de la colección el arte poético de los años 60 y 70, lo que supuso la reorganización del tercer tramo del recorrido diseñado por Manuel Borja-Villel, director del museo, quien hoy avanzó la programación para la temporada de septiembre 2012-junio 2013.
Con exposiciones dedicadas, entre otros, a Dalí, Cristina Iglesias o a la Colección de Patricia Phelps de Cisneros, así como la que organizará el Reina Sofía para conmemorar el 75 aniversario del Guernica, de Pablo Picasso, bajo el título "Encuentros con los años 30", el museo seguirá también reorganizando su colección con la apertura del tramo que abarca los años 80 y 90.
Otro de los objetivos planteados por Borja-Villel es avanzar en el trabajo en red, "lo que haremos con mayor intensidad", dijo. Durante el presente año, siete exposiciones del Reina Sofía han sido organizadas en colaboración de otras instituciones, a cuyas sedes han viajado o viajarán.
Ejemplos de ello son la dedicada a María Blanchard, que actualmente se exhibe en la Fundación Botín de Santander y que en octubre vendrá, ampliada, al Reina Sofía; la de Dalí, que en noviembre se mostrará en el Centro Pompidou, de París, antes de su exhibición en abril en las salas madrileñas.
También la que con motivo de la concesión del Premio Velázquez de las Artes Plásticas mostrará en el Palacio Velázquez, de Madrid, y en la Fundación Serralves de Oporto la obra de Cildo Meireles.
"El trabajo en red permite que los gastos se reduzcan a la mitad, lo que nos permite mantener el nivel de actividades", comentó Manuel Borja-Villel, quien desarrolla este programa tanto en Latinoamérica como en Europa y que tiene la intención de ampliarlo a Asia, "en concreto estamos empezando a abrir puertas en Oriente Medio y en Hong Kong".
La idea de una museo que trabaja en un lugar determinado "no funciona, ya que no puede competir". El director planteó que "si te quedas aislado desapareces" y que el trabajo "con franquicias" es contraproducente, ya que "el relato cada día es más débil".
Por ello, lo importante es trabajar en red, "donde -subrayó- lo importante son los relatos en una estructura supranacional".
En cuanto a los presupuestos con los que cuenta el Reina Sofía, Manuel Borja-Villel reconoció que, como en otras instituciones, existe inquietud pero que la intención es "generar cuantos más recursos propios, a través de patrocinios directos y de itinerancias. Además estamos estudiando para crear una sociedad mercantil".
Tras la aprobación el pasado septiembre de la Ley del Reina Sofía, que ofrece herramientas al museo para tener mayor agilidad y eficacia y para generar recursos propios, "el museo se encuentra en proceso de cambio".

Fuente: EFE

MONITOREADO,
PRESERVAN AL GALEÓN DE PUERTO MADERO



El hallazgo. La nave, como fue encontrada en la excavación en 2008

Bajo tierra, como lo encontraron, aunque en otro lugar. Así yace ahora el llamado galeón, en realidad un navío mercante, que apareció en diciembre de 2008 cuando excavaban los cimientos para construir una torre en el Dique 1 de Puerto Madero.
Había estado más de 200 años bajo el lecho del Río de la Plata: finalmente los restos del barco español del siglo XVIII fueron trasladados en 2010 a la Barraca Peña, frente al Riachuelo, en La Boca, y allí enterrados nuevamente para que puedan seguir conservados en las mismas condiciones en las que lo encontraron. Mientras, se lo monitorea con sensores que permiten saber tanto la temperatura como la humedad de la madera del casco de la nave, que tenía 28 metros de largo.
Según se investiga, la nave venía de la península ibérica hacia Buenos Aires, probablemente con mercaderías de contrabando, y habría quedado encallada tras una fuerte tormenta. Además de cañones, dentro hallaron monedas, cerámicas, vasijas, pipas, clavos, sogas, un espejo y llaves, que se encuentran dentro de un proyecto de investigación de arqueología, muy poco común para el Estado porteño.

Fuente: clarin.com


HALLARON PIEZAS DE LA VIDA COTIDIANA
EN LA CASA DE LINIERS


En pleno Casco Histórico, datan del siglo XVII. Fue en una excavación realizada por arqueólogos e historiadores en el patio central de la casona del Virrey. Encontraron cerámicas, monedas y amuletos contra el mal de ojo traídos por los esclavos.

Parte de las excavaciones.
Por Silvia Gómez

Debajo del piso de la casa que alguna vez habitó el Virrey Liniers, un grupo de arqueólogos e historiadores hallaron miles de objetos que retratan la vida doméstica de la Buenos Aires de los siglos XVII y XVIII. La casa es hoy sede de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico de la Ciudad, dependiente del Ministerio de Cultura porteño, y los trabajos de excavación se realizan en el patio central.
El Virrey Liniers se instaló en la casa –Venezuela 469– cuando concluyeron las Invasiones Inglesas. Allí vivió seis años y la residencia pertenecía a la familia Sarratea, quienes participaban de los movimientos para emancipar al país. Era una mansión que con los años se fue transformando, pero que básicamente se construyó sobre otras viviendas preexistentes, de los Siglos XVII y XVIII. Los restos de aquellas casas y sus utensilios quedaron enterrados y, pese a la humedad y al ácido suelo porteño, se conservaron para salir a la luz más de dos siglos después.
Las excavaciones estuvieron dirigidas por el arqueólogo Daniel Schávelzon. “Sabíamos que la casa había sido muy alterada y lo confirmamos con los cimientos que hallamos: debajo de la casa que habitó el Virrey hubo otra casa, que a su vez estaba encima de otra construida en el Siglo XVII”, detalló Schávelzon. Y la cantidad de objetos hallados es también una particularidad: “Es llamativa, es muy abundante. Descubrimos además un tipo de pozo para enterrar la basura que también es atípico. Son agujeros de dos metros de diámetro y poco profundos”.
Justamente en los pozos de basura es que hallaron, entre otras cosas: dedales de cobre –muy similares a los que se encontraron en la excavación del Zanjón de Granados–, fragmentos de tinajas, tejas, una tijera despabiladora de bronce –que da cuenta de la categoría de la mansión–, cascabeles, el pico de una botija de aceite de oliva, un plato de mayólica portuguesa, una moneda de plata de Potosí y amuletos para curar el mal de ojo, de origen africano. “Pudieron haber sido traídos por los esclavos o tallados aquí. Incluso también por españoles, porque es un mal del que aún hoy se sigue hablando. Lo cierto es que los objetos son la prueba material de que algo sucedió y es lo que permite elaborar interpretaciones históricas”, explicó Liliana Barela, directora de Patrimonio y del Instituto Histórico porteño. 

Otro objeto interesante, entre todos los cientos que fueron hallados, es un plato de mayólica portuguesa , datado entre el 1600 y el 1650. Se trata de un tipo de cerámica con esmalte a base de estaño que comenzó a producirse en Europa a partir de la ocupación morisca del territorio español .

Schávelzon cuenta que el amuleto, que es una mano cerrada, está tallado en piedra negra y mide menos de un centímetro: “Se colocaba cerca del órgano enfermo y cuando ‘chupaba’ la enfermedad se rompía y se tiraba”. Estiman que data del 1650 .
Otro objeto interesante, entre todos los cientos que fueron hallados, es un plato de mayólica portuguesa , datado entre el 1600 y el 1650. Se trata de un tipo de cerámica con esmalte a base de estaño que comenzó a producirse en Europa a partir de la ocupación morisca del territorio español . “Aquí no son frecuentes los hallazgos de piezas de este tipo, con tan alto grado de integridad y en un contexto tan bien definido”, contó el arqueólogo Ricardo Orsini, quien también trabajó en la excavación.

Una tijera despabiladora de bronce –que da cuenta de la categoría de la mansión.

Todos los objetos hallados, las excavaciones in situ y en pocos meses más el tesoro hallado en el Galeón de Puerto Madero (Ver Monitoreado...), se pueden ver en Venezuela 469. Allí además funciona un laboratorio de arqueología urbana que es en donde se recuperan todas las cosas halladas en diferentes excavaciones que se hacen en la Ciudad. Las visitas se pueden hacer de lunes a viernes de 12 a 18.


Fuente: clarin.com

ADIÓS AL ÚLTIMO MAESTRO


En las fotografías de Horacio Coppola, ubicadas en la vanguardia del siglo XX, hay una rara conjunción de poesía y estilo documental, dice el autor de esta nota, en alguna medida, continuador de su trabajo sobre la ciudad.


Dieciocho de junio, 0.30 hs., muere en su casa, en paz, a los 105 años de edad, Horacio Coppola, el gran maestro de la fotografía argentina, y uno de los más destacados del mundo. Un día gris y lluvioso en Buenos Aires, la ciudad que inmortalizó con sus fotos en los años treinta, lo despide para siempre. Su recuerdo y, sobre todo, sus imágenes, permanecen afortunadamente con nosotros.
Conocí a Coppola en los años ochenta, cuando los fotógrafos éramos pocos y la fotografía no estaba para nada de moda. Entonces hicimos, junto con Eduardo Grossman, una muestra consagrada a los grandes maestros de la fotografía argentina, en el marco de aquellas Jornadas de Fotografía que organizamos con otros colegas en 1988; fue a raíz de esta exposición que tuve el honor de visitarlo en su departamento para elegir las fotos que lo representarían.
Creo que fue ese el momento en que empecé a darme cuenta de la dimensión de su obra: esas fotos, que había visto en algún libro suyo, parecían tomadas sin mayor esfuerzo. Imágenes casi abstractas que retrataban con total espontaneidad a Buenos Aires, eran verdaderas obras maestras, creadas en 1931, producto de una mirada moderna que buscaba en la trama urbana los elementos que habrían de definir su propio lenguaje.
Horacio Coppola deja como legado fundamental el conjunto de fotografías que hizo de Buenos Aires en 1931 y 1936, y que publicó en aquel célebre libro editado por la Municipalidad, conmemorando el cuarto centenario de la ciudad ese mismo año. Allí se conjugan las dos miradas del joven autor, sus primeras tomas de carácter experimental y aquellas vistas urbanas que se transformarían con los años en sus imágenes más celebradas.
Cuando Coppola comienza a fotografiar Buenos Aires, en 1929 –en ese año aparecen publicadas dos fotos suyas en el Evaristo Carriego de Borges– lo hace con plena conciencia de trascendencia del hecho fotográfico que protagoniza y muy a tono con el espíritu imperante en las vanguardias artísticas y literarias porteñas. Luego vendrían dos ensayos sobre la ciudad publicados en los números 4 y 5 de la revista Sur, en 1931 y 1932. No se trataba de fotos que ilustraban un texto, no eran accesorias de nada, eran imágenes presentadas como obras en sí mismas, que integraban un discurso pleno de significado y contenido.
Coppola toma la ciudad como el punto de apoyo sobre el cual comienza a desarrollar su mirada, y los temas urbanos se vuelven objeto de sus búsquedas formales: allí se expresa con soltura, con su moderna Leica de 35 mm., buscando en la austeridad del barrio una síntesis abarcadora de aquella idea de la ciudad como continuación de la pampa, con el cielo visto desde un patio, paredes blancas de casas modestas, y el horizonte lejano en el fin de sus calles. 
 
1936. Esquina de Bartolomé Mitre y Montevideo.
Esquina de Bartolomé Mitre y Montevideo.
Junto con este descubrimiento del barrio –casi un suburbio–, fotografía la ciudad en expansión vertical, con sus edificios céntricos, medianeras mudas, Riachuelo y puerto, y lo hace desde puntos de toma no convencionales, forzando perspectivas, buscando en unos pocos elementos la síntesis que definiese a Buenos Aires a través de su propia fotografía. Con esta primera parte de su retrato urbano, construye el alfabeto de su propio lenguaje.
Luego vendrán los años en Europa, la Bauhaus, su encuentro con Grete Stern, Londres y el regreso a la Argentina, en 1935. Es a partir de entonces que se dedica con pasión a fotografiar la ciudad que nunca más dejaría, y lo hace dueño de un lenguaje ya maduro: sus fotografías son más reflexivas, prefiere las tomas abarcativas sobre las de detalles, se dedica a fotografiar los lugares emblemáticos del paisaje urbano, y lo hace con pleno dominio de la técnica –en muchos casos con su cámara de placas– para editar, en 1936, lo que sería considerado, con toda justicia, como uno de los libros fundamentales en la fotografía del siglo XX.
Podríamos referirnos al resto de su obra, a sus fotos europeas, su trabajo sobre las esculturas de Aleijadinho, sus libros sobre la calle Corrientes y la ciudad de La Plata, las fotos de huacos, sus experimentaciones con el color, pero nos desviaríamos de lo esencial, de estas fotos de Buenos Aires que se han transformado en la memoria gráfica de la ciudad, inmortalizada a través de su mirada.
Coppola fue para mí un referente fundamental, mucho antes de que yo fuese consciente de ello. Sus fotos, que integraban un acervo genérico que los fotógrafos ya conocíamos, pasaron a formar parte de mi propio imaginario, y creo que sin darme cuenta, a partir de esas imágenes, se me ocurrió fotografiar Buenos Aires como un modo de apropiarme de ella y preservarla en el tiempo: todo mi trabajo de los años ochenta tiene, visto en perspectiva y aunque yo no lo supiese entonces, un aire “coppoliano”, que me acercó definitivamente al maestro y me dio el privilegio de su generosa amistad.
Por eso, cuando le propuse editar juntos un libro sobre Buenos Aires, con sus fotos de los años treinta y las mías más actuales, tomó la idea con entusiasmo y naturalidad, y me dejó elegir, entre todos sus contactos, las imágenes que serían publicadas en 2006 por Ediciones Lariviere. Fue un momento extraordinario en que recorrí minuciosamente todo su trabajo, cuadernos de notas y contactos, a fin de lograr una selección de ochenta fotografías que conjugara sus búsquedas de 1931 con sus vistas tan perfectas de 1936 y lo representara cabalmente: un gran privilegio por el cual le estaré siempre muy agradecido. 

1931. Una imagen de sus propios pasos, en Rovadavia entre Salguero y Medrano.
1931. Una imagen de sus propios pasos, en Rivadavia entre Salguero y Medrano.

La desaparición de Coppola es también el adiós a una época: se va el último maestro, el gran fotógrafo de Buenos Aires, y nos quedan aquellas imágenes célebres que forman parte, hace rato, del acervo cultural urbano, como la del Obelisco desde abajo y rodeado de siluetas, la vista nocturna de la calle Corrientes con el edificio Safico en primer plano, esa otra vista nocturna con automóviles, la cornisa angular sobre la Diagonal Norte en fuga, las tomas picadas desde el balcón de su casa en Corrientes 3060, aquella toma de la ciudad con medianera y transatlántico, el misterio de La Boca y el Riachuelo, las calles despobladas del barrio, un empedrado como definición mínima de lo porteño… Todo nos lleva a añorar con nostalgia esa ciudad que ya no existe y que quizás sólo existió en sus fotos, un tiempo pasado donde Buenos Aires era un pueblo grande sobre la llanura y albergaba sueños de futura grandeza. Más allá de la nostalgia, las imágenes perduran inalterables en su pureza, perfectas, autónomas, con una poética que trasciende su propio momento. Y lo que hace a estas fotografías tan extraordinarias es esa rara conjunción de poesía y estilo documental en imágenes profundas y de sutil geometría, ubicadas en la vanguardia del siglo XX.
Afortunadamente, todo esto fue reconocido en vida, Coppola fue homenajeado en múltiples ocasiones, declarado ciudadano ilustre de Buenos Aires, sus imágenes han sido publicadas, reproducidas y exhibidas en todo el país y en los más importantes museos y salas de toda América y Europa, muchos libros incluyen sus fotos, y él llegó a ver todo esto.
Tuvo una vida larga y fructífera. Junto con Grete Stern fueron protagonistas de la vanguardia de los años treinta, formó con ella una familia (y supo sobreponerse al tremendo golpe que fue la temprana pérdida de su hijo Andrés, y mucho más tarde, de su hija Silvia), hizo el retrato definitivo de aquella Buenos Aires deslumbrante, editó sus propios libros, desarrolló un pensamiento original en el campo de la fotografía, rodeado de sus alumnos del grupo Imagema, y encontró finalmente en Raquel Palomeque, con quien pasó la mitad de su vida, su compañera ideal: juntos compartieron conferencias, amigos, viajes, trabajos, exposiciones, y fueron una pareja entrañable.
Creo que Horacio Coppola tuvo una vida plena, conoció la felicidad y partió en paz, dejándonos como legado sus extraordinarias fotografías, sus libros, el clic de su mirada impreso para siempre en el tiempo. Para él, nuestra gratitud y reconocimiento.

*Zuviria es coautor de “Buenos Aires [Coppola + Zuviria]”, Ediciones Lariviére.

Fuente: Revista Ñ Clarín


SANTA CATALINA, UNA IGLESIA CON MALA SUERTE


La Basílica y el Convento. Y la lado, una mole que no tiene mucho que ver.
Por Miguel Jurado - EDITOR ADJUNTO DE ARQ.

Hay edificios que tienen mala suerte, como el Convento de Santa Catalina de Siena en la esquina de San Martín y Viamonte, justo enfrente del Centro Cultural Borges. A fines de los 70, a un lado le construyeron una torre tipo monobloque y la pintaron de beige y marroncito. Ahora, quieren hacer otra torre de casi 60 metros de altura del otro lado. Claro, peor hubiera sido que lo demolieran, como les pasó a tantos otros edificios que hoy serían Monumento Histórico. Fijate lo que le hicieron al Cabildo.
Por suerte, iglesia y claustro se salvaron de la piqueta y son patrimonio nacional desde 1942. Tienen no menos de 270 años y ya no hay quien les pueda tocar una pestaña. Pero parece que a su alrededor, en lo que podríamos llamar su entorno urbano, se puede hacer cualquier cosa. Hay que insistir que la preservación no es sólo salvar uno que otro edificio, además hay que hacerlo conservando, o generando, condiciones espaciales que lo jerarquicen.
No me quiero poner dogmático, pero me da bronca que los pocos vestigios de nuestro pasado colonial se tiren a la marchanta con ignorancia supina. Hace cuarenta años, cuando construyeron el bodoque que franquea al convento sobre la Avenida Córdoba, una enorme cartel anunciaba: “Magníficos departamentos en exclusivo solar histórico”. Parecía una cargada, los constructores del edificio se vanagloriaban de las mismas cualidades que estaban lesionando. Con ese criterio, una nueva torre podría promover su venta con algo del tipo: “Pase a la historia, sea parte de un emprendimiento que arruinará un monumento histórico”.
En octubre próximo se cumplen 295 años de la autorización de Felipe V para fundar el Convento de las Monjas Catalinas. Claro que en esa época, como ahora, todo llevaba tiempo y recién en 1727, 10 años más tarde, se empezaron las obras en la esquina de Defensa y México con planos del jesuita Giovanni Andrea Bianchi (acá lo llamaban Andrés Blanqui). Resultó que los terrenos que había para el Convento no convencieron, la obra quedó abandonada y más tarde se recomenzó en su ubicación actual y con los mismos planos.
El arquitecto italiano había llegado en julio de 1717, justo cuando el Rey ordenaba construir el convento. Vino con el arquitecto Bautista Primoli y un maestro de carpintería de obras, Juan Wolff. Los tres desarrollaron su profesión en el Virreinato sin trabajar nunca juntos, pero intervinieron rotativamente en las principales obras de su época. Apenas llegó, Blanqui (o Bianchi) se radicó en Córdoba, pero lo llamaron de Buenos Aires para hacer la basílica de Nuestra Señora del Pilar, en lo que hoy es La Recoleta. En 1724 diseñó el Cabildo ¡Sí, el Cabildo! Además del Convento de Santa Catalina, Blanqui (o Bianchi) diseñó la basílica de San Francisco, en Alsina y Defensa, y la de Nuestra Merced, en Reconquista y Perón ¿Qué más se le puede pedir a Blanqui (o Bianchi)? ¡Un poco de respeto, che! Por todos estos antecedentes es que el entorno de la Iglesia y Convento de Santa Catalina necesita un diseño especial. El año pasado, por ejemplo, para completar La Manzana de las Luces se realizó un concurso. Buena idea.
Es que, para amortiguar el encuentro de dos épocas tan distantes como la de la Colonia y la actual, se requiere algo más elaborado que la fría letra del Código de Planeamiento. Hace más o menos quince años, junto a la iglesia San Juan Bautista y el Convento de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que está en la esquina de Asina y Piedras, se construyeron oficinas y un hotel. Dos torres. Por más cuidado que tuvieron los arquitectos para generar un espacio fuelle entre lo nuevo y el edificio histórico, la experiencia no dejó el mejor resultado. El problema es que los espacios abiertos, la verticalidad, el cristal, el acero y los volúmenes contundentes son característicos de la arquitectura moderna. Y opuestos a los espacios contenidos y materiales tradicionales que distinguen a la arquitectura colonial.
En la manzana de Santa Catalina habría que resignar la idea de una torre por un proyecto más acotado. Moderno, sí (no una copia farsante de arquitectura colonial) pero algo que jerarquice al convento. No sea cosa que nos pase como al Cabildo: cuando nos dimos cuenta que valía la pena, lo habíamos convertido en una maqueta.


Fuente: clarin.com