ROBAN UNA PINTURA DE DALÍ A PLENA LUZ DEL DÍA
EN UNA GALERÍA DE NUEVA YORK


La pintura de Salvador Dalí "Cartel de Don Juan Tenorio" de 1949. La policía busca a un hombre que robó la pintura de una galería en Manhattan el jueves 21 de junio de2012. (Foto AP)

Por Justin Tallis

Un hombre robó a plena luz del día una pintura de Salvador Dalí valorada en 150.000 dólares en una galería del centro de Manhattan, indicó este viernes a la AFP la policía de Nueva York.
'Cartel del Don Juan Tenorio', una pequeña acuarela pintada por el artista surrealista catalán en 1949, era exhibida en la galería Venus Over Manhattan, recientemente inaugurada, en el elegante barrio del Upper East Side, cerca de Central Park.
"Entró como un potencial cliente, tomó la pintura y huyó", dijo la portavoz policial al referirse al robo, que tuvo lugar el martes hacia las 16h15, en el horario de apertura de la galería. "La pintura está valorada en 150.000 dólares", agregó la portavoz.
Imágenes del sospechoso fueron capturadas por las cámaras de vigilancia del edificio y difundidas en internet por el diario neoyorquino New York Post. En ellas se ve al ladrón -un hombre de mediana edad, semicalvo y con camisa a cuadros- saliendo de un ascensor del edificio con lo que sería la pintura envuelta con una tela bajo el brazo.
"Se trata de un hombre de entre 35 y 45 años, de 1,75 a 1,80 metros de altura, que vestía una camisa a cuadros negra y blanca", describió la portavoz, quien admitió que la policía no tiene pistas por el momento.
La galería Venus Over Manhattan fue abierta en mayo pasado y es propiedad del coleccionista de arte Adam Lindemann.


Fuente texto: AFP fotos: clarin.com

¿PARA QUÉ NECESITAMOS LAS OBRAS MAESTRAS?

Pensamiento / Estética

En su ponencia durante el coloquio "Configuraciones de vida", organizado por la Universidad Nacional de San Martín, el autor analiza el poder que ciertas piezas de arte ejercen sobre nosotros y el modo misterioso en que nos relacionamos con ellas.

Hace poco menos de un año, en la amplia retrospectiva de Robert Doisneau que se presentó en el Centro Cultural Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires, se exhibieron algunos de los famosos retratos de los espectadores de La Gioconda que el fotógrafo francés tomó en el Louvre en 1947. Estas fotografías, realizadas cuando por fin el museo volvió a abrir completamente sus puertas al público después de la Segunda Guerra Mundial, registran las diversas actitudes que puede despertar el encuentro con una obra maestra. Detrás de la soga que delimita los espacios, una mujer con el brazo en jarra lanza una mirada inquisidora. A su lado, un hombre de traje claro, con la cabeza adelantada, levanta las cejas, perplejo. Detrás de él, se recorta un espectador que parece fijar la vista en un detalle. Un chico le habla al padre, tapándose la boca, quizá por respeto al silencio de la sala. Una adolescente rubia y una anciana con sombrero observan delante de sí algo que evidentemente se encuentra lejos y es más pequeño de lo que se esperaba.
Desde la Revolución Francesa, cuando el Louvre fue transformado en museo público, la pintura de Leonardo ha sido depositaria de las renovadas miradas de los visitantes. Millones y millones de hombres y mujeres han peregrinado a París desde los más lejanos rincones del mundo sólo para verla. Se han publicado innumerables textos inspirados en ella, desde los ensayos de Théophile Gautier y Walter Pater -acaso las más bellas ensoñaciones de la crítica- hasta las novelas El código Da Vinci de Dan Brown y Valfierno de Martín Caparrós, que recrea las circunstancias de su robo en 1911. Artistas como Marcel Duchamp y Andy Warhol se han ocupado de parodiarla hasta convertirla en ícono pop. Se han filmado películas y series de televisión sobre su historia, se han fabricado toneladas de postales, afiches publicitarios, agendas, remeras, juegos de té y llaveros con la efigie de La Gioconda , y su nombre ha servido para bautizar restaurantes, hoteles, bares, perfumerías y hasta una marca de dulces.
 
El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli, consagrada por el público antes que por la crítica.
Uno puede desembarazarse fácilmente de este problema diciendo que la Mona Lisa es un clisé, un lugar común de la cultura de masas, un objeto de consumo, cuya notoriedad nada tiene que ver con el mundo del arte, ni con las evaluaciones superiores que están en el corazón de la experiencia estética, y que concierne a otra categoría de cosas, como la industria cultural, el kitsch o el turismo. Mucho más arduo es, sin duda, tratar de comprender por qué un cuadro, que ha sido pintado según los criterios de una época dada, puede suscitar respeto y revelarse como una fuente de fascinación varios siglos después, más allá de las transformaciones que el gusto ha conocido, de las tendencias artísticas y de los juicios subjetivos. ¿Cuál es la razón que permite que ciertas obras de arte se destaquen del resto con un poder de evocación que no sólo perdura, sino que se actualiza de una generación a otra, de una época a otra?
Esta pregunta quizá sea uno de los mayores desafíos a los cuales la estética y la filosofía del arte deben enfrentarse. Las obras maestras, aun cuando no tengamos conocimiento de ellas, urden la trama en la que se despliega nuestra vida imaginaria mucho más de lo que creemos. Unas veces nos ofrecen un espejo, otras veces una lámpara, según la metáfora de William B. Yeats. ¿No dudamos como Hamlet, sentimos celos como Otelo, nos enamoramos como Romeo y Julieta? ¿No nos figuramos el infierno con los ojos de El Bosco, de Brueghel, de Dante, Milton o Blake? ¿No nos volvemos hacia Edipo para explicar los traumas de infancia? ¿No vemos la bruma de Londres, como sugiriera Oscar Wilde, desde que los impresionistas la volvieron visible? ¿Nuestro oído musical no se encuentra condicionado por la escala temperada de Bach?
I
El concepto de "obra maestra" ( masterpiece , chef-d'oeuvre , Meisterstuck , capolavoro ) es una adquisición moderna, ligada al desarrollo de la conciencia artística en las sociedades occidentales, la secularización de las prácticas artísticas y la autonomización de la esfera estética. Como ha mostrado Walter Kahn, la expresión tiene su origen en la tradición artesanal, más precisamente en el régimen medieval de las corporaciones, que exigía a todo aprendiz, para que le fuera acordado el estatuto de maestro, producir una obra que demostrara su excelencia en el oficio. La producción de una "obra maestra" formaba parte de una prueba de experticia, en la que un jurado de artesanos decidía, sobre la base de criterios más o menos establecidos, si el candidato podía ser admitido como miembro del gremio y adquirir, en consecuencia, el derecho de abrir un taller, vender sus productos en la ciudad y formar a su vez aprendices. En distintas regiones de Europa, este examen de competencia, que habilitaba al ejercicio de una profesión, podía también responder a finalidades económicas como organizar el comercio, regular la oferta y la demanda o proteger la industria local.
Con los siglos, el concepto de "obra maestra" se desplazó del campo de las "artes mecánicas" al de las "artes liberales", de las corporaciones de artes y oficios al sistema de las bellas artes, no sin sufrir una mutación semántica. Las nociones de "obra maestra" y de maestría se modificaron, dejando de invocar simplemente un conjunto de reglas y preceptos, cuya aplicación exigía un saber técnico. Así, desde principios del siglo XVI, la maestría ya no califica al artesano, sino al artefacto producido; ella designa una "obra capital", una pieza excepcional y ejemplar, dotada de propiedades distintivas, que representa un modelo de imitación. En este segundo período, como observa Martina Hansmann, el término expresa, por un lado, "una obra realizada de manera autónoma" y, por otro, "la emancipación de una perfección artística, posible en cada fase de la creación y sustraída a todo control exterior".
En el siglo XVII, con la aparición de las academias de pintura y escultura, la "obra maestra" participa fundamentalmente de un canon, es decir, de un corpus de obras paradigmáticas, también llamadas "clásicas", destinadas a realizar la belleza como valor cultural y legitimar a la vez los principios artísticos establecidos. Una nueva transformación se produce durante la segunda mitad del siglo XVIII. La obra maestra, como creación original que se sitúa más allá de las normas, tiene su origen en el Sturm und Drang . Con Goethe, Herder y el surgimiento del romanticismo alemán, la idea de maestría cede lugar a la de genio, "talento natural que da la regla al arte", según la formulación kantiana, que ahora se concibe como una facultad de acceso al absoluto. La obra maestra, desde este momento, es fuente de una revelación; expresa un "conocimiento extático", como lo llama Jean-Marie Schaeffer, que proporciona una intuición de esencias metafísicas, esencialmente superior a las formas cognitivas prosaicas, entre las que se cuentan los saberes técnicos del sistema artesanal.
Al mismo tiempo, la obra maestra, que antiguamente había comunicado un contenido religioso, ahora se autolegitima encarnando por sí misma el ideal del arte. Como sugiere Hans Belting, aquí es donde debemos situar el nacimiento del "mito de la obra maestra". Del romanticismo al esteticismo, de Gautier y Balzac con su novela La obra maestra desconocida a Pater y su glorificación del arte del Renacimiento, la utopía de la obra maestra como manifestación del absoluto, producto de una perfección artística inigualable, elevada a la inmortalidad, no dejará de subrayarse hasta proporcionar el fundamento hermenéutico de un nueva religión del arte -de un "servicio profano de la belleza", según la expresión de Walter Benjamin- cuyo templo moderno es el museo.
Tanto Belting como Arthur Danto, en sus penetrantes ensayos sobre el tema, han mostrado el estrecho lazo que existe entre este concepto romántico de obra maestra y la cultura del museo. De todos modos, pienso que sus respectivos análisis de este proceso histórico tienden a sobreestimar el papel jugado por la crítica de arte, en detrimento de los movimientos del gusto. La más lúcida refutación de esta creencia en el poder omnipresente de la teoría en la consagración de las obras maestras, a mi modo de ver, la ofrece Frank Kermode a propósito de Sandro Botticelli.
"Botticelli -explica Kermode- no se volvió canónico a través del esfuerzo académico sino por casualidad, o más bien por medio de la opinión." Cuando la Primavera y El nacimiento de Venus , emergiendo de la oscuridad de siglos, fueron expuestos en 1815 en la Galería de los Oficios de Florencia, llamaron la atención de los visitantes y, poco a poco, no sólo estos cuadros empezaron ser admirados, sino también los frescos sobre las paredes laterales de la Capilla Sixtina, que habían pasado inadvertidos al lado de las pinturas de Miguel Ángel. El interés en Botticelli se desarrolló más rápidamente que el estudio de sus obras, mucho antes de que Ruskin, Pater, Herbert Horne y Aby Warburg las hicieran su objeto de estudio. El público de los museos y del incipiente mercado de reproducciones demandaba un arte anterior al Renacimiento y Botticelli lo proporcionó, abriendo camino a los pintores prerrafaelistas y al "movimiento estético" de fin de siglo, que transformó la melancólica belleza de sus mujeres en moda. La Nachleben de Botticelli fue resultado de una nueva "forma de atención", sostiene Kermode: "El entusiasmo contó más que la investigación, la opinión más que el conocimiento".
Cristo en el Monte de los Olivos. En el dolor de la Segunda Guerra, los londinenses querían ver esta obra de El Greco.
II
El ejemplo de Botticelli me permite introducir dos reflexiones complementarias. En primer lugar, pienso que una obra maestra puede entenderse en parte a la luz de lo que Warburg caracterizó, sin definir jamás, como una Pathosformel , una "fórmula de pathos " o "fórmula expresiva". Elaborada para examinar, en principio, la relación entre el arte de la Antigüedad y el del Renacimiento, esta noción ha recibido diversas interpretaciones. En mi opinión, la más productiva en términos estéticos es la que ofrece José Emilio Burucúa. La categoría warburguiana, argumenta, no debe confundirse con un reservorio intemporal de representaciones como los arquetipos inconscientes de Carl Jung; más bien se refiere a una síntesis primaria de "formas representativas y significantes", históricamente determinadas, en las que sedimentan las emociones concretas y ambivalentes que "una cultura subraya como experiencia básica de la vida social". Partiendo de esta definición, podríamos decir que las obras maestras son vehículos privilegiados para la transmisión de estas Pathosformel , entendidas como patrones de una experiencia estética primaria, en el sentido pleno de la palabra griega aisthesis . Dicho de otra manera, las obras maestras serían reconfiguraciones de esa experiencia estética básica que constituye el horizonte de comprensión, pretemático y prerreflexivo, de una cultura.
La segunda reflexión lleva a Luis Juan Guerrero, para quien existen tres conductas u "operatorias" estéticas fundamentales: en el campo de las "manifestaciones" artísticas, el comportamiento estructurante es el acogimiento de las obras de arte como objetos de contemplación; en el de las "potencias" artísticas, la creación y la ejecución; en el de las "tareas" artísticas, la promoción y el requerimiento. Desde el punto de vista de la recepción, primero están los espectadores y, desde el punto de vista de la creación, los artistas. Sin embargo, si consideramos las obras de arte en una secuencia histórica, ya no corresponde hablar de contempladores ni de creadores: "Los protagonistas [?] son los hombres anónimos de un conglomerado cultural, que piden al arte la premonición de sus esperanzas y la rememoración de sus glorias". Dice Guerrero:
Se trata, en otras palabras, del drama de un pueblo, de una cultura, de un momento histórico, que ha de ser asumido por sus propios protagonistas por medio de su presentación escénica. Pero no se trata de un conjunto pirandelliano de personajes en busca de un autor, sino de un coro humano en busca de los personajes que han de encarnar, en el escenario estético, su drama histórico.
En esta perspectiva, las obras de arte "no existen ya a la manera de entes contemplables, ni de procesos en trance de gestación, sino de propuestas operatorias, de sugestiones y demandas, de normas colectivas con sus respectivas estructuras de cumplimiento".
Las obras maestras responden a este tipo de requerimiento, al llamado silencioso de los hombres y las mujeres comunes, que no son artistas, historiadores, críticos de arte o curadores de museos. Para ilustrarlo quisiera referir un episodio contado por Neil MacGregor, director de la National Gallery. En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, todas las pinturas de este museo fueron trasladadas a una mina de carbón en Gales para ser puestas al abrigo de los bombardeos alemanes. La National Gallery permanecía abierta, a pesar de las circunstancias, y se organizaban cotidianamente pequeñas exposiciones de arte contemporáneo, a menudo con conciertos. Así fue hasta noviembre de 1941, cuando el museo adquirió el Retrato de Margarethe De Geer de Rembrandt. Una campaña de prensa fue impulsada entonces por algunos ciudadanos, reclamando que el cuadro se exhibiera. Al principio, se dudó en hacer lugar al pedido, pero finalmente la obra fue llevada a Londres. La exhibición tuvo un éxito inmenso y el público pidió entonces que una obra maestra fuera expuesta una vez por mes.
Esto dio comienzo a una serie de exposiciones totalmente sorprendente, que recibió el nombre de The Picture of the Month . Kenneth Clark, director de la National Gallery en ese momento, consideró que el públicó quería ver cuadros que evocaran serenidad y propuso, para las dos primeras exhibiciones, el Retrato de un hombre de Tiziano y Patio de una casa en Delft de Pieter de Hooch. Clark pensaba que el realismo del retrato y la calma de la escena de género holandesa complacerían la demanda de los londinenses. Pero se sorprendió al descubrir que el público no quería ver estas pinturas, sino particularmente otras dos: Cristo en el Monte de los Olivos de El Greco y Noli me tangere de Tiziano.
Las preferencias del público me parecen eminentemente significativas. MacGregor se pregunta, con razón, qué podían representar esos dos cuadros para el público londinense en enero de 1942, el momento más sombrío de la guerra, cuando Inglaterra acababa de perder el Imperio de Extremo Oriente y la situación en Europa parecía irreversible. ¿Por qué la gente quería ver aquellas pinturas? ¿Por qué deseaba contemplar aquella pintura de Jesús orando, lleno de angustia, en el huerto de los Olivos, frente a un ángel, mientras los guardias romanos vienen a arrestarlo (Lucas 22, 39-46)? ¿Qué significación podía tener, para aquellos hombres y mujeres que soportaban, noche tras noche, los bombardeos de la Luftwaffe, la escena de María Magdalena cuando reconoce a Jesús resucitado, que le dice "No me toques" (Juan 20, 17) y se inclina para bendecirla? Quizá proyectaban en esas imágenes un anhelo de redención después de tantas privaciones y sufrimientos. Quizá buscaban consuelo y esperanza. Quizá las encontraron.
MacGregor piensa que la elección de estos cuadros muestra el "rol social que en los momentos de crisis juega una gran obra maestra, el valor seguro que representa en tales circunstancias". La metáfora en juego es la del "tesoro"; en cierta forma, las obras maestras serían al mundo del arte lo que el patrón oro fue, en la historia económica, al sistema financiero internacional, sirviendo de respaldo y fijando el valor unitario de la moneda. Ahora bien, el dinero es puro valor de cambio; se basa en el crédito y la confianza. Si las obras maestras se encuentran investidas de esta autoridad, es porque representan y transmiten de algún modo creencias compartidas por la mayoría de los hombres y las mujeres de nuestra sociedad.
La ópera estatal de Dresde fue destruida en 1945. En 1977, y sin apoyo financiero del gobierno, los ciudadanos emprendieron su reconstrucción.
Las obras maestras poseen de hecho propiedades que no se encuentran en otras obras de arte, pero que son indisociables del reconocimiento que se les dispensa. Una significación densa, sedimentada en interpretaciones históricamente cambiantes, parece coexistir en ellas con un valor cultural relativamente estable. A sus cualidades estéticas se añade así una función social que sólo se define a través de los usos compartidos por una comunidad, en el conjunto de las prácticas cognitivas, lingüísticas y no lingüísticas, que constituyen lo que Ludwig Wittgenstein llamó "forma de vida". Esta función social es conservadora y crítica a la vez: desde el momento en que comunican valores comunes, las obras maestras tienen un "carácter afirmativo" ?en el sentido en que lo entendía Herbert Marcuse? ligado a la memoria y la tradición; en la medida en que constituyen formas de significación autónomas, representan, como nos enseñara Hamlet, "la conciencia del rey".
III
Las obras maestras desempeñarían un papel vital en el entramado de convicciones, certezas y saberes prácticos que participan de nuestra visión del mundo. En efecto, los seres humanos no sólo se dejan tocar emocionalmente por las creaciones artísticas; circunscribir los procesos cognitivos a la ciencia, reduciendo el arte a la percepción, a la emoción y a las facultades no lógicas, ha sido quizá la herencia más nociva de la estética tradicional. El arte tiene tanto que ver con el placer como con el conocimiento: no es el pasatiempo de un público pasivo, que suele oponerse a la ciencia como un conocimiento fundado en demostraciones y experimentos. Como ha indicado Nelson Goodman, el filósofo que con mayor énfasis ha rechazado esta confusión: "Llegar a comprender una pintura o una sinfonía en un estilo que no es familiar, a reconocer el trabajo de un artista o de una escuela, a ver o escuchar de maneras nuevas, constituye un desarrollo cognitivo semejante a aprender a leer, a escribir o a sumar".
Las obras maestras, como cualquier obra de arte, funcionan como tales en la medida en que participan en nuestra manera de ver, sentir, percibir, concebir y comprender en general. "Un edificio -señala Goodman-, más que la mayoría de las obras, altera nuestro entorno físico; pero además, como obra de arte puede, a través de diversas vías de significación, informar y reorganizar nuestra experiencia entera. Al igual que otras obras de arte -y al igual que las teorías científicas, también- puede dar una nueva visión, fomentar la comprensión, participar en nuestro continuo rehacer el mundo." Podríamos ilustrar esto con la historia de la ópera estatal de Dresde, en la Theaterplatz, construida en 1876 por Gottfried Semper. Durante la noche del 13 de febrero de 1945, la Semperoper quedó reducida a escombros por las bombas de la RAF, como casi todo el casco histórico de la ciudad. En 1977, sin contar con respaldo financiero del gobierno de la República Democrática Alemana, que por otro lado había demolido el Schloss de Berlín, a cien kilómetros de allí, los ciudadanos emprendieron lentamente su reconstrucción, pieza por pieza, moldura por moldura, a partir de los planos originales descubiertos en un altillo. Una pintora y varios artistas, albañiles y cientos de colaboradores espontáneos trabajaron durante ocho años en la restauración del edificio, filmada por un equipo de tres documentalistas aficionados.
¿Qué pudo empujar a estos hombres y mujeres, algunos de los cuales habían sufrido cuando chicos los bombardeos, el hambre y las miserias de la guerra, la pérdida de seres queridos y la privación de las libertades políticas, a reconstruir una ópera a la que probablemente no hubieran ido nunca de haberse mantenido las condiciones económicas y sociales que permitieron su edificación en la segunda mitad del siglo XIX? La reconstrucción de la Semperoper, contra la voluntad de un régimen que la execraba como monumento de la burguesía, les permitió no sólo recuperar un edificio que había sido orgullo de Dresde, devolviendo a la ciudad sajona su antigua belleza y esplendor, sino también rehacer su mundo, reconfigurar su experiencia individual y colectiva, comprendiendo los horrores del pasado y resignificándolos para proyectarse en el porvenir. La reconstrucción de aquella obra maestra fue la obra de sus vidas.
Para terminar, quisiera hacer dos breves observaciones sobre el tipo de operatoria que comporta nuestro trato con las obras maestras. La primera nos lleva de regreso a Robert Doisneau, autor no sólo de los retratos de los espectadores de La Gioconda , sino también de la fotografía en blanco y negro de la pintura de Leonardo que dio en gran medida lugar a su difusión masiva. El fenómeno de la reproducción técnica de las obras de arte, como se sabe, es un problema extremadamente complejo que fue planteado por primera vez por Benjamin. Sin la menor ambición de discutir su tesis sobre la desaparición del aura de manera exhaustiva, me limito a recordar que todos nosotros, expertos y aficionados, debemos nuestra educación estética a fotografias como las de Doisneau o en colores, a diapositivas e ilustraciones en libros y, más recientemente, a archivos de imágenes digitalizadas o museos virtuales en la Red. Goodman, en un comentario oblicuo del ensayo famoso de Benjamin, propone considerar este tipo de procedimientos de reproducción como "instrumentos de activación" de las obras de arte. La "activación" o "implementación" de una obra debe distinguirse de su "ejecución": decimos, por ejemplo, que una novela ha sido "ejecutada" cuando ha sido escrita, un cuadro cuando ha sido pintado, una pieza musical cuando ha sido compuesta. Para obrar como tal, sin embargo, la novela debe ser publicada; la pintura, exhibida; la pieza, tocada frente a un auditorio. La publicación, la exposición, la interpretación musical, dice Goodman, son modos de implementación: "La ejecución consiste en producir una obra, la implementación consiste en hacerla funcionar".
La distinción de Goodman podría servir para reactualizar la tesis de André Malraux sobre el "museo imaginario" y clarificar el problema, planteado por Belting, de la relación entre la dimensión visual o icónica de las obras de arte, su forma de transmisión y su materialidad. ¿Qué lugar ocupan, en efecto, las obras maestras en el imaginario cultural? ¿En qué coordenadas espacio-temporales moran sus imágenes? ¿Cuáles son los niveles de conciencia en los que operan? Tiene razón Goodman cuando sostiene que creer que el efecto de una obra se anula en su reproducción visual o sonora, porque el aura es irrepetible, no es un argumento convincente. En todo caso, cesa "la acción directa", pero "el funcionamiento indirecto puede proseguir gracias a las reproducciones, lo que quiere decir que una acción a distancia, incluso póstuma, es posible". La "acción indirecta" no reemplaza la "acción directa", pero puede servir de complemento: en el caso de obras disponibles, ciertas reproduccciones ofrecen de hecho una "comprensión suplementaria", por ejemplo a través de la ampliación del detalle de un cuadro o tomas fotográficas desde distintos ángulos, como se hace con esculturas y obras arquitectónicas.
Otras técnicas de reproducción más complejas son muy útiles en trabajos de conservación y restauración, ya para examinar la morfología de una imagen o las capas sucesivas de composición. La fotogrametría digital y la reflectografía infrarroja se han aplicado, en el Centro Tarea del Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de San Martín, en los trabajos de restauración de las doce Sibilas de San Telmo, el cuadro Chacareros de Antonio Berni, el mural Ejercicio plástico de Diego Alfaro Siqueiros y la colección de retratos de José Gil de Castro del Museo Histórico Nacional. En suma, es evidente que las reproducciones, como medios de activación y no meras formas vicarias, juegan un papel fundamental en los estudios sobre arte, tanto en un plano teórico como práctico. No encuentro ninguna razón para creer, por tanto, que las nuevas tecnologías no puedan contribuir a la educación estética, mejorando las condiciones de recepción de las obras de arte y expandiendo su efecto sobre un número cada vez más amplio de espectadores. Se dirá que esto es demasiado optimista, pero el hecho es que el arte no ha muerto. Desde la invención de la fotografía, su mundo no ha dejado de crecer y diversificarse.
Mi última observación está referida a la tarea de la estética y la filosofía del arte, vinculando lo que hemos dicho sobre las Pathosformel con la tesis de Benjamin sobre la reproductibilidad, los señalamientos de Goodman a propósito de la implementación y el abordaje "operocéntrico" del arte de Guerrero. Las obras maestras no son meramente marcas de la memoria o huellas de un pasado remoto que regresa como un fantasma. Antes bien, forman una sutil trama de pasado y presente, de proximidad y lejanía, en la que nuestra experiencia individual y colectiva se entreteje y a través de la cual buscamos abrirnos paso hacia el futuro. La reproducción técnica, lejos de cancelar la acción de las obras de arte, nos enseña a comprenderlas como artefactos que requieren ser "puestos en obra". Cuando olvidamos el carácter operatorio del arte, su significación más elemental se nos escapa y, con ella, su razón de ser. El lugar común que dice que las obras maestras son "cimas de la cultura" encierra una verdad. "Las cimas de las montañas no flotan sin apoyo; ni siquiera descansan sobre la tierra -escribió John Dewey con su modestia filosófica-. Es asunto de los que se dedican a la teoría de la tierra, géografos y geólogos, volver evidente este hecho en sus diversas implicaciones. El téorico que quiere lidiar filosóficamente con las bellas artes tiene que cumplir una tarea semejante."

Fuente: ADN Cultura LA NACIÓN

EL ARTISTA AI WEIWEI
TRATA INFRUCTUOSAMENTE DE SALIR DE CHINA

Dos mujeres muestran unas fotografías del artista chino disidente Ai Weiwei cerca del tribunal de Pekín en el que se celebraba una audiencia por su demanda por el reajuste fiscal el miércoles 20 de junio.

Por Ed Jones

El artista contestatario Ai Weiwei declaró este jueves a la AFP que no ha logrado la autorización para salir de China a pesar del fin oficial de su libertad condicional de un año, que lo obligaba a permanecer en Pekín.
"Esta mañana fui a la comisaría de policía", dijo Ai Weiwei por teléfono, precisando que le habían entregado un documento oficial anunciando el fin teórico de su control judicial. "Mi período de un año de libertad condicional ha terminado, pero dijeron que continuarían restringiendo mi libertad para desplazarme", agregó este artista, que es muy conocido en el extranjero, tanto por sus obras como por su lucha en favor de un Estado de derecho en China.
"No me devolvieron mi pasaporte", agregó, un día después de una audiencia en un tribunal de Pekín destinada a examinar la demanda que había presentado debido a un colosal reajuste fiscal, destinado, según él, a silenciarlo.
Este polifacético artista, invitado al extranjero para realizar exposiciones de sus obras en los principales museos del mundo, había sido detenido en un lugar desconocido desde comienzos de abril hasta finales de junio de 2011. Esta detención en secreto desencadenó una ola de indignación en todo el mundo. Ai Weiwei vive bajo vigilancia permanente.
Su principal asesor jurídico, el abogado Liu Xiaoyuan, anunció este jueves que las autoridades lo obligaron a partir de Pekín ese mismo día.


Fuente: AFP

LA OBRA DE PICASSO "MUJER SENTADA",
VENDIDA POR CASI 13,5 MILLONES DE DÓLARES



























"Femme assise", "Mujer sentada", izquierda, y "Femme au chien" ("Mujer con perro") de Pablo Picasso.

 

Por León Neal


Una 'Mujer sentada', de Pablo Picasso, alcanzó el precio más alto en una subasta celebrada en la noche del miércoles en Londres, en la que una 'Bañista', de Auguste Renoir, fue vendida "de forma privada" antes del comienzo de la puja, anunció la casa Christie's.
'Femme assise' ('Mujer sentada', 1949), una colorida celebración del milagro del nacimiento que representa a la amante y musa del pintor español Françoise Gilot embarazada de su hija Paloma, se vendió por 8,5 millones de libras (13,4 millones de dólares, 10,5 millones de euros), cuando estaba estimada en hasta 7,5 millones.
El óleo, ofrecido por una colección privada californiana, se quedará en Estados Unidos, precisaron los organizadores en un comunicado.
Otra obra más tardía de Picasso (1881-1973), la monumental 'Mujer con perro' (1962), en la que pinta a su segunda esposa, Jacqueline Roque, con su lebrel afgano Kabul, logró el tercer mejor precio, con 6,9 millones de libras (10,9 millones de dólares, 8,6 millones de euros), lejos de las mejores expectativas.
La sorpresa de esta velada de arte impresionista y moderno fue la perturbadora obra de René Magritte (1898-1967) 'Les jours gigantesques', ejecutada en 1968, que fue adquirida por un coleccionista estadounidense por 7,2 millones de libras (11,3 millones de dólares, 8,9 millones de euros) al término de una dura pugna entre 10 postores. La obra, que estaba estimada en hasta 1,5 millones de libras (2,3 millones de dólares, 1,8 millones de libras), estableció así el segundo precio más alto jamás pagado en una subasta por una obra del artista surrealista belga.
En cambio, la 'Bañista' de 1888, considerada una de las más bellas ilustraciones del tema favorito de Renoir, ni siquiera se puso bajo el martillo, al ser "vendida de forma privada antes de la subasta", según dijo Christie's sin revelar la cantidad pagada. El óleo, que era la máxima atracción de la puja, tenía un precio estimado en hasta 18 millones de libras (28,2 millones de dólares, 22,2 millones de euros).
En total, Christie's recaudó 92,5 millones de libras (145,5 millones de dólares, 114,6 millones de euros), en la horquilla baja de sus estimaciones, de al menos 6,5 millones, que contrariamente a los precios finales, no incluyen la comisión que paga el comprador.

René Magritte, "Les jours gigantesques", de 1968.

Fuente texto: AFP

JULIO LE PARC:
"EN EL ARTE, MUY POCOS DECIDEN TODO"


Desde hace más de 50 años trabaja con la luz, el movimiento y la participación del espectador. Aquí, cuestiona el papel del mercado y los grandes coleccionistas como únicos valorizadores del arte.

Star cinético lumínico, Julio Le Parc saluda con calidez. Primero nos encontramos en un almuerzo. Después, nos cruzamos varias veces en arteBA donde se expusieron varias obras suyas en el espacio de arte de Aeropuertos Argentina 2000 y en la Galería del Infinito. “¡Ah! ¡Vos sos la periodista de la revista uña!” dispara ahora, cuando nos encontramos para la entrevista. Lo dice serio, ese es el estilo Le Parc.
Tiene 84 años pero no para de exponer. Hasta agosto lo hará en el Museo Hirshhorn (Washington), y en 2013 se vienen una megamuestra monográfica en el Palais de Tokio, una exposición en el Grand Palais y otra en la Casa Daros-Latinoamérica en Río de Janeiro. Además, se emplazará en Puerto Madero una gran escultura de acero donada por el artista.
Eterno explorador de la luz y el movimiento, Le Parc es capaz de crear los más deslumbrantes efectos lumínicos con unos pocos elementos. Con mecanismos simples, cero high tech, sus obras fascinan de un golpe y para siempre: hipnotizan e incluyen al espectador en ese entramado espacio temporal lumínico-lúdico.
Se enciende la cámara. Luz, espacio, tiempo. Empieza la entrevista con el maestro cinético.
¿Cómo surgió esa fascinación por la luz y por el movimiento?
A título experimental: podía encontrarme manipulando materiales, tocando, combinando. La luz al comienzo me servía para multiplicar imágenes. Uno de los principios era que una ordenación rigurosa y sencilla puede dar luego libertad: alguna de estas obras, que son muy rígidas y precisas, se modifican por elementos externos como el aire que mueve las placas.
Siempre le interesó la economía de recursos.
Al comienzo fue más por defecto económico. No tenía recursos ni siquiera para comprar un motorcito, entonces tenía que ingeniarme: crear el movimiento con hilos, latitas, elementos para fraccionar la luz. Me di cuenta de que la relación entre los medios usados y el resultado es muy importante. Si predominan los medios y el resultado visual es pobre, la obra no tiene ningún valor. En otros casos, puede ser que los medios usados sean costosos, pero si el resultado es bueno, se justifica.
Cuando llegó a París, ¿era muy difícil la vida?
Yo he tenido suerte, pero era muy difícil.
¿Cómo llegó a compartir departamento con Berni en París?
En un momento en que gané un poco de plata, en 1964, quise comprar algo porque yo vivía con mi familia, mi mujer y dos nenes en una piecita de cuatro por cuatro. Ninguna comodidad durante varios años. Me ofrecieron un departamento, pero no podía pagarlo. Entonces le propuse a Berni comprarlo juntos y él inmediatamente aceptó. Fue un trato muy equitativo: yo hice la división de todos los espacios a centímetro cuadrado, separamos y aplicamos tabiques para que hubiera dos entradas independientes. Compartíamos ese lugar, él estaba poco, se iba por varios meses.
¿Cómo era la relación con él?
Muy respetuosa: él me trataba de usted y yo con más razón porque cuando era estudiante en la Escuela de Bellas Artes, Berni ya era profesor en la secundaria: siempre iba a curiosear qué hacía Berni. Era una relación muy respetuosa y afectuosa.
¿Se acuerda cuándo fue la primera vez que vendió una obra?
A Lucio Fontana. Fuimos a ver una exposición suya en una galería de París, y uno de nosotros (que no era yo: ¡no era tan caradura!) le dijo que viniera a ver lo que estábamos haciendo en las dos piecitas en las que vivíamos y usábamos como taller. El vino, muy generoso, nos compró obras para ayudarnos, para estimularnos.
¿Pasó mucho tiempo hasta que empezó a vivir de lo que vendía?
No, apenas se terminó mi beca, Vasarely, que manejaba la galería Denise René, la única en toda Francia que exponía artistas que a nosotros nos interesaban, me propuso un contrato. No era mucho dinero, pero me permitía comer y seguir trabajando. Trabajando, trabajando, trabajando sin parar, día y noche. Trabajando ¡sí! (Le Parc lo dice casi cantando, con un tono muy gracioso).
¿Ahora qué está haciendo?
Trabajo todo el día, pero alternando. Hay obras que a veces son una readaptación. En algunos casos son ideas nuevas que hay que ajustar y ponerlas a punto; en otros casos, son ideas que quedaron en croquis y que hay que desarrollar.
¿Le interesan las expresiones artísticas que van por fuera de la caja blanca de la galería o del museo?
Sí, sí, me interesan. En general, trato de no desvalorizar lo que se hace en el medio artístico. Incluso un pequeño dibujo puede ser muy importante. Después del corralito, recuerdo que apareció en Buenos Aires un fenómeno muy interesante: se constituyeron pequeños grupos que tenían incidencia en lo que estaba pasando socialmente. En uno de los viajes que hice se organizó una reunión en el Teatro San Martín: había grupos artísticos que estaban fuera del circuito comercial, pero tenían una experiencia viva, incluida en el contexto social.
En su momento, el GRAV (Grupo de Investigación de Arte Visual), que usted fundó en los 60, apuntó a establecer otra relación entre la obra y el público, evitando el filtro de la crítica de arte, ¿cómo ve la crítica de arte hoy?
Los directores poco a poco fueron dejando lugar a los comisarios o curadores, que tomaron tal protagonismo que llegó al extremo de considerarse que la exposición era más del curador que del artista. Dentro de ese conjunto lo que siempre ha faltado es la crítica del público: porque no tiene los medios para ejercerla y aquellos que podían darle la posibilidad de ejercerla nunca lo han hecho. Por ejemplo, aquí, en arteBA, viene una gran cantidad de personas, como en otras ferias y exposiciones de arte contemporáneo, y no hay absolutamente ningún pequeño sistema que recoja ese capital enorme de reflexión, opinión, la mirada de todo ese público. Ese capital así como lo traen se lo llevan y lo consumen ellos solos o tal vez en el círculo acotado de la familia o los amigos. Pero no trasciende. Siempre queda la valorización del arte actual en manos de muy pocas personas, que en definitiva son los grandes coleccionistas. No es anormal que existan, pero lo que es anormal es que sean exclusivamente aquellos que tienen mucho dinero los que ejercen esa valorización del arte contemporáneo. Una serie de políticas culturales podría ayudar a encontrar una manera para que los artistas, sobre todo los jóvenes, no estén limitados sólo a los juicios de ese gran valorizador que es el coleccionista. Que pueda haber otras alternativas porque dentro de esta carrera son pocos los elegidos: hay una gran mayoría de artistas que subsiste, otra que abandona y otra que desaparece. En cambio, si hubiera mayores oportunidades, nuevas valorizaciones, habría otro punto donde apoyarse. No es solamente el cheque que recibió o que no recibió lo que puede hacer reflexionar o cambiar. Suele suceder que un artista hace un conjunto de obras y hay una que es comprada: al día siguiente está tratando de hacer variaciones dentro de esa misma obra porque a lo mejor es por ahí que tiene que andar para conseguir las ventas necesarias para subsistir.
El GRAV denunció la uniformidad de la producción artística. Hoy, ¿cómo ve esa producción?
Sigue habiendo fenómenos de moda, pero también existe lo que se llama el balanceo.
¿Hay resquicios?
Puede haber y, si no los hay, los jóvenes tienen que fabricárselos. Y si pueden en esos resquicios, afirmar nuevas ideas; sobre todo, ejercer una práctica de reflexión para tratar de ver que no todo es solamente intuitivo porque, si no, queda el mito de la libertad del artista: que puede ser tan libre para hacer lo que se le da la gana.
¿Cómo son esos condicionamientos?
Está todo regido por el sistema, por las políticas y las valorizaciones que se hacen a nivel internacional (que están regidas por intereses de predominio a nivel mundial). ¿Por qué se habla todavía del pop art? Porque fue el caballito de batalla para imponer a EE.UU. como el país que tiene los mejores artistas del mundo. Y no es cierto. Pura mentira. Pero se utilizó eso para eliminar todo lo que podía ser competencia, ya fuera de Europa o de América Latina, que sería todavía más ofensivo para ellos porque hay mejores artistas que en Norteamérica. Con dinero y con penetración ideológica, consiguieron directores de museos en todo el mundo, críticos de arte, historiadores de arte para realzar y resaltar su arte. Desarrollaron programas –no es que lo diga yo está estudiado y documentado. Al comienzo sostenían que los rusos estaban perdidos con su realismo socialista, y que, en cambio, sus artistas tenían absoluta libertad. Con esa teoría, buscaron el apoyo de una serie de senadores para hacer una ofensiva desde sus artistas, pero los senadores no aceptaron: amaban a sus artistas realistas que pintaban paisanos, pensaban que Pollock, Rothko y todo el expresionismo abstracto era una porquería: no quisieron apoyar. Pero ellos decidieron que a todo ese grupo ideológico lo iban a apoyar igual. Obtuvieron fondos de la CIA y de manera oculta empezaron a publicar libros, a comprar revistas, a hacer exposiciones, a obtener en cada lugar apoyo de historiadores del arte, de directores de museos. Lo intentaron no sólo con el arte, sino con la literatura: había revistas que estaban hechas especialmente para ganarse a los intelectuales y escritores latinoamericanos a la causa de la libertad, ellos la llamaban “la libertad”. “La libertad”, “la libertad”: era una forma de crear ideología en la guerra fría con la Unión Soviética.
El arte cinético tuvo una dimensión democratizante fuerte achicando la distancia con el espectador. ¿Cree que el arte debe tener una función social?
Tendría que tener una función social, pero desgraciadamente los medios no existen. Para que tenga una función social tiene que haber un ida y vuelta. Como hablamos antes: un joven artista hace un cuadro en el taller y la producción es una ida y la vuelta es un cheque que va a valorizar el cuadro como mercancía y, se dice, como obra de arte. La vuelta con la gente sería recabar las opiniones. A pesar de que no existen medios, se pueden proponer y encontrar algunos que no cuestan nada para que la gente participe. Si le delegás un pequeño poder de juicio, de valorización, de lo que sea apreciación, la gente lo usa. Yo he hecho experiencias y es evidente. La gente tiene un poder de mirar, observar, reflexionar. En algunas exposiciones mías se podía escribir: a veces escribían veinte páginas; otras, frases cortas que son más justas y precisas que las de algunos críticos de arte. Si le das la posibilidad, le cortás esa dependencia que en muchos casos los hace sentir inferiores. Yo no digo eliminar el mercado del arte, pero que se multipliquen las valorizaciones. Y que desde el punto de vista de las políticas culturales, pueda haber usos diferentes de la capacidad de los creadores que no estén únicamente en la búsqueda del reconocimiento, el éxito y la venta. Es necesario inventar una manera de recabar todas esas opiniones.


Fuente: Revista Ñ Clarín

ODA A LOS IBIS DEL PONIENTE, 1993


IBIS EN PLENO VUELO. Foto Loli Gallardo
ODA A LOS IBIS DEL PONIENTE

Tarde en la tarde,
tarda
el sol en ponerse,
digno.
Grave, elige cantar su propia elegía.
Tiene sus propias, ostensibles razones
para solemnemente morir sólo por hoy.
Para generoso ceder su lugar
a la entrañable Cruz del Sur.
Bandadas sucesivas y análogas
de ibis pampeanos cruzan…
Van dejando su impronta evanescente
que como pinceladas secas, acaso
paralelas
y en el contraluz del ocaso,
apenas si sugieren su paso.
¿Sois vecinos de Karnak o de Ur?
¿Sois custodios de Gizeh?
¿Qué gentilicio os cabe?
¿Qué raro instinto os guía, habitantes de la Historia?
¿Qué reflejos os conducen?
¿Serán vuestros homónimos del Nilo?
¿Será alguna compartida devoción por Amon Ra?
¿Será la atracción que sobre vosotros ejercen
las pulcras lejanías salpicadas de oasis
de las pampas y el desierto?
¿Qué os detiene?¿Cuándo?¿Os deteneis?
¿Volais de noche?
¿Quién os orienta invariablemente hacia el crepúsculo?
Todo se aquieta. Todo se alinda.
Se inunda la diáfana atmósfera de vuelos misteriosos
que rítmicamente marcan el devenir
momentáneo y perpetuo.
Mañana, lo que ilumine el Sol
será vía, camino, senda
hacia la infinitud del universo
desde estos modestos horizontes de la Tierra,
y vosotros seguiréis viendo claridades más allá.
Y el hombre que habita esta topografía
sabrá de vuestra propia eternidad.
Presiento al arroyo etapa,
pauta, cota, mojón.
¿Será él quien os avisa donde agitar vuestras alas?
¿Quién os indica dónde planear?
¿Quién dónde bajar?
Yo os anoto, ibis, esta oda
para que al pasar escuchéis mi pedido:
Bajad y contadme de lo mucho que desde allí se ve.
Os estaré esperando.
Confiado y sereno,
sobre el lomo de mi caballo
que vuelve
al paso
mientras levanta heladas gotas de rocío
en la quietud omnipresente
de esta cautivante penumbra invernal.

Pedro L. Baliña
Capitán Sarmiento, julio de 1993




LA FOTOGRAFÍA DEL FUTURO SE MEDIRÁ EN GIGAPÍXELES


Una mujer pegando retratos de un proyecto del fotógrafo francés JR, que intenta "extender alegría" en las ciudades, en Lisboa el 14 de enero pasado, donde la Avenida India apareció cubierta de estas imágenes.

Por Patricia de Melo Moreira

Ingenieros estadounidenses presentaron este miércoles en la revista Nature un prototipo de cámara fotográfica capaz de sacar imágenes con un nivel de detalle sin precedente, medido en gigapíxeles, o miles de megapíxeles.
El píxel, o punto luminoso, es la unidad de base que permite medir la definición de una imagen digital y un megapíxel representa un millón de píxeles. Como más píxeles haya, mejor es la resolución de la imagen.
La "súper cámara de fotos" elaborada por el equipo de David Brady (Universidad de Duke, Durham, Carolina del Norte, Estados Unidos) "registra una imagen de un gigapíxel en menos de una décima de segundo", precisó el ingeniero a AFP.
El prototipo de cámara "sincroniza" 98 pequeñas cámaras en una sola.
"Cada una de las microcámaras captura informaciones de una zona específica del campo de visión", explicó David Brady. "Un procesador informático con todas estas informaciones crea una sola imagen con mucho detalle", continuó.
"En muchos casos, la cámara puede capturar imágenes de cosas que los fotógrafos no pueden ver ellos mismos, pero pueden detectar luego en la imagen", precisó el ingeniero.
La resolución de esta súper cámara es cinco veces mejor que una agudeza visual de 10/10 en el hombre, en un campo de visión horizontal de 120 grados.
Según los investigadores, la próxima generación de cámaras con resolución de gigapíxeles podría estar disponible en los próximos cinco años, al menos para un uso profesional, cuando los componentes electrónicos sean miniaturizados y más eficaces.
Los investigadores señalan que los elementos ópticos sólo representan el 3% del prototipo, de un tamaño aún imponente (75x75x50 cm), el resto está compuesto de electrónica y procesadores.
La cámara fotográfica con resolución de gigapíxel abre las perspectivas para mejorar la seguridad de los aeropuertos, la vigilancia militar o incluso la cobertura de manifestaciones deportivas, según sus desarrolladores.

Fuente: AFP