PICASSO, SIEMPRE GRAN PROTAGONISTA





La obra 'L'Aubade', del pintor malagueño Pablo Picasso, expuesta en la casa de subastas Sotheby's durante una muestra previa a la venta de arte impresionista y modernista, el pasado 28 de octubre. 

Foto: Emmanuel Dunand/AFP 

MAL DEBUT DE LA BAILARINA DE DEGAS





"La pequeña bailarina de 14 años", una estatuilla de bronce de 104 cm de Degas estimada entre 25 y 35 millones de dólares y que era el plato fuerte de la primera velada de las subastas, fue retirada de la venta tras recibir una oferta que no superó los 18,5 millones de dólares. 

Foto: Emmanuel Dunand/AFP


En esta imagen del 25 de octubre del 2011, la "Bailarina de 14 años" de Edgar Degas se exhibe en la casa Christie's en Nueva York. La escultura de bronce no halló comprador el martes en la subasta de arte impresionista y moderno de la rematadora, que esperaba venderla por entre 25 y 35 millones de dólares. 

AP Foto/Richard Drew, Archivo

MISTERIOSOS OBJETOS DEL DESEO ISLÁMICO



El Metropolitan Museum of Art renovó algunas de sus salas a las que llamó Nuevas Galerías para el Arte de los territorios árabes, Turquía, Irán, Asia Central y el Arte de Asia del Sur más reciente. Un trabalenguas intencional que busca destacar la diversidad.
 
ARTE ISLÁMICO. Acuarela del siglo XVI de Pakistán que muestra las hazañas de Krishna.
Por Carol Vogel - The New York Times

En contra de la corriente actual de títulos y mensajes breves e instantáneos, el Metropolitan Museum of Art decidió llamar a su sucesión de 15 espacios majestuosos recientemente renovados, las Nuevas Galerías para el Arte de los territorios árabes, Turquía, Irán, Asia Central y el Arte de Asia del Sur más reciente. El nombre es un trabalenguas pero intencional.
Los curadores intentan destacar la diversidad, la riqueza y la interconexión de las artes que reflejan un crisol de culturas diferentes.
"Dejamos que los objetos hablen como quieran hablar, que sean vividos como el visitante quiera verlos, brindando toda la información relevante", dijo Navina Najat Haidar, curadora del departamento de arte islámico del Met y coordinadora de las salas.
"No obstante, hemos abierto una conexión con el orientalismo europeo", dijo. "Resaltamos a España, África del Norte y el Sur de Italia como un área independiente, lo cual significa ocho siglos de islam en Europa. China constituye una historia importante y se ve el mundo Islámico a través de objetos que fueron tomados del departamento asiático. "Con India decidimos mostrar la India más reciente, India islámica y no islámica como una cultura interrelacionada, algo que es realmente", continuó Haidar. "Esto señala una leve corrección porque en las viejas salas, India islámica había sido apartada de todo esto y otros materiales nativos del mismo período no estaban juntos y conseguimos unir todo con un espacio que tiene una entrada aparte, lo cual permite que el espectador entienda estos objetos no sólo como expresiones de una tradición única sino dentro de la cultura india que es tan híbrida. Hemos propuesto una gran amplitud para estos objetos".
Al preguntarle en qué medida estas nuevas galerías reflejan o dan cuenta de la conmoción del mundo islámico en la actualidad, Haidar dijo: "A partir del momento en que se empieza a pensar en el público y en cómo hacer que este material le resulte relevante y a pensar en su mundo, se empieza a pensar a la vez en la política contemporánea y el mundo contemporáneo".
Haidar señaló que las galerías ofrecen una plataforma para reconciliar los diferentes aspectos relativos a una cultura o un lugar sobre los cuales una persona puede oír hablar en el informativo.
"Proponemos esta perspectiva histórica amplia". Estos objetos, seleccionados de la colección del Met de 12.000 obras que abarcan 13 siglos, ilustran la variedad y la riqueza de las obras expuestas:
Cinco folios fragmentarios de un manuscrito del Corán
Entre las primeras cosas que verán los visitantes a la entrada de la nueva serie de galerías figuran dos ejemplos del siglo XV de caligrafía del Uzbekistán actual.

Pertenecen al que se considera el Corán más grande del mundo, que, según la leyenda, fue realizado para el soberano de la Dinastía Timurid a raíz de que el calígrafo había hecho un ejemplar tan pequeño que fue rechazado. "Entonces se fue y decidió hacer exactamente lo contrario", dijo Haidar. "Lo escribió tan grande que tuvo que atarlo a una carretilla para presentárselo en la corte".
"Aquí se muestran dos páginas casi enteras y se tiene una idea de un Corán monumental", agregó. "Es muy importante para nosotros mostrarlo en la entrada, porque somos el departamento islámico y el islam es un hilo conector esencial a lo largo de toda la instalación".
Alfombra del Emperador
Procedente de Irán, data de la segunda mitad del siglo XVI.
Perteneció a Pedro el Grande y posteriormente al emperador Habsburgo Leopoldo I. Ingresó en la colección del Met en la década de 1940 pero fue exhibida sólo en dos oportunidades porque el refuerzo era malo y tenía 700 parches de remiendo. Después de tres años de trabajo del departamento de conservación textil, la alfombra está reparada. "Es considerada una de las grandes obras maestras", dijo Haidar.
Jarra de agua con forma de elefante (Kendi)
De Irán, probablemente de mediados del siglo XVII. Hecho con pasta de piedra y pintada en tonos de azul, este elefante se exhibe junto a un elefante chino del período Ming, una versión más delicada del que fue copiado. "Todo el mundo piensa en China como una civilización y en Irán como una civilización, pero estos dos elefantitos nos dicen de inmediato que dialogan entre sí", dijo Haidar. "Kendi es un tipo de vasija utilizada para contener bebida".
"Krishna sostiene el montego ver d han para refugiar a los al deanos de braj", de Pakistán, siglo XVI tardío.
En un sector dedicado al Sur de Asia y al mundo mogol hay una acuarela que representa la primera versión ilustrada conocida de obras de la epopeya hindú "La leyenda de Hari", una crónica de hazañas de Krishna. La traducción al persa fue realizada para Akbar, el gran soberano mogol. Sobreviven treinta y tres miniaturas del manuscrito disperso. "Se interesaba profundamente por la civilización hindú que él y su familia habían llegado a gobernar", explicó Haidar. "Aquí vemos al dios Krishna levantando toda una montaña en un intento por proteger a los aldeanos. Si observamos el carácter intemporal de los aldeanos, se parecen mucho a los actuales. Por eso es una mirada al corazón de la India rural simple, una realidad que aún hoy sigue existiendo".
Juego de ajedrez
 "Irán, siglo XII. Uno de los juegos de ajedrez más primitivos que se conocen y al que le falta una sola pieza. Parece particularmente moderno porque las figuras son muy abstractas. Por ejemplo, el shah está representado como un gran trono. "El ajedrez es un juego del que disfruta gente de todo tipo", dijo Haidar "y se jugó en las cortes de todo el mundo islámico. La vida intelectual que representa este juego de ajedrez es importante de señalar. En este mundo de belleza, glamour y poder, este tipo de entretenimiento muestra un mundo muy intelectual, comprometido".
Corte de tela
De Turquía, probablemente Estambul, mediados del siglo XVI.
"El mundo otomano tenía locura por las flores", dijo Haidar. Este textil, con sus tulipanes y claveles, es una de las obras maestras de la colección. El dibujo en remolino da una sensación de movimiento, con enredaderas y galones innovadores desde el punto de vista estilístico. La tela propiamente dicha es de seda y ribetes donde cada hebra es envuelta con hilos metálicos muy finos.


Fuente; Revista Ñ Clarin

LA EXPERIENCIA VITAL DEL COLOR



Con una muestra de 120 trabajos, el Malba muestra en Buenos Aires la obra deslumbrante del venezolano Cruz-Diez, que propone una aproximación a la vez sensual y reflexiva a uno de los temas fundamentales del arte: el color.

UNA ESPECTADORA EN LA CROMOSATURACIÓN. En Malba, 2011
Por Ana María Battistozzi

El pintor del futuro será un colorista como nunca se lo ha visto antes”, afirmó Yves Klein durante una conferencia en La Sorbona en 1959. Pintor, hijo de pintores e imbuido de un espiritualismo místico, sus reflexiones fueron de las primeras en poner en escena las tendencias desmaterializadoras que se afirmarían en el arte una década más tarde y llevarían a convertir el color en una experiencia autónoma, separada del soporte tradicional de la pintura. Curiosamente una de las formas más radicales en que esto llegó a tomar forma fueron las experimentaciones y “ambientaciones” que unos pocos años después concibió el artista venezolano Carlos Cruz-Diez. A él está dedicada Carlos Cruz-Diez: El color en el espacio y en el tiempo, una de las dos muestras con que Malba celebra su décimo aniversario.
La deslumbrante exposición, curada por Maricarmen Ramírez, directora del International Center for the Arts of the Americas del Museo de Bellas Artes de Houston (MFAH), institución que la organizó y exhibió en 2010, abarca seis décadas de la producción de este artista. Esto es un pormenorizado conjunto de más de 120 piezas que une indagación científica y experimentación sensible a través de relieves, dibujos, serigrafías y diversas estructuras en las que utiliza distintos materiales, desde cartones y maderas pintadas a mano hasta varillas de metal cortadas a máquina e impresas digitalmente. También, grandes ambientes a los que se suman instrumentos de trabajo y registros de una enorme cantidad de intervenciones urbanas.

INDUCCIÓN CROMÁTICA 53, 1973. Acrílico sobre madera
Pero acaso lo más importante es que el conjunto logra instalar al visitante en la experiencia vital del color. Algo distinto y acaso más radical que lo que pudo imaginar Yves Klein en 1959. Una experiencia profundamente sensual que lo atraviesa y envuelve, modificando su percepción del tiempo y el espacio. Esto es lo que ocurre fundamentalmente en el interior de dos obras de la exposición del Malba. Una es “Ambiente cromointerferente”, un ámbito blanco, totalmente alterado por proyecciones de bandas de color que modifican el piso, el techo y cualquier cuerpo que se encuentre en su interior. La otra es “Cromosaturación”, la gran ambientación donde el artista saca máximo partido de la radiación del color en el espacio y su persistencia en la retina.
“‘Cromosaturación’ tiene que ver con el espacio coloreado”, explicaba el artista el día de la inauguración mientras nos guiaba de un lado a otro para mostrarnos la experiencia que propone esa obra, lo que ocurre con la percepción y el porqué de las misteriosas vivencias cambiantes del color en ese espacio. “Es un problema de lectura del espacio coloreado por la luz –reflexionaba–. Cuando entramos domina el azul, porque es muy fuerte pero después de un rato el ojo no lo lee más y entonces todo se vuelve blanco –demostró– y si luego pasamos a la zona de la luz verde, ocurre algo parecido porque el verde es tan agresivo como el azul. Primero lo vemos con intensidad y luego lo dejamos de ver y si volvemos a la zona del azul, lo vemos aparecer nuevamente.

AMBIENTE CROMOINTERFERENTE. En Malba, 2011
Pero si entramos a la zona del rojo hay otra sensación física. La idea es que el color está en el espacio y que no es permanente sino que está en continua mutación”, concluyó Cruz Diez, entusiasmado como un niño que consigue incendiar un papel con una lupa. La muestra incluye una selección de cuarenta Fisicromías. Se trata de series que empezó a elaborar en 1959 y postularon el color de un modo distinto al de las composiciones en la pintura tradicional. Son construcciones que exploran el carácter físico del color en sí mismo, a través de secuencias y tabiques alineados en forma vertical que funcionan como filtros para la reflexión del color. Pero a la vez son modificados según sea la proyección de la luz y la posición del espectador. Aquí también están las series de Color aditivo e Inducción cromática. Todas exploraciones del color y la visión basadas en el principio de persistencia en la retina y su prolongación en los colores complementarios. Puede que mucho de esto haya contribuido a encasillarlo en el arte óptico y cinético. Un lugar del que esta muestra y la investigación de 5 años que la precedió buscaron sacarlo.

CRUZ-DIEZ. En la cromosaturación, 2006.
“Más allá de que el artista ciertamente participó del cinetismo –admite Maricarmen Ramírez– lo que plantea esta exposición es que el movimiento, como tal, no fue estrictamente su principal preocupación”. En ese sentido este conjunto trata de reposicionarlo como uno de los grandes maestros del color en el arte del siglo XX. “Carlos Cruz Diez reflexiona sobre el color en un momento en que se convierte en un problema para los artistas –aclara Ramírez–. Su larga trayectoria que se remonta a 1954 comienza con una reflexión que parte de la pintura y el espacio. Pero coincide con un momento en que muchos artistas están tratando de abandonar la pintura y hacer propuestas más radicales. En este marco casi todos piensan que el color es un tema ya resuelto en el ámbito de la pintura y muy pocos son los artistas como Carlos Cruz-Diez que encaran una búsqueda en el color que a decir verdad es bastante solitaria”, concluye Maricarmen Ramírez y en ese grupo reducido menciona a Josef Albers, a Ellsworth Kelly y el brasileño, Helio Oiticica. “Son muy pocos los artistas que emprenden ese camino y desde mi punto de vista Cruz-Diez es el que más lejos llega porque se apoya sobre la matriz del cinetismo y con su conocimiento sobre la psicología de la visión y  su fundamento científico. De allí es que llega a proyectar el color al espacio”. 

PANORÁMICA. Una de las salas donde se despliega la muestra.
“Me he leído todas las teorías imaginables del color –apuntó al instante Cruz-Diez en ese amable recorrido por su muestra que condujo en el Malba– aunque la mayor parte de lo que conseguía de los artistas era anecdótico y superficial”, aclaró para finalmente confesar en voz baja: “Pensar que todo esto nació de un fracaso. Un fracaso de la idea de que un cuadro o una representación de una villa podría solucionar un problema fundamental de la sociedad, como la miseria. Fue entonces que me pregunté si no le haría mucho mejor a esa gente participar de lo que yo hago. Compartir conmigo algo de esto y que no sea yo quien venga a mostrarles a ellos lo que ellos son”. Así fue como nacieron las primeras piezas manipulables que hizo para la calle y, más tarde, las innumerables intervenciones públicas efímeras, como “Inducción cromática para un bus público”, de 1975, o permanentes, como las plazas de Barquisimento y Porlamar, entre tantas, cuyos registros ocupan toda una sala de la exhibición.

FICHA
Carlos Cruz-Diez. El color en el espacio y en el tiempo

Lugar: Malba, Av. F. Alcorta 3415.
Fecha: hasta el 5 de marzo.
Horario: jueves a lunes y feriados de 12 a 20. miér, hasta las 21.
Entrada: $22; est, docen. y jub. $ 11; miér. gral, $10.


Fuente: Revista Ñ Clarín

ATRIBUYEN UN NUEVO CUADRO A VELÁZQUEZ


Tras haber “confirmado la atribución” de la obra al autor de Las meninas, la casa de subastas anunció que el nuevo precio del cuadro oscila entre los 3,2 y 4,8 millones de dólares. 

ALZA. Paso de US$ 500 a 5 millones. 

Cuánto vale una obra de arte no depende tanto de su calidad como de su autoría. En agosto de 2010 la casa británica de subastas Bonhams remató un grupo de 6 obras del pintor inglés Matthew Shepperson (1785–1874). La más cara se vendió en 2.200 dólares y la más barata en apenas 135. Una séptima obra, que muestra el busto de un hombre de mediana edad se iba a vender en 500 dólares, pero los conservadores de la casa de subastas en Londres repararon en el parecido de la pieza con el estilo de Diego Velázquez (1599–1660) y la separaron para someterla a una investigación. 
Tras haber “confirmado la atribución” de la obra al autor de Las meninas, la casa de subastas anunció que el nuevo precio del cuadro oscila entre los 3,2 y 4,8 millones de dólares. Con ese valor saldrá a subasta el 7 de diciembre. La investigación fue publicada por el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Dublín, Peter Cherry, en la última edición de la prestigiosa revista Ars Magazine. 
Algo similar ocurrió en 2010, cuando el Museo de la Universidad de Yale identificó La educación de la virgen durante un proceso de restauración. También se reconoció el retrato de un joven Felipe IV, propiedad del Metropolitan de Nueva York. En 2009, ese museo había anunciado que uno de los retratos sin identificar, que llevaba en su colección desde 1949, era en realidad otro Velázquez.

Fuente: Revista Ñ Clarín

UN MUSEO DE COLECCIÓN

Con la apertura del Museo Franklin Rawson, la provincia de San Juan podrá exhibir, además de muestras temporarias, una notable colección que arranca en el siglo XIX y concluye con trabajos de grandes artistas contemporáneos. 


PANORÁMICA. Una sala del museo. 
 

Por  Marina Oybin
 
Faltan sólo unas horas. A la noche, aquí, en San Juan, inaugura la nueva sede del Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson. Hay alegría en el mundo del arte: ya llegaron muchos de los autores de las obras que se verán en el museo: Rogelio Polesello, Marta Minujín, Nicola Costantino, Facundo de Zuviría, Fermín Eguía, Marcia Schvartz, Jorge Abot, Tulio de Sagastizábal, entre muchísimos otros. También, galeristas, críticos de arte, curadores, directores, entre muchas otras instituciones, de museos como el de Neuquén y el de Arte Precolombino e Indígena de Montevideo, y periodistas. Es una verdadera alegría compartir un momento donde sea con todos ellos: en uno de esos encuentros marcado por anécdotas inolvidables que arrancaron ya en el avión. Habrá, después, sobremesa de un grupo de periodistas con Polesello recordando jugosos momentos del Di Tella, un dibujo hecho a dúo con vino sobre tela de servilleta que le regalarán a esta cronista, y la lista sigue.
Hay mucha expectación. En el hotel, apenas hacemos pie en las tierras del zonda, Marta Minujín –que luego participará en el corte de cinta protocolar junto a funcionarios provinciales y nacionales– propone un tour express por la city antes de la inauguración. Ya a la noche la gente copa las salas: no todos los días hay museo nuevo en San Juan.
Paradoja mediante, el museo de San Juan, inaugurado en 1936, durante mucho tiempo no tuvo sede propia. El terremoto de 1944 destruyó el edificio, que había comenzado a construirse un año antes, y provocó daños en la colección. Luego tuvo un destino errante: funcionó provisoriamente en distintos sitios. “Esta sede era una deuda pendiente que tenía la colección: la obra no estaba correctamente expuesta, llegó a un estado crítico, y hasta hubo un robo. Hace tiempo que muchos artistas vienen luchando para tener un museo definitivo”, dice Virginia Agote, directora del museo.  


OBRAS. De Pablo Siquier y Tulio de Sagastizábal, una escultura de Enio Iommi y un acrílico de Rogelio Polesello.


Con 4.800 metros cuadrados –una de sus alas se construyó en el antiguo Casino de la ciudad conservando el estilo original– y una inversión de 30 millones de pesos, el nuevo edificio cumple con todos los parámetros museísticos establecidos para la óptima conservación del patrimonio. Con un diseño impecable y estructura bien moderna de acero completamente vidriada que conecta con el exterior, cuenta con cinco salas (destinadas a la colección permanente y las muestras temporarias), auditorio, biblioteca, área de depósito, montaje, conservación y restauración, confitería y tienda.
Entre esculturas, pinturas, dibujos y grabados, se exhiben 250 piezas –muchas recientemente restauradas– de las casi mil que integran la colección. Con obras que van desde el siglo XIX hasta la actualidad, el guión curatorial se propone “mostrar y resaltar la colección a través de su obra más importante y al mismo tiempo contar la historia de San Juan y del museo”. Ahora, claro, se abren nuevos desafíos: cómo insertar este nuevo espacio, qué actividades, muestras y charlas organizar para que la gente lo sienta suyo y sea un museo de puertas abiertas, poblado.
La colección arranca con retratos, y pintura costumbrista e histórica de la escuela sanjuanina de pintura del siglo XIX. Hay obras de Franklin Rawson, que completó sus estudios en Chile con Raymond Monvoisin y fue un pintor admirado por Sarmiento, quien llegó a calificar sus retratos de la aristocracia de nuestras pampas “como un monumento de la gloria del país”; de Amadeo Gras, de Monvoisin y de Genaro Pérez, entre otros.
Varias paredes del museo fueron pintadas con distintos colores saturados, llamativos. El salón azul, por ejemplo, reúne obras de Martín Malharro –el color funciona muy bien con su paisaje–, Justo Lynch, Quinquela Martín, Cesáreo Bernaldo de Quirós y Koek Koek.
Hay también obras de Ramón Gómez Cornet, Butler, Antonio  Berni (“La niña”, 1935), Victorica, Spilimbergo, pasando por Pettoruti, Alfredo Guttero, Gramajo Gutiérrez hasta Raquel Forner, Juan Melé, Carlos Gómez Centurión (con una Difunta Correa donde el color y el valor marcan trágicamente la contraposición entre vida y muerte), Seoane, Yuyo Noé (con su conmovedora “La partida”), León Ferrari, Gorriarena, Alejandro Kuropatwa y Alfredo Prior (con un deslumbrante “Mercurio”).

LA CIVILIZACION OCCIDENTAL. De León Ferrari, junto a una pintura de Daniel Santoro.

Una de las salas está dedicada a artistas sanjuaninos contemporáneos; otra, al arte sobre papel, con perlitas como un retrato con vida propia (Acuarela, 1896) de Severo Rodríguez Etchart y los trabajos de los mexicanos Juan O’Gorman y José Guadalupe Posadas. Hay un sector que reúne donaciones provenientes de colecciones privadas: obras de la escuela cusqueña, íconos bizantinos y dos pinturas atribuidas a Rubens y Van Dyck.
La muestra temporaria es Identidad del Sur/Southern Identity, que el año pasado fue comentada en Ñ cuando se inauguró en el Smithsonian de Washington en conmemoración del Bicentenario. Ahora, se presenta una amplia selección de los trabajos que integraron aquella gran muestra, que, cuenta la directora del museo, sólo se verá en la Argentina en este museo, hasta fines de febrero.
En fascinante recorrido por el arte contemporáneo argentino, organizado por ejes temáticos, es un caleidoscopio que propone cruces y relaciones entre los distintos artistas, y al tiempo muestra obras bien representativas de cada uno de ellos. “La  selección –se explica en el catálogo– buscó reflejar un panorama lo más amplio posible de las artes visuales contemporáneas del país, con el máximo de equilibrio y diversidad generacional, geográfica y disciplinar”. La impronta política arranca con los impresionantes alambres de púa vueltos manos, vueltos desesperación, de Norberto Gómez, y sigue con obras de Juan Carlos Distéfano, Carlos Alonso, León Ferrari, Eduardo Iglesias Brickles y Daniel Santoro. “El paisaje” está presente con Yuyo Noé, Eduardo Stupía, Duilio Pierri, Jorge Macchi (con imperdibles videos) y el fotógrafo Facundo de Zuviría. En “Apuntes sobre la identidad” captura el sugerente vendaje (acrílico sobre tela) de Daniel García, y “Lo que pasa todavía”, cita a los fusilamientos de la historia del arte y a los de nuestras pampas, de Víctor Quiroga, quien, a su vez, es uno de los comensales de “Asado en Mendiolaza”, de Marcos López, también expuesta en sala. Por último, el eje “Poéticas de la abstracción” incluye obras de Marta Minujín, Rogelio Polesello, con uno de sus maravillosos, y siempre contemporáneos acrílicos tallados; Gyula Kosice, Enio Iommi y Pablo Siquier, entre otros.
Ya bien entrada la noche, la gente sigue en las salas. Gran debut para la nueva sede del Museo provincial de Bellas Artes Franklin Rawson.

FICHA
Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson
Lugar: Avenida del Libertador 862 (Oeste) Capital San Juan.
Horario: martes a domingos, 12 a 20.
Entrada: general, $10; estudiantes, $5.

Fuente: Revista Ñ Clarín

EL ARTE QUE SERÁ:
CUANDO LOS JÓVENES VIENEN PINTANDO

 
Cinco artistas de menos de 35 años, convocadas por una galerista muy joven.




Por Mercedes Pérez Bergliaffa

“Son jóvenes, y nada comunes”, explica la curadora Lucía Mara, acerca de las artistas de la exposición Cuatro + una. Ellas, cinco mujeres de menos de treinta y cinco años, son quienes a partir de hoy mostrarán sus obras en la galería Mara-La Ruche. Se trata de Marcolina Dipierro, Carola Dinenzon, Victoria Dobaño, Valeria Traversa y Julia Andreasevich, pintoras, dibujantes y fotógrafas.
Esta exhibición marca un cambio de rumbo en la galería Mara-La Ruche: la incorporación de un arte muy joven, fresco, poco conocido. Hasta ahora, la reconocida galería trabajó con artistas bien instalados. Sin embargo, parece que llegó el momento de la renovación. O, en otras palabras, llegó la hora de ceder un poco el timón a la nueva generación, no sólo de artistas, sino también de galeristas: es Lucía Mara, la hija de Jorge Mara, la responsable de los cambios.
“La idea es hacer una fórmula, que haya un Cuatro + una este año, que haya otra exposición de igual formato el año que viene... Es, también, una manera de integrar artistas jóvenes a la galería”, comenta Mara Jr.
¿Pensás que sos la nueva generación “galerística” de los Mara? Y, sí. Mi intención es esa, y también incorporar algunos cambios en el guión general de la galería.
Recorriendo el lugar se observan obras de cinco artistas muy diferentes. La única que se despliega en el espacio, la única que se sale de la bidimensión, es la de Marcolina Dipierro. Series de módulos intercambiables –“una obra lúdica”, la llama ella– se ubican sobre la pared principal de la galería, blanco sobre blanco. Otra pieza de la artista, en madera, proyecta dos sombras distintas (ellas también son parte de la obra). ¿Pero son pinturas desplegables o son esculturas, las de Dipierro? “Voy hacia el espacio”, contesta ella, enigmática. Las obras hablan por sí solas.
“Yo hago foco en el color”, comenta Carola Dinenzón. Eso se nota en la serie de pinturas colgadas cerca de la entrada: fondos barridos como paisajes apurados, neblinosos, casi vistos desde la ventanilla de un auto pasando a gran velocidad; y unas pocas figuras geométricas plenas, planas, de un solo color rotundo, ubicadas por encima. “Todo a mano alzada, quiero que se note la torpeza del trazo”, comenta la artista.
También hay dibujos de tamaño mediano, abstractos, en esta exposición. Son obras de Valeria Traversa. “Las trabajo como si fueran una investigación gráfica”, explica Traversa. “Me interesa buscar diferentes maneras, texturas, grafismos…” Sin dudas, se trata de una búsqueda formal, no narrativa.
A medio camino entre la pintura y el dibujo se ubican los trabajos de Julia Andreasevich. “Son una especie de diario de viajes”, explica la artista, “anotaciones”. Eso sí: no tienen un orden, ni cronológico ni nada. Son apuntes dispersos al tun-tún del caos, organizados compositivamente con total libertad.
En la sala más pequeña de la galería están las fotografías de Victoria Dobaño, la más joven de las cinco artistas y la excepción a la regla (ella sería la “una” que da remate al título de la exposición). Fotógrafa –pero también diseñadora textil–, en sus trabajos se nota este cruce de saberes. Se trata de dos series, una de fotos analógicas en blanco y negro y otra de fotografías digitales color. En las dos se observa lo mismo: cuerpos de mujeres desnudas, que tienen una rara piel, como cubierta de flores, plumas o manchas. “En las fotos analógicas hice exposición doble, superponiendo el cuerpo de las modelos –son amigas y mi propia madre– con texturas visuales que me interesaban”. Los cuerpos parecen, así, estampados. Tienen un denominador común: ninguna muestra el rostro, ninguno mira de frente. Son, casi todos, nucas. Cinco búsquedas personales, artísticas. Más la de la propia curadora. Un rico recorte generacional.

Fuente. clarín.com