Opinión
Una iniciativa que lastima a la naturaleza y marca la desigualdad
Por Enrique Viale* / Para LA NACIÓN
Una iniciativa que lastima a la naturaleza y marca la desigualdad
Por Enrique Viale* / Para LA NACIÓN
Al ritmo de una ciudad cada vez más excluyente, hemos naturalizado que nos privaticen los espacios públicos. La (poca) naturaleza y los sitios verdes hoy parecen completamente sacrificables; se consideran un vacío que debe llenarse con negocios. Se impermeabilizan los suelos, se construye y urbaniza con irracionalidad y se avanza sobre las superficies verdes no planificadas por el interés general, sino por la especulación inmobiliaria.
Mientras nos transforman de ciudadanos en clientes, la ciudad se mercantiliza cada vez más. Debe entenderse que la lucha en los territorios urbanos es por sus codiciados espacios. Lo paradójico de esta ley es que prevé instalar bares en parques, pero al mismo tiempo se abandonan los cafés históricos notables, que van desapareciendo. Todo esto sin contar el impacto ambiental que significa seguir cementando la gran urbe.
Buenos Aires tiene un insoportable índice de 1,9 m2 de espacios verdes por habitante, muy por debajo de lo recomendado y de otras ciudades del mundo, como Nueva York (23,1 m2) o Santiago de Chile (10 m2). Incluso la atiborrada Ciudad de México casi duplica nuestro índice.
Pero las plazas no sólo cumplen un importantísimo papel ecológico, sino que son de los pocos lugares donde todos somos iguales. Donde todos -millonarios o no- nos sentamos en los mismos bancos; donde los chicos comparten los juegos y se entremezclan en un improvisado picado.
Esta ley viene a romper esta igualdad, al establecer un sector donde sólo quien pueda pagarlo podrá acceder a utilizar las mesas y sillas reservadas para los clientes. Viene a marcar un punto de inflexión que abre un futuro incierto sobre los espacios verdes públicos, que empiezan a transformarse en espacios semiprivados. Resulta insostenible pregonar la defensa de los bienes comunes y el medio ambiente y apoyar este proyecto que los privatiza y degrada.
En las plazas necesitamos más naturaleza; más árboles, más verde, más bancos, más interacción social fuera de lo comercial. No necesitamos cemento ni más negocios.
* Abogado ambientalista.
Fuente: lanacion.com
Mientras nos transforman de ciudadanos en clientes, la ciudad se mercantiliza cada vez más. Debe entenderse que la lucha en los territorios urbanos es por sus codiciados espacios. Lo paradójico de esta ley es que prevé instalar bares en parques, pero al mismo tiempo se abandonan los cafés históricos notables, que van desapareciendo. Todo esto sin contar el impacto ambiental que significa seguir cementando la gran urbe.
Buenos Aires tiene un insoportable índice de 1,9 m2 de espacios verdes por habitante, muy por debajo de lo recomendado y de otras ciudades del mundo, como Nueva York (23,1 m2) o Santiago de Chile (10 m2). Incluso la atiborrada Ciudad de México casi duplica nuestro índice.
Pero las plazas no sólo cumplen un importantísimo papel ecológico, sino que son de los pocos lugares donde todos somos iguales. Donde todos -millonarios o no- nos sentamos en los mismos bancos; donde los chicos comparten los juegos y se entremezclan en un improvisado picado.
Esta ley viene a romper esta igualdad, al establecer un sector donde sólo quien pueda pagarlo podrá acceder a utilizar las mesas y sillas reservadas para los clientes. Viene a marcar un punto de inflexión que abre un futuro incierto sobre los espacios verdes públicos, que empiezan a transformarse en espacios semiprivados. Resulta insostenible pregonar la defensa de los bienes comunes y el medio ambiente y apoyar este proyecto que los privatiza y degrada.
En las plazas necesitamos más naturaleza; más árboles, más verde, más bancos, más interacción social fuera de lo comercial. No necesitamos cemento ni más negocios.
* Abogado ambientalista.
Fuente: lanacion.com