Vive en París. Cuando viene, recorre la Ciudad y se reencuentra
con lugares y circuitos que se hicieron entrañables en su juventud.
Allá no hay. Sándwiches de miga y medialunas de grasa. “Son gustos ligados a la infancia”, dice. / GENTILEZA SMW
Por Einat Rozenwasser
Una ciudad con secretos escondidos. Además de los recuerdos de
la juventud, mucho de la relación de Marilú Marini con Buenos Aires
tiene que ver con el juego, el alimento para la imaginación que, dice,
le generaban esos lugares por descubrir. Temporalmente de este lado del
mapa (vive en París, aquí encabeza con Lito Cruz el elenco de 33 Variaciones
en el Metropolitan Citi), lo cuenta con la maestría de su talla y es
como visitar con ella cada uno de estos rincones que tienen recuerdos,
olores, sabores.
“Durante un tiempo trabajé en el Teatro
Argentino. Estaba cerca del pasaje La Piedad, en la calle Bartolomé
Mitre. Siempre me fascinó, era como aislarse del ruido y el ritmo de la
Ciudad. Un lugar recóndito y secreto”, invita.
De ahí a Costanera
Sur, cuando todavía quedaban lugares en los que se podía comer y había
shows. “En una época íbamos con la gente del Di Tella. Donde está la
pérgola y el monumento a Luis Viale, ese hombre que en un naufragio
salvó a una señora y a una niña dándole su salvavidas, recuerdo un acto
muy fuerte en el que estos artistas tiraron obras al río. Como una
manera de decir que si el arte no era mirado no tenía objeto”, avanza.
Había
llegado al Di Tella como bailarina y Roberto Villanueva le ofreció su
primer rol como actriz. “Tenía una gran concurrencia. Pienso que muchos
venían a ver qué hacían los ‘locos’ del Di Tella, lo extravagante. Pero
lo veían, no salían indemnes”, reflexiona.
Después a la avenida Corrientes, con los musicales Hair y Aplausos
. “Estar ahí me hacía transitar por lugares como las librerías, que son
como la cueva de Alí Babá, algo encantado. Las de Corrientes y las de
Sarmiento, por atrás, porque hay cosas muy interesantes del otro lado.
Me encanta la de Alberto Casares, en Suipacha, entre Lavalle y Tucumán.
Porque tiene tesoros y porque él es una persona maravillosa, un
conocedor muy delicado y espiritual de la literatura. Cada vez que
podemos con mi marido (Rodolfo De Souza, también integra el elenco de 33 Variaciones ) vamos y nos instalamos”, cuenta.
-¿Qué buscan? ¿O que los encuentre a ustedes?
-Hay
de todo, encuentros y búsquedas. Antologías, ahí compré el libro de
Prilidiano Pueyrredón editado por el Fondo Nacional de las Artes. O todo
lo que se empezó a reeditar de Slivina Ocampo.
Hay más con ese
lugar. “Conocí Lavalle de adolescente, la calle de los grandes cines.
Siempre era muy animada, pero ahora mucho más. Una calle que era de
paseo se convirtió en una calle de mercado con muchísimas propuestas.
Pasan cosas todo el tiempo, el Centro está mucho más agitado y en la
librería de Casares hay silencio, hay espacio y hay tiempo. El tiempo,
hoy en día, es una de las cosas más raras de encontrar”, reflexiona.
La
recorrida sigue por el café Los Galgos, la tienda de Pablo Ramírez, el
Café Rivas, el restaurante El Globo y el Plaza, donde va a comer puchero
los domingos. “Me gusta caminar y perderme. Y observar la arquitectura,
todo lo que es art decó es fantástico, aunque desgraciadamente hay que
mirar para arriba porque la parte de abajo ha sido diezmada. El otro día
grabé en una escuela para niños sordomudos en Devoto, sobre la avenida
Lincoln al cuatro mil y pico, un petit hotel de un refinamiento y una
calidad de materiales... O los edificios del arquitecto Alejandro
Virasoro que están sobre Laprida, entre Santa Fe y Las Heras”, repasa.
A
pesar de las patisseries y los croissants, en París extraña los
sándwiches de miga y las medialunas de grasa (especialmente los de La
Pasta Frola). “Son gustos ligados a la infancia, a la adolescencia, como
la madeleine de Proust”, compara. Como La Giralda, detenida en el
tiempo. O El Gato de Oro, un lugar querido por Villanueva. “Por eso
mismo me encantaba ir a caminar por La Boca con Jorge Luz, éramos muy
amigos. El había trabajado mucho en el teatro que había creado Cecilio
Madanes en Caminito y lo querían todos. Era como visitar un gran patio
donde los vecinos lo saludaban, por ahí nos invitaban a alguna de las
casas. Es otro barrio que tiene lo que todos conocemos pero, también,
cosas que son secretas”.
En la Bienal Internacional, entre figuras de todo el mundo, lo más comentado fue la muestra para recordar al gran Clorindo.
El estudio. Fue recreado con maquetas y dibujos de Testa. / NÉSTOR GARCÍA
Por Berto González Montaner*
Por una semana, Buenos Aires fue la meca de la arquitectura.
Unos 60 conferencistas llegados de los cinco continentes participaron en
el Auditorio Buenos Aires de la XIV Bienal Internacional de
Arquitectura.
El broche de oro lo pusieron el viernes por la noche
César Pelli, el más famoso y el más querido de los arquitectos
argentinos exitosos en el exterior; y Jorge Silvetti, otro argentino
radicado en los Estados Unidos quien fue decano de Arquitectura en
Harvard, uno de los faros de la disciplina a nivel mundial. Silvetti
junto a su socio Rodolfo Machado, luego de mucho precalentamiento
teórico e intelectual, vienen haciendo en las últimas décadas unos
edificios sin precedentes, de gran refinamiento y sofisticación
conceptual. Entre sus obras más importantes se destaca la Villa Getty en
California, una especie de acrópolis que les llevó 12 años construir. Y
un centro de estudios para diversas religiones en uno de los bordes de
la plaza Washington para la Universidad de Nueva York. Los temas que los
ocupan están relacionados con los ámbitos universitarios, los museos y
las bibliotecas: Y el que profundamente les preocupan, es el tema de la
arquitectura como cultura.
César Pelli, como señaló el actual
director de la Bienal, Carlos Sallaberry, tiene el invicto. Desde 1985
en que Jorge Glusberg fundó esta bienal, no faltó a ninguna y ya
comprometió su asistencia a la próxima en 2015. Sintiéndose casi como
dueño de casa dijo al público que colmaba el auditorio: “Yo voy a estar,
espero que ustedes también”. Mostró obras exquisitas, varios teatros y
muchas torres corporativas de gran altura y elegancia. La que empezará a
construir acá en Catalinas Norte para el Banco Macro. Las Maral
Explanada que está haciendo en Mar del Plata. La que hizo en Milán, la
Nueva Puerta de Garibaldi, que emerge con una punta que se divisa desde
toda la ciudad. Y la Torre Costanera de Santiago de Chile que se dibuja
orgullosa contra el majestuoso fondo de la cordillera.
Pero sin
duda lo más comentado de esta bienal, tanto por los asistentes
nacionales como internacionales, fue la muestra homenaje a Clorindo
Testa en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. Tuve la suerte
de que justo cuando me acerqué a recorrerla, llegaba Juan Fontana, el
cercano colaborador de Testa y curador de la muestra. “Quisimos
reproducir el clima y el espíritu del estudio. De alguna manera es lo
contrario de lo que en general se expone en la Bienal… En vez de obras,
pusimos muchos dibujos, maquetas, instalaciones… los proyectos. Después
de todo, hicimos muchos proyectos y concursos; no tantas obras”. “Fijate
–me dijo como si hiciera falta constatar su afirmación– para Ciudad
Konex hicimos una gran cantidad de planos y finalmente lo que se
construyó fue solamente la escalera…, una instalación”. Así guiado por
sus explicaciones recorrí la muestra que estará colgada hasta el 20 de
octubre en este lugar, obra del mismo Testa.
En el medio de la
sala hay una mesa larga que aloja una infinidad de maquetas, casi
miniaturas, de cartón pintadas con colores intensos. En contrapunto
aparecen varios ramilletes con puntales de obra en escala real. ¿Qué
significan?, le pregunté a Fontana. Surgieron a partir de la instalación
“Apuntalamiento para un museo” que hizo en la década del 60 con la
finalidad de hacer una crítica a la deplorable situación edilicia que
sufría el Museo Nacional de Bellas Artes. Y volvieron a aparecer con
nueva forma en la instalación que armó para el pabellón argentino de la
Bienal de Venecia del año pasado.
Casi en la entrada de la
muestra, Fontana reprodujo el cuartito que funcionaba en el estudio como
archivo con los 477 tubos que atesoran dibujos técnicos, originales y
planos en calco vegetal de las obras y proyectos realizados desde la
década del 50. Sobre las paredes desparramó prolijamente y bien
enmarcados dibujos conceptuales y bocetos, de esos “garabatos” que hacía
Clorindo con marcadores de colores. También, paneles con proyectos,
fotos de obras y desempolvó la legendaria serie Habitar, trabajar,
circular, recrearse. En esa instalación de 1974, compuesta por 120
paneles de 70 x 70 centímetros, dibujó magistralmente con aerosoles de
color una ácida crítica al reduccionismo del urbanismo moderno.
El
cóctel de cierre de la Bienal fue en este mismo lugar. Allí me volví a
topar con Pelli que como un niño emocionado me arrastró en medio de la
multitud a ver nuevamente los 120 dibujos de Testa. “¡Fantástico!”
exclamaba Pelli. “No los conocía. Nunca me los mostró… Ja, ja”, se reía
lleno de felicidad ante la sorpresa. “¡Qué dibujos fantásticos! ¡Qué
mano!” Hacía pocos minutos se había retirado silenciosamente otro de
estos personajes que podrían formar parte de lo que Sábat llama “Gente
imprescindible”: Victor Pelli, uno de los hermanos de César, que como él
mismo aclara “atiende en otra oficina”. Desde el Chaco, se dedica hace
décadas a la vivienda social y es uno de los grandes referentes
argentinos en estos temas.
El edificio de la Cervecería Munich, pura calidad construida en solo cuatro meses de 1927.
El frente y el interior. En el edificio del
arquitecto Andrés Kálnay ubicado en Costanera Sur se lucen los detalles.
En el interior, todos los vitrales tienen imágenes relacionadas con la
cerveza. Hoy allí funciona el Museo del Humor.
Por Eduardo Parise
A principios de aquella década, Buenos Aires era una ciudad en
expansión y la llegada de muchos inmigrantes la convertían en
cosmopolita. Entre quienes arribaron en 1920 estaba Andrés Kálnay, un
arquitecto de jóvenes 27 años. De origen húngaro, Kálnay se había
embarcado en Nápoles con destino a EE. UU. Con él viajaba Jorge, su
hermano mayor. Pero aquel barco no iba hacia el norte de América y los
hermanos terminaron en San Nicolás de los Arroyos, a unos kilómetros de
esa ciudad que crecía. Aquella jugada del destino hizo que aquí ambos se
convirtieran en figuras importantes para la vanguardia y el desarrollo
de la arquitectura moderna en la Argentina.
Juntos se destacaron
con distintas obras. Pero el símbolo del talento de Andrés Kálnay
(Budapest 1893/Buenos Aires 1982) aún se luce en la Costanera Sur: la
cervecería Munich. Inaugurado el 21 de diciembre de 1927, el edificio
fue realizado en poco más de cuatro meses, algo que parece increíble por
la calidad y los detalles de la estructura. Por ejemplo: tiene una losa
de hormigón armado de un metro de espesor y en el subsuelo tenía una
instalación frigorífica con una capacidad de 50.000 litros (equivalía a
1.000 barriles) y cañerías que llevaban 1.500 litros de cerveza hasta
distintos sectores del edificio.
Aquella obra se había
desarrollado por pedido de Ricardo Banús, un empresario catalán que era
dueño de distintas cervecerías tipo Munich. El hombre tenía locales en
Avenida de Mayo entre Bernardo de Irigoyen y Tacuarí; en Cangallo casi
Pueyrredón; en la avenida Santa Fe al 4400 y en Paraná al 200, cerca de
la avenida Corrientes.
El éxito de sus negocios fue lo que lo
impulsó a crear aquel magnífico edificio que pensó y ejecutó Andrés
Kálnay. Concebido como una obra de arte, fue una perla más en el paseo
de la Costanera Sur que incluía el balneario y otras confiterías. La
Munich, según los especialistas, tiene en su diseño mucho del Art-Decó
francés, detalles de lo que se conoce como la Escuela de Viena y una
influencia del Purismo checo.
Obra de arte que no fue pura espuma
Pero la influencia del arquitecto
húngaro no estuvo sólo en el diseño que desarrolló la empresa
constructora que encabezaba el ingeniero Federico Kammerer. Kálnay
también pensó los vitrales y muchas de las imágenes que decoran el
edificio. El tema central, obviamente, es la cerveza. Y ese detalle se
refleja en la muy repetida imagen de un pequeño monje y una cabra. Ambos
hacen a la historia de esa bebida. Dicen que lo del monje tiene
relación con una congregación de italianos de San Francisco de Padua que
estaban en Baviera y que desarrollaron la bockbier (cerveza negra), que
tenía una capacidad energética especial. Y la cabra es porque afirman
que la palabra bock, en algunos dialectos alemanes, simboliza al macho
cabrío, un animal con una energía especial.
La cervecería funcionó
hasta principios de la década de 1970. Después, pasó por varias manos y
hasta estuvo al borde de su demolición. Pero en febrero de 2002 el
edificio quedó a cargo del Gobierno de la Ciudad y no sólo se salvo sino
que en junio del año pasado fue consagrado a ser sede del MuHu, el
Museo del Humor de Buenos Aires. Lo concreto es que el edificio de la
Munich sigue en la Avenida de los Italianos 851 y tanto locales como
visitantes pueden disfrutarlo.
Es que las obras de Andrés Kálnay
están para eso, igual que las que hizo junto con su hermano Jorge. Quizá
el ejemplo que pensaron juntos y que vale apreciar sea el que, en 1926,
hicieron en Avenida de Mayo 1333, con salida también sobre Rivadavia
1330. De estilo Art-Decó, ahora allí funcionan oficinas de la Policía
Federal. Pero la construcción fue pedida por Natalio Botana para la sede
del histórico diario Crítica. Inaugurado en 1927, en su decoración se
destacan imágenes de la cultura y el arte precolombino, algo que atraía a
Jorge Kálnay. Pero esa es otra historia.
En
el Espacio Fundación Telefónica, el artista sorprende con la potencia
reflexiva de sus trabajos en fotografía y video, que se presentan
interconectados; la muestra incluye una de sus obras más célebres, sobre
la muerte del Che Guevara
La
imagen de Marx, inconfundible, etérea y desdoblada en su propio
reflejo, preside la entrada a la sala. Hacia el interior, paneles
dispuestos en diagonal arman una suerte de quilla: el espacio desde
donde se nos invita a ver la proyección de una larga bandera roja que se
mece, oscila, disputa protagonismo al paisaje marino que la circunda.
Horizonte perdido se llama la obra que, desde ya, dialoga con la
espectral presencia del creador de El capital.
A Leandro Katz, artífice de este trabajo y de su
cuidada puesta en escena, no le gustan las etiquetas. Por eso, más que
como artista conceptual, prefiere definirse como alguien preocupado por
alguna forma de pensamiento que por cuestiones ligadas a la belleza
formal. En su obra se percibe un humanismo crítico, una mirada incisiva
que atraviesa la cultura, bucea en sus gestos, disecciona sus
artefactos. Una impronta tangible en sus creaciones fotográficas y
videísticas, como lo demuestra Arrebatos, diagonales y rupturas, la
exposición que, con curaduría de Berenice Reynaud, se presenta en el
Espacio Fundación Telefónica (EFT).
Allí puede verse El día que me quieras, quizás una de
las obras más célebres de este autor. Ensayo documental sobre la muerte
del Che -o, más precisamente, sobre el pregnante poder de la fotografía
que inmortalizó ese momento- es también una reflexión sobre las
posibilidades que encierra la imagen en movimiento y los hallazgos que a
veces suscita el pasaje a la imagen fija. Katz entrevista a Freddy
Alborta, autor del póstumo registro del Che, y a partir de su testimonio
-articulado con intertítulos, imágenes fílmicas, esmerado montaje y la
indagación en el modo en que se organizó la toma (esa composición que
tanto recuerda a La lección de anatomía de Rembrandt)- reconstruye un
"detrás de escena" con destino de mito.
En su investigación, Katz trabajó con muchas otras
fotografías tomadas aquel día de octubre de 1967. En una de ellas
observó que había un hombre con una cámara de cine registrando el mismo
cuerpo, los mismos ojos -abiertos aunque sin vida-, el mismo rostro
fotografiado por Alborta y que luego tantos asociarían con la figura de
Cristo. Lo increíble es que Katz encontró esa película, algunas de cuyas
tomas se sumaron al particular ejercicio de indagación que realizó a
partir de la imagen tomada en Bolivia. "La fotografía de Alborta es de
una belleza escalofriante -dice al respecto-. Pero en las imágenes en
movimiento del film lo que encontré es sordidez."
Poco tiempo después de haber producido El día que me
quieras, llegó la noticia: se había descubierto la tumba clandestina con
los restos de Ernesto Guevara. Katz, entonces, entrevistó a Alejandro
Incháurregui, miembro del Equipo Argentino de Antropología Forense que
participó de las excavaciones. De allí surgió el video Exhumación,
continuidad temática del anterior, donde la intensidad de la palabra y
del registro documental toman la delantera. Predominan los primeros
planos de Incháurregui mientras habla (una ascética "cabeza parlante",
al modo de los primitivos noticieros) y algunos registros impactantes,
como el momento en que se extrae de la tierra una chaqueta verde,
presumiblemente la que perteneciera al Che.
Arqueólogo de la imagen
La mayoría de las obras de la muestra, exhibidas en
formato digital, fueron originalmente realizadas en celuloide. Pero a
Katz no le preocupan los pasajes de soporte: "Es la naturaleza de las
cosas -asegura, siempre sonriente-. Si la obra es fuerte, sobrevive".
Lo que sí le preocupa es la potencia reflexiva de sus
trabajos. Y las conexiones que surgen entre ellos. Por eso la exposición
está organizada en dúos de obras, dispuestas entre paneles que,
discretamente, sugieren al visitante esas relaciones.
En Estación Los Ángeles, de 1976, Katz, mediante el
movimiento de la cámara a lo largo de una vía de tren, retrata, en una
única secuencia, sin cortes, a algunos habitantes de una comunidad
bananera de Quiriguá, Guatemala. Luego, por medio de un sencillo
mecanismo, "congela" algunas tomas por azar. El resultado es una
sucesión de imágenes en movimiento y fijas, registro de la acción y
detalles de la detención, todo a lo largo de una línea espacial
continua.
Treinta años después, el autor regresó a esa misma
región guatemalteca y filmó Paradox. Aquí la alternancia se da entre las
imágenes que descubren, en medio de la intensidad agreste, las piedras
milenarias del Dragón de Quiriguá (un antiguo altar maya, donde
probablemente se realizaban sacrificios) y el registro documental de la
explotación bananera en esa misma región, del cultivo al procesamiento
de las frutas, desde los documentos en blanco y negro de las primeras
factorías hasta los testimonios actuales. Las sugerencias son intensas,
justamente porque no hay concesión ni con los ejes temporales ni con los
culturales: en la belleza del monumento precolombino se esconden
tragedias, diferentes pero no menos crueles que las que pueda evidenciar
el presente. "No me interesa la perspectiva romántica -explica Katz-.La
civilización maya y las factorías bananeras pertenecen a distintos
períodos históricos, y ambas contienen injusticia y violencia."
De la violencia y sus estilizaciones también trata La
visita, una interesante pieza que, con alusiones a la estética del film
noir de la década del 40 -fundamentalmente, el uso del claroscuro y los
encuadres opresivos-, escenifica un conflicto entre dos hombres, donde
la tensión entre los cuerpos masculinos es violenta pero también
contenidamente erótica.
Otro es el tono de las tomas lunares que se pueden ver
en la sala de la planta baja del EFT. En un ambiente dispuesto a modo de
útero femenino ("algo que le preocupaba a la curadora", confía Katz),
se asiste a la proyección de varios aspectos de nuestro satélite. Una
visión hechizante que también ancla en la singular perspectiva
-¿política y arqueológica?- del autor: la luna como emblema de la
cultura maya, pero también como motor de creación, impulso de
renovación, silencioso espejo donde cada generación, desde las más
arcaicas hasta las presentes, recrea sus modos de ver.
En un libro que publicará próximamente Emecé, el coleccionista Nicolás Helft propone una singular biografía del creador de El Aleph; su texto es acompañado por tarjetas y misivas que Borges envió a su familia y otros destinatarios durante sus veraneos o viajes de conferencias; esos textos breves y ocasionales iluminan, con estilo inconfundible, momentos poco conocidos de su vida
Cuando parecía que
todos los cajones habían sido hurgados, que era imposible encontrar un
texto desconocido, una anécdota ignorada de Jorge Luis Borges, sucede lo
imprevisto. El coleccionista Nicolás Helft, director de Villa Ocampo en
San Isidro, escribe una breve biografía del autor de Ficciones contada
en escenas por medio de cartas, reproducciones de manuscritos,
anotaciones perdidas en cuadernos y, sobre todo, imágenes de las
postales que "Georgie" (ésa era su firma) envió a sus familiares y
amigos más íntimos desde 1910 hasta 1971. El resultado de este trabajo
biográfico es Borges. Postales de una biografía (Emecé).
Las postales, según señala el biógrafo, son "un género
menor, casi invisible, pero revelador y no menos literario que otro". Es
cierto. Esos mensajes, en general, banales (su principal misión es
decir: "Aquí estoy. Pienso en ustedes") no sólo aportan información y
son documentos; a veces, como en el caso de Borges, uno llega a
vislumbrar en un giro al escritor admirado.
¿Por qué un lector como Helft se convierte en un
coleccionista borgeano y en biógrafo? ¿Acaso lo que interesa no es la
obra de Borges? Arriesguemos una hipótesis. Cuando uno lee a un autor
que cuenta para la propia vida, es muy difícil hacerse a la idea de que
no hay textos nuevos, porque eso significa que el diálogo quedó
interrumpido por el límite definitivo de la muerte. Para combatir la
resaca de angustia que produce ese límite, uno de los recursos es
internarse en una biografía, ya sea como autor o como lector. Los datos
verificables (fechas, horarios, circunstancias) nos permiten crearnos un
espejismo donde aquel límite no existe, donde podemos evitar las
esquinas peligrosas de la obra que nos ha conmovido y, al mismo tiempo,
seguir en contacto con ella. Las biografías prolongan la vida post
mórtem de los hombres de letras. Siempre habrá episodios de sus
existencias por descubrir, varias versiones del mismo hecho, una serie
inacabada de particulares que, por principio, nunca tendrá término.
También hay otro modo de ser derrotado en la batalla contra la muerte:
el coleccionismo, que acumula fetiches, reliquias. Los objetos son una
manera de conjurar el vacío.
El
álbum de Helft se abre con una imagen tan hermosa como conmovedora: un
dibujo infantil de Georgie en el que se ve a un tigre. La fascinación
por la fiera sagrada cuya piel representaría para Borges la escritura de
Dios aparece ya a esa edad temprana. La primera anécdota del libro se
remonta a los tres años de Georgie y la contó "Madre" en una entrevista
grabada, que se reproduce en el libro:
Bueno, ahora le voy a contar un cuento que es. en fin.
un poco shocking. pero que da la idea de lo que era el chico. Georgie no
quería sentarse a hacer sus... cosas, en el water. No quería sentarse
tampoco en el bidet.
-¿Entonces, ¿dónde te vas a sentar? -le dije un día.
Había unas latas de galletitas muy grandes, cuadradas,
que arriba tenían un agujero. Bueno, él eligió eso. Entonces se sentó y
dijo:
-Estoy en el trono de la noble igualdad.
Era tan gráfico, era tan cierto. que yo me quedé con la
boca abierta. Fue la primera revelación para mí de que Georgie era un
chico genial. [...]
Varias de las postales familiares, enviadas por Georgie
y Norah desde lugares de vacaciones, están dirigidas a Fanny Haslam, la
abuela paterna de Borges. En esos años, los Borges (el padre, Jorge
Guillermo, doña Leonor, sus hijos y Fanny Haslam) vivían en Palermo, en
la calle Serrano, en una casa rodeada por un jardín, donde había un
molino y una palmera que Norah no se cansaba de dibujar. La familia
veraneaba en Montevideo, en Villa Esther, una amplia casa de los primos
Haedo. Más tarde lo harían en Adrogué, en el hotel Las Delicias.
Jorge Guillermo Borges era un abogado de tendencia
anarquista, muy culto, con poco sentido práctico. Consiguió un trabajo
administrativo en un juzgado, pero no hizo carrera y debió pedir el
retiro antes de tiempo porque estaba casi ciego. En busca de una cura,
Jorge Guillermo y Leonor resolvieron viajar a Europa en 1914 para
consultar a un oftalmólogo renombrado. Pensaban quedarse unos meses. El
peso se cotizaba muy alto y era más barato vivir en el extranjero
(París, Londres o Ginebra) que en Buenos Aires. A poco de llegar,
estalló la guerra y la familia se refugió en Suiza (país neutral). Se
instalaron en Ginebra y permanecieron allí hasta 1921.
Durante esa primera estadía europea, Georgie estudió en el Collège Calvin donde se hizo de dos amigos, Maurice
Abramowicz y Simon Jichjilinsky, ambos judíos y
comunistas. Era inevitable que el Borges adolescente también se sintiera
atraído por el comunismo.
Terminada la guerra, en diciembre de 1918, los Borges
viajaron a Barcelona y después a Mallorca, donde pasaron el verano. En
el invierno de 1920, continuó la vida nómada. La familia pasó una
primera etapa en Sevilla y, por último, llegó a Madrid. Georgie
frecuentó las tertulias literarias y se apasionó por el ultraísmo y la
figura de Rafael Cansinos-Asséns. En Madrid, se hizo amigo del escritor
Guillermo de Torre. Éste trató de mezclarse en todas las actividades de
los Borges, porque se había enamorado de Norah, con la que se casaría.
Georgie, ya de regreso en Ginebra, le escribió a su
futuro cuñado una postal con la imagen de un sileno, en junio de 1920.
En ella, hace una alusión al ultraísmo y adopta el tono de un conocedor y
un "consumidor" de alcoholes, prostitutas y modistillas.
En 1921, los Borges regresaron a Buenos Aires. Georgie
descubrió una ciudad completamente distinta de la que había dejado,
mucho más cosmopolita e interesante de lo que había supuesto. En la
década de 1920, desarrolló una formidable actividad: escribió seis
libros (el primero, Fervor de Buenos Aires), fundó las revistas Prisma y
Proa y cristalizó la mitología porteña de los compadritos y los
arrabales.
La patria le reservaba a Borges una "novia" o, con más
precisión, un enamoramiento, Concepción Guerrero (Conce), y la amistad
con Macedonio Fernández. Los dos escritores se reconocieron de inmediato
como pares, a pesar de la diferencia de edad y de obras. Los dos se
tuvieron fe. De ese reconocimiento, el libro de Helft aporta sendos
manuscritos de Macedonio y Georgie, reproducidos en esta nota. También
hubo otra novia o amistad fugaz, la platense Elsa Astete, que habría de
convertirse mucho después, en la década de 1960, en la primera esposa de
Georgie.
En la década de 1930, Borges entró a trabajar en el
diario Crítica, lo que lo obligó a dirigirse a un público más amplio y
también a escribir con rapidez. Su nombre empezó a ser cada vez más
conocido aunque, naturalmente, Borges todavía no era Borges. Con todo,
su prestigio era suficiente para que Victoria Ocampo lo incluyera en el
comité de redacción de la revista Sur, que apareció en 1931. De ese año o
del siguiente, data el comienzo de la amistad de Georgie con el
jovencísimo Adolfo Bioy Casares y con Silvina Ocampo.
Cuando el suplemento que dirigía en Crítica cerró,
Georgie empezó a trabajar en una biblioteca municipal del barrio de
Boedo. Ya no eran tan pocos en los círculos literarios quienes pensaban
en él como el autor más interesante de su generación. Entre los amigos
que lo apoyaban estaba el novelista uruguayo Enrique Amorim, en cuya
casa de Salto Oriental fueron tomadas varias fotografías que muestran a
Georgie en traje de baño, infrecuentemente seguro y deportivo.
El último día de 1941 apareció el libro de cuentos El
jardín de senderos que se bifurcan, que contenía algunos de los relatos
más importantes de Borges, entre ellos, "Pierre Ménard, autor del
Quijote". Cuando se otorgó el Premio Nacional de Literatura de 1942, la
distinción recayó en la novela campera Cancha larga, de Eduardo Acevedo
Díaz, que no podía resistir la comparación con El jardín... Había
incomprensión en esa injusticia, pero también una visión política que
enfrentaba a los nacionalistas con los liberales, partidarios de los
aliados en la Segunda Guerra Mundial. Victoria Ocampo publicó en Sur un
número de desagravio a su colaborador y amigo; por otra parte, la
Sociedad Argentina de Escritores organizó una cena en homenaje al autor.
La reacción oficial no tardó demasiado. En 1943, Borges fue "ascendido"
en el escalafón municipal y pasó a ser nombrado "inspector de aves".
Humillado, Georgie renunció a su trabajo de bibliotecario y a su
"ascenso". Para poder ganar algo de dinero, se puso a dar conferencias,
impulsado y ayudado por Victoria Ocampo y Esther Zemborain de Torres
Duggan. Tuvo un éxito imprevisto, si se tiene en cuenta que hasta ese
momento le resultaba casi imposible hablar en público. Fue el comienzo
de su carrera de conferenciante internacional. Primero, viajó por toda
la Argentina (Resistencia, Bahía Blanca, Sierra de la Ventana, Santiago
del Estero, etc.) y por el Uruguay, hablando sobre Martin Buber,
Shakespeare, Almafuerte, Banchs, Lugones, Joyce. Terminaría cruzando el
océano. Las postales registran esos itinerarios.
A partir de la década de 1940, la intelligentsia
argentina sabía que el mejor escritor del país era el autor de Ficciones
y El Aleph. Cuando cayó el gobierno de Perón en 1955, Georgie fue
nombrado director de la Biblioteca Nacional: era el ingreso al paraíso
soñado y perdido, el reino infinito de los libros, que la ceguera le
impedía leer. La consagración internacional le llegó en 1961 con el
premio otorgado por el Congreso Internacional de Editores, en Formentor.
A partir de 1961, todo se volvió más fácil en el plano
literario. En cuanto a la vida privada, Borges se casó, sin quererla,
con Elsa Astete, la platense cortejada en la juventud. "Madre" veía
venir la muerte, temía que Georgie quedara a la deriva y, por lo tanto,
promovió el casamiento con una mujer que a ella no le caía mal. Fue uno
de los graves errores de Leonor Acevedo y un ejemplo de lo funesta que
puede ser la obediencia debida.
En Buenos Aires, Elsa y Georgie se aburrían mutuamente
con ahínco diario. También debieron convivir en el extranjero. Viajaron a
Estados Unidos en dos ocasiones y vivieron allí unos meses. Esas
estadías fueron una tortura para él porque pusieron en evidencia, ante
testigos, el abismo que lo separaba de su esposa. A los tres años de la
unión, Borges y Elsa Astete se separaron. La ruptura fue planeada en
Buenos Aires con un tacto y una eficacia notables por Norman Thomas Di
Giovanni, el traductor de Borges al inglés.
La entrada de Di Giovanni en la vida de Borges, en
1967, le infundió vitalidad al escritor, que había quedado aliviado,
pero también sacudido por la ruptura matrimonial. La colaboración entre
ambos fue muy fructífera. Duró hasta 1975 o 1976. Norman se convirtió en
una especie de agente literario con el que Georgie traducía, leía,
escribía y viajaba. En julio de 1975, se produjo lo temido: Leonor
Acevedo murió, pero a esas alturas una mujer, la definitiva, había hecho
un lento y discreto ingreso en el mundo de los Borges.
María Kodama frecuentó a Borges desde muy joven;
primero fue una de las alumnas que asistía a las clases de anglosajón;
después, la discípula con la que compartía charlas, caminaba por Buenos
Aires y tomaba té. Quien los veía pasear por las calles no podía dejar
de mirarlos. El poeta anciano, ciego, pero con una extraña prestancia
que lo hacía resaltar en una multitud, y la bella muchacha euroasiática
formaban una pareja novelesca. Era inevitable que él se enamorara de
ella y que ella quedara cautivada por él. Durante un tiempo bastante
largo ninguno de los dos le reveló al otro esos sentimientos, pero Di
Giovanni se dio cuenta de lo que María significaba para Georgie. En
1971, Norman le organizó un viaje de trabajo a Borges en Estados Unidos,
después debían ir a Londres, pero en el medio, el traductor insertó una
escala en Islandia, la tierra a la que Borges siempre había querido ir,
la comarca del ensueño y los textos legendarios. Por si fuera poco,
allí le esperaba a Borges otra sorpresa: se les uniría María Kodama. De
la alegría de Georgie, queda el testimonio de la última postal enviada a
la madre desde Reykjavik. El encuentro de María y Georgie selló el
comienzo de la historia de amor entre ambos. Ese capítulo terminaría en
Ginebra, la ciudad de la juventud, el 14 de junio de 1986. Desde
entonces, todos los años, el 24 de agosto, María celebra con amigos el
cumpleaños de Borges.
Montreux, 16 abril 1916 Mademoiselle Norah Borges Rue de Malagnou 17 Genève, Suisse Mi querida Norah: Te
escribo desde Montreux, del Hotel Victoria, el mismo donde estuvimos
nosotros. Llegamos bien i (sic) fuimos a visitar el Castillo de Chillon.
Nos encontramos ahí con una señora oriental que charló con nosotros
todo el tiempo. El lago estaba magnífico. Mañana vamos para Les Avants.
Adiós. Recuerdo. Un beso de Georgie.
Ginebra, 5 junio 1920 Señor Guillermo de Torre - Ateneo Calle del Prado- MADRID - ESPAGNE Salud, Torre avanzada. Que te parece el pseudo-clasicismo ñoño del sileno ese? Te
lo envío desde Jinebra (sic) tierra hasta ahora invenciblemente monda y
desnuda de ULTRA pero abundantemente provista de alcoholes prostitutas
chocolate formalidades y midinettes. Te extiende 5 dedos arborescentes Jorge-Luis Borges
Londres 20 agosto 1923 Señor don Macedonio Fernández calle Rivadavia 2748 Buenos Aires Argentina Republic ¿A
qué puntualizar con intensidad de palabras la caterva de días -ninguno
alegre, todos turbios, alguno angustiosísimo- que han pasado por mí
desde que le dije adiós a Conce y a Buenos Aires. Mejor a divertirse con tonteras visuales como el grabadito persa en el dorso. Tuyo Jorge
Una carta de Macedonio a Borges "Borges,
que tiraba papeles y manuscritos, conservó hasta el final de su vida
esta nota premonitoria de Macedonio Fernández." (Nicolás Helft) "Nadie
cree en mí excepto vos. Trata de creerme tambien cuando te digo que tu
estilo es el más ardiente que he conocido y que serás escritor universal
en literatura. Desde que me sorprendiste con tu fé en mí, que nadie la
ha tenido ni los que me conocen desde hace veinte años, acaricio una
esperanza nueva y muy querida para mí, muy necesitada en mi situación
general. Creo que me harás conocer y triunfar quizá. Cree lo que te
digo: no seas así amargo y negador contigo mismo y con mi fé en vos. Rivadavia 2748. Altos"
Postal con Casa Rosada, 25 de diciembre
Dearest Mother: disculpa la horreur fadasse -la frase es de Verlaine-
del reverso, apta (como decía Heine de los alemanes que lo visitaban en
París) para preservarte de la nostalgia. Mucho me alegraron tus líneas y
las de Norah. El veinticuatro vi un film mediocre, pero que me conmovió
y que me gustaría rever contigo: Marie Louise, tomado en los cantones
centrales de Suiza, con cielos, nubes y montañas enternecedoras.
Hablando de montañas, ¿cómo anda The tree of life de Machen? Mandie ya
está ilustrándolo. En estos días salió la revista; pronto la recibirán.
Mañana iré a lo de Ortiz Basualdo, se discutirá el destino de la
revista, no demasiado claro, por cierto. Madre, te extraño muchísimo. El
inconexo estilo de esta tarjeta y la creciente degeneración de la
caligrafía te indicarán, acaso, el opresivo calor que aquí nos agobia.
Ya sabrás que la operaron a Clota; sigue mejor. Abrazos a Norah y a las
chicas. Yours ever. Georgie
Postal con Busto a Sarmiento, Resistencia Dearest
Mother: De Resistencia, que no es una gran ciudad (y quizá, agregaría
Paul Groussac, el epíteto huelga), te dará una idea suficientemente
monótona y desarreglada la imagen del reverso. El hotel es una versión
territorial del hotel provinciano de Santiago. La gente es muy
simpática; anoche comí con una hija de Gerchunoff y con su marido. Ayer
hablé (entiendo que bien) sobre los poetas gauchescos: "Vaya un cielito
rabioso", etc.; hoy sobre Almafuerte; mañana sobre Banchs y Lugones.
Afectos y un abrazo. ¿Qué tal Folio on Mary White, o lo que sea? Georgie Los días son calurosos; las noches (a juzgar por la única que he pasado) son más bien frías.
Postal del Ferrocarril Sud Buenos Aires Sábado Querida
Madre: ¡Dos noches y dos cartas tuyas! Aquí, todo más o menos igual.
Contrariamente a mis temores, la demora en pagar colaboraciones no es
una especie de signo premonitorio; ello se debe a un accidente padecido
por Estrugamou (a quienes visitamos el lunes) y la revista está
preparándose. Dile a Norah que Cortázar agradeció las ilustraciones "tan
(ilegible) y tan fieles". Concluyó en estos días la redacción de un
largo argumento, lo demás es mecánico. Lo importante es el hallazgo de
continuas y pequeñas sorpresas y simetrías. Voy a comer ahora a casa de Helena Udaondo. Creo que Mandie irá también. (No sé si te dije que Anita Berry está muy grave. Los otros días la vi.) Abrazos. Georgie ¿Qué dicen las niñas? Tengo tantas ganas de verlos a todos.
Reykjiavik 14 Abril 1971 Querida
madre: mucho más increíble que Islandia es el hecho de que María Kodama
haya arribado aquí, con noticias tuyas. Reykiavik es menos monumental
que la Municipalidad de Lomas e infinitamente más linda, por extraño que
parezca. Muchison (en cuya casa paré un par de días en Cambridge) te
manda sus afectos, así como Joan Alonso, los Marichal, el gran poeta -es
decir Guillén, no Magdalena Harriague, Anderson Imbert, Pezzoni, and so
on and so forth. Me siento muy feliz y estoy contando los días para la
vuelta. Un beso Georgie Norah, siempre pienso en ustedes y en el jardín desde el balcón
En
una escena cada vez más variada, las revistas especializadas ya no se
limitan a registrar las experiencias artísticas sino que funcionan como
espacios de exhibición, reflexión y creación; los impulsores de las más
destacadas hablan sobre las maneras de abordar los distintos soportes y
estrategias, los subsidios y los modos de financiación
Por Mercedes Urquiza / Para LA NACIÓN
En el ecosistema del arte, no suele ser
demasiado valorado el rol que cumplen las revistas que registran el
bullir de tendencias, debates y creadores. Sin embargo, constituyen uno
de los termómetros más fieles a la hora de establecer el estado de salud
de la escena artística. Es decir, es imposible pensar en un entramado
artístico variado y de calidad sin un correlato de medios especializados
que reflejen -y, a veces, detonen- las experiencias.
Tal como sucede con muchos catálogos, las revistas
funcionan como extensiones de las experiencias artísticas y no
simplemente como registro. "Pensamos la revista como un espacio de
exhibición y reflexión, pero también de creación, dado que trabajamos
con los artistas en la edición de sus creaciones, que en este formato
gráfico cobran una dimensión diferente", afirma Viviana Usubiaga, de la
jovencísima Blanco sobre Blanco, una revista de última generación que se
lanzó en 2011.
"Una publicación de arte implica una gran pasión por
parte de quien la dirige, porque en sí misma no es rentable. Sobre todo
en países como el nuestro, donde no existen políticas de difusión de
nuestros artistas a nivel internacional, como sí existen en Brasil, por
ejemplo", acota Marcela Costa Peuser, una de las cabezas de Arte al Día
Internacional, que se publica desde hace 33 años.
Siguiendo la hipótesis de que las publicaciones
especializadas reflejan, de alguna forma, la riqueza de la escena
artística, se puede concluir que por estos lares las cosas marchan
razonablemente bien. La trama de las revistas de arte porteñas es
diversa y fragmentada, en sintonía con las tendencias que rigen en las
grandes capitales del arte. Atrás quedaron los tiempos en que un puñado
de medios referenciales establecía la vara de lo que debe y lo que no
debe ser visto.
En Buenos Aires -como en Nueva York, Londres o San
Pablo- el sistema de medios especializados se ha vuelto transversal, y
dentro de él conviven revistas más "serias" e institucionales con otras
que profesan diferentes grados de vanguardismo y experimentación.
Algunas ponen el acento sobre los consagrados; otras, sobre los
emergentes; unas en las artes plásticas; otras, en el video o la
fotografía. El común denominador es que todas ellas -cada una a su
manera- están adecuándose a las nuevas formas que impone la era digital.
En un proceso que atraviesa a los medios de comunicación en general,
las revistas de arte locales están utilizando con cada vez mayor
intensidad las posibilidades, en términos de contenidos y de audiencias,
que les abre el universo de la Web.
"Con lo digital nos olvidamos del tema dinero, sólo nos
dedicamos a las ideas. Y eso nos vuelve más independiente, más libres",
afirma Dany Barreto, uno de los impulsores de la revista digital Sauna.
"La única contra de lo digital es que no queda el objeto fetiche y que
hay algunas personas que todavía no se acostumbran a leer en ese
formato." Marcando un contrapunto, Valeria Balut, de la revista Arta,
defiende la supervivencia del formato en papel: "Para nosotros, trabajar
con la poética de cada artista implica cambiar el diseño, el papel y la
impresión. Eso, obviamente, significa mayores costos, pero creemos que
es la manera de acompañar el valor simbólico de la obra y crear un
vehículo cercano con la experiencia estética".
Las distintas maneras de reflejar el arte, los
distintos soportes y estrategias, los subsidios y los modos de
financiación... En estas páginas ofrecemos un recorrido por los logros y
desafíos de algunas de las más destacadas revistas de arte de Buenos
Aires, a través de la voz de sus propios impulsores.
Dany Barreto
Sauna
"Éste
es un proyecto que surge a partir de un grupo de seis amigos, todos
relacionados con el arte. Un museólogo y curador, Mariano Soto; Marcelo
Dansey, que es periodista, y cuatro artistas: Guido Ignatti, Juan
Batalla, Charlie Goz y yo. Nos reuníamos y terminábamos discutiendo
sobre arte, artistas, obras, curadores, instituciones, galerías,
coleccionismo, políticas culturales, crítica, medios, etcétera. Si bien
no siempre coincidíamos en nuestras ideas, disfrutábamos de esos
contrapuntos que se daban de manera espontánea y provocativa. Quisimos
reflejar algo de eso y se nos ocurrió una revista. Sauna nació
independiente, gratuita y digital, toda una declaración de principios.
Sin sponsors; tenemos gastos mínimos que cubrimos con nuestros
bolsillos. Está bueno ser independientes porque no tenemos que quedar
bien con nadie, ni cambiar favores, ni cuidar ninguna quintita, ni pedir
permiso para nada. Ahora, después de tres años, queremos cambiar este
formato sin perder la independencia. Fuimos seleccionados para aplicar
al programa de Mecenazgo, pero encontrar la forma de obtener un
beneficio de ese paraguas teniendo en cuenta como está armada la revista
es dificilísimo. Quisimos hacer un anuario impreso y fue imposible,
debido a la cantidad de vueltas y tiempo que había que dedicar para
conseguir el dinero. Va un dato: logramos conseguir un sponsor para
2014, lo que nos enfrenta a una transformación que asusta pero que
también nos genera un gran entusiasmo."
Marcela Costa Peuser
Arte al Día Internacional
"Arte
al Día Internacional es una publicación focalizada en el arte
latinoamericano que se ha sostenido en el tiempo gracias a la visión de
mi hermano, Diego Costa Peuser, quien se propuso entrar en el mercado
norteamericano cuando comenzó el auge de las ferias de arte
internacionales. Hace un año apostamos al futuro. Todo lo referente a la
Argentina lo convertí en una plataforma de difusión de arte argentino
que se compone de tres aspectos: Arte Online, de actualización diaria,
con 37.000 usuarios registrados que reciben semanalmente un newsletter
con reseñas de las muestras más destacadas, entrevistas a artistas y
novedades; Art Phone, una aplicación para celulares inteligentes que
toma la información del sitio y, a la manera de un GPS, te muestra qué
galerías tenés cerca y qué exhibición presenta, y Artgentina, la primera
publicación interactiva para tablets disponible en el App Store. En
cada edición recorremos la obra de dos artistas consagrados: en la
primera fueron Marta Minujín y Pablo Siquier; en la segunda, Gyula
Kosice y Graciela Sacco, y en la tercera, Matilde Marín y Leandro
Erlich. Ya estamos preparando la cuarta."
Valeria Balut
Arta
"Cuando
yo cursaba la carrera de Artes en la Facultad de Filosofía y Letras,
casi no existían publicaciones de arte argentino con un diseño adecuado,
especializadas en artistas jóvenes, con textos que transmitieran
situaciones visuales y al mismo tiempo compartieran un horizonte
temporal. A mediados de 2003, comencé a bocetar Arta junto con un grupo
de profesionales relacionados con las artes visuales, como Melina
Dorfman, Lucía Tebaldi, Federico Lastra y Patricio Oliver. A partir de
la tercera publicación se incorporó a la dirección Teo Wainfred, con
quien comparto el desarrollo de este proyecto. Arta tiene un modelo
basado en la autogestión y se compone de un ensayo visual inédito
propuesto por el artista invitado, más un dossier de textos no
deícticos, que no explican la obra sino que abren la potencialidad de
significados y enriquecen el encuentro del lector con el arte
contemporáneo".
Pródigo en la dualidad de escribir con una mano el relato del presente y
reescribir con la otra una versión del pasado para disimular
incoherencias del modelo nacional y
popular, el kirchnerismo fracasó en el intento de mudar el monumento a
Cristóbal Colón y reemplazarlo por el de Juana Azurduy. Lo que consiguió
fue estrellarse contra él. No sólo abortó la movida sino que se
enfrentó, una vez más, con el gobierno de la ciudad, que reclamó su
autoridad sobre un monumento que ha estado allí durante noventa años.
Hubo un castigo adicional: la indiferencia de la opinión pública ante un
conflicto fuera de agenda, caído del cielo, que la Casa Rosada
intercaló entre los grandes problemas sin resolver que se debaten en la
campaña. La estatua de Colón, acostada boca arriba desde hace
meses, lejos del alto pedestal, pero a tiro de piedra del despacho de
Cristina Kirchner, remite a una de las imágenes más conmovedoras de El
otoño del patriarca , la novela en la que Gabriel García Márquez nos
recuerda, como si hiciera falta, hasta qué punto la memoria, el poder y
el olvido están hechos de una misma sustancia. La mudanza no
obedeció a un plan. Fue una sugerencia que entusiasmó a la Presidenta.
Lo explicó en estas páginas el colega Carlos Pagni cuando recordó el
último encuentro en Buenos Aires de Hugo Chávez con Cristina Kirchner.
Al observar la estatua a través de la enorme ventana del despacho
presidencial, Chávez preguntó: "¿Qué hace ahí ese genocida?" Son las
cinco palabras con las que durante años se dirigió a George W. Bush. Las
mismas con las que el 12 de octubre de 2004, una fecha inequívoca,
alentó a los militantes que derribaron y decapitaron en Caracas la
estatua de bronce de una tonelada de peso conocida como "Colón en el
Golfo Triste". Un año antes, en el Día de la Hispanidad, con la
convicción de siempre, Chávez convocó a la multitud para desmitificar
el aura de Colón. Negó que fuera un descubridor sino "el personaje que
inició una de las matanzas más grandes de la historia". Además,
rebautizó el Paseo Colón como Paseo de la Resistencia Indígena. El otro
monumento, el que estaba en la cercanía del Palacio de Miraflores, sede
del gobierno nacional, tuvo el mismo final. Fue bajado del pedestal con
el exótico pretexto de que se trataba de "un bien patrimonial del
Estado", y desapareció sin dejar rastros. El alcalde que dio la orden
aseguró que "tan injustificado como mantener a Colón en Caracas es
colocar una estatua de Hitler en Berlín". Eric Hobsbawm,
considerado el mayor historiador del siglo XX, fue un apasionado de un
fenómeno que de tanto en tanto reaparece en el continente y al que, a
falta de un nombre mejor, podría denominarse la paciente demolición de
Colón. El verdadero contexto en el que se libra el embate revisionista,
advierte Hobsbawm en el brillante ensayo que presentó en Sevilla con
motivo del Quinto Centenario, no es otro que la disputa de la memoria.
Los regímenes autoritarios y populistas son, para él, los más
entusiastas en una tarea que persigue un objetivo político de largo
plazo: reafirmar los aspectos negativos de ciertos hechos y
responsabilidades históricas para esgrimirlos como parte de una herencia
trágica que condiciona el presente. Hobsbawm, que en 1992 se
negó a firmar un manifiesto de protesta que le acercaron los pueblos
originarios de México, comprendía los sentimientos que inspiran esa
clase de gestos. Reconoció, incluso, que sentía simpatía por ellos. Pero
se negó a convalidar el eslogan revisionista más popular del momento:
"La larga noche de los quinientos años". Desconfiaba de la frase.
Entendía que encerraba una cuota de arbitrariedad suficientemente alta
como para ignorar las contribuciones que durante siglos habían aportado
las sucesivas corrientes migratorias llegadas al continente, primero
desde los puertos de España; más tarde, desde toda Europa. No
estaba de acuerdo tampoco con la mirada esquemática del investigador que
pone la lupa, de modo casi obsesivo, sobre el salvajismo y la crueldad
que practicaban algunas de las culturas con las que se encontraron los
primeros conquistadores. Como la imagen de diez mil prisioneros
sacrificados en la inauguración del templo mayor de México; o los
trescientos mil cráneos que contó Bernal del Castillo de cautivos que
fueron enterrados en un mismo sector de la ciudad de México; o el rito
de multitudes aztecas esperando al pie de las pirámides para alimentarse
con los cuerpos de enemigos arrojados por las empinadas escaleras.
Es muy posible que ya nadie crea o imagine que el Nuevo Mundo fue
alguna vez un paraíso salvaje. Pero un hipotético contrapunto de los
horrores cometidos hace siglos por civilizaciones que crecieron
separadas por la inmensidad del océano no puede convertirse en el
precedente que justifique eliminar los símbolos del Descubrimiento, de
mundos que se encontraron de la peor manera posible. Lo comprobado es
que fue Colón quien dio vuelta la página: la Tierra dejó de ser una
infinita mesa de billar sostenida por enormes elefantes, cuya dimensión
cada uno imaginaba a su antojo, para convertirse en una esfera que ocupó
el centro del universo hasta que Galileo la hizo girar alrededor del
Sol. Fue esa convicción de enorme epopeya la que, a comienzo de
los años 80, durante una escala en el puerto de Nueva York, nos
transmitió el comandante del buque escuela español Sebastián El Cano a
los tres periodistas argentinos que invitó a almorzar en su camarote. La
expectativa era hablar sobre su largo viaje de instrucción alrededor
del mundo, pero, de manera inevitable, la conversación derivó en su
antepasado más ilustre. El comandante se llamaba Cristóbal Colón de
Carvajal y Maroto, y tenía, además de media docena de títulos de
nobleza, una estrecha amistad con el rey Juan Carlos, que lo honraría al
regreso de su viaje nombrándolo miembro de la Comisión del V Centenario
del Descubrimiento. El linaje de los grandes navegantes sobrevoló la
charla: Magallanes, Vespucio, Gaboto, Juan de la Cosa, Malaspina. Cuando
llegó el turno de Colón, no esquivó ninguna pregunta sobre el rechazo
que provocaba el apellido entre los pueblos originarios, repudio que, en
esa época, era acompañado por protestas de estudiantes, marchas de
campesinos, reclamos de organizaciones sociales y violentos choques de
militantes con la policía en varios países. El anfitrión aceptó
que las campañas de desprestigio habían tenido éxito en separar al
Descubridor de su hazaña. A diferencia de lo ocurrido con otros grandes
exploradores, el verdadero papel del imperio español en la conquista y
de instituciones como la Santa Inquisición quedó relegado ante un hombre
acusado de casi todo, incluso de haber traído el pecado original a
América. Colón es un caballo de Troya abandonado a su suerte. Encarna,
en soledad, lo que décadas más tarde se materializó en el sometimiento y
en la sustitución de una cultura pagana por la verdadera fe llegada
desde Europa. Carvajal y Maroto vivió lo suficiente como para
ascender a vicealmirante, pero no llegó a ver las celebraciones del
Quinto Centenario. En febrero de 1986, mientras viajaba a su despacho en
Madrid junto a su asistente y el chofer, el coche oficial fue
ametrallado desde ambos lados de la calle por un comando de la ETA.
Antes de huir, para asegurarse, los terroristas arrojaron una granada de
mano en el interior del auto. La última imagen de aquel
almuerzo en el buque escuela es la sonrisa y el silencio con los que el
comandante evitó responder una pregunta que tal vez no tiene respuesta:
si creía que el impacto histórico, económico, cultural, político,
religioso y social del viaje de Colón había sido más relevante que el
descenso de Neil Armstrong en la Luna. Hay otro interrogante
menos complejo y más actual. ¿Por qué una sociedad con una amplia
mayoría de descendientes de quienes bajaron de los barcos estaría de
acuerdo en desterrar a Colón al círculo rojo, que es donde el
kirchnerismo ubica a los réprobos?