Dos esculturas procedentes del saqueo del Palacio de Verano de Pekín en 1860 serán restituidas a China,
anunció el viernes un portavoz del grupo dirigido por el empresario
francés del sector del lujo Henri Pinault, cuya familia las había
adquirido tras una polémica subasta y nuevos avatares en 2009.
Pinault, presidente del grupo Pinault-Printemps-Redoute (PPR), se lo
anunció directamente al presidente chino, Xi Jinping, durante la cena de
Estado ofrecida el jueves por el mandatario chino a su par francés
François Hollande, precisó el vocero, que solicitó el anonimato.
Las piezas robadas del Palacio de Verano por las tropas
franco-británicas durante la Segunda Guerra del Opio (1856-1860) son dos
esculturas de bronce que representan cabezas de animales -una rata y un
conejo- del zodiaco chino, de la época del emperador Qianlong
(1736-1795).
Fueron subastadas en 2009 por Christie's, en el marco de la venta de
la colección de obras de arte de Pierre Bergé y de su compañero
sentimental, el modisto Yves Saint-Laurent, fallecido el año anterior.
China trató por vía judicial de impedir el remate, que finalmente se llevó a cabo en febrero de 2009.
Los dos bronces se adjudicaron por 14 millones de euros cada uno a un comprador anónimo que participaba por teléfono en la puja.
El misterioso comprador se identificó un mes más tarde como Cai
Mingchao, experto del Fondo de Tesoros Nacionales, una fundación privada
que tiene por misión adquirir obras de arte chinas dispersadas en el
extranjero.
Pero Cai indicó que se negaba a abonar la suma anunciada en el remate.
Posteriormente, "la familia Pinault compró las dos piezas", dijo a la
AFP el portavoz de PPR. Se abstuvo de precisar el precio de la
adquisición, pero aclaró que "no fue el que habían alcanzado en la
subasta".
Henri Pinault integra la delegación de unos sesenta empresarios de la
comitiva que acompaña a Hollande en su primera visita oficial a China. Fuente: AFP
Un busto del artista suizo Alberto Giacometti, que representa a
Caroline, su última musa, y valorado en entre 3 y 5 millones de francos
suizos (entre 2,5 y 4,1 millones de euros) será subastado el próximo 13 de junio en Lucerna, Suiza.
Por Carl Court
Un busto del artista suizo Alberto Giacometti que representa a Caroline, su última musa, y valorado en entre 3 y 5
millones de francos suizos (entre 2,5 y 4,1 millones de euros) será subastado el próximo 13 de junio en Lucerna (centro de Suiza).
El busto en bronce patinado, de una altura de 48 cm, fue puesto a la venta por un coleccionista suizo, indicó la galería Fischer de Lucerna, que organiza la subasta. Giacometti conoció a Caroline en 1958, cuando ella tenía 20 años y él 57. Permanecieron juntos hasta la muerte del artista en 1966.
El busto cambió de manos en varias ocasiones. La última vez que estuvo en el mercado fue en 1995, cuando su actual propietario lo adquirió por 320.000 dólares en la subasta de Sotheby's en Nueva York.
Alberto Giacometti (1901-1966) es uno de los escultores más caros del mundo. Su obra "L'Homme qui marche I" ("El hombre que camina I") fue subastada en Londres en 2010 por el precio récord de 104,3 millones de dólares.
Reúne unas 2 mil obras de 180 artistas, entre ellos dos argentinos.
La familia soñando (2011). La foto del argentino Alejandro Chaskielberg, tomada en Kenia, integra la muestra.
Berlin.- Ningún viaje, ninguna cola de espera, ningún ticket. Todo el
tiempo del mundo para admirar lo que se quiera, sin interrupciones ni
molestias. Hoy comienza la primera bienal de arte contemporáneo del mundo en Internet,
en la que se podrá disfrutar de las cerca de 2 mil obras de 180
artistas de todo el mundo sin levantarse del sillón de casa. Y que,
además, incluye creaciones de dos artistas argentinos.Los organizadores de la exposición digital ( www.biennaleonline.org ) esperan recibir al menos 100 mil visitas. “Nuestro objetivo
es sacar el arte de la torre de marfil en la que está recluido y
hacerlo accesible para la gente, que evita normalmente los pasillos de
las galerías”, explicó el creador de la iniciativa, David Dehaeck.
Autocensura (2006). Un video de la artista cubana Jeanette Chavez.
El
director artístico de la bienal, Jan Hoet, fue curador de la Documenta
IX (1992), una de las exposiciones más importantes del mundo, y durante
años también estuvo al frente del Museo de Arte Contemporáneo de Gante,
en Bélgica. Su trabajo se apoya en el criterio de 30 curadores de renombre internacional,
entre los que se encuentran Nancy Spector, del museo Guggenheim de
Nueva York; Daniel Birnbaum, del Museo de Arte Moderno de Estocolmo;
Yuko Hasegawa del Museo de Arte Contemporáneo de Tokio; y el argentino Rodrigo Alonso,
curador del pabellón nacional en la 54° bienal de Venecia. “Formé el
equipo de trabajo en dos semanas”, comentó Hoet. “Cuando comencé a
recibir una confirmación tras otra supe que la idea funcionaba”.
Pedazo de exposición (2010). De la holandesa Gwenneth Boelens.
Alonso comentó que “el planteo de Hoet fue bastante amplio: hay un tema general, ‘Reflexión e imaginación’, y a partir de ahí dio total libertad a los curadores para que elijan lo que quieran ”. La idea, agregó, fue “seleccionar a artistas jóvenes que no estén muy consagrados”.
Así, cada curador podía proponer a cinco artistas, de los cuales al menos dos debían ser de su país. Los dos argentinos elegidos por Alonso son Eduardo Basualdo y Alejandro Chaskielberg. “Son
dos artistas que me interesan mucho. Basualdo tiene una obra potente,
que dialoga perfectamente con la producción contemporánea internacional,
y que sólo necesita un poco de visibilidad para que su trabajo llegue a
lugares destacados.
El silencio de las sirenas (2012). Obra del argentino Eduardo Basualdo.
La obra fotográfica de Chaskielberg es igualmente
poderosa y ya ha llamado la atención internacional también”, dijo
Alonso.
Con la elección de los curadores se armó la muestra, que
ofrece cerca de 2 mil obras (cuadros, esculturas, instalaciones, videos)
de 180 talentos de todo el mundo. Las obras se
podrán ver a través de fotografías de gran resolución, complementadas
con una biografía del artista y un comentario del comisario. El público
podrá además entrar en contacto con los artistas a través de Facebook o
Twitter.
Amor (2004). Una creación de la artista griega Maro Michalakakos.
Esta muestra
virtual estará online hasta 2015. Por ahora, visitarla tiene su costo:
quienes quieran ingresar entre hoy y el 14 de octubre deberán pagar 10
dólares. Del 15 de octubre en adelante el pase será gratuito.
Como
en una partitura, la nueva exposición colectiva de una de las galerías
más sofisticadas de la ciudad, en términos de criterio conceptual y
seleccionado de artistas, opone al ruido y la saturación visual un
conjunto delicado y armónico de trabajos.Blanco de silencio comparte
obras de diez artistas representados por la galería que ejecutan
variaciones sobre el blanco: abstractas, poéticas, inspiradas en la
naturaleza, o bien piezas de laboratorios ópticos intransigentes y
refinados como los de Macaparana, Fidel Sclavo y Marcolina Dipierro,
todas ellas recuperan un legado de las vanguardias artísticas del siglo
XX -el blanco- y lo hacen progresar por medio de diferentes materiales y
perspectivas.
Dipierro, una de las artistas jóvenes de la casa,
presenta grillas escultóricas, más un conjunto de origamis desplegados
que conservan las huellas del doblado y, apilados, erigen un tótem de
papel blanco. La única obra de Juan Lecuona basta para hacer visibles
las razones que lo han convertido en un artista secreto y a la vez
universal: la bruma blanca de su pintura restituye protagonismo a los
fondos y a las atmósferas inestables del cuadro. El díptico Escena de la que surgimos
, de Carlos Arnaiz, con sus referencias a un mundo de semillas, piedras
y plantas, reconstruye mediante grafismos y texturas de blancos impuros
un escenario preternatural. Laura Lío, artista argentina residente en
Madrid, aporta imágenes de dos hojas de árboles trabajadas en papel
calado envuelto entre dos capas de tul. Una pieza escultórica a gran
escala y un óleo en el que opera la distancia de una niebla se articulan
de manera técnica y poética. Primeras imágenes de una virtuosa que en
2013 volverá a exponer.
Óleos y maquetas de César Paternosto evocan el trabajo
iniciado hace cien años por los suprematistas rusos, cuando el blanco
era considerado plataforma de la sensibilidad plástica. El artista de La
Plata traduce ese programa estético en clave musical y afablemente
irónica, y sus óleos, como pentagramas sin notaciones, recubren el
silencio. Una solitaria obra de Kirin, con sus líneas que forman bucles o
estancias abiertas, contagia vigor y elegancia.
Una revelación de la muestra es la artista checa Kveta
Pacovská, pintora, escultora e ilustradora nacida en 1928, que en 1992
obtuvo el premio Hans Christian Andersen. En los trabajos exhibidos
conviven rastros de la sensibilidad de sus obras para niños con una
libertad aplicada a la pintura tan imaginativa como emocionante. De
Eduardo Stupía, uno de sus raros paisajes pálidos, en los que las
manchas blancas infunden energía al conjunto, y tres assemblages organizados como laberintos o puzles tridimensionales.
Las enigmáticas escrituras de Fidel Sclavo, caladas en
cartón, y sus cuadros de ambigüedad figurativa parecen inscribir su
genealogía en escritores como Felisberto Hernández, Mario Levrero o
Marisa Di Giorgio, más que en artistas visuales. Por último, el solista
del conjunto en un espacio exclusivo: Macaparana. Diagramas blancos
retocados de dorado y plata, notaciones algebraicas informadas por la
música, últimas manifestaciones de la poesía concreta brasileña, míticas
maquetas de su serie de las ciudades, las creaciones de este artista
excepcional nacido en 1952 acompasan el refinamiento formal con la
sencillez de materiales: apenas cartón y un sacabocados.
Blanco de silencio en Jorge Mara-La Ruche (Paraná 1133), hasta el 31 de mayo.
La selección de obras del exquisito
artista evoca universos mágicos, místicos y misteriosos y dialoga en
Colección Fortabat con trabajos de jóvenes seguidores en un contrapunto
bautizado Trascendencia /Descendencia; la muestra es también una oportunidad para recordar las peripecias de su vida, su imaginario y sus obsesiones
Con
vista al río, oteando otra ribera, Roberto Aizenberg vuelve. Es
justicia poética con predicamento homérico y quevediano que su obra se
exhiba en la sede portuaria de la Colección de Arte Amalia Lacroze de
Fortabat, y sume belleza sublime al contexto fashion de Puerto
Madero. La consideración evoca una temprana obra maestra de Aizenberg,
óleo esquivamente confesional donde un padre y su pequeño hijo, vestido
de marinero, enfocan la mirada hacia otra orilla, otro confín.
Estaba destinado desde su nacimiento en Villa Federal, colonia judía donde sus padres hallaron refugio de los pogroms
rusos. A poco la familia se estableció en La Paternal y desde allí
Bobby pasó al Nacional Buenos Aires, seguido de un lapso en la Facultad
de Arquitectura y al taller de Antonio Berni hasta el encuentro
definitivo con Juan Batlle Planas. Otro exiliado venido de Torroella de
Montgrí, búnker surreal en plena Cataluña.
La obra de Aizenberg metaboliza todos estos estímulos,
diversificados por una curiosidad incesante, metódica, que alcanzaba
otras disciplinas: neurología, biología, filosofía.
Jorge Kleiman, fallecido semanas atrás, muy afín y
compinche en seriedades y chanzas, resumió el ideario creador de
Aizenberg. En el principio fue el automatismo, la fluencia del
inconsciente sin intervención volitiva. La mano trazaba este dictado en
múltiples, pequeños apuntes. Seguía el reposo de este material examinado
más tarde, que excluía todo azar. Seleccionaba, realizaba bocetos que
también analizaba. El laboreo posterior observaba todos los rigores
renacentistas: veladuras innúmeras, raspados y secativos, sumando capas
tras capas de pintura hasta lograr esos cromatismos y degradés
infinitos, insuperables. Y todo sin perder la frescura, la respiración
del lienzo, esos entramados virtuosos hechos a pedido en Bélgica, o la
pulpa de dibujos y grabados. Tales rigores determinaban que anualmente
concluyera media docena de obras.
Su
maestría fue temprana y sostenida por la introspección y la
contemplación, esa receptividad vibrátil y parsimoniosa, zen. Santiago
Kovadloff habla de una disposición mística cuajada en estética que
contiene el decurso de su peripecia humana y los arcanos infinitos. Y se
acuerda al considerar las arquitecturas simbólicas, metafóricas y
mayestáticas de pinturas y esculturas. Incendio del Colegio Jasídico de Minsk de 17... es paradigmático.
Sin pathos las alfajías perfectas arden por
fuego que no es de este mundo, como las torres enhiestas sobre cielos
impertérritos. Se trata de panteísmo, la enunciación de la unidad
viviente más allá de los episodios históricos, gozosos o dolorosos, al
fin humanos en su precaria condición, pero no contingentes a un diseño
que Aizenberg escrutó desde la poética plástica.
Esta entrega y testimonio demanda disposición acorde
del espectador copartícipe. Acercarse a la obra de Aizenberg recordando
que, como dijo san Juan de la Cruz, "te buscaré en el silencio y, en lo
secreto, hablaré a tu corazón".
***
A fuerza de hermetismo y probidad ejemplar de
imaginería y oficio se nos hace cuento que Roberto Aizenberg fue
vulnerable, jaqueado por desdichas y padeceres desgarradores. Más
lancinantes y próximos que el incendio de la sinagoga de Minsk, tan
desolados como ese padre y su hijo oteando un mar, horizonte, tierra o
estrella prometida... esa pérdida del reino que estaba para él.
Humeante (1967).
Era
riguroso y prodigaba rigores. Accedió a ser entrevistado por una
periodista novel y estableció que la cita sería a las 21 -puntualmente,
señaló- en su departamento que hacía proa, desde la avenida Caseros,
sobre el Parque Lezama. Despuntaban los años de hierro y había pavor por
la responsabilidad periodística ante
el artista, y por las circunstancias,
lugar y hora del encuentro. Perfectamente cortés -como deben ser los
surrealistas-, abrió la puerta y aquilató sin dar a conocer su decepción
ante la magra entidad de la azorada entrevistadora.
El taller tenía la asepsia meticulosa de un quirófano. Y
la periodista supo que se jugaba a todo o nada. En la mesa de trabajo,
como tubos de un órgano virtuoso, se alineaban lápices de puntas bien
temperadas. La desdichada arguyó: "Allí tiene los HB, grafitos duros y
puros, secos, inconcesivos y los otros son grafitos B de menor a mayor
pastosidad". "¿Cómo lo sabe?", dijo él. "Por el olor de la mina", dijo
ella. Y a partir de ese momento todo fluyó. Desde el fondo del
departamento un llanto pequeño, acotó la charla. "No es grave, dijo,
sólo la molestia de la primera vacuna del nieto de Matilde."
Como si valiera la pena, escandió para la ignota
periodista, con notable claridad, los fundamentos surreales de su
creación, los pormenores obsesivos, renacentistas, de su factura
plástica, los entramados que examinaba con psicólogos o biólogos de la
talla de Samuel Goldstein, como otrora la hiciera con Juan Batlle
Planas.
Otros rigores cayeron sobre Bobby -nombre de mascota,
chanceaba-. Y el exilio hizo su marca indeleble. Volvía a Buenos Aires,
tanteando la posibilidad del regreso tras el desastre que arrasó a los
tres hijos de Matilde Herrera, sus parejas y nietos. Fue por mediación
de otro artista exiliado que la azorada periodista estableció el vínculo
para dar a conocer la creación de Roberto Aizenberg en el medio
porteño. En el departamento alquilado, casi clandestino, con fotos
improvisadas -para no comprometer a colegas expertos en cámara-,
Aizenberg daba razón de la obra consumada. Se debe a Ernesto Schoo,
editor en la cornisa, la posibilidad de publicar la nota.
Pasaron los años, también para la periodista. El
reencuentro se produjo a primera hora de la tarde, en un departamento de
calle Juncal, compartido por Matilde, Bobby y Ludmila. "Me la regaló
Aurora Bernárdez. ¿Sabés que es parienta de la gatita de Julio
Cortázar?", precisó Bobby. Matilde llegaba de la peluquería y saludó
brevemente mientras ceñía un pañuelo blanco a su cabeza. Por eso sé que
era un jueves. Bobby desvió la mirada hacia un tapiz de Carlos Luis Pajita
García Bes, otro amigo en común. Los encuentros se sucedieron, pautados
por rigores, precisiones y recatados dolores. Y como antes fue velada
Matilde, en la cama, la gatita anidó sobre el pecho y maltrecho corazón
de Bobby.
Encuentro generacional:
La lección del maestro
Trascendencia / Descendencia , muestra que
inaugura la temporada 2013 de exposiciones temporarias en Colección
Fortabat, reúne 65 obras de Roberto Aizenberg (Entre Ríos, 1928-Buenos
Aires, 1996) junto con trabajos de artistas contemporáneos como Pablo
Lapadula, Amadeo Azar, Cristina Schiavi, Max Gómez Canle y Daniel
Joglar. "La exposición no pretende añadir hipótesis acerca de lo que la
obra de Aizenberg fue, sino jugar en torno de lo que puede ser", aclara
su curadora, Valeria González, quien valora el clima "onírico,
pesadillesco, cabalístico, metafísico y poético" de la producción de
este gran artista, discípulo de Juan Batlle Planas, que alcanzó
cotizaciones por arriba de los 100.000 dólares en subastas
internacionales.
Ficha. Roberto Aizenberg.
Trascendencia/Descendencia en la Colección de Arte Amalia Lacroze de
Fortabat (Olga Cossettini 141), hasta el 23 de junio. Entrada: $ 35.
Visitas guiadas: martes a domingos a las 17
El Gobierno nacional quiere llevarlo a Mar del Plata. Pero la comunidad italiana y ONG se oponen. Ayer protestaron detrás de la Casa Rosada, donde está la estatua. Y ya presentaron dos amparos.
Italo-argentinos enojados. Unos 200 manifestantes de
la colectividad peninsular protestaron con canciones, carteles y
banderas italianas junto al monumento a Colón. / FERNANDO DE LA ORDEN
Por Pablo Novillo
Una bandera italiana colgada en la reja de la plaza, una banda que tocaba O Sole Mio
, los himnos de Argentina y de Italia y otras canciones típicas del
país europeo, carteles y bombas de estruendo que lanzaban banderitas de
papel. Unos 200 integrantes de organizaciones de la colectividad italiana
se manifestaron ayer en la plaza Colón, detrás de la fachada Este de
la Casa Rosada, en contra del proyecto del Gobierno nacional de mudar el
monumento del descubridor de América a Mar del Plata.
El acto,
convocado desde la semana pasada, se llamó “La ‘forza’ del abrazo”. La
gente se fue juntando desde las 16.30, y una hora después ya habían
cortado casi toda la calzada de la Avenida de la Rábida en la mano que
va al Sur, ante la sorprendida mirada de los camioneros y los pasajeros
de los colectivos que circulaban por la zona.
Con un cartel que decía “Colón no se mueve”,
Augusto Vettore, de la Associazione Padovani nel Mondo, resumió el
sentimiento de la colectividad italiana en nuestro país: “Venimos a
defender un monumento y un lugar que son nuestros. Mi padre vino de
Italia en el 53 y, al igual que otros inmigrantes, nos regalaron este
monumento. No se entiende esta medida inconsulta y arbitraria del Gobierno de llevarlo a Mar del Plata”.
Tal como adelantó Clarín
el 21 de marzo, la administración de Cristina Kirchner decidió sacar
el Monumento de Colón de la plaza que está detrás de la Rosada, para
trasladarlo a la “Ciudad Feliz”, donde reemplazaría a otra estatua de
Colón que se encuentra en la plaza frente al Hotel Provincial. A
propósito, un concejal radical marplatense, Maximiliano Abad, presentó
ayer un pedido de informes para que la Municipalidad informe si inició gestiones para la mudanza de la estatua.
En
reemplazo del monumento, la Nación quiere poner en la plaza una estatua
de Juana Azurduy, la guerrera de la Independencia nacida en Sucre, que
se financiaría con un millón de dólares donados por el Gobierno de
Bolivia.
Esta decisión fue confirmada por el secretario Cultural
de la Embajada argentina en Bolivia, Daniel Ricardo Beltramo, quien
reconoció que se trató de una orden de la Presidenta. Además, la
Universidad Nacional de La Plata firmó un convenio para supervisar el
traslado, que estará a cargo de la empresa Alpa Vial. El monumento, que
pesa 38 toneladas y mide 6 metros, hoy está rodeado de andamios de
metal, y la estatua de Colón propiamente dicha está cubierta por una
cortina.
El Monumento fue inaugurado en 1921. Fue un regalo de la
colectividad italiana por el primer Centenario de la Revolución de
Mayo.
“Vine a la Argentina a los 19 años a trabajar, no bajé del barco como turista.
El monumento es de la colectividad,
ni de la Nación ni de la Ciudad, y no lo pueden sacar. Que no nos
insulten”, se enojó Antonio Carapelotti, de 83 años. A su lado, Domingo
Clemente, de la asociación Regione Puglia de Buenos Aires, agregó: “A la
estatua de Juana Azurduy la pueden poner en cualquier otro lado y
listo”.
En la manifestación de ayer también participó la
asociación civil Basta de Demoler, que el 5 de abril presentó un amparo
para evitar el traslado. Otra medida similar, que también espera por una
resolución, fue tramitada por un estudio de abogados ítalo-argentinos
la semana pasada. Además, quieren juntar 100 mil firmas. En el país hay
cerca de un millón de personas con la doble nacionalidad.
En tanto, el Gobierno porteño sostiene que el monumento es patrimonio de la Ciudad, y que por lo tanto no se lo puede sacar sin una ley de la Legislatura.
Los diputados porteños votaron la semana pasada una declaración
pidiéndole al jefe de Gobierno Mauricio Macri que gestione ante la
Nación la no mudanza y también la apertura de la plaza Colón,
cerrada desde 2007, pese a que la Nación firmó un convenio en el que se
comprometía a dejarla abierta siempre que no hubiera actos oficiales.
Los diarios de Italia hablaron de “desalojo” y “guerra”
La noticia trascendió en Buenos Aires, a través de una nota que publicó Clarín el 21 de marzo. Y con velocidad varios diarios italianos se hicieron eco del intento del Gobierno de mudar la estatua de Cristóbal Colón de la plaza que está detrás de la Casa Rosada.
" La Presidenta sfratta Colombo ” (La presidenta, por Cristina Kirchner, desaloja a Colón), dijo en su portada del 26 de marzo el diario Il Secolo XIX , que se publica en Génova. “ Guerra aperta per la statua di Colombo ” (Guerra abierta por la estatua de Colón) tituló el domingo pasado Il Giornale . Por su parte, Secolo d’Italia fue más que contundente: “ Argentina, la comunità italiana sul piede di guerra: la statua di Colombo non si tocca ” (Argentina, la comunidad italiana en pie de guerra: la estatua de Colón no se toca).
Tiene un aire extranjero, como de exiliado (la nórdica belleza
de su rostro arrasada, o aniquilada, por un sufrimiento ominoso), parece
menos hijo de un argentino que un desertor de la Legión Extranjera, un
paria. Arturo Desimone nació en Aruba, una isla diminuta, un reino que
fue colonia holandesa donde se habla el papiamento. En la escuela el
idioma oficial es el holandés, pero en su casa dialogaba en inglés con
su madre, arubeña descendiente de judíos ilustrados, polacos y rusos
siberianos. Su padre, “un pianista argentino destrozado por el
alcoholismo”, le transmitió un español desmañado, con un acento como de
Europa del Este. En Aruba se hizo dibujante, un artista autodidacta que
escribió su primer libro a los diecinueve años.
Su bisabuelo
argentino donó su casa al Partido Socialista y su abuelo, saxofonista
proletario y amante del jazz, dejó la Argentina en los años sesenta. Su
padre, discípulo de Vincenzo Scaramuzza, el mismo maestro de Martha
Argerich, se instaló en Aruba. Lo llamó Arturo por Arthur Rubinstein, a
quien luego consideró un haragán que no estudiaba tanto como él.
Dormitaba, bajo el sopor del whisky y el ronroneo de su aire
acondicionado que los conciertos de Bruno Gelber no lograban acallar, en
un cuarto contiguo al de su hijo. El padre maldecía a Rubinstein, a su
matrimonio con “la judía” y, sobre todo, a la mediocridad de Aruba, su
prisión. “Me humillaba todos los días”.
No era tanto el
desconcierto que despertaban sus dibujos o los rumores sobre sus padres
“locos de remate” lo que alejaba a sus compañeros de colegio. Era su
desprecio por las jerarquías y tabúes de la isla, mucho más político que
la frase “Me gustaría verte quemado vivo”, que dijo a los 13 años a un
chico que lo molestaba. Etnicamente era un rara avis en las
Antillas: aunque de un blanco septentrional, no respondía al tipo
holandés de las minorías neo-coloniales y mucho menos al de la mayoría:
morenos descendientes del indio caquetío y de otros mestizajes, al que
consideraba “como una raza de dioses superiores, mientras que a mí mismo
me veía como un parásito débil”.
Entre las chicas arubianas,
algunas hijas de narcotraficantes, fue creciendo una especie de leyenda
sobre su estirpe de perturbado. El atesoraba su ira y repetía un rezo
hebraico en el que pedía la muerte de su padre. Unos años más tarde,
mientras vivía en un barrio de inmigrantes holandeses, su rezo fue
escuchado: su padre se suicidó con una mezcla de whisky Black Label y
pastillas.
“El minotauro se había matado. Mi enemigo muerto”.
Luego de meditar en una torre, festejó, junto a un amigo palestino, con
una cena árabe y vino tinto. Ese diciembre la nieve bloqueó las
carreteras, y sintió exaltación al día siguiente, camino al aeropuerto
rumbo a Aruba, mientras escuchaba con una novia pianista la sinfonía n°
3 de Brahms que explotaba en la radio del taxi. Luego tuvo una
temporada de insomnio y de anorexia, llegó a vivir en la calle, pero:
“ese día en que me llamó mi madre para darme la noticia fue uno de los
mejores de mi vida”.
Había querido salir de la isla desde la
niñez. Los dos millones de turistas norteamericanos que llegaban cada
año le hacían pensar en La Habana antes de la revolución, con los
hoteles-casino y la prostitución exótica. A los 19 años viajó a Holanda,
que le pareció “una sociedad anti-poética, post-romántica, racional y
derechista”. Su novia holandesa lo llamaba, románticamente, “jij bent
een blanke neger”, algo así como africano blanco, en alusión a su acento
de negro o antillano, una especie de gitano.
Luego de la revolución de enero de 2011, en abril o fin de marzo, llegó a Túnez. Allí escribió Knowledge Liberation Fron
t, una novela sobre “el turista revolucionario” y la apropiación que
hizo Occidente de las revoluciones árabes del 2011 al transformarlas en
íconos del turismo “safari humanitario”. El narrador de KLF retrata la
revolución tunecina con el espíritu libertario de los voluntarios de las
brigadas internacionales que lucharon en la guerra civil española (hay
algo de aquel lirismo revolucionario en él).
Víctima de un
“romanticismo venenoso”, después de haber conocido el sexo con
prostitutas búlgaras en Holanda se enamoró trágicamente de las cultas
mujeres polacas, y luego de las tunecinas. Su condición de nómade lo
llevó una y otra vez a Polonia y a Europa del este, a Czesotochova, el
pueblo de su abuelo materno, donde visitó, con 28 grados bajo cero, el
cementerio judío destrozado y abandonado. Allí encontró las ruinas de la
casa de sus ancestros, que ahora habitan nuevos polacos hambrientos.
Arturo
Desimone, políglota, un huérfano, “o lo que los indios de acá llamaban
wacho”, desde hace dos años vive en un departamento del barrio de
Constitución que heredó de sus abuelos paternos. Pero no se quedará
mucho tiempo. El nomadismo fue el método que encontró para resistirse al
mundo anti-religioso actual, y una manera de vivir, como los poetas, no
domesticado.