REMO BIANCHEDI: "EN EL PAISAJE NO HAY YO"

Acaba de abrir su propio espacio de exhibición en Córdoba, donde presentó su libro de poesía. Se ha retirado a la literatura, a la pintura, al paisaje. Acá lo cuenta.

Sólo paisajes. Vista de la sala que el artista abrió en su propia casa de La Cumbre, Córdoba.

Por Agustín Scarpelli

El registro escrito, entonces, no es nuevo para él: como recordaba la editora María Eugenia Romero durante la presentación del poemario, aparecía ya “en aquel único mítico número escrito a mano de la revista Marginal, que Bianchedi hizo en los 60 con Miguel Grimberg”; en sus poemas publicados tempranamente en revistas que lo definían como “el ángel subterráneo”; o en los textos que aparecía incluso dentro del propio marco pictórico, en diálogo con el sentido de cada trazo del pincel. En efecto, el artista interviene sus pinturas tanto en castellano como en alemán, lengua que Bianchedi domina desde 1976, cuando recibió la beca Albrecht Dürer para estudiar en la Escuela Superior de Artes de Kessel, donde tuvo como maestro a Joseph Beuys. “He abandonado la pintura mil veces, pero nunca dejé de escribir”, asegura. Sin embargo, es recién a partir de 2010, en el momento en que sus “caritas tristes” (muchas de ellas autorretratos, pero también representaciones del dolor que anida secretamente en quienes no desaparecieron) se retiran de la tela para dar lugar a los paisajes, cuando aparece también el desarrollo autónomo de lo narrativo y de lo poético.
Son esos los registros que componen su último libro, En Rimbaud Tilcara (Letranómada, 2012), que se presentó en el patio de su casa de Cruz Chica, en La Cumbre, Córdoba, ante periodistas y amigos. La obra abre con un diálogo en el que Rimbaud y Sócrates abordan las distintas formas del retiro y el abandono del arte. “Ellos son amigos que vienen a visitarme cuando cae la tarde y con los que converso”, dice Remo, y agrega que él mismo se encuentra, como ellos, en retirada.
De hecho, su obra reciente ya no se podrá encontrar en las grandes galerías; sólo se podrá ver y comprar por internet, sin intermediarios –excepto por la galería local Júpiter, perteneciente a los artistas plásticos Martín Kovensky y Ana Gillingan, encargada, además, de llevar su obra “de manera tangencial” a arteBA– y en el espacio Cochinoca, que acaba de inaugurar en su propia casa.
Después de la presentación del libro charlamos, en la intimidad de su estudio. Bianchedi confiesa que quiere alejarse de cualquier discurso pesimista, desalentador: “Tengo que expresar de otra manera lo que quiero decir”. Tal vez esta entrevista haya sido su primer intento.
¿Cuál es la materia prima de su pintura además del pincel y los óleos? Quiero decir: ¿qué condiciones se tienen que dar para que se ponga a pintar?
El primer impulso creo que es la manifestación de la soledad. Pero no una soledad física sino metafísica. Cuando pintaba la figura humana no me era tan fácil comenzar, porque sólo sabía que ése era yo y también, que estaba mirando esa figura. En cambio ahora, con el tema del paisaje (que no es un cambio de estilo, es un cambio personal, algo que se movió adentro) me es más fácil: me siento a leer en ese patiecito que mira al río y a las sierras –y que llamo mi observatorio del mundo) y de repente digo “ya, ahora”. No hay predeterminación. Para eso necesito tener, como pudieron ver, ya todo organizado y dispuesto para pintar. Porque para volverme loquito tengo que tener el continente bien armado, que no haya desmadre.
Pero veo que está todo organizado en el suelo, no hay ni mesa ni atril...
Es que no pinto de pie, pinto arrodillado, porque así también realizo una acción. Además, la actitud de arrodillarse implica no tomar distancia del cuadro. Estoy ahí, ensimismado, abismado. Pintar, para mí, es abismarse. Sé cómo empieza pero no cómo termina. Los cuadros chiquitos, por ejemplo, son una aventura, es meterme en la selva. Lo único que sé, es que no tengo que controlar el impulso.
¿No usa bocetos?
No, no me interesa el arte que expresa la psicología del artista. Y tampoco me gusta hacerlo. Sí trabajo con fotos que voy sacando por ahí, pero sin pensar en el ángulo o ver el tipo de luz. No me interesa tanto conservar el color original sino la organización de los elementos que lo componen. Igual que cuando, después, en el taller, elijo la foto que me sirve de disparador para pintar los paisajes. Intento que sea más intuitivo: las voy pasando hasta que llego a una que me atrae por algún motivo y me lanzo al agua.
¿Cuando empieza un cuadro suele terminarlo en el día?
En general, sí. Aunque como estoy pintando con óleo, al día siguiente, cuando leuda, lo vuelvo a mirar y a veces retoco algo. Como sea, el momento en que termino es, después del amor, una de las experiencias más satisfactorias.
¿Esos son autorretratos?
Sí... indirectos. Pero en un momento dije “basta de representarme”. Ese yo que ves ahí ya no existe, entonces pude empezar a pintar paisajes, donde no hay yo, no hay opinión.
¿Qué está leyendo ahora?
Volví a los griegos, ahora estoy con Virgilio, La Eneida . Es como una cita, un encuentro, “voy a ver qué está haciendo Eneas”. Pero la pintura y la poesía no se llevan mal, por suerte. Para mí son cosas distintas.
¿Siguió escribiendo textos luego de este libro?
Sí, ahora estoy escribiendo un texto donde los personajes son Juan Andralis –que hizo toda la gráfica del Di Tella y fue amigo mío en Buenos Aires– y Marcelo del Campo (Duchamp). Pero también me di dos años, que se cumplen ahora, para pintar estos paisajes. Y no sólo estoy muy contento con esta nueva obra, sino que también le hice un espacio en esta nueva sala.
¿Cuál fue su formación en la plástica?
Me considero autodidacta, pero creo que tuve algunas influencias de gente que ya cambió su estado molecular, como Roberto Aizenberg. El arte a principio de los 70, cuando yo empecé, se dividía entre el conceptualismo político –eso sí fue un invento argentino, el grupo de los 13 es un hito— y el surrealismo. Y Aizenberg no era un intelectual que pensaba de manera surrealista, él encarnaba eso. Yo lo vi sentado durante días en estado catatónico, sin mover un pelo. Y su trabajo tenía que ver con eso. Además, como conocía a un muchacho que era ayudante de Carlos Alonso, me rateaba del colegio y me iba a su estudio, en Esmeralda y Paraguay, para ver cómo preparaba sus bastidores y pintaba.
¿Y su paso por Alemania qué significó?
Allí fue mi formación más académica, donde tuve a Joseph Beuys de profesor. A mí me impresionó mucho la mezcla entre Duchamp y esto de que “toda persona es artista”, que tenía mucho que ver con la modificación social que yo había vivido hacía muy poquito. Ahora me parece viejo, un poco mesiánico: uno con el arte no tiene que pretender cambiarle la vida a nadie. En cambio Duchamp, cuando da vuelta el mingitorio, lo que dio vuelta es el sentido del arte, porque después de eso las cosas cambiaron de forma abismal, aunque si volvés a leer La Caverna de Platón, o los presocráticos del siglo V, es Duchamp.

Fuente: Revista Ñ Clarín

FRENAN UNA POLÉMICA OBRA
EN UNA TRADICIONAL IGLESIA DE RETIRO

Le iban a incorporar un torre de oficinas al edificio e iba a desaparecer la capilla.

Futuro y presente. Imagen proyectada de la obra (izquierda), sin la capilla (arriba), que da a la calle Libertad. / basta de demoler y germán garcía adrasti.
Por Silvia Gómez

El complejo de Las Victorias –en la esquina de Libertad y Paraguay, Retiro– corre el riesgo de transformar radicalmente su fisonomía . Los vecinos y la ONG Basta de Demoler lograron, con un amparo, frenar la obra que pretende construir un cuerpo de oficinas , adosado al conjunto. Por su parte la congregación explica que se trata de una obra de “readecuación”, ya que los edificios se encuentran muy deteriorados, y que la construcción de las oficinas les permitirá pagar los trabajos y además mantener las acciones de caridad que realizan en el país y también en Mozambique, Africa.
Se trata de un complejo de tres edificios: el templo principal, inaugurado en mayo de 1883 sobre la calle Paraguay, un convento, de los Misioneros Redentoristas que comenzó a funcionar en 1891, y la capilla y prebisterio ubicados en Libertad 870, que data de 1905. Esta última construcción es el nudo del conflicto, porque allí es donde se realizará el acceso a las oficinas.
Al ser parte de la causa, Basta de Demoler pudo acceder al proyecto y a los renders del arquitecto Daniel Suárez, en donde se ve que la capilla desaparecería ; mientras que el volumen del edificio de oficinas (de cinco pisos) aprovecharía las terrazas del convento para crecer hacia la calle Paraguay y el pulmón de la manzana. Consultados por Clarín , funcionarios del Ministerio de Desarrollo Urbano aseguraron que Las Victorias tiene una protección de grado estructural: “Es decir, no se puede demoler, pero sí se puede ampliar y mejorar . Además la obra que se pretende hacer, no taparía el templo, que es el edificio con más valor patrimonial del conjunto. Si una persona mira hacia el complejo desde la Plaza Libertad, nada le impediría seguir viendo la construcción original”, detalló.
Frenan una polémica obra en una tradicional iglesia de Retiro.
Lo cierto es que nunca hubo un cartel de permiso de obra y desde el principio el tema generó mucha polémica. “La preocupación comenzó cuando detectamos que la capilla comenzó a ser despojada de bancos y obras de arte sacro . Y la obra va en contra de una ley que prohíbe la demolición de edificios anteriores a 1941”, explico a este diario el vecino Daniel Moretti.
Por su parte la congregación no opinó al respecto, pero subieron a la página web www.lasvictorias.com.ar un comunicado oficial y un detalle del proyecto. Allí la dirección eclesiástica insiste con que se trata de una renovación y puesta en valor . Respecto al convento aseguran que se “efectuarán reparaciones generales, adaptando la infraestructura a las necesidades y reglamentaciones de la vida actual”; desmintiendo así que será calado por dentro para formar parte del edificio de oficinas.
El complejo de Las Victorias fue escenario de la historia de la Ciudad: la torre del tempo fue centro de artillería de la batalla de la Revolución del Parque de 1890, liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle y Bernardo de Irigoyen, entre otros. Los sacerdotes redentoristas anduvieron por las calles atendiendo a los heridos y fueron condecorados por el gobierno de Miguel Juárez Celman. Y como tantas otras iglesias de la Ciudad fue incendiada y profanada en junio de 1955.

Fuente: clarin.com

EL ARMENONVILLE, UN CABARET INSPIRADOR

Ambito bacán de la Buenos Aires del primer Centenario, dio lugar a letras de tango y consagró a la fama al dúo de Gardel y Razzano.
CARLOS GARDEL (DER.) Y JOSÉ RAZZANO

Por Eduardo Parise

Ese cuerpo que hoy se marca en los compases tentadores / del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil / mientras triunfa tu silueta y tu traje de colores / entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.
El tango se titula Margot. Lo escribió en 1921 Esteban Celedonio Flores y Carlos Gardel y José Ricardo le pusieron música. Contaba la historia de aquella Margarita que había dejado atrás su vida de conventillo para ir a lucirse en ámbitos más “bacanes”.
Uno de esos era justamente el Armenonville, tal vez el cabaret más lujoso que tuvo Buenos Aires desde aquellos años del primer Centenario de la Revolución de Mayo. Según constaba en las tarjetas de la época, el Armenonville estaba en “Avenida Alvear (actualmente Del Libertador) esquina Tagle - Unión Telefónica 533 - Palermo” y sus dueños se llamaban Carlos Bonifacio Lanzavecchia y Manuel Loreiro. Lo habían inaugurado en la temporada de verano de 1911-1912 y funcionó hasta finales de los años 20. Su edificio principal era un gran chalet de estilo inglés rodeado de jardines con mucho verde. En ese espacio había una gran terraza con mesas y sillas donde iban a cenar muchas de las aristocráticas familias porteñas. Por ejemplo Marcelo T. de Alvear y su esposa Regina Pacini.
En la planta baja estaba el salón de baile, donde se destacaban una gran araña con caireles de cristal y los grandes espejos que se alternaban con el empapelado de las paredes. Hacia los laterales, y separados por rojos cortinados de terciopelo, estaban los “reservados”. La reina del lugar era la comida clásica de la cocina francesa, que se solía acompañar con buenos vinos y champán llegados desde Europa.
Como no podía ser de otra manera, la música también tenía su espacio en aquel lujoso recinto, perfumado por el aroma de las flores que inundaban el jardín y el de las orquídeas que se producían en el invernadero del lugar. En un tiempo José y Bienvenida Orzali (él con el violín; ella, en el piano) hacían su aporte. Con el tiempo se sumarían los acordes melodiosos de las orquestas de Vicente Greco y Roberto Firpo.
La categoría del lugar se mostraba también con las frases incluidas en afiches publicitarios. “Confitería y cocina de primer orden”; “Entrada para autos y carruajes”; “Hermosa terraza y jardín”; “Cada día dinner y súper concert” y “El lugar preferido de los sportmans” eran algunas. Aquella preferencia se podía certificar con la habitual presencia de mucha gente vinculada al turf y la de un habitué: el “cajetilla” Jorge Newbery.
Claro que aquella vida de aire disipado que proponía el cabaret también generaba polémicas y hasta algún duro debate en el Concejo Deliberante, donde se propuso su cierre.
Pero la fama del Armenonville ya tenía mucha historia. Tanta que el lugar había sido el trampolín para que saltara a la fama un dúo que venía con cierto reconocimiento: eran Carlos Gardel y José Razzano. En diciembre de 1913, llevados por Francisco Taurel (un estanciero fanático de la música criolla) hicieron una actuación. Después de esa noche, el dúo fue contratado. La paga era muy jugosa: 70 pesos por noche. Dicen que cuando Gardel supo eso, le dijo a sus amigos: “por esa plata hasta soy capaz de atender el guardarropas y lavar los platos”.
Otro hecho también iba a vincular a Gardel con el Armenonville. El 10 de diciembre de 1915, el cantor y unos amigos iban hacia el local después de haber estado en el cercano Palais de Glacé. Festejaban el cumpleaños 25 del “Morocho”. Y en una discusión con un grupo de “chicos bien” Gardel recibió un balazo disparado por un tal Roberto Guevara, un joven arquitecto de Mendoza. Lo atendieron en el Hospital Ramos Mejía, aunque aquella bala quedó para siempre en el cuerpo del cantor. Hay una versión que atribuye el balazo a cuestiones de amoríos que Gardel tenía con una tal “Madame Jeanne”, pareja del dueño del Chantecler, un famoso cabaret del Centro. Pero esa es otra historia.

Fuente texto: clarin.com

EXPERTOS DISCUTEN EN SALTA
CÓMO CUIDAR EL PATRIMONIO

La clave es planificar para poder conjugar el turismo y la tradición.
Concurrencia. Muchos vecinos presenciaron las charlas. Fund. Patrimonio Cachi

En los Valles Calchaquíes se respiran aires ancestrales . Particularmente en Cachi, un pueblo a 157 kilómetros de la capital salteña, enclavado en el extremo norte de esta zona rodeada de montañas, álamos y molles, la belleza resulta inabordable. El tiempo corre, como en todos lados, pero aquí parece tener su propio ritmo.
Cada esquina es un museo vivo.
No es casual entonces que sea en este municipio donde desde ayer y hasta mañana se celebre el Día Nacional del Patrimonio Natural y Cultural argentino, con un “Encuentro de miradas” preocupadas por conservar, respetar y proteger el patrimonio.
La Municipalidad local y la Fundación Patrimonio Cachi organizaron esta celebración que no es sólo una seguidilla de charlas, debates y talleres sobre cómo “cuidar lo nuestro” con personalidades destacadas. Es también un espacio para muestras, conciertos y más .
Cachi es, desde luego, un enclave turístico en constante crecimiento. Pero a diferencia de otros sitios donde el alud de visitas ha ido esfumando la esencia del lugar, aquí se trabaja para prevenir y evitar los problemas del crecimiento. “Si no hay concientización ni planificación es una batalla perdida”, consideró Guadalupe Noble, presidenta de Patrimonio Cachi. Y agregó: “Por eso nos juntamos acá, para aprender, para que no nos equivoquemos y podamos ayudar a conservar y crecer sin destruir, sin romper, y definir entre todos cómo hacemos para crecer”.
Las actividades comenzaron ayer con una excelente respuesta de los vecinos del lugar. El arquitecto santiagueño Roque Gómez, asesor honorario de la Comisión Nacional de Museos de Salta, hace 40 años que trabaja en la preservación del patrimonio de Cachi y los pueblos del valle. Fue quien ayer abrió el ciclo con una mirada humanista.
“Hay que ser absolutamente respetuoso del patrimonio de la gente” , comentó. Oscar Iriani, de la Fundación Naturaleza para el Futuro, habló y mostró con fotos cómo se agrede el paisaje; María del Carmen Arias de Usandivaras y Santiago Pusso, de la Fundación Basta de Demoler, comentaron el serio problema que hay en Buenos Aires con los edificios históricos , entre otras ponencias, como la de Eduardo Carrizo, de la comunidad diaguita, que consideró que “el progreso fue en muchos casos la destrucción de nuestros pueblos”. El ciclo seguirá hoy; se destacan las charlas de Erland Ovando Leytón, coordinador del Patrimonio Histórico de Sucre, Bolivia, y la de la arquitecta Silvia Fajre sobre el manejo del casco histórico porteño entre 1990 y 2007.
“Queremos que el patrimonio nos una como pueblo” , sintetizó María Fanny Flores de Guitian, intendenta de Cachi. Es el espíritu del “Encuentro de miradas”.

Fuente: claríon.com

ALBERTO GIACOMETTI:
LLEGARON AL PAÍS LOS DELICADOS TÓTEMS
DEL GENIO SUIZO

Clarín recorrió, en exclusiva y junto la curadora, la francesa Véronique Wiesinger, el montaje de la exhibición.

Recorrido. La francesa Véronique Wiesinger, curadora y directora de la Fundación Giacometti./gustavo ortiz

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

“Mirame”, parece decir la inmensa mujer de bronce, “acá estoy. Te doy lo que necesites. Para eso soy una diosa. Por eso irradio fuerza, esta energía. Para eso, Giacometti me hizo tótem”.
De más de dos metros de altura, la impresionante escultura se encuentra acompañada de otra mujer-tótem igual de alta. Si uno las observa de costado, verá que son obras tremendamente chatas. Lo único que tiene volumen en ellas es la cabeza. Todo lo demás, es sólo un palito herrumbroso con dos grandes pies de base, como es típico en muchas de las obras de este gran artista que es el suizo Alberto Giacometti, chamán del volumen. En sus trabajos, el escultor desintegró las formas hasta dejar casi al descubierto los huesos, hasta revelar sólo lo que le interesaba concentrar: la energía. ¿Y dónde se concentra la energía de una persona? Sobre todo en la mirada. Por eso Giacometti creó, a lo largo de su vida, centenares de cabezas en torno al mismo modelo, siempre dando una sensación distinta. “Estas obras tienen una carga extraña, muy fuerte”, pienso, mientras las miro aquí, en pleno montaje de la exposición “Alberto Giacometti”, que la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929) abrirá al público el próximo sábado: una especie de bosque de bastones de metal convertidos en formas humanas delgadas, alargadas, que se desplazan en silencio por el espacio. Las esculturas caminan. Inquietas, buscan algo.
En exclusiva, Clarín recorrió el armado de la muestra junto a su curadora, la francesa Véronique Wiesinger –también directora de la Fundación Giacometti de París– quien explica: “Giacometti tuvo básicamente dos modelos: su mujer, Annette, y su hermano, Diego; pero veía tantas facetas en la misma persona… Veía que el ser humano siempre es diferente. Uno no es la misma persona ahora que hace dos horas atrás.
-¿Qué encontraba Giacometti en las cabezas, que las creaba una y otra vez?
-La vida. Encontraba la vida, en las cabezas. Porque ellas tienen los ojos. Allí es desde donde la energía se dispersa. Ese era el foco al que Giacometti atendía. Si observas sus esculturas, verás que los personajes siempre están mirando derecho, en vía recta, y no tienen expresión. Porque él intentaba capturar la vida como estaba dentro del modelo en ese momento, a través de los ojos.
-¿El artista fue repetitivo?
-Sí, fue repetitivo. Pero se trata de la repetición y de la diferencia, también. Se trata de una visión frontal de un cuerpo. Todo esto se relaciona con su conocimiento de los tótems africanos.
Ellos lo cambiaron todo, en la obra del escultor. Esto puede observarse en la primera sala, en los trabajos ubicados entre su primera escultura –una pequeña cabecita de yeso–, y su primera pintura –una naturaleza muerta–. Y hay gestos corporales que se mantuvieron latentes en muchísimas de sus obras. Si usted va a la exposición, notará que las mujeres-tótems de la última sala coinciden en algo con estas primeras obras de influencia africana: a la altura de las caderas –anchas y fértiles, pero chatas– el movimiento se cierra, queriendo resguardar. A la altura de los pechos, en cambio, se abre, puntiagudo. Como si se tratara de una “Y” irradiando fuerza.
-Véronique, ¿piensa que estas esculturas, tan magnéticas, son los tótems del siglo XX?
-¡Oh, sí! Son verdaderos íconos del siglo XX. Y no es porque cuenten una anécdota, ¿eh…? Porque todos los detalles, en estas esculturas y pinturas, han sido dejados de lado. Se trata de su energía.
Son seis salas plagadas de figuritas de hombres y mujeres, y de algunas pinturas. La segunda es un pasillo lleno de cabezas. La tercera trata sobre el objeto y la experiencia surrealista de Giacometti. Este espacio también está plagado de objetos utilitarios, muchos de ellos diseñados en 1939 para una familia argentina: los Born.
Hay una obra en la muestra que es la más emblemática del artista: El hombre que camina (ver “Las cinco obras...”). Con la materia de la escultura castigada a cuchillo y una hendidura en el pecho, su torso se inclina hacia delante, viene hacia nosotros. Su boca, cerrada, tiene un rictus levemente descendente. Sus manos marcan un movimiento cóncavo: contienen.
A veces, estas esculturas, de tan delgadas, parecen cadáveres. Pero por algo Giacometti puso esa mano, ese gesto conciliador. Hay secretos disimulados en estas obras. Hay gestos generosos. Hay que darse una vuelta por allí, observar y abrirse a estos frágiles, delicados dioses sin religión. Listos para responder a nuestras plegarias.


Sin libros de Giacometti por las restricciones a la importación

“Por favor, quiero que publiquen lo que voy a comentar ahora”, pidió Véronique Wiesinger, curadora de la exposición que se realizará en unos días más en la Fundación Proa y directora de la fundación Alberto y Annette Giacometti, de París, “porque ha constituido un gran problema para nosotros y porque no nos permitió realizar adecuadamente esta exposición de Giacometti: me refiero al problema de la importación de libros en la Argentina. Como ya deben saber, es muy difícil importar libros aquí, y eso, en nuestro caso, ha sido un enorme problema, ya que Giacometti –además de uno de los escultores más importantes de la historia del s. XX–, fue también un muy importante escritor. Y sus escritos están disponibles en español, ¡pero no los podemos hacer venir a la Argentina, para que el público los pueda conocer y leer!”, dice, entre sorprendida e indignada, Wiesinger.
“Giacometti escribió ensayos y libros sobre arte en general, sobre otros artistas, y sobre lo que significa ser un artista… Y también realizó algunas entrevistas muy importantes. Parte de sus escritos son una colección de ensayos publicados en libros y revistas, y también entrevistas que hizo con figuras importantes. Y todas estas son realmente piezas claves para poder comprender los propósitos de Giacometti y de su obra, y lo que él quería.
También hay mucho material bibliográfico sobre el artista en español, debido a una gran muestra que hicimos sobre él en España; pero no lo podemos mostrar ni traer acá. Esto es, realmente, muy malo, ya que nuestro principal interés en la Fundación Giacometti es la educación. Para nosotros, ése es un punto clave. Pero, ¿cómo se podría tener una educación real y apropiada si no se puede tener a disposición el material…? Y el material –en este caso bibliográfico- existe, y está disponible. Sólo que no se lo puede hacer entrar a la Argentina.
Por favor, pónganlo en los medios. Creo que es una verdadera pena, esto que sufren es un enorme problema. Realmente, es muy malo no poder exhibir y mostrar todo esto al público argentino.”
Lucas Prado

“Una monumentalidad dentro”, según Sartre

“Cada una de sus obsesiones coincidió con una tarea, un experimento, una forma de sentir el espacio”, escribía Jean-Paul Sartre sobre Giacometti en los 40. El texto –prólogo de un catálogo– fue el puntapié inicial de una intensa amistad entre Giacometti, Sartre y Simone de Beauvoir. Duraría toda la vida. En Proa esto se ve en la sala con los retratos de Sartre y Beauvoir: una escultura, pequeñísima cabeza de la filósofa, y varios dibujos de Sartre.
“Sartre fue alguien con quien Giacometti hablaba mucho”, explica la curadora de la muestra. “El escribió el primer ensayo importante sobre su obra. Pero sobre todo, Sartre tenía esta idea de que Giacometti esculpía siempre como a una cierta distancia. Por ejemplo, si vos ves sus esculturas en un libro, nunca sabés si son grandes o pequeñas, parecen muy altas pero usualmente no lo son; son altas por dentro. Hay un tipo de monumentalidad que está dentro de las esculturas de Giacometti, decía Sartre”.



Fuente: clarin.com

BAJO UN TECHO DORADO, UN TESORO ISLÁMICO

En el Louvre se exhiben azulejos del siglo XVii del imperio Otomano y obras que abarcan 1.200 años de historia islámica, en un nuevo espacio rematado por un techo dorado con forma de pañuelo, que incluye la cabeza esculpida de un príncipe, originario de Irán, de los siglos XII o XIII.

Cuando se inauguró en el Louvre la pirámide de vidrio de I.M. Pei hace más de 20 años, muchos afirmaron que había destruido la belleza clásica de uno de los grandes museos del mundo.
Sin embargo, lo que en su momento fue visto como una audacia devino en un elemento tan aceptado en el paisaje visual de la ciudad como la Torre Eiffel o el Arco de Triunfo.
Ahora el museo vuelve a arriesgarse a la ira del público en tanto introduce otra intervención arquitectónica radical. Diseñado para albergar nuevas salas destinadas al arte islámico, consiste en espacios interiores a nivel de planta baja y subsuelo coronados por un techo dorado ondulante que parece flotar dentro del patio neoclásico Visconti en medio del ala sur del Louvre.
El proyecto, que requirió diez años de realización, con un costo de US$ 125 millones, y que se inauguró el 22 de septiembre, fue financiado en parte por el gobierno francés, junto con el príncipe Alwaleed bin Talal de Arabia Saudita, quien dio al Louvre US$ 20 millones destinados a las salas, la donación monetaria más grande que se ha hecho hasta ahora a un museo.
El techo dorado va inflándose desde una altura que llega a la cintura en los bordes hasta unos siete metros cerca del centro. A primera vista, parece tan sedoso que casi podría volar con un viento fuerte, pero pesa más de 130 toneladas y ha sido realizado laboriosamente con casi 8.000 tubos de acero que forman una tela interior, sobre la cual hay una capa de vidrio y una superficie brillante dorada anodizada.
El diseño es obra de dos arquitectos, el italiano Mario Bellini y el francés Rudy Ricciotti.
Cuando se dieron a conocer los planos, los arquitectos dijeron que el techo parecía "un pañuelo flotando en el espacio".
Las nuevas salas, llamadas simplemente "Arte de Islam" son cuatro veces más grandes que el espacio dedicado anteriormente por el Louvre al arte islámico.
La colección abarca 1.200 años, desde el siglo VII hasta el XIX, y presenta obras en vidrio, cerámica, metal, libros, manuscritos, textiles y alfombras.
La colección recurre a las pertenencias del Louvre que abarcan unas 14.000 obras de arte y objetos relevantes y a la colección del Musée des Arts Décoratifs, que aporta 3.500 obras en préstamo permanente.
La colección islámica presenta objetos valiosos que estuvieron exhibidos en el Louvre durante años.
No obstante, ahora habrá también muchos objetos y obras de arte que nunca se exhibieron, como un grupo de alrededor de 2.000 azulejos de los siglos XVI a XIX del Imperio Otomano que languidecían en depósito desde la década de 1970.
Cada azulejo fue fotografiado, registrado y se creó una base de datos, y luego un equipo de curadores, conservadores y montajistas pasó dos años trabajando a diario para pensar cómo disponerlos de una manera convincente.
"Fue un rompecabezas gigantesco que nos llevó siete años armar", dijo Sophie Makariou, directora de arte islámico del Louvre.
También fue complicado recrear la Galería Mamluk, un conjunto de alrededor de 300 piedras que antaño formaba la cúpula y las paredes de un vestíbulo a la entrada de la casa de un soberano de la dinastía egipcia Mamluk en El Cairo a fines del siglo XV.
Mientras estudiaban los archivos del Louvre, Makariou descubrió una carta fechada hace varias décadas que un curador del Musée des Arts Décoratifs, envió preguntando si el portal y la cúpula ilustrados en viejos dibujos que anexaba formaban parte en realidad de una obra de arquitectura islámica. La carta también contenía un número de accesión del sistema de museos francés.
Comenzaron así años de trabajo detectivesco. El portal, tal como pudo descubrir Makariou, formaba parte de un vestíbulo que había sido desmantelado a fines de 1887.
Las piedras se habían embalado en cajones y almacenado en El Cairo para luego ser enviadas por barco a Francia, presumiblemente con el objeto de ser mostrados en la Exposition Universelle de 1889, año en que se construyó la Torre Eiffel. Sin embargo, por alguna razón desconocida nunca se expusieron y fueron en cambio guardadas en depósito y olvidadas hasta su descubrimiento a comienzos de la década de 2000 en un museo del sur de Francia. "Ha sido una especie de novela policial", dijo Makariou refiriéndose al proyecto. "De golpe aparece esa gran obra de arquitectura que ilustra la magnificencia de El Cairo durante esta dinastía muy excepcional.
"También es el primer ejemplo de arquitectura Mamluk que se exhibe en el museo", agregó, definiéndola como uno de los puntos destacados de las nuevas salas que "enriquecen aún más la imagen del arte islámico para el público general".

Fuente: Revista Ñ Clarín

ARTE Y ECOLOGÍA UNIDAS
EN UNA EXHIBICIÓN DE IMÁGENES URBANAS

Sobre papel de diario, el artista argentino Fabián Arnaldi retrata las ciudades que visitó en los últimos años. Se exhibe hasta el 7 de octubre en el Espacio Historietas y Microespacio del Centro Cultural Recoleta.

Por Julieta Roffo

Se puede crear una obra artística y cuidar el planeta en el mismo acto. Al menos esa es la filosofía que guía el trabajo de Fabián Arnaldi, un artista argentino que apuesta a usar el papel de diario como soporte para sus pinturas, en las que refleja la vida en las ciudades que transitó, y por estos días expuestas en el Centro Cultural Recoleta.
“Arte Sustentable: Un argentino en Londres” es la recopilación de 47 cuadros del artista, que nació en 1975 en Lomas de Zamora y se instaló en Europa en 1999: primero en Mallorca, España, y después en Londres, en donde tiene su estudio muy cerca del Meridiano de Greenwich.
La técnica apareció por su economía: conseguir diarios sobre los que trabajar era gratuito; y la durabilidad del material, explica Arnaldi, es muy buena: “En un folio se conserva por muchos años sin ningún problema”. El primer paso es pintar con una capa blanca de acrílico la doble página -a veces sábana, a veces tabloide-, luego dibuja con lápiz basándose en los bosquejos que toma en Londres o durante sus viajes en libretas que también se exponen en el Recoleta, y finalmente pinta con acrílico.
Hay calles de Nueva York, de París, de Roma, de Londres y de Buenos Aires en los dibujos de Arnaldi, que elige los conventillos coloridos de Caminito y los empedrados de San Telmo, con alguna pareja bailando tango, como escenarios porteños. Y hay imágenes madrileñas que Arnaldi bosquejó cuando los campamentos indignados empezaban a llegar a la Puerta del Sol, y que por estos días, cuando las protestas -y la represión policial- volvieron a ocupar las calles, cobran nueva vitalidad.
“A cada ciudad que voy llevo mi libreta Moleskine, dibujo gente, cafés, plazas, edificios”, cuenta Arnaldi, envuelto por sus obras en el Espacio Historietas del Recoleta. Es que primero fueron recuerdos, como un diario de viaje pero ilustrado, de formato chico.
Pero esas ideas crecieron, y saltaron de las páginas de sus cuadernos a las de los diarios que guardaba -siempre pinta una ciudad sobre un periódico de ese país- y las pensó para el público. Para Arnaldi, su trabajo puede servir para “concientizar porque con pocos recursos y reciclando se puede montar una muestra, y creo que ese es mi granito de arena en tiempos que están signados por la necesidad de prestarle mucha atención a la ecología”.
En Londres, Arnaldi armó varias composiciones artísticas por encargo para una cadena de pubs, vendió remeras estampadas con dibujos propios y trabaja además como ilustrador free-lance. Y allí encontró la inspiración para dedicarse a los retratos urbanos que hizo viajar desde allí: “Dibujé toda la vida, fui alumno de Carlos Garaycochea, pero en Londres encontré lo cosmopolita, es una ciudad muy joven con gente de veinte países en el mismo lugar”, sostiene, y en su castellano de nacimiento se cuelan algunas palabras sajonas como “sixties” (sesentas) y “portraits” (retratos).
Esa omnipresencia londinense se nota en su muestra: es la ciudad más representada, a través de sus colectivos de dos pisos, de los bares que dominan el Camden Town y de las casitas que se van turnando los colores en Notting Hill.
Cuando desarme la exhibición en el Recoleta, Arnaldi llevará alguno de sus cuadros, pintados todos entre 2007 y este año, a la Alianza Francesa, que se interesó en su trabajo porque algunos dibujos reflejan paisajes parisinos como el Arco del Triunfo, o una imponente Torre Eiffel asomando en un paseo en bicicleta.
“Durante muchos años mi mano fue mi cámara de fotos, y lo que se ve acá -en la muestra- yo lo vi”, dice Arnaldi a los visitantes en el texto que les da la bienvenida. Para él, más allá de lo pictórico, “se trata de un aporte positivo por lo sustentable de la idea”.

Agenda
“Arte sustentable - Un argentino en Londres”: hasta el 7 de octubre en el Espacio Historietas y Microespacio del Centro Cultural Recoleta.
Martes a viernes de 14 a 21, sábados y domingos de 12 a 21.
En Junín 1930. Gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín