La
asociación de vecinos Basta de Demoler convocó para hoy, a las 18, a un
abrazo simbólico al Monasterio Santa Catalina de Siena, en Viamonte y
San Martín.
El llamado responde a las actividades que se realizan
para evitar la construcción de una torre, en un terreno lindero al
histórico convento, que podría afectar las estructuras del predio, que,
entre otras cuestiones, ostenta la pared más antigua de Buenos Aires.
Esta disyuntiva llevó días atrás a un grupo de vecinos y
representantes de la asociación a presentar un recurso de amparo ante
la Justicia con el fin de desalentar la construcción de una torre de 60
metros de altura en el terreno lindero al monasterio, un emblema de la
ciudad.
El mayor problema con la obra sería la excavación de
entre 15 y 20 metros de profundidad, donde se planean construir seis
subsuelos.
En principio, la torre estaría separada de la iglesia por una plaza de 45 metros de ancho.
El proyecto se aprobó antes de que la zona fuera declarada área de protección histórica, hace más de un año.
El lugar es el único convento porteño que mantiene su
estructura intacta desde el siglo XVIII, según explicó la investigadora
en historia Alejandra Jones.
Originalmente ocupaba toda la manzana y tenía un área para los servicios domésticos, cementerio y huerta.
Hoy se conserva el antiguo patio, rodeado por
jacarandás, palos borrachos y ceibos, que propone aislarse por un
momento del trajín cotidiano.
Muchos son los oficinistas que se acercan para almorzar
o los estudiantes que eligen el aire libre para leer o conversar. En el
verano, los pasillos se llenan de paseantes.
Actualmente, también hay misa a las 13 y a las 18.15, y
posee un servicio de acompañamiento espiritual para gente de cualquier
religión.
El malestar que se vive no sólo descansa en los
aspectos históricos y edilicios del predio colonial construido en 1745 y
habitado por religiosas dominicas hasta 1976, sino también tiene su
costado espiritual.
Con la medida, arquitectos e historiadores buscan
evitar que se pierda "el oasis" que representa Santa Catalina en medio
del caos urbano.
Delimitado por las calles San Martín, Viamonte,
Reconquista y Córdoba, el conjunto integrado por el monasterio y la
iglesia, declarados monumento histórico nacional en 1942 y en 1975,
respectivamente, constituye un espacio de reflexión, pero, por sobre
todas las cosas, una muestra de lo que fue la ciudad en sus comienzos.
Buenos
Aires sumará otro museo de arte, que estará enclavado en la mismísima
peatonal Florida, en el microcentro porteño. El Banco Ciudad
transformará su actual casa matriz, que en marzo próximo se mudará a un
moderno edificio en Parque Patricios, en un centro cultural pensado para
que todo el público que transita por la concurrida zona pueda
visitarlo, ya que será con entrada libre y gratuita. Y donde también
proyectan potenciar su reconocida sala de remates de venta de artes, la
primera del país.
En este emblemático edificio con ladrillos de vidrio
inaugurado en 1968, los dos subsuelos, la planta baja y el primer piso
se readecuarán para darle forma a este centro cultural en el que
funcionará una galería de arte, donde el banco expondrá su valiosa
colección propia, cuyo valor supera los 13 millones de pesos, y también
se instalarán muestras itinerantes. Habrá salas de convenciones y un
auditorio para distintos eventos.
Según pudo saber LA NACION, la inversión total para
remozar este edificio superará los 20 millones de pesos, y el mes
próximo se lanzará la licitación. Las obras comenzarían en marzo
venidero, una vez que las principales gerencias del Banco Ciudad se
muden al edificio ecológico de Parque Patricios, cuya obra avanza en un
predio de 20.000 m2 frente a la plaza homónima.
"Nuestra sucursal emblema, que se hizo en base a la
idea de transparencia y horizontalidad, quedará imponente con las nuevas
readecuaciones. Hasta la bóveda se podrá ver desde la vereda, como
ocurrió en un principio, cuando este edificio fue estrenado, y la gente
se acercaba a verlo. La bóveda se desactivará y también se podrá visitar
como un atractivo turístico en un lugar premium. Y todo tendrá
iluminación de LED", dijo a LA NACIóN Federico Sturzenegger, presidente
de esta entidad bancaria.
En 1968, este edificio del microcentro, en cuyos pisos
superiores seguirán funcionando otras áreas del banco -como Remates-,
significó un diseño revolucionario para la época: los escritorios no
tenían cajones, porque la intención de los visionarios era trabajar con
menos papeles. "Al principio, no tuvo resultados y la sucursal debió
readecuarse a los escritorios con cajones. Pero hoy, más de 40 años más
tarde, la tecnología le dio la razón: ya es un hecho que vamos hacia un
banco sin papeles", dijo Sturzenegger.
Detalle del óleo Psicosomatización, de Jorge De la Vega. Foto: Imágenes gentileza Banco CiudadEl
Banco Ciudad tiene importantes obras que hoy adornan distintas oficinas
gerenciales y algunos salones de la casa matriz. Ahora, con el museo
que por el momento no tiene nombre definido, según indicaron las
autoridades del banco, las obras se exhibirán para todo el público.
El Banco Ciudad cuenta con más de 200 obras de arte
propias; se apuntan pinturas como Psicomatización, de Jorge de la Vega,
valuada en 2 millones de pesos; esculturas, como El anhelo de Berenice,
de Martín Di Girolamo, o piezas de la serie Ejercicios espirituales, de
Diego Bianchi, o fotografías del reconocido Marcelo Grossman.
Además, el banco está en un proceso de compra de un
conjunto excepcional de 56 obras entre pinturas y esculturas de
renombrados artistas -la gran mayoría argentinos- que hace más de dos
décadas formaron parte de una colección privada en el exterior. Las
obras abarcan tanto las primeras décadas del siglo pasado, así como
artistas contemporáneos. En la lista, están Pettoruti (su primera obra
cubista), Berni, Xul Solar, Victorica, Lacámera, Quinquela, Spilimbergo y
Torres García, entre otros.
"El Banco Ciudad es el primer rematador de arte y somos
los principales en el país. Con la creación de este centro cultural se
verá reflejada toda la colección de arte que tiene el banco y también se
potenciará el remate de obras, tanto propias como itinerantes", comentó
Juan Carlos Alvarez, jefe de relaciones institucionales de la entidad.
La bóveda del banco se verá desde la vereda y se podrá visitar. Foto: Imágenes gentileza Banco Ciudad
Con la futura remodelación y puesta en valor, las
autoridades del banco buscan restaurar una de las construcciones más
significativas y representativas de la arquitectura vanguardista
argentina. Planean volver a darles valor a los ladrillos de vidrio, los
tesoros visibles desde el exterior, la interacción entre el interior y
el exterior, y la actitud innovadora que caracterizó a este edificio. La
obra comenzaría en marzo próximo y demandaría seis meses para ser
estrenada, o sea, en septiembre de 2013.
A Parque Patricios
Mientras tanto, en Parque Patricios avanza la obra de
la nueva sede del banco en la manzana delimitada por las calles
Uspallata, Iguazú, Los Patos y Atuel. Los trabajos, que permitirán
liberar el edificio del microcentro para el museo, demandarán otros ocho
meses. El moderno y ecológico edificio vidriado, donde los gerentes no
tendrán oficinas, sino boxes, albergará a unos 1500 empleados.
Esta es la obra edilicia más grande del llamado
Distrito Tecnológico, donde se afincaron unas cien empresas de
tecnología, pero donde todavía los vecinos reclaman mayor seguridad.
Patrimonio porteño / Vecinos ilustres y palacios de época
Es una de las zonas más caras y exclusivas de la ciudad; modelo de arquitec tura, lo caracterizan el silencio y sus calles empedradas.
Por Cynthia Palacios
Es
sin dudas el rincón más selecto de la ciudad. Glamoroso, histórico, con
vecinos ilustres... y multimillonarios. Lejos del ruido y, sin embargo,
cerca del centro; con atmósfera propia, donde el tiempo parece
detenerse, no tiene nombre oficial, pero nadie lo desconoce. Barrio
Parque, Palermo Chico, Barrio Grand Bourg o Barrio Rufino de Elizalde,
como se lo quiera llamar, está de cumpleaños.
El exclusivísimo punto aristocrático de Buenos Aires,
que integra el barrio de Palermo, festeja su centenario, y vio crecer
con los años su patrimonio paisajístico, arquitectónico, histórico,
inmobiliario y económico. Delimitado por la Avenida del Libertador,
entre Tagle y Cavia, y las vías del ferrocarril, es uno de los puntos
más cotizados de la ciudad.
Silencioso y sin vecinos a la vista, se caracteriza por
sus calles empedradas, angostas y curvas; sus mansiones y palacetes, y
sus muchos árboles.
El valor de las propiedades en Barrio Parque figura
entre los más altos de la ciudad. Sólo podría equipararse con algunos
tramos de la Avenida del Libertador, como la plaza Alemania, con la
avenida Alvear o algunas modernas construcciones en Puerto Madero. Sin
embargo, la exquisitez de sus construcciones y el valor patrimonial de
sus edificaciones lo hacen único.
El metro cuadrado en la zona cuesta entre 3600 y 7000
dólares, cuando en Barracas va de los 1700 a los 2300 dólares por m2; en
Belgrano, entre 2300 y 3200, y en Caballito, de 2200 a 2800. Sólo se
acerca Puerto Madero, con valores de entre US$ 5000 y 6800 el m2.
Si de impuestos municipales se trata, los vecinos de
este exclusivo barrio tributan un promedio anual de 112 pesos por metro
cuadrado, cuando los que viven en Caballito pagan unos 15,75 pesos y los
que habitan en San Telmo abonan 12 pesos.
Es territorio de embajadas: entre sus límites se alojan
más de una docena. Las sedes diplomáticas de Marruecos, República de
Corea, Albania, Nigeria, Chile y los consulados de El Líbano, de Haití,
de Irán, Eslovaquia, Arabia Saudita, Polonia, Indonesia y Canadá se
sitúan en estas manzanas.
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
(Malba), el Museo de Arte Popular José Hernández y el Metropolitano se
alojan en sus cuadras. También la antes concesionaria Chrysler,
transformada luego el exclusivo Museo Renault, que a principios de 2011
cerró sus puertas: Irsa lo vendió a la cadena de comida japonesa Dashi,
uno de los proveedores de sushi más importante del país. Entre sus
vecinos encumbrados se encuentran Mirtha Legrand, Susana Giménez,
Mariano Grondona, Carlos Bianchi y empresarios como Eduardo Costantini y
Franco Macri. Hasta no hace mucho era el barrio del jefe de gobierno,
Mauricio Macri, pero se mudó a la zona de plaza Alemania.
Palermo Chico fue diseñado en 1912 por el arquitecto
paisajista Carlos Thays, que imaginó un Buenos Aires distinto, con un
diseño de curvas y diagonales, y mucho verde. Por sus reminiscencias
francesas, en sus comienzos se lo conoció como Barrio Grand Bourg.
En los terrenos utilizados para los festejos del
Centenario en 1910 para la Exposición Industrial, Thays proyectó dos
sectores diferenciados por el diseño de sus calles, a un lado y al otro
de la entonces avenida Centenario, hoy Figueroa Alcorta. El sector al
Sur se organizaba alrededor de una plaza pública con una marcada
simetría, mientras que el sector al Norte tenía un plano radial con el
eje en una manzana redonda.
Allí se construyeron grandes residencias sobre amplios
lotes, como el palacio Errázuriz, donde hoy funciona el Museo de Arte
Decorativo, o la actual embajada de España, así como petit hotels y
casas de estilo Tudor.
"El proyecto original firmado por Carlos Thays,
denominado Barrio Parque, está fechado el 11 de diciembre de 1912
-cuenta la arquitecta y paisajista Sonia Berjman-. Abarca una superficie
mucho menor que la actual."
Nacido como repercusión local de las ideas urbanísticas
en vigor en la Europa del siglo XIX, sumó, sin embargo, otras
influencias derivadas de la teoría de los grandes parques urbanos y
surgió como empresa oficial del gobierno municipal. "Curiosamente, la
creación de estos barrios parque estaba destinada a la vivienda de los
empleados de la administración, diferenciándoselos de los barrios
obreros", afirma Berjman.
Además de su reconocimiento histórico, Barrio Parque
tiene un incalculable valor patrimonial: el conjunto de edificios que
hoy ostenta lo convierten en uno de los más valiosos de la ciudad, por
la calidad de su diseño y su factura, así como por las firmas de los
profesionales involucrados, asegura la paisajista.
Es que cien años no son nada para un barrio tan lleno de glamour.
El escenario
No puede ser más lindo
Por Mariano Wullich / LA NACIÓN
Sólo
quienes no las conocen, no saben que esas veinte y pico de manzanas son
uno de los lugares más lindos del mundo: de Tagle a Salguero, no
importa la avenida de por medio (Alcorta), Barrio Parque y Palermo
Chico, que son la misma cosa, cantarían con Eladia Blázquez, "Ay, si te
viera Garay, si te ve,/lo bonita que estás, hoy te funda otra vez".
¡Buenos Aires!, la que debe ser.
Es que no pueden ser más lindas la plaza Grand Bourg,
la rotonda del ombú o el siempre floreciente lapacho de Ezcurra, que
tanto nos recordaba Falucho Luna. Y, entre tantas flores, las flores.
Esas que cuando uno era chico salían con polleras escocesas azules del
colegio San Martín de Tours o, con un toque verde, desde un poco más
allá, del instituto Bayard. Pero la cosa venía de antes, porque cuando ATC (hoy TV
Pública) era pasto frente al monumento a Artigas y allí se entrenaban
las inferiores de rugby del colegio Champagnat, mucho antes, en esa
esquina, se había ido "el Varón del Tango", Julio Sosa, al chocar su DKW
contra una vieja baliza. Sí, justo frente a Rond Point, la confitería
que sigue estando pero que por esos tiempos tenía unos "ojos de buey",
bien art déco, al lado del edificio que después construyó el arquitecto
Storni. Un Rond Point imperdible, con su redonda boiserie y
miles de anécdotas. Es que allí nomás, junto a la vía, corría la calle
más adorada y querida: Juez Tedín, la que tenía el traqueteo del tren
Mitre (y lo tiene) en las espaldas de sus jardines. Allí, en donde
vivían los Obligado, los Ayerza y aquella pecosa que jamás se dignó a
mirar a un chico que casi quedó tieso por dar vuelta el pescuezo. Era el lugar en donde tenían una de sus casas los
Cortejarena y en el que una suerte de mayordomo amigo, que andaba
precisamente con mala suerte, se tiraba desde el primer piso a la pileta
e inundaba hasta el riel del ferrocarril. Era el "Gordo" Tejerina,
quien solía irse invitado de copas de Mau Mau, pero al llegar al bajo se
tomaba el 130 para volver a "su pileta". Dicen que los choferes lo
conocían tanto que ni siquiera le cobraban. Por tratar de saber qué pensaban otros del querido
Buenos Aires, en la época de la presidencia de Eduardo Duhalde, este
cronista viajó en un tour por su ciudad. Pocos turistas se interesaron
por San Telmo, La Boca o los lofts de Puerto Madero: sólo al llegar a
ese lugar de Palermo sacaron sus cámaras asombrados y, luego, un
matrimonio alemán preguntó: "¿Qué les pasó?". Sólo atiné a decir: "Es el Buenos Aires que debió ser." Fuente: lanacion.com
La irrupción de la luz de led para iluminar monumentos puede distorsionar el fin artístico.
Nuevas luces. El Monumento de los Españoles varía su
color según la ocasión y modifica de forma polémica las intenciones del
autor./martin bonetto.
Por Miguel Jurado - Editor Adjunto Arq
Habrá que acostumbrarse a los edificios iluminados con colores
como nos acostumbramos al botox de Angelina Jolie o a los bigotitos de
Ricardo Fort, pero confieso que no me resulta fácil.
Eso sí, debo
reconocer que las nuevas técnicas de iluminación han conseguido algo
mágico: hacer que un edificio histórico parezca un casino de Las Vegas
sin tocarle un pelo. Y para mejor, ese casino puede haber sido celeste y
blanco el lunes pasado, porque era el 9 de Julio; violeta hoy, por San
Leoncio, Obispo de Burdeos, y verde cualquier otro día, si coincide con
la Fiesta Nacional del Aceite de Oliva.
Los responsables de
semejante mamarracho, que amenaza con transformar el paisaje nocturno
para siempre, son los led. Unas lamparitas minúsculas que pueden cambiar
de color en un periquete, no consumen casi nada, duran una eternidad,
son súper resistentes, casi no generan calor y no hacen ruido. Serían
perfectas si además fueran baratas, aunque todavía falta para eso.
Pero
el problema no son los led, sino cómo se usan. Vaya y pase que la nueva
cúpula del Palacio de Correos sea azul, roja o se tiña de celeste y
blanco en las fechas patrias, ya que el edificio no tiene gran
importancia simbólica. Pero no es lo mismo con la Pirámide de Mayo. O
con la Casa Rosada que, además de parecer de cartón pintado de lila, con
la nueva iluminación se acerca a una versión “institucional” de las
marquesinas teatrales.
El primer gran shock que me produjo el
“colorinche led” fue el año pasado, cuando vi el Monumento de los
Españoles. Sí, sí, ya sé, me vas a decir que me lo callé demasiado
tiempo. Es que no me gusta ponerme del lado de esos contrera a los que
todo lo nuevo les parece mal. Te juro que le di vueltas a la cosa pero
tengo que reconocer que no me gusta ni medio.
Creo que fue una de
esas noches primaverales de octubre en las que volvés a tu casa
pensando en una cervecita. El sol recién se había puesto cuando de
repente, vi el monumento envuelto en un “verde esmeralda” que te hacía
chirriar los dientes. Mayor fue mi sorpresa minutos después, cuando el
verde inicial se transformó en un cachondo “rosa helado de frutilla”. Mi
mandíbula inferior se derrumbó y quedé con la boca abierta por un largo
tiempo. Y no es que yo sea un fundamentalista de la integridad
patrimonial de monumentos y edificios históricos: hay cosas que quedan
bien y otras que no.
Esto era lo último que le faltaba al
Monumento de los Españoles, que en realidad se llama “Monumento a La
Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas”, y que nació con mucha
mala suerte. Fue donado por los inmigrantes españoles para el Centenario
de la Revolución de Mayo y el creador de la escultura, un catalán
llamado Agustín Querol, murió antes de empezarla. Con sus bocetos, su
discípulo, el asturiano Cipriano Folgueras, continuó la obra. Pero en
1911, también falleció. Cinco años más tarde, los continuadores del
taller mandaron un cargamento de esculturas desde España para completar
la construcción y el barco se hundió. Así las cosas, lo que faltaba
llegó en 1917 pero la Aduana, que ya entonces sabía como embarrar la
cancha, las retuvo unos añitos y el monumento recién se inauguró en
1927. Cuando lo vieron terminado, muchos recalcitrantes conservadores
dijeron que era un esperpento. “Está como construido de humo”,
vociferaban sin notar que esa era su mayor virtud. Querol, fiel a su
escuela catalana, vanguardista e innovadora, ensayó un monumento que se
fundiera con la luz diurna, que produjera sombras suaves y etéreas. Se
propuso un enorme esfuerzo escultórico para convertir al pesado mármol
en una substancia inmaterial. Una sutileza artística que el “colorinche
led” nunca distinguirá.
Retrato del 'Chevallier d'Eón' | Crédito: Philip Mould Ltd.
Por Javier García Blanco
El título de la obra, "Mujer con sombrero de plumas", no hacía esperar nada fuera de lo común. Pero cuando Philip Mould, historiador y galerista británico, vio la pintura durante una subasta de arte en Nueva York, supo que la obra tenía algo especial.
Aquella primerísima intuición le llevó a adquirir el cuadro y, tras
la consiguiente restauración, sus sospechas iniciales se confirmaron.
Aquella peculiar dama de finales del siglo XVIII (fecha en la que se
realizó la pintura), tenía todo el aspecto de ser en realidad un hombre vestido de mujer.
Mould puso a su equipo de especialistas a indagar sobre el origen de
la obra, con la intención de determinar su autor y quién era el
personaje retratado en ella.
Tras algunos meses, y gracias a las pistas ofrecidas durante la restauración, los historiadores identificaron al pintor: Thomas Stewart, un pintor británico de finales del siglo XVIII que trabajaba en Londres.
Una escultura del artista colombiano Fernando Botero, instalada en una plaza de la localidad italiana de Pietrasanta este viernes 6 de julio, antes de la inauguración de su exposición.
Por Kelly Velasquez
La
cuna de la escultura en Italia, la ciudad de Pietrasanta, en Toscana,
festeja con una inédita exposición de monumentales gatos, gordas y
caballos los 80 años del artista colombiano Fernando Botero."Aquí me siento como en mi tierra, tiene algo de Antioquia, la
montaña, las flores", confiesa sonriente a la AFP Botero mientras
recorre la sugestiva medieval iglesia de San Agustín, donde se exponen
diez de sus esculturas medianas y 40 dibujos y acuarelas realizadas en
los años setenta.
Junto con seis esculturas gigantes, instaladas en la sugestiva plaza
del Duomo, a pocos metros de distancia, en total 80 obras narran pasado y
presente del pintor y resumen su notable capacidad de mezclar lo
gráfico con lo plástico, lo colombiano con lo europeo.
"La pintura es un trabajo solitario, la escultura es en cambio
colectivo, se trabaja en equipo. Uno realiza el molde, otro cincela,
otro patina. Hasta el transporte es clave", cuenta el artista, quien
cumplió en abril, como escribe el diario local, "sus primeros 80 años"
de vida.
"No tengo que demostrar nada a nadie" sostiene el artista, entre los
más cotizados al mundo, -una obra suya acaba de ser vendida por 2,3
millones de dólares-, quien pasa desde hace 38 años dos meses al año en
Pietrasanta, en su bella casa de la colina vecina, no muy lejos de las
legendarias canteras de mármol de Carrara, que inspiraron al genio del
Renacimiento Miguel Ángel.
Para el evento, que se inaugura el sábado y permanece abierto hasta
el 2 de septiembre, se han movilizado no sólo las autoridades locales,
sino toda la ciudad, célebre por la elaboración del mármol y el bronce,
de unos 30.000 habitantes, que conocen vida y milagro del "maestro",
quien suele recorrer placitas y callejuelas y cenar en sus 'trattorias'
típicas.
"Toda la familia está aquí. Hijos, nietos, sus novios, amigos",
cuenta con la satisfacción y sabiduría del que ha realizado en la vida
lo que ha querido.
"Pintar es para mí un placer. Trabajo todos los días 8 a 10 horas. Eso sí, sin música, me molesta", asegura.
La presencia de canales de televisión de todo el mundo, de
periodistas y expertos en programas de arte en la encantadora
Pietrasanta, a 400 kilómetros de Roma, lo sorprende y halaga.
"Para mí, esta exposición es tan importante como las que he realizado
en Roma y Milán", confiesa, por lo que escogió para ella varias
pinturas y dibujos de su colección personal sobre sus temas preferidos:
gordos, toros, caballos, vírgenes, curas y campesinos "con carriel", la
bolsa de viaje de su país, iconografías que lo tienen atado a sus
raíces.
"Mi pintura no tiene nada de realismo mágico, nadie vuela, ni lo
persiguen mariposas amarillas. Es improbable, pero no imposible",
explica con seductora afabilidad y amabilidad.
Más compleja resulta la explicación del curador de la muestra,
Alessandro Romanini. "Esta exposición es una síntesis de la cultura
europea con la suramericana, un 'connubio' entre la iconografía, la
técnica y el lenguaje que Botero ha analizado y elaborado en sesenta
años de carrera", sostiene.
Para el dueño de la fundición Mariani, Adolfo Angolini, con el que
trabaja desde los años 70, cuando Botero vino por primera vez a visitar
el taller del renombrado escultor lituano Jacques Lipchitz, es más bien
un homenaje al hombre, al ser humano, a aquel a quien fama y dinero no
han devastado. "Es alguien muy atento a sus afectos, no deja de llamar
para los cumpleaños y Año Nuevo", comenta.
Una escultura de Cafferata refleja en Palermo las huellas de una práctica despreciable.
Junto al lago. La escultura del esclavo negro, en
actitud doliente, está en Plaza Sicilia, sobre la avenida Berro, cerca
del Jardín Japonés./ juan manuel foglia
Por Eduardo Parise
No tiene las dimensiones de los grandes monumentos de Buenos
Aires. Tampoco está muy a la vista de quienes recorren una de las zonas
más lindas de la Ciudad. Y hasta es probable que su ubicación también
tenga algo que ver con el repudiable contenido de la historia que
contiene la imagen. Porque, aunque se trate de una bella obra de arte,
lo que refleja este monumento, realizado en 1881, es un tema doloroso de
nuestro pasado.
Se titula “La esclavitud”, aunque algunos lo
conocen como “El esclavo”. Para encontrarlo hay que llegar hasta Palermo
y buscarlo cerca del cruce de las avenidas Sarmiento y Figueroa
Alcorta. Está instalado en la plaza Sicilia, a unos metros de la avenida
Intendente Berro (la que pasa frente al Jardín Japonés), detrás de un
viejo chalet que alguna vez fue orgullosa edificación y que ahora
muestra un estado de abandono lamentable.
La escultura, del tamaño
real de una figura humana, fue realizada por Francisco Cafferata, un
artista nacido el 28 de febrero de 1861 en La Boca, un barrio por
entonces con mayoría de inmigrantes italianos, como sus padres.
Cafferata estudió dibujo con Julio Laguens y luego, en su adolescencia,
vivió ocho años en Florencia, donde se formó con los escultores Urbano
Lucchesi y Augusto Pasaglia. Su vida tuvo un trágico final: se suicidó
el 28 de noviembre de 1890.
Pero entre sus muchas obras dejó “La
esclavitud”, que realizó cuando tenía 20 años. Se hizo, como está
grabado en su base, en la “Fundición de A. Jonis — Calle Malavia (sic)
434 — Bs. As.”. Y en 1882 fue exhibida y premiada con la medalla de oro
en la Exposición Continental desarrollada en la Capital. El municipio
porteño la compró en 1905.
La figura (un hombre de raza negra,
desnudo) muestra sus muñecas encadenadas y aparece caída, en una actitud
de total resignación. El equilibrio del trabajo, realizado en bronce,
está rematado por la cabeza, de una gran belleza, y que merece
apreciarse desde todos los ángulos. El artista consideró que aquella
doliente imagen del esclavo no debía estar de pie sino abatida y llena
de impotencia, reflejando su situación de persona vencida.
Los
primeros esclavos negros fueron traídos a Buenos Aires en 1587, apenas
siete años después de la segunda fundación. Y se estima que hacia fines
del siglo XVIII el 35% de su población era de esa raza. Sometidos a los
peores trabajos, en la piel de muchos estaban las huellas del carimbado.
Es decir: el herrado a fuego con la marca del “importador” y luego la
del “propietario”.
Los principales “mercados de venta de
esclavos” en la Ciudad estuvieron en la zona de Retiro y del Parque
Lezama. Aunque en 1813 hubo avances con la declaración de la libertad de
vientres (determinaba que los hijos de esclavos ya nacían libres), la
abolición total en la Argentina recién se logró con la Constitución
Nacional de 1853. De todas maneras, 131 años después de su realización,
la obra de Francisco Cafferata sigue allí en un sector del Parque Tres
de Febrero, reflejando aquella situación que vivieron y sufrieron miles
de personas.
Diferente es el símbolo que, cruzando la avenida
Berro, se encuentra en la plaza Irán. Es la réplica de una gran columna
como las que sostenían el techo de la Apadana de Persépolis, que era la
sala de audiencias de los emperadores de la antigua Persia. Aquel
edificio se comenzó a construir, por pedido de Darío I El Grande, cerca
del 512 a. C. El capitel de la de Buenos Aires, a 20 metros de altura,
está rematado por dos grandes cabezas de buey. Esta columna, realizada
en piedra, fue donada por Irán a la Municipalidad de Buenos Aires el 12
de mayo de 1965, aunque recién se inauguró una década después. Pero esa
es otra historia.