LAS CALLES PORTEÑAS,
UN MUSEO AL AIRE LIBRE




Paisaje urbano / El fenómeno del street art

Durante la última década se expandió esta tendencia artística; jóvenes de todo el mundo intervienen los muros de Buenos Aires.



 Foto: LA NACION / Maxie Amena

Por Leonardo Tarifeño / LA NACIÓN                

La mejor prueba de que la ciudad tiene vida propia es que sus muros cambian todo el tiempo. Durante la crisis de 2001, cuando el centro porteño amanecía con la leyenda "que se vayan todos" en cada rincón, un grupo de artistas callejeros se propuso intervenir el espacio público con imágenes y mensajes ajenos al escepticismo que imponía el desastre. Ante la violencia y la agresión del latigazo político, Tec, Tester, Defi y otros graf iteros respondieron con trazos y dibujos que abrían una puerta de alegría incipiente a través de los ladrillos. Desde entonces, Buenos Aires se ha convertido en una de las grandes capitales mundiales del street art , un auténtico museo al aire libre donde las obras aparecen, deslumbran y se borran en absoluta sintonía con el vertiginoso ritmo de lo que no siempre se alcanza a ver.
Las "salas" más atractivas de ese museo son Colegiales, Palermo y Villa Crespo, no en vano los barrios por donde transcurre el tour organizado por Graffitimundo ( www.graffitimundo.com ), que muestra y cuenta la historia detrás de los principales trabajos que brillan en esa zona de la ciudad. Mientras tanto, en Buenos Aires como en el resto del mundo, el street art parece haber alcanzado su mayoría de edad. El fenómeno desatado por el ¿inglés? Banksy (una figura secreta a la que nunca se le ha visto el rostro) ha hecho que el mercado del arte pague más de 300.000 euros por pintadas suyas y que la Academia de Hollywood nomine al Oscar su documental Exit through the gift shop .
Del mismo modo, a mitad de camino entre la aceptación y la clandestinidad, los gra fiteros porteños participaron en la primera bienal latinoamericana del género (Graffiti Fine Art, en São Paulo), recibieron a colegas de otros países (el colombiano Rodez, el francés Jonone, el brasileño Flip) y, sobre todo, reinventaron el paisaje urbano de una ciudad que ya los acepta como el más inesperado de sus motivos de orgullo. Antes, no hace mucho, los muros porteños exigían una transformación urgente; ahora, de manera (casi) inadvertida, ese cambio toma la forma de un arte al servicio de una escenografía vital y renovadora, en absoluta sintonía con el ritmo de lo que siempre vale la pena aprender a ver. Como todo porteño sabe, en Buenos Aires no es extraño hablarle a la pared; lo extraordinario, en este caso, es que la pared responde.

UNA CIUDAD TOLERANTE



El arte observa en el puente de Libertador y Juan B. Justo. Foto: Patricio Pidal, Maxie Amena, Marcelo Gómez
 
La cada vez más extendida presencia del grafiti en Buenos Aires va de la mano con la tolerancia que buena parte de la sociedad manifiesta hacia los artistas callejeros. Y esa tolerancia social se refleja en la ley 2991, registro de muralistas y creadores de arte público, impulsada por los legisladores Avelino Tamargo (Pro) y Facundo Di Filippo (ARI).
Según esa normativa, para que una pared pueda ser pintada con fines artísticos "sólo se necesita la aprobación del dueño de la propiedad". De esa manera, el grafitero sabe que puede trabajar principalmente sobre muros abandonados y que cuando quiera hacerlo en el frente de una propiedad privada se verá obligado a pedir el permiso correspondiente. La ley porteña es tan tolerante que muchos artistas callejeros de distintos lugares del mundo vienen a Buenos Aires porque saben que aquí no serán perseguidos como en los Estados Unidos o en algunos países de Europa..

Opinión 

DECORACIÓN DE EXTERIORES

Por Guido Indij / Para LA NACIÓN


 
Cuando comencé a fotografiar, clasificar y editar libros con detalles urbanos de esta ciudad en 2001, Buenos Aires era una ciudad más gris. Su única paleta de colores era la que estaba pintada en las carrocerías de los colectivos. Hoy son menos los colores de los colectivos y los microbuses tienen el color del gobierno de turno, el amarillo.
Fueron diez años de registro que van cobrando importancia documental, en tanto su objeto va modificándose. La mayor parte de carteles, stencils y grafitis que he publicado fueron blanqueados o ya integran el palimpsesto dinámico de las paredes porteñas. Pero han sufrido otro tipo de modificaciones: los stencils y las pintadas han crecido. No sólo los artistas atrás de los sprays, pinceles y brochas han madurado y se han multiplicado. Lo que antes era un pequeño stencil (una señal dispuesta sólo al peatón más atento) ahora son murales de rodillo y pastings. No son pocos los stencileros y grafiteros que se han transformado en muralistas. Asimismo, ha crecido el intercambio con artistas de otras latitudes. Los más consagrados de entre los locales han mostrado afuera y los adelantados de otros países, enterados a través de libros, notas gráficas, blogs y el "boca a boca", se han acercado a conquistar esta ciudad orillera. La idiosincrasia porteña que nos hace movernos tan controversialmente, pero con cierta comodidad entre lo púbico y lo privado, entre la tolerancia y lo que puede ser considerado vandalismo cuando se lo mira con la lente de la propiedad, ha convertido a Buenos Aires en el laboratorio para el desarrollo de variadas técnicas y la meca del street art.

El autor es editor e investigador en arte urbano. Su último libro,escrito en colaboración con Gonzalo Doblej, es Buenos Aires Street Art (La Marca Editora). 














Foto: LA NACIÓN / Maxie Amena


Fuente: lanacion.com

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