EN EL CORAZÓN DE LA LUMINOSIDAD




Con una instalación, el artista estadounidense Doug Wheeler invoca una experiencia de la luz propiamente dicha, a la manera de una presencia casi táctil.


Por Randy Kennedy - The New York Times

El artista Doug Wheeler cuenta dos historias, ambas relacionadas con la luz, que contribuyen a explicar por qué es tan reverenciado por muchos de sus colegas artistas -­como visionario y como un perfeccionista incansablemente obstinado-- y también por qué su obra ha sido vista por tan pocos amantes del arte estadounidenses en estas últimas décadas.
La primera historia transcurre en el Museo Guggenheim de Bilbao, España, donde hace años Wheeler creó una compleja instalación definida por él mismo como "un entorno infinito", que presenta una sala redonda toda blanca, saturada de luz sin rincones ni ángulos agudos, lo cual hace que a los espectadores les resulte imposible fijar la mirada en una superficie. Invoca una experiencia de la luz propiamente dicha a la manera de una presencia casi táctil. Mientras Wheeler todavía estaba retocando la obra, un muchacho entró en la sala y dudó antes de ingresar, poniendo sus manos adelante porque sus sentidos le decían que la entrada cuadrada era una pared, no simplemente un muro de luz que inundaba su visión.
"Me dije a mí mismo: bueno, puedo dejar de preocuparme y de enojarme tanto porque permiten que la gente entre demasiado pronto", dijo Wheeler hace poco en la galería David Zwirner, en Chelsea, donde acaba de inaugurar su primera muestra individual en una galería de Nueva York a los 72 años, transformando un interior cavernoso en una especie de tubo de vacío blanco inmaculado ­el primer entorno infinito en la ciudad.
La segunda historia que cuenta ocurrió a fines de los años 1960, en el estudio que tenía en Venice, California, donde comenzó por primera vez a crear la obra etérea y experimental que lo convirtió en el fundador del movimiento llamado Luz y Espacio, junto con otros artistas de la Costa Oeste como Robert Irwin, James Turrell y Mary Corse. Una tarde, Wheeler recibió a un par de reconocidos marchands de una galería de Nueva York para presumir de un nuevo trabajo en el que había empleado pintura al fósforo y luces para crear la sensación de que un plano nebuloso bisecaba parte del estudio.
Los marchands pasaron al lado de la obra sin notarla, yendo directamente hasta algunas de sus populares obras de luz anteriores que colgaban de la pared como pinturas. "Pensé, qué idiotas eran que no la veían", dijo. "En realidad, tal vez no era suficientemente fuerte. Tal vez era sólo mi arrogancia". "Vieron lo que esperaban ver, y después se fueron", dijo. Los despidió amistosamente y nunca volvió a tratar con la galería.
Su carrera ha estado jalonada por estas negativas decorosas pero épicas. Dijo que no a exposiciones de museos importantes debido a sus dudas respecto de que las obras se mostraran tal como fueron pensadas.
Este enfoque de principios elevados ha tenido como consecuencia que su obra se viera sobre todo en la Costa Oeste y en Europa. Actualmente, hay trabajos de Wheeler en las colecciones del Museo Guggenheim de Nueva York y en el Hirshhorn de Washington, pero en la Costa Este las exposiciones han sido pocas y muy espaciadas, en parte debido a la complejidad que presenta su instalación.
Para los años ochenta, se había mudado de Los Ángeles a Santa Fe, New Mexico, donde trabaja hasta el día de hoy. Cuando David Zwirner incluyó una obra de Wheeler en una muestra hace varios años, dijo que consideraba a Wheeler "una especie de figura mítica".
"Y de pronto recibimos un e-mail de Doug Wheeler -¡existe!- y nos decía que habíamos expuesto mal la obra, que no era simplemente una pieza mural", recordó. "Metimos la pata". Pese a la infortunada presentación, él de todos modos empezó a perseguir a Wheeler y se ofreció a ayudarlo a crear un entorno infinito en Nueva York.
"Le dije: `Tendrás carta blanca. Es decir, tenemos que ver un presupuesto pero una vez que lo acordemos, es tu bebé’", contó Zwirner.
Desde hace ya varias semanas, esta instalación realizada con secciones curvadas y ajustadas con suma precisión de paredes de fibra de vidrio, pinturas especiales y resinas y una elaborada combinación de luces, viene creciendo dentro de uno de los espacios de Zwirner. Wheeler contó que lo primero que le dijo a Zwirner fue: "Sabés que es muy difícil hacer este tipo de obra, ¿no? Es muy difícil crear ausencia".
Podría afirmarse que más que en ningún otro artista de Luz y Espacio, para Wheeler el objetivo de crear una idea de ausencia ­permitir que la gente perciba el espacio y la luz de maneras que no puede hacerlo normalmente­ ha sido una obsesión primordial.
Obras como la sala infinita ­que va siguiendo gradualmente el ciclo de una luz que imita el amanecer hasta la plena luz del día y luego disminuye hasta el atardecer­ no están diseñadas con el objetivo final de crear ilusión o de desestabilizar la percepción. Las obras tratan, por el contrario, de utilizar esas cosas como herramientas para generar una experiencia de luz y espacio de una manera mucho más directa de lo que es posible normalmente, como escribió Wheeler, "sin el efecto reductor de una respuesta asociativa aprendida para explicar" la esencia de lo que se está viendo.
Experimentar ese cambio es siempre tan sobrenatural como difícil es lograrlo, al menos para alguien tan exigente como Wheeler. Este mes, uno de los días en que estaba supervisando a los pintores que poco a poco transformaban el interior de la instalación en un blanco cegador y prístino, se quejó seriamente de que el piso no estaba como él quería, diciendo, "lo siento, pero tengo una verdadera crisis en mis manos en este momento".
Zwirner tiene la esperanza de poder representar a Wheeler en forma permanente, pero dijo que no se permitirá abrigar ninguna expectativa firme al respecto hasta que termine la muestra y Wheeler esté contento. "Ando con mucho cuidado", dijo. "Me parece estar siempre a la espera de que pase algo malo".

Fuente: Revista Ñ Clarín

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