ROBAN UN DIBUJO DEL MUSEO SÍVORI:
CREEN QUE EL LADRÓN LO TIRÓ AL INODORO


Los empleados atraparon a un sospechoso en el baño. Encontraron el marco y el paspartú, pero no el dibujo.



Juntos. Cortázar y Eduardo Jonquières. Un libro de 2010 reproduce las cartas de esta amistad./Alberto Jonquières


Por Julieta Roffo


"Misterio sin fuga: el martes a la tarde, después de las 18, el plantel casi completo del Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori colgaba las obras que saldrán a remate en la décimotercera edición de un evento que la institución organiza año a año. Simultáneamente y cuando la guardia de sala se había ausentado de la muestra Jonquières: 50 años después, de París a Buenos Aires , un hombre sustrajo el dibujo Retrato de muchacho .

“El joven entró y salió varias veces del museo y eso llamó la atención del personal, que cuando vio movimientos sospechosos lo siguió hasta el baño”, reconstruye María Isabel Larrañaga, directora del Museo, y agrega: “Cuando salió del cubículo, con los ojos inyectados en sangre, los dos trabajadores del museo encontraron el marco y el paspartú del dibujo, pero la obra no estaba”.
La obra, dice Larrañaga, no tiene valor de mercado. Si hay que tasarla, calcula que vale unos 300 pesos.
Desde el Sívori se comunicaron con la Policía y cuando los oficiales de la Comisaría 23 inspeccionaron al implicado, no encontraron el dibujo de Jonquières, que pertenece a la colección privada de su hijo , Alberto, que vive en París y viajó a Buenos Aires para presenciar la muestra que homenajea a su padre, Eduardo. “Desolado”, se autodefinió ante el robo de la obra, aunque se consoló pensando que “se trataba de algo chiquito”.
Para Larrañaga hay dos posibles destinos para el misterioso dibujo: el hombre que lo sustrajo se lo pasó a otra persona antes de ser encontrado –algunos miembros de la Asociación Amigos lo vieron recorriendo las salas en compañía de otro hombre– o descartó el dibujo por el inodoro.
La directora abona más la segunda teoría , pensando en que al hombre se le habría mojado el dibujo figurativo realizado durante los años 20, porque asegura que en el paspartú “había restos de tinta chorreada”.
Desde la Comisaría 23 confirmaron a Clarín que un hombre de 28 años fue demorado allí por la sustracción del dibujo y que se le abrió una causa por hurto. Ayer, el implicado ya no estaba en la dependencia policial por tratarse de un delito excarcelable. Pero la causa sigue abierta en el Juzgado Nacional Correccional N° 5, a cargo de Walter José Candela. Ni desde la comisaría ni desde el ministerio de Justicia y Seguridad de la Nación pudieron agregar información sobre el destino de la obra.
La desaparición cinematográfica del dibujo de Jonquières convive con la preocupación de las autoridades y trabajadores del Museo Sívori –entre otras instituciones porteñas– por la seguridad en sus edificios.
La primera medida que se tomó en la institución fue abrir un sumario administrativo a las dos personas que realizan guardia de sala y al responsable de ambas. Pero Larrañaga se manifiesta “muy preocupada”: “Pedí mejoras en la seguridad y no obtengo ninguna respuesta”, explica, y dice que es una inquietud de varios museos.
Para ella, la tecnología no siempre es suficiente: el Sívori es monitoreado por ocho cámaras, pero hay sectores que quedan ciegos , como la pared de la que se sustrajo el dibujo de Jonquières. “Luchamos para que se mantuviera la presencia humana durante las 24 horas, y aunque por ahora continúa, la última comunicación oficial que se dio ordenaba retirar a los encargados de la seguridad nocturna ”, explica. Sin ese sereno, dice, “habría muestras y artistas en los que ni siquiera hubiera pensado”.
“Parece un caso de Poirot” (el detective de Agatha Christie), dijo Larrañaga. Un poco bromeando, otro poco en serio.


Fuente: Revista Ñ Clarín

SARA FACIO: TESTIGO DE SU TIEMPO


Retrató el alma de los argentinos y el pulso de una época en sus fotos. Se puede ver en las 200 obras, algunas inéditas, exhibidas en su muestra antológica del Recoleta, por el Festival de la Luz.

TITA MERELLO. Tomada en Buenos Aires en 1976. De la serie escenarios.

Por Marina Oybin


Sara Facio confesó alguna vez que se propuso ser testigo de su tiempo. Lo hizo con tanta intensidad y pasión que llegó al alma de los retratados, famosos o ignotos como aquellos de su serie de los funerales de Perón. Ahí está, apenas uno ingresa en la sala, Julio Cortázar, el cigarrillo apretado entre los labios y el ceño tan fruncido que contrasta con sus rasgos aniñados. Las fotos de Facio integran nuestro imaginario. ¿Quién otro es Borges sino ese hombre de impecable traje, en la antigua Biblioteca Nacional de la calle México, arrodillado junto a unos estantes buscando libros? Y uno no imagina retrato más preciso, de esos que llegan al núcleo de la personalidad, que el de Sabato, apesadumbrado, de negro, en Parque Lezama corroído por el frío.
Esas son algunas de las 200 fotos exhibidas en la magnífica muestra antológica Sara Facio - Fotografías , con curaduría de Elio Kapszuk y Renato Rita, en el Centro Cultural Recoleta, en el marco del Festival de la Luz. Están sus series más conocidas, y dos hasta ahora inéditas: “Por amor al arte”, que pone el foco en el público en diferentes museos del mundo (un interés que también sedujo a Robert Doisneau) y “Escenarios”, que incluye fotos de Tita Merello, de La vuelta al hogar (Torre Nilsson y Sergio Renán) con cautivante cruce de miradas entre los personajes y de la filmación de Los siete locos .

RODOLFO MEDEROS. Buenos Aires,1970. Foto de la serie escenarios.

Tras esa famosa foto que Facio le tomó a Cortázar, vinieron muchas otras y llegó también una fuerte amistad entre ambos. Uno descubre a Julio, con una careta monstruosa, jugando con Gabriel García Márquez: están distendidos, tirados en un sofá, la bandeja con comida a un lado. Siguiente toma: Julio se quita la máscara y muestra su cara de chico dulce barbado. Y hay más: primerísimo plano cerrado de Julio abstraído; se lo ve junto a sus compañeros de la Federación Gráfica Bonaerense o riéndose, relajado, fumando un habano. 
Sara se apasiona con cada tema, indaga, lo sigue en el tiempo. Su serie de fotos de Borges va de 1963 a 1980. La De Brujos y Hechiceras , donde captura, sólo por dar unos ejemplos, la belleza de Rómulo Macció y Carlos Alonso, arranca en 1990 y llega a 2005. En Escritores de América latina (1960-2005) están, entre muchísimos otros, Carpentier, Orozco, Marechal, Rulfo, Fuentes, Neruda, Pizarnik, Onetti... Hay varias fotos de María Elena Walsh. Ahora, mientras las miramos, Sara cuenta que a María Elena no le gustaba que le tomara tantas fotos, a veces parecía molesta, se enojaba. Pero la cámara de Sara, sus ojos, no podían evitarlo. Ahora, al recordarlo se sonríe con ternura. “Sara Facio me ha retratado infinidad de veces –confesaba María Elena–, muchas contra mi voluntad, pero siempre me permitió reconocerme como querría ser”.
Hay imágenes imborrables de la serie Perón vuelve (1972/1974) que la fotógrafa tomó cuando trabajaba para las agencias de noticias Sipa Press y Gamma, como la de un hombre agitando una Itaka en el palco, el día de la masacre de Ezeiza. Y fotos de la serie Los funerales del presidente Perón con la espera en el Congreso, la gente protegiendo de la lluvia los ramos de flores. Quién es capaz de olvidar a ese hombre leyendo el diario con una palabra como título de tapa: “Murió”.
Y están esos “muchachos peronistas” de mirada vidriosa, una foto con historia trágica: años después de haberla tomado, Sara se enteró de que el chico que ocupa el centro de la escena, el que lleva en el hombro un paño negro en señal de luto, es ahora un desaparecido. Uno siente que no hay distancia entre la fotógrafa y esos “muchachos peronistas”. Hay alquimia en ese clima especial que evidencia que a Sara le gusta poner el cuerpo, acercarse a la gente. “No soy de los fotógrafos que sacan de lejos con tele o que están fuera de la escena: yo estoy ahí al lado”, dice.

UFA. Con las fotos. Buenos Aires 1976.

Le consulto qué fue lo más apasionante que le tocó fotografiar, cuáles fueron los momentos más intensos. No duda: “Las fotografías que tomé con Alicia D’Amico para el libro Humanario ”. Y agrega: “Esas fotos –muchas están en sala– fueron encargadas en 1966 por el interventor de la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública para registrar las condiciones edilicias y el abandono de los hospicios. Querían sumar estas imágenes a un informe para pedir mayor presupuesto para su área, pero nosotras sacamos, además, fotos de los internados, que era lo que realmente nos interesaba”. Son imágenes de enfermos psiquiátricos del Moyano, el Borda y de un manicomio en Open Door que las fotógrafas conservaron para sí. “No pudimos mostrar las fotos hasta 1985 porque cuando estaban los militares, como el texto del libro era de Julio Cortázar, que estaba prohibido, no nos dejaron mostrarlas”, explica. Esa vida intramuros a la que nos acerca la serie Humanario es potente. Estremece.
Testimonio de su tiempo, la fotografía de Sara Facio se revela voraz, intensa, conmovedora. Uno no puede dejar de pensar en esas imágenes que nos tocaron profundamente y que la retina, y el corazón, conservan grabadas, indelebles.

Fuente: Revista Ñ Clarín

REVELAN LOS SECRETOS DEL GALEÓN
HALLADO EN PUERTO MADERO

A cuatro años de su descubrimiento, los arqueólogos afirman que era un barco de comercio, hecho con roble del Cantábrico en 1747. Traía hierro y aceitunas. Sus reliquias se verán en un mes en Monserrat.

El hallazgo. Los restos del barco, encontrados durante la excavación del complejo Zen City. /maría eugenia cerutti.

Por Nora Sánchez



A casi cuatro años de su hallazgo, el viejo barco español que apareció en Puerto Madero sigue revelando sus secretos . Los investigadores ahora saben con certeza que era un pequeño navío mercante privado de mitad del siglo XVIII. Y descubrieron que traía aceitunas y lingotes de hierro, entre otras mercancías para vender en Buenos Aires.
A cargo del proyecto están Mónica Valentini y Javier García Cano, dos especialistas en arqueología subacuática que trabajan en un laboratorio en Bolívar 466, sede de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico de la Ciudad. Allí guardan las 15.000 piezas recolectadas en el sitio del hallazgo, incluyendo centenares de fragmentos de objetos que ellos reconstruyen con paciencia. Algunos serán exhibidos por primera vez desde el 14 de septiembre, en una muestra en la Casa de Liniers.
La historia del barco se remonta a 1747, el año en que un carpintero del mar Cantábrico taló el roble para construirlo. Así lo determinó la dendrocronología, una técnica que averigua la antigüedad de la madera analizando los anillos que marcan el crecimiento anual del árbol. El carpintero armó un navío modesto pero robusto, con no más de 30 metros de eslora y una bodega de proa a popa.
“Era un barco mercante privado –dice García Cano–. No pertenecía a la corona ni hay registros de él. El dueño se lo encargó al carpintero y le sacaba rédito comerciando por su cuenta. Una teoría es que traía contrabando. Pero hacia 1750, Buenos Aires tenía 40.000 habitantes, carecía de manufacturas y casi toda su economía era informal”.

Metales. Una pieza hallada, con el arqueólogo García Cano. /néstor sieira

Pero el Río de la Plata, con su poca profundidad y sus bancos de arena, fue una trampa para el navío, que encalló o tuvo un accidente , como lo revela su quilla rota. Quedó en río abierto, cerca de la desembocadura del Riachuelo, en lo que hoy es Puerto Madero. Se sabe que la tripulación pudo abandonarlo, porque no quedaron restos humanos. En cambio, encontraron gran parte de la carga, incluyendo numerosas botijas de arcilla enteras y fragmentadas. Algunas conservaban su tapón de corcho y una hasta tenía un sello sujeto con una cuerda. “En una había carozos de aceituna”, cuenta García Cano. Otras tenían brea y resina de pino para el mantenimiento del barco.
También había fragmentos de jarras. “Cuando las reconstruimos descubrimos que eran alcarrazas, como las que se ven en cuadros de Zurbarán o Murillo. Son de una cerámica porosa que mantiene fresca el agua”, dice Valentini.
En un tablón de madera hallaron el detallado dibujo de un barco , hecho con trazos firmes con un elemento cortante. “No hay una pieza igual en Latinoamérica –afirma García Cano–. Evidentemente, lo hizo un marinero que sabía dibujar muy bien. Tal vez, durante sus ocho horas de descanso o en una estancia castigado en la bodega”.
Entre otros elementos de metal, encontraron clavos, tachuelas y pernos de hierro forjado que eran parte del barco. Entre la carga había también hachas y azuelas. Se cree que una parte era para trabajar sobre la embarcación y otra, pudo haber sido para las minas de Potosí. También había platinas. “Son lingotes de hierro que traían para fundir y hacer herramientas, porque en Buenos Aires no había hierro.

Metales. Una pieza hallada, con el arqueólogo García Cano. /néstor sieira.
Incluso los cuatro cañones hallados pueden haber sido chatarra para la fundición. Son de principios del siglo XVIII, de hierro gris y de un calibre chico. Eran baratos y rústicos. Y no estaban las cureñas, que son las estructuras de madera sobre las que se montaban. Ahora estamos reconstruyéndolos en 3D”, dice García Cano.
También aparecieron algunos elementos textiles: “Hay un fragmento muy pequeño de lo que pudo haber sido un cinturón o un arnés –cuenta Valentini–. Y también están los cabos del barco”. Por otra parte, sorprenden las 29 pipas de cerámica y de caolín encontradas. “Hay una con tres flores de Lis, que podría ser del siglo XVIII y provenir de Gouda, Países Bajos”, explica García Cano.
“Somos conscientes de la importancia científica e histórica de estas investigaciones –dice el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi–. Por eso no quisimos quedarnos con el hecho azaroso del descubrimiento del barco, sino que apoyamos el trabajo de los arqueólogos para la conservación de los elementos encontrados y para conocer más datos sobre la travesía”.
En abril de 2010, el barco fue enterrado a dos metros bajo tierra en Barraca Peña, en condiciones ideales de oxígeno y humedad. Para monitorear su grado de preservación, le pusieron sensores. García Cano confirma: “El pecio está estabilizado y en buen estado”. Y es ahí, en La Boca, donde este viejo navío finalmente encontró su puerto.

Historia escondida en otras dos excavaciones


Fragmentos. Cerámicas pintadas, halladas en Plaza San Martín./g.castaing.

La historia de Buenos Aires está resurgiendo de las entrañas de la tierra, de la mano de las investigaciones de la Dirección General de Patrimonio. Una de las exploraciones más importantes se realiza en parte de su propia sede, la Casa de Liniers, en Venezuela 469. En ese lugar, en junio encontraron miles de objetos de la vida cotidiana de los siglos XVII y XVIII.
La mansión donde vivió por seis años el virrey Liniers, y que pertenecía a la familia Sarratea, fue construida sobre otras viviendas. Los restos de esas otras casas quedaron enterrados junto con utensilios, como dedales de cobre, cascabeles, amuletos contra el mal de ojo y hasta un plato de mayólica portuguesa que data de entre el 1600 y el 1650.
En marzo, Patrimonio también condujo una investigación en la Plaza San Martín, que revela cinco siglos de historia porteña. A metros de San Martín y Libertador, excavaron hasta llegar a la tosca del antiguo lecho del río. Dejaron al descubierto un piso colonial, una pared de ladrillo y el piso del Hotel Retiro, que funcionó entre fines del siglo XIX y 1936. Allí también aparecieron cerámicas hispano-indígenas del siglo XV y mayólicas españolas del siglo XVII.

Fuente: clarin.com

HOMENAJE AL ESFUERZO COLECTIVO

Es “Canto al trabajo”, una escultura de 85 años que está frente a la Facultad de Ingeniería.

Figuras humanas. Son catorce, que tienen dos veces y media el tamaño humano, y expresan las ventajas del trabajo en conjunto. /alfredo martínez

Por Eduardo Parise


En un primer momento se lo conoció como “El triunfo del trabajo”. Y el nombre no era desacertado. Porque en el conjunto escultórico, dividido en dos grupos (“El esfuerzo común” y “El triunfo”), eso está presente. Pero después se optó por otra denominación que, a 85 años de su inauguración, es la que llegó hasta nuestros días: aquí y en el mundo se lo conoce como “Canto al trabajo”.
Su primer destino, en 1927, cuando se inauguró, fue la Plaza Dorrego, ese símbolo del barrio de San Telmo. Pero una década más tarde le buscaron un sitio para que se luciera en todo su esplendor y lo instalaron en la plazoleta Manuel de Olazábal, en la avenida Paseo Colón, entre Independencia y Estados Unidos, frente a la Facultad de Ingeniería, un edificio que también tiene su historia porque allí estuvo la sede de la Fundación Eva Perón.
Realizado en bronce por el talentoso Rogelio Yrurtia (6/12/1879– 4/3/1950), el grupo escultórico “Canto al trabajo” reúne en total a catorce figuras desnudas, que tienen dos veces y media el tamaño promedio de un ser humano. En el sector delantero hay cinco personas que representan a una familia: un hombre en actitud expectante, una mujer que vigila el horizonte como avizorando el futuro y tres chicos que avanzan sin temores, protegidos por esos dos mayores. En el grupo que va detrás, varios hombres y mujeres, tirando una gran cuerda, arrastran una roca enorme, para demostrar que el trabajo colectivo siempre hace más liviana cualquier tarea, por pesada que sea.
La obra le había sido encargada a Yrurtia (uno de los máximos escultores argentinos) por la Municipalidad porteña en 1907. Fue después que el artista, que había empezado a formarse en ese arte con Lucio Correa Morales (luego sería su suegro) ganara el concurso para realizar el monumento ecuestre a Manuel Dorrego, que aún se destaca en la esquina de Suipacha y Viamonte. Por entonces Yrurtia ya había estado estudiando y trabajando en Italia y en Francia. En éste último país estuvo viviendo hasta 1921.
Además de estas dos obras, en Buenos Aires también se lucen otros trabajos importantes de su autoría: el monumento-mausoleo dedicado a Bernardino Rivadavia (está en la Plaza Miserere) y la imponente imagen de la Justicia (en el hall de entrada del Palacio de los Tribunales, en Talcahuano 550). Todas muestran la precisión y la exquisitez que Rogelio Yrurtia ponía en sus obras. Los que lo conocieron dicen que solía trabajar más de quince horas por día. La huella de su vida en la Ciudad se puede encontrar aún en lo que fue su casa, en O’Higgins 2390, en el barrio de Belgrano, que fue convertida en un museo.
“Canto al trabajo” hoy está destacada como una obra importante en esa zona del bajo de San Telmo. Pero hace poco más de un siglo, aquellos parajes eran parte del arrabal, en donde hasta había duelos a cuchillo, como el que ocurrió en una plazoleta que estaba a 200 metros del lugar en el que está el grupo escultórico. El protagonista fue Andrés Cepeda, un guapo al que conocían como “el divino poeta de la prisión”. De origen anarquista, en marzo de 1910 Cepeda se enfrentó con otro malevo y recibió un corte en la ingle. Cuando llegó la Policía y lo encontró desangrándose, le preguntó quién lo había herido. Y dicen que el hombre, que no era batidor; solamente contestó: “me tropecé con una piedra y me corté”. Después, murió. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

LOS ESTUDIANTES-SOLDADOS DE PARANÁ


Los estudiantes-soldados de Paraná

Por Laura Ramos

La familia Stearns se embarcó en Buenos Aires rumbo a la ciudad de Paraná a mediados de agosto de 1871. Un pequeño barco, piloteado por marinos genoveses, tardó dos días en surcar el río orlado de selvas ribereñas. Viajaban George Stearns, graduado en Artes en la Universidad de Harvard, Adelaide Hope de Stearns, que había dejado la casa de sus padres tres años antes, a los diecisiete, para casarse con su maestro, y el hijito de ambos. Sarmiento había conseguido que el Congreso aprobara un sueldo de 2.400 dólares para Stearns como director de escuela, y mediante un artilugio inscribió a Addy como maestra con un sueldo de 1.000, en carácter de sinecura. “¡Pensar que me pagan todo ese dinero” –escribió ella a su hermano– “cuando en mis veinte años de vida no he ganado un solo dólar!”. Addy, de religión protestante, vestía la falda corta que apenas rozaba el tobillo impuesta en Inglaterra por la madre estadounidense de Winston Churchill. Pero la “falda para andar” no había llegado al Norte de la Argentina según el hermano de George, William Stearns, que describió con maligna ironía a las damas de Tucumán en una carta: “Todas las mujeres usan vestidos de larga cola, que suceda lo que suceda, no deben levantar del suelo. Aquí la señora elegante va a misa temprano, seguida por una sirvienta, que le lleva la alfombrita para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles, arrastrando –¿quién puede decir qué?– del vaciadero que es el centro de la calzada. No apura el paso, no se vuelve; ningún movimiento indica que ha reparado en la suciedad de la calle”.
Las clases comenzaron de inmediato con dos profesores y ocho discípulos, aunque los gauchos de López Jordán aún luchaban en el litoral y el asesinato de Urquiza había ocurrido sólo un año antes. El edificio elegido para la primera escuela normal era enorme e inhóspito, carecía de muebles, de libros y sobre todo de estudiantes, ya que muchos padres retenían a sus hijos en sus casas, temerosos de las revueltas armadas. Al terminar el año veintidós alumnos-maestros habían venido de otras provincias para estudiar en la escuela de aplicación docente y hacer prácticas como ayudantes: tenían quince o dieciséis años y muchos no sabían urdir una resta o una división.
En 1872 la escuela se cerró durante dos meses, cuando un batallón de soldados federales ocupó el colegio. Durante las semanas anteriores Stearns había impartido instrucción militar a sus discípulos y escudriñaba los movimientos de las tropas con un telescopio colocado en la cúpula del edificio. Mientras los sectores católicos recelaban de su protestantismo, desde el gobierno le llegaron críticas porque el número de estudiantes-soldados no superaba los setenta y su nivel de erudición era muy bajo. Stearns respondió acremente, según revela Alice Houston Luiggi en Sesenta y cinco valientes , argumentando que la escuela había pasado por tres revoluciones y que para un alumno que acababa de dejar un fusil era difícil tomar un libro. “Estas gentes son realmente hostiles conmigo… Mi posición aquí está lejos de ser agradable. Irrita a los nativos ver a un extranjero a la cabeza de la escuela” escribió a su suegro.
A comienzos del mismo año, sólo dos meses después de haber dado a luz a un bebé, Addy contrajo fiebre tifoidea. Falleció pocos días después, en febrero, a los veintidós años. El recién nacido había cumplido tres meses y el hijo mayor, que padecía un retraso intelectual, dos años. Al llevar a su esposa al sepulcro el señor Stearns se encontró con que el único cementerio de la ciudad, reservado a la feligresía católica, no le permitía ingresar. Las autoridades se negaban a enterrar a una disidente. Las jerarquías civiles debatieron con los altos mandos eclesiásticos las alternativas del conflicto durante tres días. Finalmente accedieron a enterrarla junto a los muros del camposanto, pero del lado de afuera. Durante las tres jornadas el joven viudo protegió el cadáver de la voracidad de los felinos de la selva sentado sobre el ataúd, en las afueras del cementerio, con un revólver en cada mano.

Fuente: clarin.com


DIEZ DÍAS ENTRE MONJES

Eduardo Longoni vivió en el monasterio más rígido del país, siguiendo su rutina, y lo registró todo con su cámara.

Por Marina Oybin



No es fácil bucear en el mundo de la fe y, menos aún, convivir con los monjes cartujos, en Deán Funes, Córdoba.
Luz y misterio. El secreto de los monjes , la muestra de Eduardo Longoni que se presenta hasta mañana en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA, se mete en las entrañas de ese enigmático universo. Son veinte fotos en blanco y negro, de gran formato, todas sutiles, bellas, que condensan el trabajo de cinco años en procesiones y festividades religiosas por el país más su estadía de diez días, en 2010, con los monjes cartujos, una estricta orden católica fundada por San Bruno en 1084.
Fue la primera vez que la cartuja de Deán Funes, el monasterio más rígido del país, abrió sus puertas durante tanto tiempo a un laico. Casi un milagro. Híper austera, la orden –unos 370 monjes en el mundo– impone clausura y voto de silencio.
En el monasterio, Longoni se avino a la implacable rutina de sus diez compañeros. En ese silencio que perfora, vivió en una celda de clausura. Experimentó el sueño fracturado: como los religiosos, se levantaba a las 7 para ir a misa. Los horarios son inamovibles: a las 7 de la tarde hay que ir a dormir, para despertarse a la medianoche y caminar juntos, en tinieblas, hasta una antigua capilla iluminada con luz tenue que transforma todo en una pintura misteriosa. Allí, en una ceremonia que, cuenta Longoni, estremece hasta al menos creyente, había cantos gregorianos durante horas.
Sus fotos develan un universo hecho a golpes de silencio profundo, de elipsis, de símbolos. Como si se tratara de otro tiempo, en las tomas de Longoni impera la luz barroca. En la extraña penumbra del monasterio, asoman los monjes en fila, no se ven expresiones, ni miradas, sólo sus típicas capuchas en punta.
De la serie de fotografías que tomó en procesiones y festividades religiosas por el país hay algunas inolvidables como un díptico del Vía Crucis en Tandil. La primera imagen es un Cristo dolorido, la mano de un fiel acaricia la sangre pintada en su pecho.
A Longoni le apasiona trabajar en blanco y negro. “Creo que veo en blanco y negro”, señala. Sus fotos son potentes, precisas. Es difícil enumerar exhaustivamente su biografía: su vida es fotográfica. Uno recuerda sus imágenes de las primeras Madres de Plaza de Mayo en plena dictadura, el hambre, las ollas populares de 1982, restos casi vivos en Malvinas como ese avión pucará derribado, el juicio a las Juntas, el alzamiento carapintada, las impactantes y riesgosas fotos en La Tablada, la Plaza de Mayo en 2001 y esos sitios infinitos, llenos de nostalgia, que le quedaron grabados en el alma.
Su cámara pasa desapercibida: no hay ningún gesto o mirada que denote que ahí, en medio de procesiones, encuentros religiosos y festividades en distintos sitios, o de la vida en la cartuja de Deán Funes, un fotógrafo disparó su cámara día y noche. Es posible asomarse, espiar. Uno siente que no invade. Como si guardaran el secreto más preciado de un monasterio, sus fotografías tienen el extraño encanto de rozar el misterio. Acercarse y coquetear con el enigma.


FICHA
Eduardo Longoni. Luz y misterio. El secreto de los monjes
Lugar: Pabellón de las Bellas Artes de la UCA,
Av. Alicia Moreau de Justo 1300
Fecha: hasta el 19 de agosto
Horario: mar a dom de 11 a 19
Entrada: gratis


Fuente: Revista Ñ Clarín

PINTURAS QUE TAMBIÉN SE OYEN

Nació en Italia en 1925, creció en la Argentina y vivió por todo el mundo. Sus cuadros parecen musicales.

Teoría de los colores y las formas. La obra, de 1967-1968, es un buen ejemplo del estilo de Sacerdote.

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Aquí, en estas salas, las notas son colores, la música es espacio y la pintura de la artista Ana Sacerdote invade toda la galería Jorge Mara-La Ruche de forma sutil, ligera y abstracta. Se trata de la muestra de una pintora todavía bastante desconocida –a pesar de sus atípicos ochenta y tres años–, pero totalmente exquisita. Lo que se llama un descubrimiento .
Emparentada con Paul Klee y Kandinsky, Sacerdote buscó –como ellos– esa rara zona de convergencia entre la música y la pintura, entre la música y el color. Un equilibrio entre las fuerzas creadoras de la intuición y las del cálculo. Así como algunos músicos experimentaron, durante el Siglo XX, con un solo sonido aislado, así en las obras de Sacerdote se distingue un solo color –muchas veces es un bermellón–, que se recorta, se aísla del resto de la composición, como un índice que guía la vista, que nos dirige marcando cierta lectura de la composición, un determinado ritmo. Como si se tratara de una teoría musical pero cromática y geométrica. Es la creación de una armonía, la creación de improvisaciones en términos visuales.
“Es paradójico pero, en silencio, Ana Sacerdote ha realizado en Buenos Aires la versión más rigurosa, consecuente y sistemática de una pintura musical que hayamos conocido en el arte moderno.
Su traducción al lenguaje sonoro parece posible”, dice el historiador José Emilio Burucúa, quien escribió el prólogo del catálogo de la muestra.

Improvisaciones visuales. Sacerdote crea armonías con los colores en esta obra de 1968.
Tres son las series que presenta la pintora en la galería: las obras en formatos más grandes –de los años 60–, que son óleos sobre tela donde la materia es espesa, los movimientos menos fluidos, los trazos casi ortogonales y los planos casi nada traslúcidos. Una segunda serie –de los ‘50– , está hecha sobre papel de formato mediano. Muestran una enorme libertad y soltura a la hora de aplicar tanto los colores como la pincelada.
En esta segunda serie el agua sirvió como base antes de aplicar la gouache –témpera profesional– o como elemento importante a la hora de pintar.
Por último, hay una tercera serie, también de los ‘50, realizada sobre papel pero de tamaño mucho más pequeño, íntimo. Casi unas postales. Y aquí el cuidado amoroso al dibujar las figuras, pintar dentro de sus límites y jugar con el equilibrio tonal de la composición da sensación de reliquia.
Por supuesto que una obra así requiere de un tipo de reflexión casi contemplativa, muy teórica. Y para esta artista eso fue posible: Sacerdote llevó una vida atípica. Nacida en Roma en 1925, se mudó con su familia a la Argentina poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Aquí estudió Artes. Pero fue desde el año ‘49, y gracias a una revista Art d´Aujourd´hui (Arte de hoy) que comenzó a interesarse por el arte abstracto. Aunque el quiebre fundamental vendría de la mano de un maestro para tantos grandes de nuestro arte: Héctor Cartier. El introdujo a Sacerdote –como a Julio Le Parc, Alejandro Puente y César Paternosto–, al estudio de las ideas de la Gestalt. Otro golpe de timón en la vida de la artista fue su casamiento con Paul Guthmann, ejecutivo de una multinacional. Con él, la pintora viajó por todo el mundo, sin residencia fija. Esto le impidió desarrollar una carrera desde un punto establecido (por eso lo tardío del estudio de su obra).
Vale la pena: no deje de pasar a ver la exposición de esta pintora, histórica y contemporánea a la vez. Sus obras no sólo se ven: también se oyen. Y hay que escucharlas.

Fuente: clarin.com